7


TRATÓ DE IGNORAR el agua a su alrededor. Trató de ignorar los murmullos de Leo mientras reparaba las tuberías. Pero no pudo ignorar la cara de Percy después de escuchar que Annabeth tendría que ir a aquella misión a la que sabía serían emboscadas.

El agua corrió por la pasarela. El casco retumbó mientras estallaban más tuberías y se desbordaban más lavabos. La rubia supuso que Percy no tenía intención de causar tantos desperfectos, pero su expresión ceñuda le hizo querer desembarcar lo antes posible.

—No nos pasará nada —le dijo Annabeth—. Piper ha predicho que las dos bajaremos, así que es lo que tiene que pasar.

Percy lanzó una mirada furiosa a Piper, como si fuera culpa suya.
—¿Y ese tal Mimas? Supongo que es un gigante.

—Es probable, parecía uno —contestó Ginevra—. Además, Porfirio lo llamó «nuestro hermano».

—Y una estatua de bronce rodeada de fuego —dijo Percy—. Y esas... otras cosas que has dicho. ¿Maquis?

Makhai —explicó Piper—. Creo que significa «batallas» en griego, pero no sé exactamente cómo aplicarlo a este contexto.

—¡A eso me refiero! —exclamó el muchacho—. No sabemos lo que hay allí abajo. Iré con ustedes.

—No —Annabeth le puso la mano en el brazo—. Si los gigantes quieren nuestra sangre, lo último que necesitan es que un chico y una chica bajen juntos. ¿Te acuerdas? Quieren a uno de cada para su gran sacrificio.

—Entonces iré a por Jason y los dos... —dijo Percy.

—¿Estás insinuando que dos chicos pueden hacerlo mejor que dos chicas, Sesos de Alga?

—No. Quiero decir..., no. Pero...

Annabeth le dio un beso.
—Volveremos antes de que te des cuenta.

Piper subió detrás de ella antes de que la cubierta inferior se inundara de agua de lavabo.
Ginevra volteó a ver a Percy y le dio dos palmadas en la espalda.

—Está bien que te preocupes por ella, pero en el corto tiempo que la conozco, comprendí que no hay nadie más capaz de vencer a alguien que Annabeth.

—Sí —sonrió él nostálgico—. Ella es buena para patear traseros.

—¿Te parece si controlas el agua para después pensar en el siguiente paso de la misión?

—Prefiero hablar de algo que no sea esta tonta misión —masculló el chico.

Ginevra Paris apretó los labios. Percy a veces actuaba igual que su hermana menor.
—Bien, hablemos de algo más, escualo.

—Como de tu cosa con--

Otro, algo más.

—¿Te hizo algo?

—¿Además de ser un bobo? No.

—Ginny, en algún punto de tu vida, entenderás que todos los hombres son idiotas...

—Percy, tú eres hombre—dijo ella con el ceño fruncido. Ya no sabía por qué hablaban de eso, pero cumplía el objetivo de distraerlo de la riesgosa misión a la que Annabeth iría.

—Deberías saber que yo no soy un cualquiera —expresó como si fuera lo más obvio del mundo.

—Suenas peor que una chica —rodó los ojo la muchacha—. Realmente no entiendo lo que le sucede... ¿Puedo ser honesta contigo un minuto? Pensé que le gustaba, pero creo...

—¡Alto! Antes de que digas algo, quiero dejar en evidencia que creo que ni él sabe cómo se siente. Así que creo que lo mejor sería buscar a otro chico como Kyle. Ese chico siempre ha tenido sus emociones claras.

—¿Estás hablando enserio? Percy, ¿no eres el mismo que decía que antes de Annabeth estuviste confundido y después de saberlo no miraste atrás? Estás siendo injusto con él.

—Ah, ¿tanto te gusta?

Ahí, Ginevra cayó en cuenta que era verdad. Le gustaba, mucho. Y el insomnio de las noches ya no eran solamente por las visiones y pesadillas, sino porque también la angustiaba saber que esta era la primera vez que alguien le gustaba de esta forma y no era correspondido.
Su corazón tardó un minuto en regularizarse y por fin pudo terminar esa conversación con un: —Asegúrate de limpiar el agua, escualo.



Dos días habían pasado con naturalidad e incluso las chicas habían llegado sanas y salvas. Lo que no era natural eran las repentinas ganas de cocinar que traía Ginevra. Había hecho pastelillos, y otro tipo de dulces en la madrugada, de hecho, ahora iba camino a su cuarto, pero en ese minuto el barco comenzó a moverse violentamente. La cubierta crujía. El motor sonaba como un búfalo de agua moribundo. Atravesando el estruendo del viento, la diosa Niké gritaba desde los establos:
—¡PUEDES HACERLO MEJOR, TORMENTA! ¡QUIERO QUE LO DES TODO!

Jason subió por la escalera a la cubierta central. Le temblaban las piernas.
Cuando lo vio, abrió los ojos como platos.
—¿Qué haces fuera de la cama?

—¡Voy a subir! —contestó él—. ¡Puedo ayudar!

—¡No! ¡Debes...! —Ginn estaba a punto de protestar. Entonces el barco se inclinó a estribor, y ella se cayó y rodó por el pasillo.

De algún modo llegó a cubierta. Corriendo detrás de Jason... Oh Grace, su herida no mejoraba, pero ahí estaba corriendo a la ayuda de los demás... Casi tan terco como Percy.
Lo que vio le provocó casi tantas náuseas como a Hazel. Una ola del tamaño de un rascacielos rompió sobre la cubierta de proa y arrastró las ballestas delanteras y la mitad de la barandilla al mar. Las velas estaban hechas jirones. Relampagueaba por todas partes, y los rayos caían al agua como si fueran focos. La lluvia horizontal azotaba la cara de la muchacha. Las nubes eran tan oscuras que sinceramente no sabía si era de día o de noche.

La tripulación estaba haciendo lo que podía..., que no era gran cosa.
Leo se había sujetado a la consola de control con un arnés y una cuerda elástica. Tal vez le había parecido buena idea cuando se lo había colocado, pero cada vez que una ola golpeaba el barco, lo arrastraba y a continuación lo estampaba otra vez contra el tablero de control como a una pelota humana enganchada con una goma a una raqueta.
Piper y Annabeth estaban tratando de salvar el aparejo. Desde que habían estado en Esparta habían formado un equipo: eran capaces de trabajar juntas sin ni siquiera hablar, lo cual era perfecto, ya que no podrían haberse hecho oír por encima de la tormenta.
Frank (al menos suponía que era Frank) se había transformado en gorila. Mantenía el equilibrio, inclinado, en el lado de la barandilla de estribor y usaba su enorme fuerza y sus pies flexibles para agarrarse mientras desenredaba unos remos rotos. Al parecer, la tripulación trataba de preparar el barco para volar, pero, aunque consiguieran despegar, Jason no estaba seguro de que en el cielo corrieran menos peligro.
Hasta Festo, el mascarón de proa, trataba de ayudar. El dragón metálico expulsaba fuego a la lluvia, aunque eso no parecía disuadir a la tormenta.
Solo Percy estaba teniendo algo de suerte. Se encontraba junto al mástil central, con las manos extendidas como si estuviera andando en la cuerda floja. Cada vez que el barco se inclinaba, empujaba en la dirección contraria, y la cubierta se estabilizaba. Invocaba puños gigantes de agua marina para que se estrellasen contra las olas más grandes antes de que alcanzasen la cubierta, de modo que parecía que el mar se estaba pegando repetidamente en la cara.

A continuación Percy corrió a la barandilla de estribor, desvió otra enorme ola del barco y saltó por la borda.
Jason miró a Ginny, Piper y a Annabeth. Las tres lo miraban horrorizadas agarrándose al aparejo. La expresión de Piper decía: «¿Has perdido la chaveta?».

Él le hizo un gesto de aprobación con el pulgar, en parte para garantizarle que no le pasaría nada (algo de lo que no estaba seguro) y en parte para reconocer que en efecto estaba loco (algo de lo que sí estaban seguros).
Se acercó a la baranda tambaleándose y alzó la vista a la tormenta.
El viento bramaba. Las nubes se revolvían.
Levantó el brazo e invocó un lazo de viento. Atrapó con el lazo un desagradable nubarrón y lo atrajo hacia él.

La tormenta pareció disminuir un poquito encima del barco, como si los demás venti estuvieran pensando: « Qué rollo. Ese tío va en serio» .
Jason levitó y se elevó de la cubierta, envuelto en su propio tornado en miniatura. Y dando vueltas como un sacacorchos, se zambulló en el agua.
NOOO!" gritó Ginevra agarrándose los cabellos para luego comenzar a mascullar en contra del rubio.

—¡Hey, hey hey! Calma, ellos están bien —llegó Leo a su lado mientras le indicaba cómo respirar.

—¡No me digas que me calme, por las liras de Apolo! —arremetió con cólera—. ¡Argh, estos chicos me volverán loca, dioses!

Valdez la observó un minuto sin saber qué decirle, aunque detrás, Annabeth y piper estaban asintiendo lentamente como si dijeran: "Te entiendo, amiga".

—¿Quieres que... hablemos? —preguntó el muchacho sin mirarla.

—No, iré a ordenar las cosas que cayeron por la tormenta —comenzó a caminar, aunque se detuvo—. Avísenme si llega Jason... O mejor no, díganle a él que se prepare para correr.

Llegó a la cocina y recogió unos escombros y restos de platos que habían en el suelo. Sin darse cuenta, se rompió la mano por el filo. Apretó los ojos y se mordió el labio por el dolor que le produjo la herida.
"Auch, auch, auch" balbuceaba mientras buscaba un trapo para detener la sangre.

—Ginn, caramba —llegó a socorrerla el de rizos—. Por acá debe haber algo para vendarte...

—Puedo hacerlo sola.

—Yo deseo ayudarte...

—Leo, puedo hacerlo sola.

—Sí, pero siento que debo--

—¿Lo sientes?

Se observaron un minuto. La tensión volvió a ellos. Parecía que entre más curiosidad tenían los verdosos ojos de Paris, más los marrones de Leo se veían acorralados y con ganas de huir.
Él desvió la mirada sin saber qué decir.

—¿Puedes buscar un botiquín de enfermería? —suspiró ella.

—Sí, sí, sí... Vuelvo de inmediato. No te muevas... No es como que puedas, pero, bueno, en realidad puedes--

—Ya vete, Valdez —finalizó ocultando la gran sonrisa que quería formarse en sus labios. Quería estar enojada, pero no podía... Qué frustrante.

Espero ahí unos segundos cuando lo vio corriendo hacia ella. Llegó tan rápido que casi cayó en el intento de detenerse.
"Es tan tonto... Lindo y tonto" pensó ella. "Tú eres una tonta".

Él dio vuelta una y otra vez la venda en la mano de la muchacha y al final hizo un moño de zapato. Realmente no entendía cómo se hacían esas cosas pero ella lo valoraba como un intento.
—Estás realmente chiflado si piensas que esto es un vendaje apropiado —soltó la rubia mientras desataba el nudo y se desinfectaba la mano.

—Déjame hacerlo de nuevo —convenció Leo para luego hacerlo según sus indicaciones—. Yo... Lamento si hice algo que te volviera loca.

Parecía concentrado en el vendaje, pero solamente lo hacía para no mirarla, aún así, entendía que era un intento de sinceridad.
—No tienes que...

—Deseo disculparme. Sé que soy disperso y bromeo un montón, es parte de mi encanto después de todo... Pero si eso te hizo sacar canas verdes o enfurecer en algún momento, lo siento.

—Gracias... Es verdad que me gustan tus bromas. Pero creo que lo que me enfurece es tu actitud últimamente. Espero que no sea algo que hice lo que te hace actuar tan extraño, porque veo que con los demás no has cambiado y eso... me hace daño.

Valdez se detuvo. —¿Te hice daño?

—No, no,  no... Quizás me expresé mal--

—Lo siento, no volverá a ocurrir —se levantó él.

—Gracias por el vendaje —trató de sonreír ella, aunque Leo sólo asintió y se fue.

Ginevra suspiró. Ahora todo estaba peor que nunca... Y tenía una mano herida. ¿Algo más podía salir mal?

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