5
EL ALMUERZO TRANSCURRIÓ COMO UN FUNERAL. Todo el mundo comía. La gente hablaba en susurros. Nadie parecía especialmente feliz. La Tercera Cohorte le hablaba a su Centurión como si fuera una despedida trágica. Hasta una persona le había dicho: "Espero que vayas a los campos de Elíseo".
Reyna hizo un breve discurso deseándoles suerte. Octavian deshilachó un peluche y pronunció unos augurios con voz grave, pero que describían un campamento salvado por un héroe inesperado (que tenía las iniciales OCTAVIAN). Entonces los demás campistas continuaron con sus clases vespertinas: lucha de gladiadores, clases de latín, paintball con lares, entrenamiento en águila, y otras docenas de actividades que sonaban mejor que una misión suicida.
Ginevra se había largado para hacer su mochila, sin saber que Reyna le acompañaba en ese momento.
—Debes prometerme que te cuidarás.
—¿Bromeas, Ávila? Ya no somos unas niñitas, no necesito que me salves de las furias— rió la rubia restándole importancia al asunto—. Ya he ido en misiones y todo ha salido bien, verás que volveré con todos mis cabellos.
—Ginna. Estoy hablando enserio... N-No creo ser capaz de perder otra hermana.
Ginevra se volteó. Era muy difícil que Reyna se abriera así, incluso para su mejor amiga. Sabía que había sufrido la separación con Hylla, que la desaparición de Jason le había dolido. Ginny había llegado justo en el momento después que las Ramirez-Arellano se habían ido por caminos distintos, y en ese momento, ellas se habían hecho hermanas.
—Reyna, te prometo por la laguna Estigia que volveré— sonrió la rubia tratando de transmitirle confianza, y al mismo tiempo, esperando que en sus ojos no se viera cuán quebrada se sentía en ese momento.
Esta era una promesa inquebrantable. Y parecía ser lo que Reyna necesitaba escuchar en aquel momento, porque asintió suspirando.
Metió en su mochila ropa limpia, además de un poco de néctar, ambrosía, gominolas, un poco de dinero mortal y cosas para acampar.
Después de ello, la morena le había llevado en su pegaso al encuentro con los otros semidioses. La rubia observó Nueva Roma. Un paraíso seguro donde los semidioses podían construir sus vidas, su madre vivía ahí, en compañía de su hermana pequeña, también hija de Apolo. Ese era su hogar, y haría lo posible para salvarlo, a toda costa.
Ginny se despidió y corrió al encuentro con los otros tres. Saludó rápidamente a los chiquillos y una voz familiar dijo:
—Identificación por favor.
Una estatua de Término apareció en la cresta de la colina. La cara de mármol del dios frunció el cejo, irritado.
—¿Y bien? ¡Acercaos!
—¿Tú otra vez? —preguntó Percy—. Creía que sólo protegías la ciudad.
Término bufó.
—Encantado de verle de nuevo, Don Desprecia-Normas. Normalmente, sí, protejo la ciudad, pero para asuntos internacionales, me gusta proveer de seguridad extra las fronteras del campamento. Ahora, acércate, para que pueda cachearte.
—Pero si no tienes...—Percy se detuvo—. Ah, claro.
Se colocó delante de la estatua. Término le hizo un cacheo mental.
—Pareces estar limpio—decidió Término—. ¿Algo que declarar?
—Sí—dijo Percy—. Declaro que esto es estúpido.
—¡Jum! Tabla de probatio: Percy Jackson, Quinta Cohorte, hijo de Neptuno. De acuerdo, ve. Hazel Levesque, hija de Plutón. De acuerdo. ¿Alguna incidencia que declarar? ¿Piedras preciosas o algo?
—No—murmuró.
—¿Estás segura? —preguntó Término—. Porque la última vez...
—¡No!
—De acuerdo, de acuerdo—dijo el dios—. ¡Héroes! Siempre van con prisa. Ahora, veamos. Ginevra Paris. Centurión, hija de Apolo y legado de Venus. ¿Cómo está tu abuela, eh?
—De la última vez que supe, conquistando el amor, supongo...
—Ah, Venus... Adorable como siempre. Y, Frank Zhang. ¡Anda! ¡Centurión! Bien hecho, Frank. Y ese corte de pelo es reglamentariamente perfecto. ¡Lo apruebo! Puedes marchar, Centurión Zhang. ¿Alguna ayuda que pueda proporcionaros? Id a la BART—dijo Término, ignorándoles—. Cambiad de tren en la Duodécima Calle de Oakland. Id a la Estación Fruitvale. Desde allí, podéis ir caminando o coger un autobús hasta Alameda.
—¿No tienen ningún tipo de tren mágico o algo? —preguntó Percy.
—¡Trenes mágicos! —gruñó Término—. Lo próximo será tu propia pista de seguridad y un pase a la zona de primera clase. Lo único que tenéis que hacer para viajar cómodamente es apartaros de Polibotes, hablando de saltanormas. Ojalá pudiera destrozarle con mis manos desnudas.
—¿Quién?
Términos puso una expresión de tensión, como si estuviera flexionando sus bíceps inexistentes.
—Bueno, id con cuidado. Creo que puede oler a un hijo de Neptuno a kilómetros. Ahora, iros. ¡Buena suerte!
Una fuerza invisible les hizo cruzar la frontera.
—¿Alguna idea de lo que hablaba Término? "Vigilad con... ¿Politíco?".
—Po-li-bo-tes... —Hazel pronunció el nombre con cuidado—. Nunca había oído hablar de él.
—Suena griego.
—Eso lo aclara todo—suspiró Percy—. Bueno, probablemente hayamos aparecido en el radar olfativo de cualquier monstruo cercano. Será mejor que nos movamos.
Tardaron dos horas en llegar a los muelles de Alameda. No les atacaron los monstruos.
Ginny tenía su carcaj y arco colgado en su espalda, se camuflaba entre la mochila y su largo cabello rubio. Frank había traído su lanza, su carcaj y su arco en una bolsa de esquíes. La espada de Hazel estaba enrollada en un saco de dormir a su espalda. Los cuatro parecían unos estudiantes normales de camino a unas convivencias con el colegio.
Caminaron por la Estación Rockridge, compraron sus billetes con dinero mortal y se metieron en el tren. Salieron de Oakland. Tuvieron que caminar por algunos barrios bajos, pero nadie les molestó. Los cuatro de una forma u otra habían sido entrenados para parecer viles.
Lupa le había ayudado personalmente a Ginevra para que su mirada lobuna le hiciera entender cosas a las personas, ahora llevaba una mirada que decía: Si crees que soy mala, soy peor que eso.
Al anochecer, llegaron a los muelles en Alameda.
Docenas de barcos estaban atracados en los muelles, yates y barcas de pesca. Oteó los muelles en busca de un tipo de embarcación mágica, un trirreme, quizá, o un barco de guerra con forma de dragón como el que había visto en sus sueños semanas atrás.
—Eh... chicos, ¿qué estamos buscando?— preguntó Percy.
Ginny, quien no había reproducido un sonido en toda la caminata, apuntó directamente al final del muelle. Había una pequeña barca, una lancha a motor, cubierta con una lona morada. Bordada con oro por la lona había las letras SPQR.
—Imposible.
El hijo se Neptuno descubrió el barco, con sus manos desatando los cabos como si lo hubiera estado haciendo durante toda la vida. Debajo de la lona había una pequeña lancha metálica sin remos. El barco había sido pintado de azul oscuro a un lado, pero el casco estaba tan oxidado de alquitrán y sal que parecía un naufragio.
En proa, el nombre Pax aún era legible, pintado con oro. Unos ojos pintados miraban con expresión triste desde el nivel del mar, como si el barco estuviera a punto de dormirse. A bordo había dos bancos, algunos taburetes metálicos, un viejo refrigerador y un montón de cabo con un extremo atado al muelle. Al final del barco, una bolsa de plástico y un par de latas de Cola flotaban en varios charcos de agua putrefacta.
—He aquí—dijo Frank—, la grandiosa marina romana.
—Tiene que haber un error—dijo Hazel—, esto es un cascarón.
—Es lo que hay...— suspiró la rubia sabiendo que era lo único que tenían en ese momento.
El Pax seguía siendo un barco. Jackson subió a bordo y el casco se hundió bajo sus pies, respondiendo a su presencia. Reunió la basura en el refrigerador y lo puso en el muelle. Ordenó que el agua putrefacta fluyera fuera del barco. Entonces señaló al taburete metálico y éste voló por el suelo, fregándose y limpiándose tan rápido, que el metal comenzó a humear. Cuando estuvo listo, el barco estaba impoluto. Percy señaló la cuerda, y se desató del muelle por sí sola.
No había remos, pero no importaba.
—Esto es todo mío—dijo—. Suban.
Cuando se hubieron sentado en sus asientos, Percy se concentró, y el barco salió del muelle.
Dirigió el barco al norte, y en poco tiempo estuvieron navegando a quince nudos, yendo hacia el puente del Golden Gate.
—Debo admitir que me impresionas, Percy Jackson— murmuró Ginna.
—¿Es así?
La rizada y el hijo de Marte se habían sumido en una conversación, por lo que Ginny aprovechó para hacer lo mismo.
—Nunca conocí a alguien como tú. He de admitir que eso me genera incertidumbre. No puedo leerte— confesó Ginevra.
—¿A qué te refieres con leerme?
—Hay cosas que no dicen las personas, que hacen inconscientemente, que se les escapa... Como legado de Venus, he podido persuadir a la gente para que me diga esas cosas. Es fácil leerlas así. Pero estar frente a una persona, que irradia un aura poder desconocido, y que no tiene memoria, es como un libro que fue quemado y sólo quedan páginas de relleno.
—Si tú estás así, imagina cómo me siento.
Se quedaron en silencio un momento, hasta que él volvió a hablar. —¿Tienes madre?
—Oh, ¿ya nos estamos abriendo así? Pensé que aguardaríamos a una situación de peligro mortal...— dijo la chica, aunque sonrió por la cara que puso el de cabello negro— Bromeo, bromeo. Mi madre es hija de Venus, ella vive en Nueva Roma junto con mi hermana... Pensar que el campamento y la ciudad pueden ser destruidos, tiene un significado distinto para mi.
—Lo imagino... ¿Tu hermana también es semidiosa?
Ginna pensó un momento. La vibra de Percy le hacía confiar. Podía saber de lo poco que entendía que él era una persona justa y leal. La sonrisa de la de ojos verdes se volvió nostálgica, como si añorara estar junto a su familia. —Ella también es hija de Apolo... Me sorprende que él volviera a mi madre—— ¡Digo! Mi mamá es maravillosa, pero no es común esto entre los dioses, pero la verdad trato de no pensar mucho en eso. ¿Recuerdas algo de tu vida?
—No... Es frustrante. No recuerdo a mi madre, ni mis gustos. Sólo a... Ella.
Después de eso, Percy le explicó a Ginevra lo que sabía. Y que también pensaba en ella como una persona en la que podía confiar.
Tenía los ojos fijos en la costa. Cuando pasaron Stinson Beach, señaló hacia tierra, donde una montaña solitaria se alzaba por encima de las colinas verdes.
—Me es familiar—dijo.
—El Monte Tam—dijo Frank—. Los chicos del campamento siempre están hablando de ello. Una gran batalla sucedió en la cima, en la vieja base del titán.
Percy frunció el ceño.
—¿Estuvo alguno allí?
—Eso fue en agosto, antes de que...— decía Hazel— eh... llegara al campamento. Jason me habló de ello. La legión destruyó el palacio enemigo y como a un millón de monstruos.
—Yo estuve ahí— musitó Ginny—. Hubo muchas bajas... Jason luchó mano a mano contra Críos el titán. No fue nada fácil, el aura que había en ese momento es como si hubieran abierto el pithos... De Pandora— sabía que no iban a entender lo que significaba al 100% ya que era una leyenda griega, pero era tal cual como lo recordaba—. A pesar que los semidioses presentes luchaban con todas sus fuerzas, al ver caer a sus hermanos, compañeros, amigos... Comenzaban a sentirse desesperados, tristes, irracionales. Con el frenesí de lo que sucedía, actuaban con imprudencia. Fue una bendición de los dioses que logramos vencer a aquellos monstruos y sobrevivir.
Después de ello, continuaron en silencio, cada uno pensando en lo suyo. Ginevra nuevamente sentía frustración por las visiones que no podía controlar. Supo mucho tiempo antes lo que iba a pasar, y lo preveyó, no pudo hacer hacer nada para salvar a aquellos jóvenes que murieron. Pero no podía seguir mirando en el pasado, no estando en una misión tan importante como esta.
Siguieron navegando hasta que llegaron a tierra. Se detuvieron porque de un momento a otro, Hazel se había desvanecido y no podían hacerla despertar. Habían estado unos cuantos minutos tratando de hacer algo, hasta que ella despertó.
Estaban en un acantilado por encima de una playa. A unos cincuenta metros por debajo el océano brillaba con la luz de la luna. Las olas golpeaban contra el casco de su barco en la playa.
—¿Dónde estamos? —preguntó la rizada.
Frank suspiró.
—¡Gracias a los dioses que te has despertado! Estamos en Mendocino, alrededor de unas ciento cincuenta millas al norte del Golden Gate.
—¿Unas ciento cincuenta millas? —gimió Hazel—. ¿He estado así tanto rato?
Percy se arrodilló detrás de ella, con el aire marino haciendo ondear su pelo. Puso su mano en su frente como si estuviera comprobando su temperatura.
—No podíamos despertarte. Finalmente decidimos traerte a la costa. Creímos que estarías mareada...
—No estaba mareada—respiró hondo— No he sido sincera con ustedes. Lo que me ha pasado ha sido un desvanecimiento. Tengo uno cada equis tiempo.
—¿Un desvanecimiento? —Frank cogió la mano de Hazel—. ¿Es médico? ¿Porqué no lo he notado hasta ahora?
—He intentado esconderlo—confesó—. He tenido mucha suerte, pero se está poniendo peor. No es médico... no del todo. Nico dice que es un efecto secundario de mi pasado, del lugar en el que me encontró.
Los ojos verdes intensos de Percy eran difíciles de leer. No pudo saber si estaba preocupado o precavido.
—¿Dónde te encontró exactamente Nico?.
—Les explicaré—les prometió. Arañó su mochila—. ¿Hay algo de beber aquí?
—Sí—. Percy murmuró una maldición en griego—. Dioses, qué tonto he sido. Me he dejado las cosas en el barco.
—Iré a por ellas— comenzó a caminar Ginny.
—Acompaño a Ginevra, ustedes dos se quedan aquí. Vuelvo enseguida.
—¿Estás seguro? —dijo Hazel débilmente—. No quiero que...
—Está bien—dijo Percy—. Frank, abre los ojos. Hay algo sobre esta paz... No sé.
Cuando Percy Jackson llegó a su lado, Ginny suspiró. Sabía que iba a preguntar algo, pero esperaba tener la respuesta adecuada.
—Como hija de Apolo, ¿tienes dotes medicinales? ¿puedes saber qué es lo que tiene Hazel?
—Yo sospecho de algo, pero no estaré segura hasta que ella nos diga algo. Aunque si fuera necesario, puedo hacer algo para ayudar...
—Genial. Y... ¿Cómo lo haces? ¿Tus manos brillan y ocupas la magia del sol para sanar a las personas o algo así?
—Eres una persona muy creativa, claro está. Dejaré que ocupes tu imaginación.
—¿Cantas para sanar a las personas? ¿Como una princesa de Disney? ¡Como Rapunzel, eres igualita!
—Si sigues así, te maldeciré como a Octavian, no dudaré en ello.
—Oh no, me maldecirá con sus horribles Haikus— se burló con confianza Percy. Y la verdad, si sonaba gracioso, por lo que Ginny lo dejó pasar y sacaron las cosas.
Cuando volvieron, pudo ver a Frank desesperado. Él les explicó la situación, que una fuerza se había llevado a Hazel. Gracias a los gritos de la morena, pudieron encontrarla rápidamente.
Ginevra, Frank y Percy irrumpieron en el claro y comenzaron a masacrar cada karpos, monstruitos de maíz, que encontraron en su camino. Ginny disparaba flechas a Cebada que se convirtió en semillas. Percy clavó a su espada, Contracorriente, a través de Sorgo que se convirtió en un montón de semillas de mijo. Hazel saltó y se unió a la batalla. En unos minutos, los karpoi habían sido reducidos a montones de semillas y distintos cereales de desayuno. Trigo comenzó a reagruparse, pero Percy sacó un mechero de su mochila y encendió una llama.
—¡Inténtenlo! —les advirtió—, y reduciré este campo a cenizas. Quédense muertos. ¡Aléjense de nosotros, o la hierba cargará con la culpa!
—¡Háganlo! ¡Está muy loco!
Los restos de los karpoi parecieron sentir miedo a esta amenaza, porque después de ello, se fueron con el viento.
Los semidioses se tranquilizaron al no tener enemigos a la vista.
—Gracias por gritar. No podríamos haberte encontrado si no lo hubieras hecho. ¿Cómo has podido mantenerlos a raya tanto tiempo?
Señaló la roca.
—Un grandioso montón de esquisto.
—Chicos—les llamó Frank desde la roca—. Tienen que ver esto.
Los tres subieron para reunirse con él. En cuanto Ginevra vio lo que estaba viendo el chico, contuvo el aliento.
—Percy, sin luz. ¡Baja tu espada!
—¡Esquisto! —tocó la punta de su espada, y Contracorriente se convirtió en un bolígrafo.
Por debajo de ellos, un ejército se movía. El campo acababa en un barranco poco profundo, dónde una carretera comarcal iba de norte a sur. En el lado opuesto a la carretera, unas colinas llenas de hierba decoraban el horizonte, vacías de civilización excepto por una pequeña tienda en la cima de la colina más cercana.
El barranco entero estaba lleno de monstruos, columna tras columna marchando hacia el sur, tantos y tan cerca...
Los cuatro se agacharon contra la roca. Vieron expectantes como una docena de gigantescos y peludos humanoides pasaban, vestidos con partes de despedazadas armaduras y piel animal. Las criaturas tenían seis brazos cada uno, tres sobresaliendo de cada lado, por lo que parecían hombres de las cavernas evolucionados de insectos.
—Gegenes—susurró Ginny—. Nacidos de la Tierra.
—¿Han luchado contra ellos antes? —preguntó Percy.
Hazel negó con la cabeza.
—Sólo hemos oído hablar de ellos en las clases de monstruos en el campamento.
—Los nacidos de la Tierra lucharon contra los argonautas—explicó Ginevra—. Y esas cosas detrás de ellos...
—Centauros—dijo Percy—. Pero esto no está bien. Los centauros son buenos tipos.
Frank hizo un sonido asfixiante.
—Eso no es lo que nos han enseñado en el campamento. Los centauros están locos y siempre se emborrachan y matan héroes.
—¿Se supone que deben tener cuernos?
—Quizá sea una raza especial—dijo Frank—. No vamos a preguntarles.
Percy miró más allá de la carretera y su cara se volvió aún más blanca.
—Dioses... cíclopes.
Efectivamente, avanzando pesadamente detrás de los centauros había un batallón de ogros uni-ojos, ambos machos y hembras de unos cinco metros de alto, vistiendo armaduras improvisadas con metales de una chatarrería. Seis de los monstruos eran tan grandes como unos bueyes, arrastrando una torre de abordaje con una gigantesca ballesta de escorpión.
Percy se agarró los lados de la cabeza.
—Cíclopes y centauros. Esto está mal, muy mal.
El ejército de monstruos era demasiado grande para hacer que cualquiera perdiera las esperanzas, pero Ginny se dio cuenta de que algo más pasaba con Percy. Estaba pálido y parecía mareado a la luz de la luna.
—Necesitamos devolverle al barco. El mar le hará sentirse mejor.
—Por supuesto—dijo Frank—. Hay demasiados de ellos. El campamento... tenemos que advertirles.
—Lo saben—gimió Percy—. Reyna lo sabe.
—Vamos—les urgió sosteniendo por los hombros a Jackson—. Vamos a...
Y después de eso, Ginna se quedó sin habla.
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