8

CUANDO LOS TRES SE HABÍAN quedado solos, el entrenador Hedge dedujo sabiamente que hablarían de sentimientos y, a su punto de vista, "tonterías para débiles" por lo que los dejó solos en el muelle.

—¿Cuál es el problema que te acongoja, Ginny?

La rubia observó el cielo un momento antes de suspirar. —Percy, creo que la he... jodido.

—Si dices tremenda grocería debe de ser algo serio— bromeó levemente el chico—. Lo siento, nada más desde ahora, lo prometo.

—Hice un viaje para observar a los griegos, por un sueño que tuve... Pero alguien me vio.

—¿Qué? A ver, Ginevra, estoy confundido. ¿Cuándo viajaste si hemos estado todos estos días en el barco?

—Fue un viaje distinto... No lo entenderías, en fin. Nadie se supone tiene el poder para verte, y menos para tocarte. Pero esta chica me habló— decía mientras su respiración comenzaba a ser irregular— y me dijo que no debía estar ahí y ahora cada vez que sueño ella lo interrumpe como una constante pesadilla y estoy tan agobiada que prefiero evadir la responsabilidad que tengo de hacer descansar mi cuerpo para hacer cosas totalmente absurdas como reorganizar mi ropa por color.

Jackson la miraba sin saber cómo podía conectar el color de su ropa con un viaje inentendible. Lo único que pudo hacer fue ayudarle a calmar su respiración.

—¿Me estás diciendo que tienes pesadillas?

—¡Te estoy diciendo que lo que sea que fuera esa demoníaca chica me vio y ahora trata de contactarse conmigo como en una película de terror!

—Ah, lo hubieras dicho desde un principio... ¿Cómo era la chica?

—Tenía ojos verdes.

—Demonios, Ginny, podría ser cualquiera...

Justo en ese momento, Percy vio cómo cayó algo al océano... Era la daga de Annabeth. El hijo de Poseidón se zambulló después de decirle a su amiga que se subiera a la tabla de surf que había botada a unos metros.

Por obra de Jackson, el puerto de Charleston hizo erupción como una fuente de Las Vegas en plena exhibición. Cuando el muro de agua marina descendió, Ginny se sostenía firmemente a la tabla y los tres romanos estaban en la bahía, escupiendo e intentando desesperadamente mantenerse a flote con la armadura. Percy estaba de pie en el muelle, sosteniendo la daga de Annabeth.

—Se te ha caído esto —dijo, totalmente impasible.

Annabeth lo abrazó.
—¡Te quiero!

—Chicos —la interrumpió Hazel. Tenía una pequeña sonrisa en el rostro—. Tenemos que darnos prisa.

En el agua, Octavian chilló:
—¡Sáquenme de aquí! ¡Los mataré!

—Es tentador —dijo Percy.

—¡¿Qué?! —gritó Octavian.
Estaba agarrado a uno de sus guardias, a quien le costaba mantenerlos a los dos a flote.

—¡Nada! —gritó Percy—. Vamos, chicas.

Hazel frunció el entrecejo.
—No podemos dejar que se ahoguen, ¿no?

—No se ahogarán —le prometió Percy—. Tengo el agua circulando alrededor de sus pies. En cuanto estemos fuera de su alcance, los echaré a tierra.

Subieron a bordo del Argo II, y Annabeth corrió al timón.
—Piper, ve abajo. Utiliza el fregadero de la cocina para enviar un mensaje de Iris. ¡Avisa a Jason para que vuelvan!

—Hazel, ve a buscar al entrenador Hedge y dile que suba sus peludos cuartos traseros a cubierta.

—Enseguida.

—Y Percy, tú y yo debemos llevar este barco al fuerte Sumter.
Percy asintió y se fue corriendo al mástil. Annabeth se colocó al timón. Sus manos se movieron a toda velocidad sobre los mandos. Tendría que confiar en que disponía de los conocimientos para manejarlos.

—¿Annabeth dejará que tú, escualo Jackson, manejes el barco?

—¡Hey, ten un poco de fe en mi!— exclamó él. Las cuerdas salieron volando por su cuenta, soltaron las amarraderas y levaron el ancla. Las velas se desplegaron y recibieron el viento—. Ya he hecho esto antes... Sostente fuerte.

Mientras tanto, Annabeth encendió el motor. Los remos se extendieron, emitiendo un sonido parecido al del fuego de una ametralladora, y el Argo II se desvió del muelle con rumbo a la isla situada a lo lejos.

Las tres águilas seguían dando vueltas en lo alto, pero ninguna de ellas hacía el más mínimo intento por posarse en el barco, probablemente porque Festo, el mascarón de proa, escupía fuego cada vez que se acercaban. Había unas cuantas águilas más volando en formación hacia el fuerte Sumter; como mínimo, una docena. Si cada una transportaba a un semidiós romano, eran muchos enemigos.

Ginevra simuló que su mano era una pistola y comenzó a esforzarse de sobremanera, de ello pudo lanzar un rayo de luz directamente a las águilas para distraerlas y desviarse.

El entrenador Hedge subió con estruendo la escalera seguido de Hazel. —¿Dónde están? —preguntó—. ¿A quién mato?

—¡Nada de matar! —ordenó Annabeth—. ¡Limítese a defender el barco!

—¡Pero me han interrumpido cuando estaba viendo una película de Chuck Norris!

Piper subió a la cubierta.
—He conseguido enviar un mensaje a Jason. Un poco confuso, pero ya viene para aquí. Debería llegar... ¡Oh! ¡Allí!

Remontando el vuelo sobre la ciudad en dirección a ellos, había un águila de cabeza blanca gigante, distinta de las aves romanas doradas.
—¡Frank! —dijo Hazel—. ¡No lo ciegues a él, Ginny!

La rubia detuvo sus rayos solares para concentrar su vista en los chicos.
Leo iba agarrado a las patas del águila, e incluso desde el barco, se lo oía gritar y soltar juramentos.
Detrás de ellos volaba Jason, montado en el viento.

—Nunca había visto volar a Jason —masculló Percy—. Parece un Superman rubio.

—¡No es momento para eso! ¡Mira, están en apuros!

Efectivamente, el carro volador romano había descendido de una nube y se lanzó en picado derecho hacia ellos. Jason y Frank se apartaron y se detuvieron para evitar ser pisoteados por los pegasos. Los aurigas dispararon sus arcos. Las flechas pasaron silbando por debajo de los pies de Leo, lo que le arrancó más gritos y juramentos. Jason y Frank se vieron obligados a dejar atrás el Argo II y volar hacia el fuerte Sumter.

—¡Yo les daré! —chilló el entrenador Hedge.

Giró la ballesta de babor y, antes de que Annabeth pudiera gritar « ¡No sea tonto!» , Hedge disparó. Una lanza en llamas salió como un cohete hacia el carro. El proyectil estalló sobre las cabezas de los pegasos y entre los caballos cundió el pánico. Lamentablemente, la lanza también chamuscó las alas de Frank y lo lanzó dando vueltas sin control. Leo se le resbaló de las patas. El carro salió disparado hacia el fuerte Sumter y se estrelló contra Jason.

Todos contemplaron como Jason —visiblemente confundido y dolorido— se lanzaba a por Leo, lo atrapaba y luchaba por ganar altitud. Solo consiguió retrasar la caída. Los dos desaparecieron detrás de las murallas del fuerte. Frank se desplomó detrás de ellos. Acontinuación, el carro cayó en algún lugar en el interior del fuerte con un demoledor ¡CRAC! Una rueda partida salió dando vueltas por los aires.

—¡¿QUÉ SE SUPONE QUE HA HECHO EL FAUNO?!—exclamó Ginevra Paris.

—¡SOY UN SÁTIROOOOOO!

—Basta los dos— cortó Annabeth—. ¡¿Qué fue eso entrenador?!

—¿Qué? —preguntó Hedge—. ¡Solo ha sido un disparo de advertencia!

Los miembros de la tripulación del Argo II debían de ser como mínimo tres veces menos que sus enemigos.

—Percy, vamos a entrar por las bravas —dijo Annabeth—. Necesito que controles el agua para que no nos estrellemos contra los muelles. Una vez que estemos allí, tendrás que frenar a los atacantes. El resto de ustedes, ayuden a vigilar el barco.

—Pero... ¡Jason! —dijo Piper.

—¡Frank y Leo! —añadió Hazel.

—Los encontraré —prometió Annabeth—. Tengo que averiguar dónde está el mapa. Y estoy segura de que soy la única que puede hacerlo.

—El fuerte está plagado de romanos —advirtió Percy—. Tendrás que abrirte paso a la fuerza, localizar a nuestros amigos (suponiendo que estén bien), encontrar el mapa y traer a todo el mundo con vida. ¿Y todo eso sola?

—Nada del otro jueves —Annabeth le dio un beso—. ¡Hagas lo que hagas, no les dejes ocupar el barco!

—Wow, Percy... Tu novia es súper lista y heroica, ¿cómo te sientes?— sonrió Ginevra con claras vibras bromistas.

—De hecho, maravilloso. ¿Cómo te sientes al no saber nada sobre eso?

—Ah... Pensé que sería... ¿Sabes qué? ¿Cómo te sientes al no saber nada de nada?

—¿Enserio? Yo sé muchas cosas... Pero ¿cómo te sientes al saber que sé muchas cosas de ti y puedo exponerte?

La rubia volteó levemente la cabeza, aunque eso no fue preocupante... Lo preocupante fue la sonrisa que tenía en la cara.
—Oh Percy... Percy, Percy, escualo, Perseus, Percy... Yo soy quien ríe al final. ¡Estuve todo un día escuchando historias de Annabeth así que yo sé muchas más cosas de ti y puedo exponerte!

—Calla, zopenca— él le tiró de la cola de caballo.

—Apuesto a que puedo derribar a más romanos que tú— exclamó Ginny haciéndose una rápida trenza.

—No sabes con quién te metes, Rapun--

—¡Oh, por amor a los dioses, dejen de competir y vamos a ayudar a los chicos!— los detuvo Hazel.

Al ver a los romanos aproximarse, todos se pusieron serios... Todos a excepción del entrenador ya que parecía sumamente entretenido con su ballesta en mano.
Leo y Jason subieron al barco seguidos de Frank, quien volvió a ser él mismo luego de cambiar su forma a un elefante.

—Ayudaré desde arriba, ve con Jason abajo y trabajen en equipo, ¿si?— planeó Ginevra.

—La apuesta no quedará aquí— sonrió Jackson antes de partir con el hijo de Jupiter.

En la cubierta del Argo II, Percy y Jason estaban de pie juntos, con sus espadas cruzadas. Los chicos
trabajaban como uno solo, convocando el cielo y el mar para hacer su voluntad. El viento y el agua se agitaban juntos. Las olas golpeaban los muros del fuerte y los relámpagos brillaban. Las águilas gigantes habían desaparecido del cielo. Había los restos de un carruaje quemado en el agua y el entrenador Hedge sujetaba una ballesta, disparando al azar a los pájaros romanos mientras volaban por encima de sus cabezas.

Ginevra estaba ayudando con las cosas que el barco necesitaba para partir cuando algo la distrajo. ¿Ese era..?

—¡¿Kyle?!— gritó para llamar su atención—. ¿Qué diantres haces aquí?

—¡Sigo órdenes, no es como que me naciera venir hasta acá para capturarte!

Ginny lo miró un momento. Incluso en ese momento él era tan... Kyle. Él le estaba dando una mirada que decía "Tranquila, todo va a ir bien". Nadie tenía idea si todo estaría bien, Paris no tenía idea si volvería a ver a su familia, pero era realmente tranquilizador recibir ese mensaje.

—¿Ese es Kyle?— preguntó Leo sin dejar de ajustar y apretar un millón de botones—. ¿Es tan guapo como yo?

—Ming... ¡Si alguien tuviera que capturarme y llevarme a ser juzgada a muerte, estaría feliz de que fueras tu!

—¿De verdad acabas de decir eso?— preguntó Valdez.

—Paris, eres tan sentimental... Le diré a nuestra cohorte que estás bien— terminó el romano. Ante esto la rubia sonrió. Sabía que era un mensaje oculto que significaba que le diría a su madre que estaba sana y salva.

—Oh rayos... Al parecer fue algo bueno— se sorprendió el moreno.

—¡No arruines el momento, Leo!— se quejó la ojiverde.

—Ni irriinis il miminti, Lii.

El Argo II estaba casi despegando del muelle. Piper estaba en la pasarela, con la mano estirada hacia Chase.
Annabeth saltó y agarró la mano de Piper. La pasarela se cayó al agua, y las dos chicas se derrumbaron contra cubierta.

—¡Vamos! —gritó Annabeth—. ¡Vamos, vamos, vamos!

—¡No puedo creerlo!— exclamó Ginny—. ¡Eso fue digno de James Bond, chicas!

—¿De verdad? Yo hago cosas asombrosas con el agua pero ellas son cool...

—Okey, Percy. Estuviste genial también— Ginevra rodó los ojos con una sonrisa en la boca.

—Ya no se siente igual...

Los motores rugieron por debajo de ella. Los remos se agitaron. Jason cambió el rumbo del viento y Percy convocó una ola gigantesca, que levantó el barco más arriba que las paredes del fuerte y lo empujó hasta el mar. Cuando el Argo II alcanzó toda su velocidad, el Fuerte Sumter era sólo un borrón en la distancia, y estaban atravesando las olas hacia los territorios de antaño.

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