3

GINNY NO PODÍA CREER lo que estaba sucediendo.
Justo hace un momento, se habían aturdido sus oídos porque el enano había tirado una bomba mágica de Leo.

—Era una de mis músicas de Apolo... —murmuró Valdez.

—¿¡Qué se supone que quiere decir eso!? —se quejó Ginevra mientras se levantaba del suelo.

—¿¡Crees que es momento de preguntar esas cosas, Rapunzel!? —lo evitó Leo mientras batallaba para que no le quitaran su cinturón de herramientas. Aunque no resultó bien.

Jason ya estaba en pie, tropezando y chocándose contra objetos. Frank se había transformado en un gorila adulto (no estaban seguros del motivo: ¿tal vez para comunicarse con los enanos simios?), pero la granada le había dado de lleno. Estaba tumbado en la cubierta con la lengua fuera y los ojos de gorila en blanco.

—¡Piper!
Jason se dirigió al timón tambaleándose y le quitó con cuidado la mordaza de la boca.

—¡No malgastes el tiempo conmigo! —dijo—. ¡Ve a por ellos!

—Yo les ayudo a ellos, ¡vayan, vayan, vayan! —ordenó la rubia para luego empezar a desatar a McLean.

—¡Mmmmmm! —farfulló el entrenador Hedge en el mástil. Supusieron que significaba «¡Mátalos!» Una traducción fácil de adivinar, considerando que la mayoría de las frases del entrenador contenían la palabra « matar».

Cuando Ginevra volvió para ayudar a Frank, se encontró con que el chico estaba transformado en una serpiente. Sabía que era él... Pero odiaba las serpientes. Cuando lo vio casi se desmayó.
Había gritado tan fuerte que el entrenador quiso presenciar pensando que había una lucha... Y después trató de separar a Zhang. Menos mal él cambió de forma antes que eso sucediera.

—¡No puedes hacer eso, Frank! ¡Casi me da un paro cardíaco! Por las liras de Apolo...

—No fue mi intención... Lo siento Ginn.

Después de lo sucedido, esperaron que Leo y Jason volvieran. Aunque no fue mucho lo que se demoraron, la rubia estaba impaciente. Seguían pasando las horas y ella no sabía lo que sucedería.

Los "griegos" les explicaron que hicieron un trato con los enanos y ahora ellos estaban en camino para frustrar el camino de Octavian y sus secuaces.

Ahora, el Argo II estaba atracado en un concurrido muelle. A un lado se extendía un canal de navegación de aproximadamente medio kilómetro de ancho. Al otro se abría la ciudad de Venecia: tejados de tejas rojas, cúpulas metálicas de iglesias, torres con chapiteles y edificios blanqueados por el sol con los colores de las tarjetas de San Valentín: rojo, blanco, ocre, rosa y naranja.

Donde deberían haber estado las calles, los canales verdes se abrían paso entre los barrios, todos atascados por las lanchas motoras. A lo largo de los muelles, las aceras estaban atestadas de turistas que compraban en los puestos de camisetas, desbordaban las tiendas y pasaban el rato en las áreas de cafés con terraza, como manadas de leones marinos.

Se habían reunido en la barandilla de estribor para observar las docenas de extraños monstruos peludos que se apiñaban entre la multitud.
Cada monstruo era del tamaño de una vaca, con la espalda encorvada como un caballo doblegado, enmarañado pelo gris, patas huesudas y negras pezuñas hendidas. Las cabezas de las criaturas parecían demasiado pesadas para sus pescuezos. Tenían largos hocicos, como los de los osos hormigueros, inclinados hacia el suelo. Sus descuidadas melenas grises les tapaban los ojos por completo.
Una de las criaturas cruzaba pesadamente el paseo marítimo, olfateando y lamiendo la calzada con su larga lengua. Los turistas se separaban a su alrededor, despreocupados. Unos pocos incluso lo acariciaban. Entonces la figura del monstruo parpadeó. Por un momento se convirtió en un viejo y gordo sabueso.

Jason gruñó.
—Los mortales creen que son perros extraviados.

—O mascotas que vagan por la ciudad —dijo Piper—. Mi padre rodó una película en Venecia. Recuerdo que me dijo que había perros por todas partes. A los venecianos les encantan los perros.

—Pero ¿qué son? —preguntó Frank—. Parecen... vacas hambrientas con pelo de perro pastor.

—Tal vez sean inofensivos —propuso Leo—. No hacen caso a los mortales.

—Porque son mortales —respondió Ginn—. Estoy segura que no actuarían así en cuanto olieran semidioses.

—¡Sí! Valdez, ¿cuántos monstruos inofensivos hemos visto? ¡Deberíamos apuntarles con las ballestas y ver lo que pasa!

—Oh, no —dijo Leo.

—Tendremos que andar entre ellos y confiar en que sean pacíficos —dijo Frank, aunque la idea no le hacía ninguna gracia—. Es la única forma de que localicemos al dueño del libro.

Leo sacó el manual encuadernado en piel de debajo del brazo. Había pegado una nota en la portada con la dirección que le habían dado los enanos en Bolonia.
—La Casa Nera —leyó—. Calle Frezzeria.

—La Casa Negra —tradujo Nico di Angelo.

—¿Hablas italiano? —preguntó Frank.

Nico le lanzó una mirada de advertencia, en plan: «Ten cuidado con lo que preguntas» . Sin embargo, habló tranquilamente.
—Frank tiene razón. Tenemos que encontrar esa dirección. La única forma de conseguirlo es andar por la ciudad. Venecia es un laberinto. Tendremos que arriesgarnos a exponernos a las multitudes y a esos... Lo que sean.

Jason observó el cielo.
—Tal vez debería quedarme a bordo. En la marea de anoche había muchos venti. Si deciden volver a atacar el barco...

No hizo falta que acabara la frase. Todos habían tenido experiencias con los furiosos espíritus del viento. Jason era el único que tenía suerte luchando contra ellos.

El entrenador Hedge gruñó.
—Yo también me quedo. Si van a pasear por Venecia sin darles ni un porrazo en la cabeza a esos animales peludos, olvídense, yogurines blandengues. No me gustan las expediciones aburridas.

Ginny se tapó la boca aguantando una carcajada. Él era el único que lograba hacerla reír... Aunque fuera inconscientemente.

—Tranquilo, entrenador —Leo sonrió—. Todavía tenemos que reparar el trinquete. Luego necesitaré su ayuda en la sala de máquinas. Se me ha ocurrido una idea para una nueva instalación.

—Bueno... —Piper cambió el peso de un pie a otro—. Quien vaya debe tener tacto con los animales. Yo, ejem..., reconozco que no se me dan muy bien las vacas.

—¿Los hijos de Venus-- Afrodita no tienen poder sobre los animales? —preguntó la rubia.

—Yo no. Con las vacas no.

—Yo iré —dijo Frank.

Leo le dio una palmada en el hombro y le entregó el libro encuadernado en piel.
—Genial. Si pasas por una ferretería, ¿puedes traerme unas tablas y cinco litros de brea?

—Leo —lo regañó Hazel—, no van de compras.

—Yo iré con Frank —se ofreció Nico.

A Frank le dio un tic en el ojo.
—Esto... ¿se te dan bien los animales? —preguntó.
Nico sonrió sin gracia.

—En realidad, la mayoría de los animales me odian. Perciben la muerte. Pero esta ciudad tiene algo... —su expresión se tornó adusta—. Mucha muerte. Espíritus inquietos. Si voy, puede que consiga mantenerlos a raya. Además, como ya te habrás fijado, hablo italiano.

Leo se rascó la cabeza.
—Conque mucha muerte, ¿eh? Personalmente, yo intento evitar la muerte, pero ¡que lo pasen bien, chicos!

—E-entonces también debería ir Ginn —ofreció Frank—. Ella dijo que se encargaba de algunos animales en Nueva Roma y que los pollitos la seguían.

La rubia medio sonrió aunque por su mente pasaba el pensamiento: "Deja de usarme como excusa para no estar incómodo, Frankie"

—Está bien. Ginny está ocupada, así que yo iré —Hazel entrelazó su brazo con el de Frank—. El tres es el mejor número para las misiones de semidioses, ¿no?

Paris caminó a su habitación, aunque fue detenida por un brazo.
—¿Crees que puedes darme una mano? —preguntó Leo.

—Yo tengo que...

—¿Tratar de tener una visión? No lo fuerces, Ginny —le sonrió Valdez—. No te atormentes así.

—Podría decirte lo mismo —suspiró ella mientras seguía al griego—. No hay nada más que pueda hacer. No sirvo para las manualidades.

—¿Te atreviste a llamar lo que hago "manualidades"?

—Sí, Leo. Así como tú le has dicho a mis visiones "telenovelas pensadas".

—Justo. Vamos, échame una mano... Me volveré loco si me quedo un rato más a solas con el entrenador.


La chica no entendía nada de lo que estaban haciendo. Ella sólo carcajeaba mientras escuchaba al entrenador Hedge... Aunque él se veía confundido al no entender cuál era la broma en jugar con la llave inglesa como si fuera a degollar a un monstruo.

—¿Me alcanzas la llave, Ginny?

—Lo siento, Hedge la está ocupando —rió ella.

—Y luego le haré como Chuck Norris —narró el sátiro—. Con patadas voladoras y habrá una explosión por detrás.

—Debería ser escritor de películas —le quitó la llave inglesa la rubia.

—No le va bien nada que lo haga pensar —murmuró Valdez mientras se limpiaba el sudor.

—¡Oye, mocoso! ¡No es como que tú pienses mucho cada que le hablas a la romana!

—¿Se refiere a Hazel? —preguntó ella mientras le tendía agua al griego.

—Sí, sí, claro —murmuró el hombre cabra—. Ambos son igual de tontos.

—Creo que ya terminamos por hoy —finalizó Leo—. Dioses, esta cabra me volverá loco.

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