7
LAS CHICAS ESPERARON a que Jackson se sintiera mejor y pudiera levantarse solo, para buscar a Frank. No sabían dónde estaba, cosa que les preocupó. Iris les dijo que estaba luchando solo contra esos monstruos, cosa que les brindó una preocupación extra.
Finalmente escucharon a lo lejos la voz de Zhang, por lo que llegaron rápidamente a él. Corrieron hacia el claro con Percy detrás, él parecía estar mejor, a pesar de que llevaba un bolso teñido de muchos colores del COVEA, que definitivamente no era su estilo.
—¿Estás bien? —preguntó Ginevra, examinando con sus ojos si tenía algún rasguño.
Percy giró en círculo, buscando enemigos.
—Iris nos ha dicho que estabas aquí fuera luchando contra los enemigos tú solo y nos hemos quedado un poco como "¿Qué?". Hemos salido lo más rápido que hemos podido. ¿Qué ha pasado?
—No estoy seguro—murmuró Frank.
Hazel tocó un punto en el suelo.
—Puedo sentir muerte. O mi hermano ha estado aquí o... ¿los basiliscos están muertos?
Percy le miró, sorprendido y dijo lo que Ginny no podía modular.
—¿Los has matado a todos?
—Lo explicaré después—dijo—. Ahora mismo, tenemos a un ciego al que visitar en Portland.
Iban navegando nuevamente mientras que Frank les había hablado sobre el profeta ciego Fineo en Portland, y cómo Iris le había dicho que sería capaz de decirles dónde estaba Tánatos.
Cuando hubo terminado, Hazel le contó a Frank lo que había pasado estando con Fleecy.
—¿Entonces funcionó el mensaje Iris? —preguntó Frank.
—Nos pusimos en contacto con Reyna—explicó Hazel viendo de vez en cuando a Ginevra por si se le escapaba algún detalle—. Tienes que lanzar una moneda a un arcoíris y decir un encantamiento como: Oh, Iris, diosa del arcoíris, acepta mi ofrenda. Aunque Fleecy lo ha cambiado un poco. Nos ha dado algo así como su teléfono directo. Así que hay que decir: Oh, Fleecy, hazme un favor. Muéstrame a Reyna en el Campamento Júpiter. Me sentí un poco estúpida, pero funcionó. La imagen de Reyna apareció en el arcoíris, como en una videoconferencia. Estaba en el lavabo. Se asustó muchísimo.
—Habría pagado por verlo—dijo Frank—. Me refiero... su cara. No, ya sabes, a ella en el lavabo.
—¡Oh, dioses! — se rió Ginevra. La cara que hacían los demás valía más que cualquier arma de oro imperial—. Bueno, le dijimos a Reyna lo del ejército, pero como dijo Percy, lo sabía más o menos. No cambia nada. Va a hacer lo que pueda para mantener las defensas. A menos de que desatemos la Muerte, y devolvamos el águila...
—El Campamento no podrá contener un ejército—acabó Frank—. No, sin ayuda.
Ginny observó al de ojos verdes con confusión, él en poco tiempo hizo un arnés de cuerdas y lo puso alrededor de una orca que pasaba por ahí. Fueron mucho más rápido hacia el norte bajo el poder de la orca, y bajo la insistencia de Frank y Hazel, Percy se acomodó para una pequeña siesta.
—Entonces... ¿Qué es esto?— preguntó con una sonrisa traviesa hacia Hazel. Le daba suaves masajes en la espalda mientras la rizada hacía un esfuerzo por no vomitarla. Frank parecía sumido en sus pensamientos por lo que tampoco escuchaba— ¿Te gusta?
—¿De qué hablas, Ginevra?
—Primero, dime Ginny... Ginevra suena súper serio. Sólo me dicen así Reyna y mi madre enojadas...
—Oh, sí... Pensaba, si no es incómodo para ti compartirlo. ¿Puedes decirme cómo es que Reyna y tú llegaron a ser amigas?
—Supongo que eso es bastante simple. Pero después de responder, tú sigues... Yo era una debilucha que acababa de dejar la Casa del Lobo, debía encontrar el campamento... Sólo tenía este arco y fue más que difícil. Un día pensé que era mi fin, una furia me iba a aniquilar, pero ahí Reyna llegó y mató a la furia. Viajamos juntas al campamento, ambas pasábamos por momentos difíciles, pero lo bueno fue que ese día encontré a una hermana.
Levesque miraba a Ginny con asombro. Nunca habría pensado que la centurión se consideraba como una debilucha, ni menos que la amistad de ambas chicas se volvió una hermandad.
Justo en ese momento, Percy se despertó dando bandazos a la luz de una mañana gris, con la lluvia cayendo por su cara.
—Y yo creía que dormía profundamente—dijo Hazel—. Bienvenido a Portland.
—Tenemos una conversación pendiente, Hazel Levesque— sonrió Paris.
El Pax flotaba en un río oscuro a través de una ciudad. Unas nubes oscuras cruzaban el cielo por encima de ellos. La lluvia fría era tan fina, que parecía estar suspendida en el aire. A la izquierda se alzaban distintos almacenes industriales y una vía de tren. A su derecha había un pequeño barrio: un grupo de acogedoras chimeneas por la orilla del río y una línea de colinas pobladas de bosque con niebla.
—¿Cómo hemos llegado aquí?
Frank le echó una mirada como diciendo: "no te lo vas a creer": —La orca nos llevo hasta el río Columbia. Entonces pasó el arnés a una pareja de esturiones de dos metros. De todas formas—siguió Frank—, los esturiones nos llevaron durante un tiempo. Hazel y yo nos turnamos para dormir, Ginevra no quiso bajar la guardia, aunque le suplicamos. Entonces entramos en este río...
—El Willamette—dijo Hazel.
—Correcto—dijo Frank—. Después de eso, el barco comenzó a moverse por sí mismo hasta aquí. ¿Has dormido bien?
Mientras el Pax iba hacia el sur, Percy les habló sobre sus sueños. Aunque entre ello, algo llamó la atención de Ginna del relato. Un barco de guerra podría llegar para ayudar al Campamento Júpiter. Un cíclope simpático y un perro gigante le estaban buscando.
—Entonces Alcioneo está en un glaciar—dijo—. Eso no nos deja las cosas más claras. Alaska tiene cientos de glaciares.
Percy asintió.
—Quizá el tal profeta Fineo nos pueda decir cuál...
Caminaron mucho bajo el frío de Glisan Street, Ginevra había desatado sus coletas ya que el frío sólo conseguía que sus orejas dolieran. Se detuvo un momento gracias a un grito que se oyó calle abajo. Agradeció internamente porque este la bloqueó de pisar popó.
—¡JA! ¡CHÚPAOS ESA, ESTÚPIDOS POLLOS! —seguido del ruido de un látigo y muchos graznidos.
Percy miró a sus amigos:
—¿Creen que...?
—Probablemente. —coincidió Frank.
Corrieron hacia el ruido. En el siguiente bloque, encontraron un aparcamiento abierto con tres aceras y filas de camiones-restaurante llenando las calles por los cuatro costados.
En el centro del aparcamiento, detrás de todos los camiones-restaurante, un anciano en un albornoz corría con un látigo de algas, gritándole a un grupo de mujeres-pájaro que intentaban robar comida de una mesa de picnic.
—Harpías—dijo Hazel—. Eso significa...
—Ese es Fineo—supuso Frank.
Corrieron por la calle y se escondieron entre el camión coreano-brasileño y otro que vendía burritos de huevo chino.
El hombre del albornoz era viejo y gordo, estaba casi del todo calvo y tenía cicatrices por su frente y una mata de un grasiento pelo blanco. Era del todo ciego. Sus ojos eran del color de la leche, y fallaba la mitad de las veces dándoles a las harpías, pero aún así lo hacía bastante bien.
—¡Atrás, pollos sucios! —gritó.
¡CHAAAAAS! El anciano zarandeó su látigo otra vez. Le dio a una de las alas de una harpía. Ésta gritó de dolor y se alejó aleteando, dejando caer plumas amarillas mientras volaba.
Otra harpía daba círculos más alta que los demás. Parecía más joven y más pequeñas que las otras, con plumas de un rojo brillante.
Miraba con cuidado buscando una apertura, y cuando el anciano se giró, hizo una caída rápida hacia la mesa. Agarró un burrito con las garras del pie, pero antes de que pudiera escapar, el hombre ciego movió su látigo de algas y la azotó en la espalda tan fuerte que Ginna tembló. La harpía gritó, dejando caer el burrito y salió volando.
—¡Eh, basta! —gritó Percy.
Las harpías lo entendieron mal y al ver a los semidioses, salieron volando. Muchas de ellas aletearon hasta unos árboles cercanos, mirando con nostalgia la mesa de picnic. La de las plumas rojas con la espalda dolida voló sin descanso por Glisan Street y se perdió de vista.
—¡Ja! —el hombre ciego gritó triunfal y dejó caer su látigo de algas. Sonrió en la dirección de Percy—. ¡Gracias, extraños! ¡Su ayuda es apreciada!
—Eh, bueno—se acercó al anciano, manteniendo un ojo en su látigo de algas—. Soy Percy Jackson, y estos son...
—¡Semidioses! —dijo el anciano—. Siempre puedo oler a los semidioses.
Hazel frunció el ceño.
—¿De verdad que olemos tan mal?
El anciano rió.
—Por supuesto que no, cielo. Pero te sorprendería saber lo agudos que son mis otros sentidos cuando me volví ciego. Soy Fineo. Y vosotros... esperad, no me lo digáis...
Alcanzó la cara de Percy y le tocó los ojos.
—¡Au! —se quejó Percy.
Ginevra soltó una carcajada grotesca por lo inesperado que fue el gesto del hombre.
—¡Hijo de Neptuno! —exclamó Fineo—. Creía haber olido el océano en ti, Percy Jackson. También soy hijo de Neptuno, ya sabes.
Las risas de la rubia se detuvieron cuando observó al viejo acercarse a ella. Negó múltiples veces, pero él le había alcanzado el cabello. Tiró de unas mechas haciendo que la muchacha soltara unos quejidos y cayera al suelo.
—Ah, sí... Cabello sedoso, olor a menta y brisa veraniega... Apolo, pero espera—— ¿Reconozco rosas? Es distante, Legado de Venus ¡Si que sí, en esta le atiné! Bastante peculiar, Ginevra Paris.
Fineo se giró a Hazel.
—Y aquí... ¡Oh, dioses! El olor del oro y de la tierra profunda. Hazel Levesque, hija de Plutón. Y a tu lado... el hijo de Marte. Pero hay mucho más en tu historia, Frank Zhang...
—Sangre ancestral—murmuró Frank—. El príncipe de Pilos, bla, bla, bla.
—¡Periclimeno, exacto! Fue un tipo muy majo. ¡Me encantaban los argonautas!
Frank se quedó boquiabierto.
—Espera, Peri... ¿qué?
Fineo sonrió.
—No te preocupes. Sé todo sobre tu familia. ¿Esa historia sobre tu tatarabuelo? No destrozó tu campamento. Eso sí, qué grupo más interesante formáis. ¿Tenéis hambre?
—Mira, estoy confuso—dijo Percy—. Necesitamos información. Nos dijeron que...
—... que esas harpías me quitaban la comida. —acabó Fineo—, y que si me ayudáis, os ayudaría.
—Algo así—admitió Percy.
Fineo sacudió su látigo de algas con un gesto amplio. Los tres chicos pegaron un bote.
—¡Las cosas han cambiado, amigos míos! —dijo—. Cuando conseguí el don de la profecía, eones atrás, es cierto que Júpiter me maldijo. Me envió las harpías para que me robaran la comida. Ya veis, tuve la boca un poco grande. Relaté demasiados secretos que los dioses querían mantener—se giró a Hazel—. Por ejemplo, tú deberías estar muerta.—volteó a Ginny—. Tú, recibes profecías diarias que te llevan a la perdición. Y tú...—se giró a Frank—... tu vida depende de un leño ardiendo.
Percy frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
Hazel parpadeó como si la hubieran abofeteado. Frank parecía que le hubiera acabado de atropellar un camión, otra vez. Ginna apretó la mandíbula tratando de controlarse.
—Y tú—Fineo se giró a Percy—, bueno, por ahora, ni siquiera sabes quién eres. Te lo podría decir, por supuesto, pero... ¡ja! ¿Qué tendría de divertido?
Hazel agarró su espada como si tuviera la tentación de partir en dos al anciano. —Entonces, hablaste demasiado y los dioses te maldijeron. ¿Por qué han parado?
—¡Oh, no lo han hecho! —el anciano arqueó las cejas como diciendo "¿Lo pueden creer?" —. Hice un trato con los argonautas. También querían información, ya ven. Les dije de matar a las harpías y cooperaron. Bueno, se deshicieron de esas estúpidas criaturas, pero Iris no les dejó matarlas. ¡Un insulto! Así que esta vez, cuando mi patrona me trajo a la vida...
—¿Tu patrona? —preguntó Frank.
Fineo le lanzó una sonrisa brillante.
—Gaia, por supuesto. ¿Quién crees que ha abierto las Puertas de la Muerte? Tu chica aquí al lado, lo sabe. ¿No es Gaia tu patrona también?
Hazel alzó su espada. Ginny a su lado desenvainó su cuchillo, harta de escuchar a Fineo.
—¡Ya no soy... no soy su... Gaia no es mi patrona!
—Bueno, si quieres ser noble y leal al bando perdedor, tú misma. Pero Gaia está despertando y ya reescrito las reglas de la vida y la muerte. Estoy vivo de nuevo, y a cambio de mi ayuda, una profecía aquí, otra allí, puedo conseguir mi deseo más preciado. Se han girado los turnos, digamos. Ahora puedo comer todo lo que quiera, durante todo el día, y las harpías tienen que pasar hambre y mirarme.
Hizo un chasquido con el látigo y las harpías se estremecieron en los árboles. —¡Están malditas! —dijo el anciano—. Solo pueden comer de mi mesa, y no pueden abandonar Portland. Desde que las Puertas de la Muerte han sido abiertas, ni siquiera pueden morir. ¿No es magnífico?
—¿Magnífico? —protestó Frank—. Son criaturas vivientes. ¿Por qué eres tan malo con ellas?
—¡Son monstruos! —dijo Fineo—. ¿Y "malo"? ¡Esos demonios emplumados me han atormentado durante años!
—Pero era su deber—dijo Percy, intentando controlarse—. Júpiter se lo ordenó.
—Oh, no me importa Júpiter—dijo Fineo—. A su debido tiempo, Gaia hará que los dioses sean condescendientemente castigados. Han hecho un trabajo terrible controlando el mundo. Pero por ahora, disfruto de Portland. Los mortales no se dan cuenta de mí. Creen que soy un anciano loco espantando palomas.
—Pero qué tipo más rayado. Deberíamos dejar que las harpías se lo coman a él si no fuera una tortura para las pobres criaturas— exclamó la rubia insertando su cuchillo en la mesa de campo.
—¿Sabes qué es una tortura? No poder hablar con nadie todo lo que te pasa... Ver en tus sueños multiples veces cómo todos a los que quieres mueren y sufren sin saber cuándo sucederá y sin poder hacer algo al respecto. ¿Imaginas cómo se siente? Ah, es lo que te sucede cada día.
Hazel se adelantó hacia el profeta.
—¡Eres horrible! —le dijo a Fineo—. ¡Perteneces a los Campos de Castigo!
—¿Y me lo dice una muerta, niña? No deberías decir nada. ¡Tú comenzaste todo! ¡Gracias a ti, Alcioneo está vivo!
Hazel dio un paso atrás.
—¿Hazel? —los ojos de Frank se habían abierto como platos—. ¿De qué está hablando?
—Basta— exigió Ginevra apoyando su mano sobre el hombro tiritante de la morena—. No diga tonterías.
—¡Ja! —dijo Fineo—. Lo descubrirán pronto, Frank Zhang. Entonces veremos si sigues siendo igual de dulce con tu amiguita. Pero no es por eso por lo que están aquí, ¿verdad? Quieren encontrar a Tánatos. Está siendo cautivo por Alcioneo en su morada. Puedo decirles dónde es. Por supuesto que puedo. Pero tendrán que hacerme un favor.
—¡Olvídalo! —le espetó Hazel—. ¡Trabajas para el enemigo! Deberíamos enviarte nosotros mismos al Inframundo!
—Inténtenlo—sonrió Fineo—. Pero dudo que permanezca muerto mucho tiempo. Ya ven, Gaia me ha enseñado la forma rápida de volver. Y con Tánatos encadenado, no hay nadie quién me mantenga allí abajo. Además, si me matan no tendrán mis secretos.
Percy hizo sonar sus dientes. Había visto cómo Ginevra se alejó dando zancadas llenas de furia.
Paris relajó su respiración aguantando la explosión de emociones que sentía en aquel momento, trató de bajar los rayos que irradiaba hasta que fueran imperceptibles, al estar ante aquel cólera, emitía una sensación de calor de 30 grados.
Fineo acababa de dar en el clavo con ella, frente a sus amigos. Acababa de decir además mil cosas sobre los otros semidioses, dejándolos con vulnerabilidad. Debía pagar por ello.
Hazel la llamó con señas a la rubia. Ahora, debían hacer un plan para sacarle la información al hombre sin darle el gusto.
—Vámonos, chicos.
Salieron del aparcamiento y se detuvieron a mitad de calle. Percy respiró hondo, intentando calmarse.
—Ese hombre...—Hazel dio un golpe a una parada de autobús—. Tiene que morir. Otra vez.
Era difícil de decir con la lluvia, pero parecía que había estado llorando. Su largo pelo rizado estaba pegado a los lados de su cara. Y con la luz gris, sus ojos parecían más pequeños.
—Se la devolveremos—le prometió Percy—. No es como tú, Hazel. No me importa lo que diga.
Negó con la cabeza.
—No sabes la historia entera. Debería haber sido enviada a los Campos de Castigo. Soy igual de...
—¡NO! —Frank apretó los puños. Parecía que estuviera buscando a alguien que no estuviera de acuerdo con él: enemigos que pudieran atacar el honor de Hazel—. ¡Eres una buena persona!
Hazel miró a Frank. Se acercó con calma, como si estuviera tentada de darle la mano pero como si tuviera miedo de que fuera a evaporarse.
—Frank...—parpadeó—. Yo no...
—Ya, Hazel... Eres la chica más buena que conozco, nadie nos hará cambiar la impresión que tenemos de ti— cortó Ginny.
—Tengo una idea—Percy señaló hacia la calle—. La harpía de las plumas rojas se ha ido por ahí. Veamos si podemos hacer que hable con nosotros.
Hazel miró la comida en sus manos.
—¿Vas a usar eso como cebo?
—Más bien como un ofrecimiento de paz—dijo Percy—. Vamos. Sólo debemos intentar evitar que las harpías nos roben esto, ¿de acuerdo?
Percy destapó los fideos thai y abrió el burrito de canela. Un humo que olía realmente bien salió de ambos envoltorios. Caminaron por la calle, los otros tres con sus armas desenfundadas. Las harpías les seguían de cerca, yendo de árbol en árbol, escondiéndose tras buzones y estaciones de autobús, siguiendo el olor de la comida. Finalmente, la avistaron, dando vueltas encima de un aparcamiento entre varios edificios antiguos.
Cruzaron la calle y encontraron un banco en el que sentarse, cerca de una gigantesca escultura de bronce de un elefante.
—Parece Aníbal, el del campamento—dijo Hazel.
—Pero este es chino—dijo Frank—. Mi abuela tiene uno de estos—parpadeó—. Me refiero, el suyo no es tan grande. Pero importa objetos de... bueno, de China. Somos chinos. —miró a sus amigos que intentaban no reírse—. ¿Me puedo morir de vergüenza ya, por favor?
—No te preocupes, colega—dijo Percy—. Veamos si nos podemos hacer amigos de esa harpía.
Levantó los fideos thai y ondeó el olor: especias picantes y queso recién fundido. La harpía roja voló más bajo.
—No te haremos daño—le llamó Percy—. Solo queremos hablar. Los fideos thai a cambio de una charla, ¿de acuerdo?
La harpía aterrizó en un destello rojo y se posó en la estatua del elefante.
Era terriblemente delgada. Sus piernas emplumadas eran como palos. Su cara podría haber sido bella si no fuera por las mejillas hundidas. Se movía con movimientos rápidos, como los de un pájaro, y sus ojos del color del café no dejaban de moverse, con sus dedos tocándose el plumaje, las orejas y su enmarañado pelo rojo.
—Queso—murmuró, mirando a todas partes—. A Ella no le gusta el queso.
Percy vaciló:
—¿Te llamas Ella?
—Ella en inglés, pronunciado "ela". Aella, en latín "harpía". A Ella no le gusta el queso. —lo dijo todo sin respirar o establecer contacto visual. Sus manos tocaron el aire, su vestido de estopa, las gotas de lluvia, todo lo que se moviera.
Más rápida que un parpadeo, bajó, agarró el burrito de canela y apareció en la espalda del elefante de nuevo.
Ella olió el burrito. Apretó por el borde y lo olisqueó mejor. Comenzó a graznar como si se muriera.
—¡La canela es buena! —pronunció—. ¡Buena para harpías! Ñam.
Comenzó a comer, pero unas harpías más grandes aparecieron. Antes de que pudieran reaccionar, comenzaron a zarandear a Ella con sus alas, agarrando el burrito.
—¡NOOOOOOOOO! —Ella intentó esconderse con sus alas mientras sus hermanas la golpeaban, arañándola con sus garras—. ¡NO! —gritó—. ¡NOOO!
—¡BASTA! —gritó Percy. Él y sus amigos corrieron en su ayuda, pero llegaron demasiado tarde. Una harpía más grande y amarilla cogió el burrito y se fue volando, dejando a Ella graznando y temblando en la espalda del elefante.
Hazel tocó el pie de la harpía.
—Lo siento mucho. ¿Estás bien?
Ella sacó su cabeza por entre las alas. Seguía temblando. Con sus hombros arqueados, pudieron ver la herida que le había dejado el látigo de Fineo. Se sacudió las plumas, sacándose las plumas amarillas.
—Pe...pequeña Ella—tartamudeó con furia—. Dé...débil Ella. No hay canela para Ella. Sólo queso.
—Hey, está bien, Ella— sonrió dulcemente Ginny—. Buscaremos algo con canela para ti. Pero por mientras mira...
Se hizo a un lado y Percy sacó los fideos thai.
—Ella—dijo—, queremos ser tus amigos. Podemos traerte más comida, pero...
—Amigos. Friends, en inglés. Diez temporadas. Del 1994 al 2004—miró a los lados de Percy, entonces miró al cielo y comenzó a recitarle a las nubes—. "Un hijo de los Tres Grandes tendrá el poder de destruir o salvar el Olimpo para siempre". Olimpo, Monte Olimpo, Grecia. Altura 2917. Diecisiete. Página diecisiete. "Aprendiendo a cocinar a la francesa". Ingredientes. Bacón, mantequilla...
—Ella, ¿qué acabas de decir?
—Bacón—atrapó una gota de lluvia—. Mantequilla.
—No, antes de eso. Esos versos. Los conozco.
A su lado, Hazel tembló. Ginny sintió un repentino mareo, pero como Fineo ha dicho, no podía hablar de ello.
Ella no se movía tan rápido como antes. Se hizo camino a través de la lluvia hacia un edificio de tres pisos con un tejado rojo y se metió por una trampilla hacia el interior. Una pluma roja descendió del tejado.
—¿Creen que ese es su nido? —Frank leyó el cartel del edificio—. Biblioteca del Condado de Multnomah.
Percy asintió.
—Veamos si está abierta.
Corrieron por la calle y llegaron al vestíbulo del edificio.
Les llevó un momento, pero finalmente encontraron una escalera al tejado. En lo alto había una puerta con una alarma, pero alguien la había dejado abierta con una copia de Guerra y Paz.
A fuera, la harpía Ella estaba acurrucada en un montón de libros bajo una estructura de estanterías.
Los amigos avanzaron lentamente, intentando no asustarla. Ella no les prestó atención. Recogía sus plumas y murmuraba mientras respiraba fuertemente, como si estuviera ensayando un guión para una obra de teatro.
—Hola. Sentimos haberte asustado. Mira, no tengo comida, pero...— Percy sacó un poco de la ternera macrobiótica de su bolsillo. Ella la olfateó y la atrapó inmediatamente. Se acurrucó de nuevo en su guarida, olisqueando la ternera, pero suspiró y la tiró a un lado.
—No... no... es de su mesa. Ella no puede comérselo. Vaya. La ternera iría bien para las harpías.
—No de su... ah, sí. Ya. —dijo Percy—. Es parte de la maldición. Sólo puedes comer su comida.
—Tiene que haber una forma—dijo Hazel.
—Fotosíntesis—murmuró Ella—. Sustantivo. Biología. La síntesis de los materiales orgánicos complejos. "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura, la época de las creencias y de la incredulidad..."
—¿Qué está diciendo? —susurró Frank.
—Está citando libros—sonrió Ginny—. Pensaba que era una canción de Taylor Swift, pero ahora entiendo...
—Almanaque del granjero de 1965—dijo Ella—. "Hay que comenzar por dar de comer a los animales". Veintiséis de enero.
—Ella—dijo Percy—, ¿los has leído todos?
Ella parpadeó.
—Más. Muchos más abajo. Palabras. Las palabras calman a Ella. Palabras, palabras, palabras, palabras.
Percy recogió un libro al azar, una demacrada copia de "Historia de los caballos de carreras".
—Ella... ¿recuerdas el tercer párrafo de la página sesenta y dos?
—"Secretariado" —dijo ella al instante—. "favorecidas tres a dos en el derbi de Kentucky de 1973, finalizada con el record de uno cincuenta y nueve y dos quintos".
—Palabra a palabra.
—Es increíble—dijo Hazel.
—Ella—dijo—, vamos a encontrar la manera de romper la maldición. ¿Te gustaría eso?
—Imposible—dijo—, canción grabada por Melocos en 2011.
—Nada es imposible—dijo Percy—. Ahora, mira, vamos a decir su nombre. No tienes que correr. Vamos a salvarte de la maldición. Solo tenemos que saber cómo vencer a... Fineo.
—¡NO! Fineo no. Ella es rápida. Demasiado rápida para él. Pero él quiere encadenarme. Él hiere a Ella.
—Frank—dijo Percy—, ¿tienes primeros auxilios?
—Claro—Frank sacó un termo lleno de néctar y le explicó sus propiedades curativas por Ella. Cuando se acercó, ella retrocedió y comenzó a tiritar. Ginny sonrió nuevamente y con una voz suave comenzó a cantar. Ella le dejó poner un poco de néctar en su espalda. La herida comenzó a cerrarse.
—¿Sabes Ella? Eres muy valiente, la más valiente que he conocido jamás. No dejaremos que te hiera otra vez. Tenemos que saber cómo vencerle. Las harpías deben saber cómo mejor que nadie. ¿Hay alguna manera de cómo engañarle?
—No...—dijo Ella—. Los trucos son para niños. "50 trucos para enseñar a tu perro" por Sophie Collins, llamar al 636...
—De acuerdo, Ella—Hazel le habló en una extraña voz, como si intentara calmar un caballo—. ¿Pero tiene Fineo alguna debilidad?
—Ciego. Está ciego. Azar—dijo—, los juegos de azar. Dos a uno. Cara o cruz. Fineo ve cosas grandes. Profecías. Destino. Cosas buenas. No cosas pequeñas. Azar. Cosas emocionantes. Y es ciego.
Frank se rascó la barbilla.
—¿Alguien tiene idea de lo que habla?
—Creo que lo entiendo—dijo Ginna acariciando una pluma roja que había suelta en el suelo—. Fineo ve el futuro. Sabe muchísimas cosas importantes, pero no puede ver cosas pequeñas como casualidades o juegos de azar espontáneos. Eso hace que las apuestas sean emocionantes para él. Si le podemos tentar a hacer una apuesta...
Hazel asintió lentamente.
—Te refieres a que si pierde, nos contaría dónde está Tánatos. ¿Pero qué tenemos que apostar? ¿A qué juego podemos jugar?
—Algo simple, con altas apuestas—dijo Percy—. Como dos opciones. Una ganas, otra mueres. Y el precio es algo que Fineo quiera... a parte de Ella.
—La vista—murmuró Ella—. La vista es buena para los ciegos. La curación... no, no. Gaia no quiere eso para Fineo. Gaia mantiene a Fineo ciego, dependiente de Gaia. Sí.
—La sangre de gorgona—dijeron los chicos al mismo tiempo.
—¿Qué? —preguntó Hazel.
Frank sacó uno de los dos frascos de cristal que había sacado del Pequeño Tíber.
—Ella es un genio—dijo—. A no ser que muramos.
—No te preocupes por eso—dijo Percy—. Tengo un plan.
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