8
VOLVIERON CON EL anciano a pesar de las protestas que Ginevra había generado en el camino.
—¡Bienvenidos de vuelta! —les llamó con alegría—. Oigo un aleteo nervioso. ¿Han traído a mi harpía?
—Tu hermana será— masculló Ginny, aunque Percy la detuvo.
—Está aquí. Pero no es tuya.
Sus ojos lechosos se fijaron en un punto por encima de la cabeza de Percy.
—Ya veo... bueno, de hecho, soy ciego, así que no lo veo. ¿Han venido a matarme, entonces? Si es así, buena suerte completando vuestra misión.
—Hemos venido a apostar.
—Una apuesta... interesante. Información interesante a cambio de una harpía. ¿El ganador se lo lleva todo?
—No—dijo Percy—. La harpía no entra en el trato.
Fineo rió.
—¿De verdad? Quizá no entienden su valor.
—Es una persona—dijo Percy—. No está en venta.
—¡Por favor! Son del campamento romano, ¿no? Roma fue construida en el esclavismo. No me echen todas las culpas a mí. Además, ella ni siquiera es humana. Es un monstruo, un espíritu del viento, una subalterna de Júpiter.
Ella puso mala cara. Haberla metido en el aparcamiento ya había sido bastante difícil, pero ahora comenzaba a retroceder, temblando.
—"Júpiter. Hidrógeno y helio. Sesenta y tres satélites." No tiene subalternos, no.
Hazel rodeó a Ella con uno de sus brazos. Las chicas parecían ser las únicas que podían tocar a la harpía sin causar griterío y aleteo. Frank estaba al lado de Percy, sujetando la lanza, preparado, como si el anciano fuera a atacar. Ginna sacó los frascos de cristal de los bolsillos de su campera.
—Tenemos una apuesta distinta. Tenemos dos frascos de sangre de gorgona. Uno mata, el otro sana. Son exactamente iguales. No sabemos cuál es cuál. Si escoges el correcto, podrías curarte la ceguera.
Fineo extendió las manos con avidez.
—Déjame sentirlos. Déjame olerlos.
—No tan rápido—dijo Percy—. Primero acepta el trato.
—Trato—Fineo respiraba con dificultad—. Con el don de la profecía y la vista... sería imparable. Podría controlar la ciudad. Me construiría el palacio aquí, rodeado de restaurantes sobre ruedas. Podría capturar la harpía yo mismo...
—No...—dijo Ella nerviosa—. No, no y no.
Una risa malévola es difícil de hacer vestido con unas zapatillas de conejitos rosas, pero Fineo hizo lo que pudo.
—Muy buena esa, semidiós. ¿Cuál es tu trato?
—Tú eliges el frasco—dijo Percy—. Sin abrirlos, sin olerlos antes de decidir.
Ginevra alcanzó las botellitas a Perseus con la excusa de no poder acercar sus manos al hombre sin acuchillarlo en el acto.
—¡Eso no es justo! Soy ciego.
—Y no tengo tu sentido del olfato. —dijo Percy—. Puedes agarrar los frascos. Juro sobre el río Estigio que son idénticos. Son exactamente lo que te hemos dicho: sangre de gorgona, un frasco del lado izquierdo del monstruo y uno del derecho. Y juro que ninguno de nosotros sabe cuál es cuál.
Percy miró a Hazel.
—Eh... tú eres una experta en el Inframundo. ¿Con todo este jaleo con la Muerte, jurar sobre el río Estigio sigue valiendo lo mismo que antes?
—Sí—dijo, sin vacilar—. Romper un voto como ese... bueno, no lo hagas. Hay cosas peores que la muerte.
Fineo se rascó la barba.
—Así que elijo el frasco que beber. Tú bebes el otro. Juramos beber al mismo tiempo.
—Correcto—afirmó Percy.
—El perdedor muere, por supuesto—dijo Fineo—. Ese tipo de veneno me mantendría encerrado mucho tiempo en el Inframundo, al menos. Mi esencia sería destrozada y degradada. Así que estoy arriesgando mucho.
—Pero si ganas, lo tienes todo. Si yo muero, mis amigos juran dejarte en paz y no vengarse. Tendrás tu vista de vuelta, algo que Gaia ni siquiera puede darte.
La expresión del anciano se puso más seria. Percy diría que se mantuvo tenso. Fineo quería ver. Por mucho que Gaia le diera, él lo que quería era tener su vista de vuelta.
—Si yo pierdo—razonó el anciano—, estaría muerto, y sería incapaz de darte información. ¿Cómo os ayuda eso?
—Anotas la localización de la morada de Alcioneo ahora—dijo Percy—. Guárdatelo, pero jura sobre el río Estigio que es ajustada y precisa. También tienes que jurar que si pierdes y mueres, las harpías serán liberadas de su maldición.
—Eso son palabras mayores—gruñó Fineo—. Te enfrentas a la muerte, Percy Jackson. ¿No sería más fácil entregarme a la harpía?
—Eso no es una opción— negó Ginevra. Estaba haciendo un gran esfuerzo por no terminar todo antes de tener la información. "No seas inútil y apégate a la misión, centurión" se decía sin cesar.
Fineo sonrió con calma.
—Así que comienzas a darte cuenta de lo valiosa que es la harpía. Una vez tenga mi vista de vuelta, la capturaré yo mismo. Aquel que la controle... bueno, fui rey tiempo atrás. Esta apuesta podría hacerme rey de nuevo.
—Te estás saliendo del tema—dijo Percy—. ¿Tenemos trato?
Fineo se tocó la nariz, dubitativo.
—No puedo prever el resultado. Es preocupante cómo funciona todo. Un completo e inesperado juego de azar... hace que el futuro se nuble. Pero puedo decirte algo, Percy Jackson, un pequeño consejo. Si sobrevives hoy, no te va a gustar tu futuro. Un gran sacrificio se acerca, y no tendrás el valor de hacerlo. Te costará muchísimo. Le costará al mundo muchísimo. Sería más fácil que elijas el veneno.
—¡Ya basta viejo, diga si acepta o no y lo jura por el río Estigio!— cortó la rubia.
—¿Hay trato? —preguntó de nuevo.
Fineo sonrió.
—Juro sobre el Río Estigio que acepto el acuerdo, tal y como los han descrito. Frank Zhang, tú eres descendiente de un argonauta. Confío en tu palabra. Si gano, tú y tu amiga Hazel jurad que iréis en paz y no buscareis venganza. ¡Sobre todo la hija de Apolo!, parece muy temperamental.
—Lo juro sobre el Río Estigio.
—Lo juro también—dijo Hazel.
—Lo juro— masculló la última encabronada.
—Te juro—murmuró Ella, Ginny al observar cómo tiritaba, se quitó su sudadera para ponerla suavemente sobre sus alas—, "te juro que no, que nunca me volverá a pasar..."
Fineo rió.
—En ese caso, encontradme algo para escribir. Comencemos.
Frank sacó una servilleta y un bolígrafo y Fineo escribió algo en la servilleta y la puso en el bolsillo de su albornoz.
—Juro que esta es la localización de la morada de Alcioneo. Pero no creo que vivas lo suficiente como para leerlo.
Percy alzó su espada y quitó toda la comida de la mesa. Fineo se sentó a un lado y el pelinegro en el otro. El hombre alzó las manos.
—Déjame sentir los frascos.
En el momento que el hombre estiró sus manos, Ginny recordó esta escena en su mente. Hacía un año había soñado con esto. Era aquella revelación, aunque aún no recordaba el desenlace. Debió ofrecerse ella, así ganaba de todos modos. Si escogía el correcto ayudaba a sus amigos, y si era el veneno, ya no tendría que sufrir las visiones cada noche.
El frasco de la izquierda parecía más ligero que el derecho. Fineo sonrió, malévolamente. Cerró sus dedos alrededor del frasco de la izquierda.
—Eres tonto, Percy Jackson. Escojo este. Ahora bebamos.
Percy cogió el frasco de la derecha. Sus dientes temblaban. El anciano alzó el frasco. —Un brindis por los hijos de Neptuno.
Destaponaron los frascos y bebieron.
De inmediato, Percy se doblegó.
—Oh, dioses—dijo Hazel detrás de él.
—¡NO! —dijo Ella—. No, no y no.
—Percy... ¡Percy Jackson! Percy vamos, te necesitamos... ¡Dijiste que Annabeth—— Tyson viene a por ti! Te prohibo que mueras— balbuceaba Ginevra.
—¡Percy! —Frank le agarró por los hombros—. ¡Percy, no puedes morir!
En el mismo momento, Fineo se doblegó como si hubiera sido golpeado.
—¡No! No puedes...—el anciano se encorvó—. ¡Gaia! ¡Tú! ¡Tú...!——¡Soy demasiado valioso!
Le salía humo de la boca. Un ligero vapor amarillo salía de sus orejas, de su barba y de sus ojos ciegos.
—¡Es injusto! —gritó—¡Me habéis engañado!
Intentó agarrarse al trozo de papel de su albornoz, pero sus manos temblaron, y sus dedos se convirtieron en arena.
—Nadie te ha engañado—dijo Percy—. Has escogido libremente, y te has mantenido en tu juramento— el rey ciego se sacudió agónicamente. Se convirtió en una masa desintegrándose y humeando hasta que no quedó nada de él. Sólo un viejo albornoz y un par de zapatillas rosas.
—Eso—dijo Frank—, son los peores botines de guerra de la historia.
Hazel tocó el albornoz con la espada. No había nada debajo: ninguna señal de que Fineo intentara re-formarse. Miró a Percy, sorprendida.
—Ha sido lo más valiente que he visto nunca, o lo más estúpido.
Frank negó con la cabeza, incrédulo.
—Percy, ¿cómo lo has sabido? Confiabas demasiado que él escogería el veneno.
—Gaia—dijo Percy—. Ella quiere que llegue a Alaska. Cree... no lo estoy seguro. Cree que puede usarme como parte de su plan. Ha influido a Fineo de que escogiera el frasco equivocado.
Frank miró con horror los restos del anciano.
—¿Gaia mataría a su propio sirviente antes que a ti? ¿Es eso lo que has apostado?
—Planes—murmuró Ella—. Planes y tramas. Grandes planes para Percy. Ternera macrobiótica para Ella.
Percy le pasó la bolsa de ternera y ella lo agarró con alegría.
—No, no y no—murmuró, medio cantando—. Fineo, no. Comida y palabras para Ella, sí.
—Imagino que está delicioso, Ella— sonrió Ginny abrazando por encima a la harpía. Esta trató de darle un poco de comida como agradecimiento—. Oh, no linda. Es todo para ti, ¡por ser la harpía más valiente y amable que hemos conocido!
—Sé dónde es. — murmuró Hazel mirando el papel que quedó del viejo—. Es muy famoso. Hay mucho, mucho camino por delante.
En los árboles del aparcamiento, las otras harpías salieron de su shock. Graznaron emocionadas y volaron a los restaurantes sobre ruedas más cercanos, entrando por las ventanas de servicio a las cocinas. Los cocineros gritaban en distintos idiomas. Los camiones se removieron hacia los lados. Plumas y comida volaron por todas partes.
—Será mejor que volvamos al barco—dijo Percy—. No tenemos tiempo que perder.
Volvieron al barco con Ella, quien estaba sumamente alegre porque su maldición había acabado. No lo habían planeado del todo, el llevarse la harpía con ellos, pero Ella actuó como si lo hubieran acordado.
—"Amigos para siempre" —murmuraba—. Canción interpretada por José Carreras y Sarah Brightman escrita para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Amigos derritieron a Fineo y le dieron a Ella ternera. Ella irá con sus amigos.
Ahora estaba acomodada en el barco, mordiendo pedacitos de ternera y recitando citas de Charles Dickens y "50 Trucos para Enseñar a tu perro".
Percy se arrodilló en proa, guiándoles por el océano con sus raros poderes que controlan el agua. El río se abrió en el océano. El Pax giró hacia el norte. Mientras navegaban, Frank les animó contándoles chistes como "¿Por qué el minotauro cruzó la carretera?" o "¿Cuántos faunos hacen falta para cambiar una bombilla?". El 21 de junio estaba terminando. El Festival de Fortuna tendría lugar al atardecer, exactamente en setenta y dos horas desde entonces.
Finalmente Frank sacó un poco de comida de su mochila, refrescos y magdalenas que había cogido de la mesa de Fineo. Los pasó a todo el mundo.
—Está bien, Hazel—dijo con calma—. Mi madre decía que no debes de cargar con un problema tú solo. Pero si no quieres hablar de ellos, está bien.
—Tenías razón—dijo—, cuando supiste que había vuelto del Inframundo. Soy... una fugada. No debería estar viva.
Ginny sabía que no le incumbía escuchar, pero no había nada más que hacer. Hazel hablaba para los cuatro, aunque se dirigió específicamente a Frank en más de una ocasión.
Explicó cómo su madre había convocado a Plutón y se había enamorado del dios. Explicó el deseo de su madre de tener todas las riquezas del mundo, y cómo se había convertido en la maldición de Hazel. Describió su vida en Nueva Orleans.
Describió la Voz, y cómo Gaia había barrido la mente de su madre poco a poco. Explicó cómo se habían mudado a Alaska, cómo Hazel había ayudado a alzarse al gigante Alcioneo, y cómo ella había muerto, hundiéndose en la isla de la Bahía de la Resurrección.
—Te sacrificaste a ti misma para detener al gigante de su despertar. Yo nunca podría haber sido así de valiente.
—No fue valor. Dejé a mi madre morir, cooperé con Gaia demasiado y ella casi ganó.
—Hazel—dijo Percy—, has detenido a una diosa por ti misma. Hiciste lo correcto...— su voz se quebró—. ¿Qué te paso en el Inframundo? Quiero decir, ¿después de que murieras? ¿No deberías haber ido al Elíseo? Pero si Nico te trajo de vuelta...
—No fui al Elíseo—murmuró con la boca seca mientras agredecía tener a Ginevra a un lado sobándole la espalda—. Por favor no preguntes...
—¿Hazel? —preguntó Frank.
—Deslizándose colina abajo—murmuró Ella—. Número cinco de los éxitos en Estados Unidos. Paul Simon. Frank, ve con ella. Simon dice: Frank, ve con ella.
Justo en ese momento, los dos se desmayaron agarrados de las manos. Percy los observó un momento, aunque parecía estar más agobiado por los pensamientos entrantes.
Ginny consideró sus opciones un momento, y supo que debía actuar.
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