3

GRACIAS A LOS DIOSES Frank había llegado con rapidez y pudieron llevar a Jason a un lugar seguro para ser atendido.
Antes no habían sido tan necesarias sus habilidades medicinales como hija de Apolo, pero en este momento TODO servía, incluso la canción de cuna que su madre le hizo aprender de pequeña. (Que en realidad era una oda a Apolo para pedir una bendición).

Ahora Jason podía caminar y hacer reuniones como antes, pero Piper tenía una corazonada de que él no se sentía realmente como decía sentirse y eso le hacía tener un enfoque especial en lo que Grace ejecutaba en el día.
En ese momento, estaban esperando que los demás llegaran para una reunión. La rubia estaba sentada entre el hijo de Jupiter y Hazel Levesque.

—Grace, estás pálido. ¿Tomaste la infusión que te preparé?

—Claro que sí, Ginn. Ya te lo dije dos veces antes.

—¿Se bebió la infusión, Piper?

—No lo hizo, Ginny —suspiró la morena con una sonrisa. Cuando ellas se hablaban entre sí de esa forma, Jason respondía como un niño pequeño. Casi siempre soltaba un: "Deja de acusarme, Pipes".

—¡Piper!

—Lo siento —alzó las manos ella—. Pero deber hacerle caso a la doctora Paris.

En ese momento escuchó unos gritos.
Después de que el entrenador Hedge partiera de viaje por las sombras, Leo había decidido que su mesa de tres patas podía hacer de «acompañante adulto» igual de bien. Había revestido el tablero de Buford con un pergamino mágico que proyectaba una diminuta simulación holográfica del entrenador Hedge. Mini Hedge se paseaba dando fuertes pisotones encima de Buford y decía cosas al azar como: « ¡BASTA YA!» , « ¡VOY A MATARLOS!» y el famosísimo « ¡PÓNGANSE ALGO DE ROPA!» .
Ese día Buford estaba manejando el timón. Si las llamas de Festo no ahuyentaban a los monstruos, el holograma de Hedge que proyectaba Buford sin duda lo haría.

—¿Qué tal, chicos? —entró Leo sin prisa en el comedor—. ¡Sí, señor, brownies!

Tomó el último; una receta especial elaborada con sal marina que habían aprendido de Afros, el ictiocentauro que vivía en el fondo del océano Atlántico.

Sonaron interferencias por el intercomunicador. El mini Hedge de Buford gritó por los altavoces:
—¡PÓNGANSE ALGO DE ROPA!

Todos se sobresaltaron. Hazel acabó a un metro y medio de Frank. Percy echó sirope en su zumo de naranja. Jason se puso su camiseta retorciéndose, y Frank se transformó en bulldog.

Piper lanzó una mirada asesina a Leo.
—Creía que te ibas a deshacer de ese estúpido holograma.

—Eh, Buford sólo está dando los buenos días. ¡Le encanta su holograma! Además, todos echamos de menos al entrenador. Y Frank es un bulldog muy mono.

Frank se convirtió otra vez en un chico chino-canadiense robusto y gruñón. —Siéntate, Leo. Tenemos cosas de que hablar.

Leo se apretujó entre Jason, Ginny y Hazel. Supuso que eran los que menos probabilidades tenían de darle un guantazo si contaba chistes malos.

—Bueno... —Jason hizo una mueca al inclinarse hacia delante—. Vamos a seguir en el aire y a echar anclas lo más cerca posible de Olimpia. Está más hacia el interior de lo que me gustaría (a unos ocho kilómetros), pero no tenemos muchas alternativas. Según Juno, tenemos que encontrar a la diosa de la victoria y, ejem, someterla.

Se hizo un silencio incómodo alrededor de la mesa.
Con las nuevas cortinas que tapaban las paredes holográficas, el comedor estaba más oscuro y lúgubre que antes, pero era inevitable. Desde que los Cercopes, los traviesos enanos gemelos, habían provocado un cortocircuito en las paredes, las imágenes de vídeo en tiempo real del Campamento Mestizo se volvían borrosas y daban paso a primerísimos planos de enanos: patillas pelirrojas, orificios nasales y malos arreglos dentales. Algo así no era de ayuda cuando intentabas comer o mantener una conversación seria sobre el destino del m undo.

Percy bebió un sorbo de su zumo de naranja con sabor a sirope. No pareció que le desagradase.
—Me parece bien luchar contra una diosa de vez en cuando, pero ¿Niké no es de las buenas? Personalmente, me gusta la victoria. Nunca me canso de ella.

Annabeth tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—Sí que parece raro. Entiendo que Niké esté en Olimpia: es el hogar de las Olimpiadas y todo eso. Los contrincantes se sacrificaban por ella. Griegos y Romanos la adoraron durante unos mil doscientos años, ¿no?

—Casi hasta el final del Imperio romano —convino Ginevra tratando de ignorar el hecho de estar apretada entre sus amigos habiendo más asientos—. Los romanos la llamaban Victoria, pero prácticamente era igual. Todo el mundo la adoraba. ¿A quién no le gusta ganar? No sé por qué tenemos que someterla.

Jason frunció el entrecejo. Una voluta de humo salió de la herida que tenía debajo de la camiseta.
—Lo único que yo sé... es que el demonio Antínoo dijo: «La victoria está desenfrenada en Olimpia» . Juno nos advirtió que no podríamos cerrar la brecha entre griegos y romanos a menos que venciéramos a la victoria.

—¿Cómo vencemos a la victoria? —se preguntó Piper—. Parece uno de esos enigmas imposibles de resolver.

—Como hacer volar las piedras o comer solo un Fonzie —dijo Leo. Se metió un puñado de aperitivos italianos en la boca.

Hazel arrugó la nariz.
—Esas cosas te van a matar.

—¿Estás loca? Tienen tantos conservantes que viviré eternamente. Pero volviendo a lo de la diosa de la victoria, tan famosa y estupenda... ¿No se acuerdan de cómo son sus hijos en el Campamento Mestizo?

Ginevra, Hazel y Frank no habían pisado el Campamento Mestizo, pero los demás asintieron seriamente.
—Tiene razón —dijo Percy—. Los chicos de la cabaña diecisiete son supercompetitivos. Cuando tienen que atrapar la bandera, son casi peores que los hijos de Ares. Sin ánimo de ofender, Frank.

Frank se encogió de hombros.
—¿Estás diciendo que Niké tiene un lado oscuro?

—Desde luego sus hijos lo tienen —dijo Annabeth—. Nunca rechazan un desafío. Tienen que ser los primeros en todo. Si su madre es igual de vehemente...

—Para el carro —Piper puso las manos sobre la mesa como si el barco se estuviera balanceando—. Chicos, todos los dioses se debaten entre su lado griego y su lado romano, ¿no? Si Niké está en la misma situación y es la diosa de la victoria...

—Tendrá un buen conflicto —dijo Annabeth—. Querrá que un lado o el otro gane para poder declararse vencedora. Estará luchando contra sí misma en sentido literal.

—Pero no queremos que gane un lado o el otro. Tenemos que juntar a griegos y romanos en el mismo equipo.

—Tal vez ese sea el problema —opinó Ginn—. Si la diosa de la victoria está desenfrenada, debatiéndose entre griegos y romanos, puede que impida que unamos los dos campamentos.

—¿Cómo? —preguntó Leo—. ¿Empezando una guerra en Twitter?

Percy clavó el cuchillo en sus tortitas.
—A lo mejor es como Ares. Ese tío es capaz de provocar una pelea solo con entrar en una habitación llena de gente. Si Niké emite vibraciones competitivas o algo por el estilo, puede empeorar mucho la rivalidad entre griegos y romanos.

Frank señaló a Percy.
—¿Te acuerdas del viejo dios marino de Atlanta, Forcis? Dijo que los planes de Gaia siempre tienen muchas capas. Esto podría formar parte de la estrategia de los gigantes: mantener los dos campamentos divididos, mantener a los dioses divididos. Si es el caso, no podemos permitir que Niké nos ponga a unos contra los otros. Deberíamos mandar un destacamento de desembarco compuesto por cuatro personas: dos griegos y dos romanos. El equilibrio podría ayudar a mantenerla estable.

—Creo que Frank tiene razón —dijo Annabeth—. Un grupo de cuatro. Tendremos que elegir con cuidado quién va. No nos conviene hacer algo que vuelva a la diosa más, ejem, inestable.

—Yo iré —dijo Piper—. Puedo usar mi embrujahabla.

Las arrugas de preocupación se acentuaron alrededor de los ojos de Annabeth.
—Esta vez no, Piper. Niké se caracteriza por su espíritu competitivo. Y Afrodita también, a su manera. Creo que Niké podría verte como una amenaza.

Las palabras de Annabeth no parecieron ofenderla. Piper se limitó a asentir y echó un vistazo al grupo.
—¿Quién debería ir, entonces?

—Jason y Percy no deberían ir juntos —se adelantó Ginevra—. Ya sea Júpiter y Neptuno o Zeus y Poseidón siempre será igual: mala combinación. Niké podría hacer que se pelearan fácilmente.

Percy le dedicó una sonrisa de soslayo.
—Sí, no podemos tener otro incidente como el de Kansas. Podría matar a mi hermano Jason.

—O yo podría matar a mi hermano Percy —dijo Jason afablemente.

—Eso demuestra que tenemos razón —dijo Annabeth—. Tampoco deberíamos ir Frank y yo juntos. Marte y Atenea serían una combinación igual de mala. Apolo no tiene conflicto con ningún dios en este barco, sería seguro que fuera Ginny.

—Vale —intervino Leo—. Entonces iremos Percy y yo en representación de los griegos. Y Frank y Ginny, de los romanos. No me digan que no es el equipo no competitivo ideal.

La rubia tragó mientras sentía como inconscientemente comenzaba a hacer sonar los huesos de sus manos. Parecía una misión segura, pero sentía algo raro al estar con Leo. No sabía si él había notado que ella sentía cosas por él. Pero Valdez quería que todo fuera normal y ese era el problema, por lo que en cada ocasión que estaban solos, se tensaba.
Y eso podría ser un punto perjudicial al estar frente a la diosa.

Annabeth y Frank se cruzaron unas miradas dignas del dios de la guerra.
—Podría dar resultado —decidió Frank—. Ninguna combinación va a ser perfecta, pero Poseidón, Hefesto, Apolo y Marte... No veo ningún gran antagonismo.

Hazel deslizó su dedo por el mapa de Grecia.
—Ojalá hubiéramos podido cruzar el golfo de Corinto. Esperaba que pudiéramos visitar Delfos y recibir algún consejo. Además, el camino alrededor del Peloponeso es muy largo.

—Sí —a Leo se le cayó el alma a los pies cuando vio todo el litoral que les quedaba por recorrer—. Ya es 22 de julio. Contando hoy, solo faltan diez días para que...

—Lo sé —dijo Jason—. Pero Juno fue muy clara. El camino más corto habría sido un suicidio.

—Y en cuanto a Delfos... —Piper se inclinó hacia el mapa. La pluma de arpía azul que llevaba en el pelo se balanceó como un péndulo—. ¿Qué pasa allí? Si Apolo ya no tiene su oráculo...

Percy gruñó.
—Probablemente tenga algo que ver con el repelente de Octavian. A lo mejor se le daba tan mal adivinar el futuro que ha acabado con los poderes de Apolo.

—No me da risa —rodó los ojos Ginny, aunque lo menos que se veía en ella era enojo—. Papá dijo que no estaba de acuerdo con las acciones de Octavian... Todavía creo que como Pretor debes mandarle a freír espárragos, Frank.

Jason esbozó una sonrisa, aunque tenía los ojos empañados por el dolor.
—Con suerte encontraremos a Apolo y a Artemisa. Entonces se lo podrás decirle personalmente. Juno dijo que los mellizos podían estar dispuestos a ayudarnos.

—Mi padre siempre está dispuesto a ayudar —sonrió con orgullo la ojiverde.

—De las formas más raras —acotó Percy—. ¿Recuerdas a Fred, Annabeth?

Ambas rubias en simultáneo rodaron los ojos ante la broma de Jackson. Obviamente por razones distintas, pero igual fue raro que se diera en el momento.

—Muchas preguntas sin responder —murmuró Frank mirando al cielo—. Muchos kilómetros por recorrer hasta que lleguemos a Atenas.

—Lo primero es lo primero —dijo Annabeth—. Tienen que encontrar a Niké y averiguar cómo someterla... sea lo que sea a lo que Juno se refería. Sigo sin entender cómo se vence a una diosa que controla la victoria. Parece imposible.

Leo empezó a sonreír. No pudo evitarlo. Sí, solo tenían diez días para impedir que los gigantes despertasen a Gaia.
Sí, él podía morir antes de la hora de la cena. Pero le encantaba que le dijesen que algo era imposible. Era como si alguien le diese una tarta de limón y merengue y le dijese que no la lanzase. Simplemente no podía resistir el desafío. (Y eso era precisamente una de las cosas que a Ginevra le gustaba de él).

—Eso ya lo veremos —se puso en pie tropezando con la silla de Paris—. Voy a por mi colección de granadas. ¡Los veré en la cubierta!

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