5
GINNY CAMINABA MIRANDO hacia atrás de una manera muy paranoica. Llevaba su espada empuñada y sus nudillos se veían blancos por la fuerza con la que era apretada.
No sabía cuánto tiempo había estado caminando, pero sus piernas dolían cómo si su músculo se cortara de la nada.
Observó sus manos, que tenían una mezcla de las 3 S: Sudor, Sangre y Suciedad. Dentro de su mano izquierda tenía una ficha con grabados en ambas caras. Por un lado tenía un cepillo y por el otro una corona de laurel. Confundida la guardó en su bolsillo.
Y sin más, despertó. Por una parte estaba agradecida, esta noche no había sido tan mala ya que no había visto tantas cosas. Observó su habitación con una sonrisa, debía admitir que Valdez había superado sus expectativas. El camarote era muy acogedor. Leo había programado las habitaciones para que se ajustaran automáticamente a la temperatura preferida de su ocupante, por lo que nunca hacía demasiado frío ni demasiado calor. El colchón y las almohadas estaban rellenas de plumas de pegaso (Leo le había asegurado que ningún pegaso había sufrido daño en la fabricación de los productos), de modo que eran comodísimos.
Se levantó y escabulló como era de costumbre hacer en el campamento Jupiter. Al llegar a la cocina buscó el café, aunque su búsqueda terminó sin éxito.
—¿Buscas esto?— interrumpió el entrenador Hedge a su lado, acababa de beber algo de su taza y sonreía de una manera rara. Él sostenía en sus manos el envase metálico de café.
—Sí, gracias— sonrió, pensando que se lo iba a acercar.
—Lástima— balbuceó el hombre cabra con la boca llena. Acababa de comerse el envase de una mordida—. No queda más. ¡Valdez! ¡Chaval, debes pasar a la tienda!
Leo entró a la cocina con una gran mueca ante el grito del barbudo. Le preguntó a Hedge qué era tan necesario y se vio alarmado al saber que no quedaba café. Luego de esto, observó a Ginevra.
—¿Tienes tiempo? Aún queda un rato antes de aterrizar. ¿Crees que tu madre esté despierta para hablar con ella?
Ginevra lo observó casi soltando el agua de su boca. Asintió fervientemente para que los dos caminaran al camarote de la rubia.
—¿Cómo lo hacemos? Solamente he visto a una persona hacerlo y no entendí nada de lo que hizo...— decía mientras se estrujaba las manos de nerviosismo— Sí. Recuerdo bien que vimos a Reyna en el baño, fue bastante metepatas de nuestra parte... Lo siento, estoy nerviosa.
—Está bien. Casualmente yo soy el que habla sin parar— rió. El chico procedió a sacar un rociador con agua y miró a la rubia—. Bien, Rapunzel. Ahora si fueras tan amable de hacer un poco de luz...
La de ojos verdes un tanto sorprendida extendió su mano y de ella salió un rayo dorado parpadeante. Frunció el ceño con confusión para luego palparse y volver a intentar, ahora había salido una luz esclarecedora.
Juntos, formaron un arcoíris y el moreno le tendió la moneda a la muchacha. Ginevra la observó con temor para luego decir con una voz repentinamente quebrada: "Oh Iris, diosa del arcoíris por favor acepta mi ofrenda. Muéstrame a Celia Paris en Nueva Roma, 592".
Aguardó un momento con el corazón en la mano hasta que visualizó su hogar. A su lado, Leo, que seguía rociando agua, le pidió a Ginny que hablara.
—¿Mamá?— consultó— ¿Mamá, estás ahí?
Después de un momento apareció su hermanita corriendo por la casa sin querer ponerse alguna prenda. Paris tapó los ojos de Leo para luego llamar a la niña.
—¡Aurora! ¿Qué haces? Llama a mamá y busca ropa interior.
—¿Ginny? ¿Dónde estás? ¿Qué es esto? ¿por qué no vienes?— consultó la niñita parándose enfrente a ella, tratando de tocar el medio del mensaje aunque sólo le creó una mueca—. ¡Mamá! ¡Es Ginny, está con su novio!
—Aurora, por los dioses— murmuró su madre llegando a escena—. Per rosis Venus... ¡Ginevra! ¿Dónde estás, quién es él y qué se supone que es esto?
Ginny con nerviosismo destapó los ojos de Leo aunque no le podía pedir que se fuera, de él dependía que el mensaje siguiera funcionando. Le sonrió a su mamá antes de comenzar a hablar.
—¡Hola, mami! Este es Leo, absolutamente no mi... Aurora se equivoca, ¿sabes? Dijo lo mismo de Kyle— sonrió la rubia.
—Kyle sí fue tu novio.
—¡Eso no va al caso, má!— exclamó sintiendo sus mejillas coloradas. Suspiró tratando de relajarse aunque su preocupación empeoró cuando Leo dijo: "Hola señora, ¿le han dicho que se parece a Ariadna?"— Este es un mensaje de Iris...
—Ambas cosas suenan graecus— replicó la mujer en tono de sospecha—. Nada en tu contra, Leo.
—Mamá, sólo quería decirte que no creas en lo que digan los legionarios u Octavian. Los griegos no nos atacaron— confesó directamente mientras veía que la madre se sentaba tratando de asimilar las palabras—. No somos traidores, estamos en una misión... Una importante. ¿Está Aurora escuchando?
—No. Pero hija. Tiempo, tiempo, tiempo... Acabas de volver de una misión. ¿Griegos y traición? ¿Por eso hubo revueltas con algunos legionarios?
—Mami, nadie puede saber que hablé contigo... Pero te amo, no te preocupes que estoy con los mejores semidioses de la tierra.
—Ginevra, escucha lo que dices... ¿Cómo quieres que no me preocupe? ¡Dime algo, cariño!
—Oh, dioses... Estoy en una misión importante. Mi padre tiene un ojo puesto en ustedes... Sólo sigan su vida, las amo.
Parecía que Celia Paris trataba de replicar, aunque de repente el mensaje se cortó. Soltó un suspiro ahogado mientras tapaba su rostro con las manos.
Leo se fue en un gesto de darle tiempo a solas con la justificación de "El capitán debe dirigir el barco".
La chica subió a la cubierta y se reunió con los demás mientras el Argo II se posaba en medio de un campo de girasoles. Los remos se replegaron. La plancha descendió.
Percy la vio primero. La saludó con una sonrisa, aunque esta ladeó un poco al observar los rojos ojos de la muchacha, que trataban de ser escondidos al ponerse gafas de sol.
—¿Ginny? ¿Todo bien?— murmuró él acercándose con Annabeth a su lado.
—Sí, sí— sonrió ella—. Todo bien... ¿Hay algún plan?
—¡Bueno! Hablando de eso—Annabeth le arrebató a Piper el bollo de la mano y le dio un mordisco, pero a la hija de Afrodita no le molestó—. Aquí estamos. ¿Cuál es el plan?
—Quiero inspeccionar la carretera —dijo Piper McLean—. Quiero encontrar el letrero en el que pone: «Topeka 51» .
—No deberíamos estar lejos. Festo y yo hemos calculado el aterrizaje lo mejor que hemos podido. ¿Qué esperas encontrar en un indicador de distancia ?
Piper les habló del hombre vestido de morado con la copa en la mano que había visto en la daga. Ginny hizo sonar los huesos de sus manos con nerviosismo hasta que Percy la detuvo con un golpe. Ella sabía lo que continuaba después...
—¿Una camiseta morada? —preguntó Jason—. ¿Vides en el sombrero? Parece Baco.
—Dioniso —murmuró Percy—. Como hayamos venido hasta Kansas para ver al señor D...
—Baco no es tan malo —aclaró Ginevra—. No tengo ni idea de cómo sea Dionisio, pero Baco muy en el fondo tiene buen corazón. Aunque sus seguidoras no me caen muy bien... Un consejo: no le digan "Tipo del vino". Lo odia, si lo hacen... Perderán sus posibilidades de hallar amabilidad.
—Pero el dios es legal —continuó Jason—. Una vez le hice un favor en la tierra del vino.
Percy se quedó horrorizado.
—Lo que ustedes digan. Tal vez sea mejor en el lado romano. Pero ¿por qué iba a estar en Kansas? ¿No ha ordenado Zeus a los dioses que interrumpan todo contacto con los mortales?
Frank gruñó.
—Los dioses no han obedecido esa orden al pie de la letra —observó—. Además, si los dioses se han vuelto esquizofrénicos como Hazel dijo...
—Y Leo —añadió Leo.
Frank lo miró frunciendo el entrecejo.
—Entonces ¿quién sabe lo que está pasando con los dioses del Olimpo? Podría haber cosas muy feas ahí fuera.
—¡Suena peligroso! —convino Leo alegremente—. Bueno..., que se diviertan, chicos. Yo tengo que terminar las reparaciones del casco. El entrenador Hedge se puede encargar de las ballestas rotas. Y, ejem, Annabeth, no me vendría nada mal tu ayuda. Eres la única persona aparte de mí que entiende algo de ingeniería.
Annabeth miró con aire de disculpa a Percy.
—Tiene razón. Debería quedarme a ayudar.
—Volveré contigo —él la besó en la mejilla—. Te lo prometo.
—Creo que debería transformarme en un cuervo o en algo por el estilo y volar por la zona por si veo águilas romanas.
—¿Por qué un cuervo? —preguntó Leo—. Tío, si puedes convertirte en un dragón, ¿por qué no te conviertes en dragón cada vez que te toque hacerlo? Es lo que más mola.
A Frank se le puso la cara como si le estuvieran inyectando zumo de arándano.
—Eso es como preguntar por qué no levantas el máximo peso cada vez que haces pesas. Porque es difícil y te harías daño. Transformarte en dragón no es fácil.
—Ah —Leo asintió con la cabeza—. No lo sabía. Yo no levanto pesas.
—Sí. Pues tal vez debería planteárselo, señor...
Hazel se interpuso entre los dos.
—Yo te ayudaré, Frank —dijo, lanzando a Leo una mirada aviesa—. Puedo invocar a Arión y explorar por tierra.
—Claro —dijo Frank, sin dejar de mirar furiosamente a Leo—. Gracias.
Por un momento los ojos de los demás se quedaron observando a Ginevra, quien salió de su trance para balbucear: "Necesito intentar algo. Me quedo". Después de ello, nadie la cuestionó. Parecía ser importante lo que debía hacer.
—Tengan cuidado ahí fuera. Hay muchos campos y muchas cosechas. Podría haber karpoi sueltos.
—¿Karpoi? —preguntó Piper.
—Espíritus de los cereales —respondió Hazel—. Es mejor que no los conozcas.
—Entonces la búsqueda del indicador de kilómetros nos toca a nosotros tres — dijo Percy—. Jason, Piper y yo. No estoy mentalizado para volver a ver al señor D. Ese tío es un pelmazo. Pero si tú tienes buenas relaciones con él, Jason...
—Sí —dijo Jason—. Si lo encontramos, hablaré con él. Piper, es tu visión. Tú deberías ir primero.
—Por supuesto —dijo, tratando de mostrarse optimista—. Busquemos la carretera.
Los chicos se fueron y sólo quedaron griegos en el barco, pero a pesar de todo, Ginevra Paris no sentía temor alguno.
Llegó a su camarote para sacar la ficha de su bolsillo. Era la primera vez que un objeto se quedaba con ella luego de un sueño o visión, por lo que imaginó que era algo de suma importancia.
Se encomendó a Apolo antes de acostarse y cerrar los ojos. Esperaba tener la energía necesaria para llegar a su cometido.
Con mucha concentración en su meditación, logró caer en un estado de sueño. Esperó un momento tratando de no desesperarse o desconcentrarse ya que no podía salir de ese estado para lograr su cometido. Finalmente llegó a una etapa de separación. Abrió los ojos y se vio a si misma en el suelo... El espíritu de Ginevra se alejó rápidamente y comenzó su viaje.
Sabía a dónde tenía que ir. Nunca había estado en su mente aquella dirección, pero se dirigió allá. La separación había ayudado ya que podía andar mucho más rápido y sin obstáculos.
Estuvo mucho tiempo viajando (más de lo esperado), pero finalmente llegó a un bosque. Siguió hasta encontrar un árbol con un telar tejido de oro. Ese debía ser el lugar.
El paisaje se veía igual que las imágenes del barco. Se dirigió por allá con más tranquilidad y observó las muchas cabañas que se seguían unas a otras respetando un patrón, todas distintas entre sí y en medio una gran llamarada. Alrededor de esta fogata, habían algunos campistas con poleras naranjas del campamento Mestizo.
Ginny fue guiada por una fuerza a una jovencita de cabello rizado y pelirrojo. Ella estaba conversando junto a un hombre en silla de ruedas. La rubia se dedicó a escanear a aquella griega, de hecho, se dio un par de vueltas para observarla. ¿Por qué entre todas las personas debía dirigirse a ella?
La chica se despidió de aquel hombre y cuando quedó sola, Ginevra observó cómo los ojos de la pelirroja se ponían de un verde aún más intenso. Todo habría estado bien hasta que la grecus trató de agarrarle el brazo. Paris retrocedió con la respiración entrecortada.
"No debes estar aquí" sentenció la de cabello rizado para luego observar cómo Ginevra Paris cayó al suelo y entonces despertó.
Su mente estaba despierta en el barco, aunque no podía mover su cuerpo. Sus latidos estaban sin control y sentía el sudor en frío que caía por su cuello. Trató poco a poco de mover las partes de su cuerpo hasta que obtuvo todo el control. Aún se sentía rara y al cerrar los ojos veía una y otra vez aquella escena, pero no era lo que necesitaban.
Abrió la puerta de su habitación y se encontró con la sorpresa que los semidioses estaban por reunirse en el comedor. Salió de su habitación con las piernas tiritando y ropa limpia, para dirigirse a su asiento entre Percy y Hazel.
Piper comenzó a describir su conversación con Baco, la trampa que Gaia les había tendido y los eidolon que habían poseído a los chicos para terminar casi matándose entre ellos.
—¡Claro! —Hazel dio un manotazo en la mesa, y Frank se sobresaltó tanto que se le cayó el burrito que sostenía—. Eso mismo es lo que le pasó a Leo.
—Entonces no fue culpa mía —Leo exhaló—. No provoqué la Tercera Guerra Mundial. Simplemente me poseyó un espíritu malvado. ¡Es un consuelo!
—Pero los romanos no saben eso —dijo Annabeth—. ¿Y por qué iban a creernos?
—Podríamos ponernos en contacto con Reyna —propuso Jason—. Ella nos creería. Tú podrías convencerla, Pipes. Sé que podrías.
—Podría intentarlo —dijo sin demasiada convicción—. Pero por el que tenemos que preocuparnos es por Octavian. En la hoja de la daga lo vi haciéndose con el control del pueblo romano. No estoy segura de que Reyna pueda detenerlo.
—Ella tiene razón —dijo Frank—. Esta tarde, cuando estábamos explorando, hemos vuelto a ver águilas. Estaban muy lejos, pero se acercaban rápido. Octavian está en pie de guerra.
Hazel hizo una mueca.
—Es la oportunidad que Octavian ha deseado siempre. Intentará hacerse con el poder. Si Reyna se opone, él dirá que es blanda con los griegos. Respecto a las águilas... Pueden olernos— exclamó Ginny ocultando bajo la mesa sus manos y nerviosismo.
—Así es —dijo Jason—. Las águilas romanas pueden buscar a los semidioses por su olor mágico mejor aún que los monstruos. Este barco puede ocultarnos un poco, pero no del todo... al menos, no de ellas.
—Genial. Debería haber instalado una cortina de humo que hiciera que el barco oliese a una delicia de pollo gigante. Recordarme que la invente la próxima vez.
—Da igual —lo interrumpió Annabeth—. Lo importante es que nos va a costar explicarles la verdad a los romanos. Aunque nos creyeran...
—Tienes razón —Jason se inclinó hacia delante—. Deberíamos seguir avanzando. Cuando lleguemos al Atlántico, estaremos a salvo... Al menos de la legión.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó Piper—. ¿Por qué no iban a seguirnos?
Respondió Ginny con la voz temblorosa. —Ya oíste lo que Reyna dijo de las tierras antiguas. Son demasiado peligrosas. A los semidioses romanos les han prohibido ir durante generaciones. Ni siquiera Octavian podría sortear esa norma.
—Entonces, si vamos allí...
—Seremos fugitivos además de traidores —confirmó Jason—. Cualquier semidiós romano tendría derecho a matarnos nada más vernos. Pero yo no me preocuparía por eso. Si cruzamos el Atlántico, renunciarán a perseguirnos. Darán por supuesto que moriremos en el Mediterráneo: el Mare Nostrum.
—Entonces planifiquemos con antelación y asegurémonos de que no la palmamos —propuso Percy—. El señor D... Baco... ¿Tengo que llamarlo señor B ahora? El caso es que habló de los gemelos de la profecía de Ella. Dos gigantes. Oto y, esto, algo que empezaba por F.
—Efialtes —dijo Jason.
—Dos gigantes gemelos, como los que Piper vio en su daga... —Annabeth deslizó el dedo por el borde de su taza—. Recuerdo una historia sobre unos gigantes gemelos. Intentaron llegar al monte Olimpo apilando montañas.
Frank estuvo a punto de atragantarse.
—Estupendo. Unos gigantes que pueden usar montañas como bloques de construcción. ¿Y dices que Baco se cargó a esos tíos con una piña pinchada en un palo?
—Algo por el estilo —dijo Percy—. Creo que esta vez no deberíamos contar con su ayuda. Quería un tributo, y dejó muy claro que sería un tributo que no podríamos ofrecerle.
—No— soltó Ginevra. Todos aquellos ojos mirándola sólo le recordaban a aquella pelirroja que sí logró verla. Sintió que su presión bajaba mientras trataba de reformular su siguiente oración—. Quiero decir... Que es importante considerar que Baco ya había hecho esto antes y que... A fin de cuentas sí es la ayuda de un dios que tenemos a la mano y es mucho más de lo que nos han dado otros.
—Quiere a dos de nosotros —murmuró Piper luego del silencio—. Hoy, en la carretera, Gaia me dijo que necesitaba la sangre de dos semidioses: una chica y un chico. Me... me pidió que eligiera qué chico moriría.
Jason le apretó la mano.
—Pero ninguno de nosotros ha muerto. Nos has salvado.
—Lo sé. Es solo que... ¿Por qué iba a querer ella algo así?
Leo silbó bajito.
—Chicos, ¿Recuerdan la Casa del Lobo? ¿Y de nuestra princesa del hielo favorita, Quíone? Ella habló de derramar la sangre de Jason y dijo que mancharía el lugar durante generaciones. Tal vez la sangre de semidiós tenga algún poder.
—Oh...
Percy dejó caer su tercer trozo de pizza. Se recostó y se quedó mirando al vacío, como si el golpe que el caballo le había dado en la cabeza acabara de pasarle factura.
—Mal rollo—miró a los romanos—. ¿Se acuerdan de Polibotes?
—El gigante que invadió el Campamento Júpiter —dijo Hazel—. El enemigo de Poseidón al que le diste un porrazo en la cabeza con una estatua de Término. Sí, creo que me acuerdo.
—Tuve un sueño cuando volábamos a Alaska —dijo Percy—. Polibotes les decía a las gorgonas que quería que me hicieran prisionero pero que no me mataran. Decía: « Lo quiero ecandenado a mis pies para poder matarlo en el momento oportuno. ¡Su sangre regará las piedras del monte Olimpo y despertará a la Madre Tierra!» .
—¿Crees que los gigantes usarían nuestra sangre... la sangre de dos de nosotros...?
—No lo sé —contestó Percy—. Pero hasta que lo averigüemos, propongo que todos evitemos que nos capturen.
Jason gruñó.
—En eso estoy de acuerdo.
—Pero ¿cómo lo averiguamos? —preguntó Hazel—. La Marca de Atenea, los gemelos, la profecía de Ella... ¿Cómo encaja todo?
Annabeth pegó las manos al borde de la mesa.
—Piper, ¿le has dicho a Leo que ponga rumbo a Atlanta?
—Sí —respondió Piper—. Baco nos dijo que debíamos buscar a... ¿Cómo se llamaba?
—Forcis —apuntó Percy.
Annabeth se quedó sorprendida, como si no estuviera acostumbrada a que su novio tuviera respuestas. —¿Lo conoces?
Percy se encogió de hombros.
—Al principio no reconocí el nombre. Luego, cuando Baco mencionó el agua salada, se me encendió una bombilla. Forcis es un antiguo dios marino de antes de la época de mi padre. No he coincidido con él, pero supuestamente es hijo de Gaia. Sigo sin entender qué hará un dios del mar en Atlanta.
—Ni se te ocurra mencionarlo —murmuró Annabeth—. Se está haciendo tarde. Deberíamos irnos todos a dormir.
—Espera —dijo Piper—. Queda una última cosa. Los eidolon, los espíritus que poseyeron a Percy y a Jason. Siguen aquí, en esta habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top