2
LAS IMAGENES SIGUIENTES fueron tan confusas para la romana que le costó seguir el ritmo de los hechos.
La madre de Jason se había "aparecido" ante él, aunque todo era una ilusión. Él le recriminó aquel abandono que había sufrido de pequeño. Ginevra sabía la historia de Grace, sabía que lo habían dejado en la Casa del Lobo y cuán doloroso era para él saber lo que sucedió.
De un momento a otro, aquellos fantasmas (incluido Michael Varus) le invitaron a cambiar de bando y quedarse con ellos.
—¿Crees que mi sitio está con esta gente? —preguntó Jason—. ¿Una panda de fracasados esperando una limosna de Gaia, quejándose continuamente de que el mundo les debe algo?
Fantasmas y demonios se levantaron y desenvainaron sus armas por todo el patio.
—¡Tengan cuidado! —gritó Piper a la multitud—. Todos los hombres de este palacio son sus enemigos. ¡Todos los apuñalarán por la espalda a la menor ocasión!
Durante las últimas semanas, la capacidad de persuasión de Piper se había vuelto verdaderamente potente. Había dicho la verdad, y la muchedumbre la creyó. Se miraron de reojo unos a otros, apretando con las manos las empuñaduras de sus armas.
Ginny retrocedió lenta y disimuladamente planificando en su mente las probabilidades que tenía de éxito si atacaba por detrás.
La madre de Jason avanzó hacia él.
—Sé sensato, cariño. Renuncia a tu misión. El Argo II jamás podrá llegar a Atenas. Y aunque lo consiguiera, todavía quedaría el problema de la Atenea Partenos.
Un estremecimiento recorrió a Jason.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas el ignorante, cariño. Gaia sabe lo de tu amiga Reyna, Nico, el hijo de Hades, y el sátiro Hedge. Para matarlos, la Madre Tierra ha enviado a su hijo más peligroso: el cazador que nunca descansa. Pero tú no tienes por qué morir.
Los demonios y los fantasmas se acercaron: doscientas criaturas se situaron de cara a Jason, como si fuera a entonar el himno nacional.
«El cazador que nunca descansa».
No tenían idea quién era, pero tenía que avisar a Reyna y a Nico.
Eso significaba que tenía que salir de allí con vida.
Miró a Annabeth y a Piper. Las dos estaban preparadas, estaban esperando la señal de Grace.
Observó a la mujer que decía ser "madre" de Jason. Parecía la mujer que lo había abandonado en el bosque de Sonoma hacía catorce años y Ginevra no entendía cómo él podía seguir tan fuerte ante esto, si a ella le hubiera pasado, estaría destrozada.
Pero Jason no era como Ginny, y ya no era un niño pequeño. Era un veterano de guerra, un semidiós que se había enfrentado a la muerte en incontables ocasiones.
«Un vestigio», la había llamado Annabeth.
Michael Varus le había dicho que lo que sustentaba a los espíritus del palacio eran sus mayores deseos. El espíritu de Beryl Grace estaba radiante de anhelo en sentido literal. Sus ojos reclamaban la atención de Jason. Sus brazos se alargaban, desesperados por poseerlo.
—¿Qué quieres? —preguntó—. ¿Qué te ha traído aquí?
—¡Quiero la vida! —gritó ella—. ¡Juventud! ¡Belleza! Tu padre podría haberme hecho inmortal. Podría haberme llevado al Olimpo, pero me abandonó. Tú puedes corregirlo, Jason. ¡Tú eres mi orgulloso guerrero!
—Eres una mania —concluyó Jason—. Un espíritu de la locura. En eso te has convertido.
—Soy lo único que queda —convino Beryl Grace. Su imagen parpadeó y adquirió una gama de colores distintos—. Abrázame, hijo. Soy lo único que tienes.
—No —dijo con voz ronca. Él miró a las chicas—. Mis lealtades han cambiado. Mi familia ha aumentado. Soy hijo de Grecia y de Roma —miró a su madre por última vez—. Ya no soy hijo tuyo.
Hizo el antiguo gesto para protegerse contra el mal —tres dedos movidos hacia fuera desde el corazón—, y el fantasma de Beryl Grace desapareció emitiendo un suave siseo, como un suspiro de alivio.
Antínoo lanzó a un lado su copa. Observó a Jason con una expresión de perezosa indignación.
—Bueno, entonces supongo que tendremos que matarte —dijo.
La rubia inspiró mientras se movía delicadamente para sacar el cuchillo de su pantorrilla.
Los enemigos comenzaron a reunirse alrededor de Jason con una rapidez sorprendente.
La batalla comenzó de forma fugaz. Jason describió un amplio arco con su gladius y volatilizó a los pretendientes más cercanos; a continuación se subió a la mesa de un brinco y saltó justo por encima de la cabeza de Antínoo. Cuando este se volvió para situarse de cara a él, Jason atravesó el pecho del demonio con la punta de oro imperial.
Antínoo bajó la vista con incredulidad.
—Serás...
—Que disfrutes de los Campos de Castigo.
Ginevra aceleró su paso, habían algunos tan tontos que se lanzaban a la batalla sin siquiera pensar en una estrategia. La chica tenía por ventaja que habían bebido mucho (a pesar de sus formas, igual les afectaba en un punto).
Al otro lado del patio, Annabeth también luchaba endemoniadamente. Su espada de hueso de drakon segaba a cualquier pretendiente tan tonto como para enfrentarse a ella.
Junto a la fuente de arena, Piper había desenvainado su espada: la hoja de bronce dentada que había arrebatado a Zetes, el Boréada. Lanzaba estocadas y desviaba golpes con la mano derecha, y de vez en cuando disparaba tomates con la cornucopia que sostenía en la mano izquierda mientras gritaba a los pretendientes:
—¡Sálvense! ¡Soy demasiado peligrosa para ustedes!
Eso debía de ser exactamente lo que ellos querían oír, porque los adversarios no hacían más que huir para luego detenerse confundidos a escasos metros colina abajo y volver a entrar en combate.
El tirano griego Hipias se abalanzó sobre Piper con la daga en ristre, pero ella le disparó a bocajarro al pecho una apetitosa carne asada. Hipias se cayó hacia atrás en la fuente y gritó mientras se desintegraba.
Una flecha se dirigía silbando a la cara de Jason. Él la desvió con una ráfaga de viento y la romana la rompió con la daga ferozmente. A continuación, se fijó en una docena de pretendientes que se estaban reagrupando en la fuente para atacar a Annabeth. Alzó la daga corriendo en ayuda de la griega.
Pronto no había más enemigos que se enfrentasen a ellos. Los fantasmas que quedaban empezaron a desaparecer por su cuenta. Annabeth mató a Asdrúbal el cartaginés, y Jason cometió el error de envainar su espada.
Michael Varus gruñó junto a su oído:
—Naciste romano y morirás romano.
La punta de una espada dorada sobresalió de la pechera de la camiseta de Jason, justo por debajo de su caja torácica.
El hijo de Júpiter cayó de rodillas. El grito desgarrador de Piper sonó a kilómetros de distancia.
McLean arremetió hacia él. Jason observó con desapasionamiento como la espada pasaba por encima de su cabeza y atravesaba la armadura de Michael Varus emitiendo un ruido metálico.
—¡Jason!
Piper lo agarró por los hombros cuando empezó a caerse de lado. Él soltó un grito ahogado en el momento en que ella le sacó la espada por la espalda. A continuación lo tumbó en el suelo y apoyó su cabeza en una piedra.
Annabeth corrió a su lado sosteniendo por un lado a Ginevra quien había recibido una estocada en la cadera.
—Por los dioses...
—Dioses —Annabeth miró la herida de Jason—. Oh, dioses.
—Gracias —dijo Jason gimiendo—. Tenía miedo de que fuera grave.
Tenía la camiseta empapada de rojo. La herida echaba humo. Estaban totalmente seguros que las heridas de espada no debían echar humo.
—Te pondrás bien —Piper pronunció las palabras como una orden. Su tono le estabilizó la respiración—. ¡Ambrosía, Annabeth!
Annabeth se movió.
—Sí. Sí, la tengo.
Hurgó rápidamente en su saquito de reserva y desenvolvió un trozo de alimento divino.
—Tenemos que detener la hemorragia.
Piper utilizó su daga para cortarse la parte de abajo del vestido. Rasgó la tela a modo de vendas y se las pasó a Ginny para que retuviera la sangre e hiciera un torniquete por mientras que cantaba una balada medicinal.
La chica le vendó las heridas de la espalda y la barriga mientras Annabeth le metía unos pedacitos de ambrosía en la boca.
A Annabeth le temblaban los dedos. Después de todas las cosas por las que había pasado, a Jason le resultó extraño que se asustara en ese momento, mientras que Piper se comportaba tan tranquilamente. Entonces cayó en la cuenta: Annabeth podía permitirse estar asustada. Piper no.
Chase le dio de comer otro bocado.
—Jason, yo... siento lo de tu madre. Pero lo has manejado... de forma muy valiente.
Jason trató de no cerrar los ojos y de ello Paris se dio cuenta. Le murmuró un: "Te prometo que si cierras los ojos te liquido ahora mismo".
—No era ella —dijo—. Al menos, no una parte de ella que yo pudiera salvar. No había otra opción.
Annabeth respiró de forma temblorosa.
—Otra opción correcta, tal vez, pero... un amigo mío, Luke... Su madre... tuvo un problema parecido. Él no lo llevó tan bien.
La voz se le quebró. Ginevra no sabía acerca del pasado de Annabeth, pero Piper los miró preocupada.
—He vendado todo lo que he podido —dijo la romana tratando de enfocarse en salvar a su amigo y no que sus manos ya estaban cubiertas de rojo vivo—. La sangre sigue empapando la tela. Y el humo. Nunca lo había visto. Yo... Seguiré presionando.
—El oro imperial —dijo Annabeth con voz trémula—. Es mortal para los semidioses. Es cuestión de tiempo que...
—Se pondrá bien —insistió Piper—. Tenemos que llevarlo al barco.
—No me encuentro tan mal —dijo Jason. Y no mentía. La ambrosía le había despejado la cabeza. Estaba recuperando el calor en las extremidades—. Tal vez podría volar...
Él se incorporó. Su vista se tiñó de un tono verde pálido. —O tal vez no...
Piper lo agarró por los hombros cuando se desplomó de lado.
—Quieto, Chispitas. Tenemos que contactar con el Argo II y conseguir ayuda —Piper le besó la frente.
—Podríamos usar las bengalas de emergencia, pero...
—No —dijo Jason—. Leo podría volar la cima de la colina con fuego griego. A lo mejor, si me ayudaran, podría ir andando...
—De ninguna manera —objetó Piper—. Nos llevaría demasiado tiempo — hurgó en su riñonera y extrajo un espejo compacto—. Annabeth, ¿conoces el alfabeto morse?
—Claro.
—Leo también —Piper le dio el espejo—. Estará mirando desde el barco. Ve a la cumbre...
—¡Y le deslumbrará! —Ginevra se ruborizó—. Ha sonado mal. Pero es una buena idea. ¡Vamos Annabeth! Piper, sigue presionando.
Corrió al linde de las ruinas.
Al estar ya arriba, concentró sus fuerzas para hacer un poco de luz y reflejarla en el espejo.
—Avísame cuando termines, no veo bien por el reflejo —le dijo la de ojos verdes con estos entrecerrados.
—Será breve. Leo... Por favor haznos caso.
—Lo hará, Leo es brillante, no demorará mucho en llegar.
No se dio cuenta que Annabeth la había quedado observando cuando dijo eso.
—Sí... Leo es brillante.
Después de unos cinco minutos, la griega terminó de enviar el mensaje y Ginevra le ayudó a bajar hasta sus amigos.
Annabeth volvió cojeando del borde de la colina.
—¿Estás herida? —le preguntó Jason.
La griega se miró el tobillo.
—No es nada. Es la fractura que me hice en las cavernas romanas. A veces, cuando estoy estresada... No tiene importancia. Hemos hecho señales a Leo. Frank va a transformarse, vendrá volando aquí arriba y te llevará al barco. Tengo que hacer una camilla para mantenerte estable.
—Te ayudaré con eso —le sonrió la hija de Apolo.
Annabeth se puso manos a la obra. Encargó que Ginevra recogiera restos dejados por los pretendientes: un cinturón de piel, una túnica rasgada, tiras de sandalias, una manta roja y un par de astiles de lanza. Las manos de la hija de Atenea se movían a toda velocidad sobre los materiales: cortando, tejiendo, atando, trenzando.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Jason asombrado.
—Aprendí en mi última misión debajo de Roma —Annabeth no apartaba la vista de su obra—. Antes nunca había tenido un motivo para tejer, pero es útil para determinadas cosas, como escapar de arañas...
Ató el último trozo de piel y voilà: una camilla lo bastante grande para Jason, con astiles de lanza a modo de mangos de transporte y correas de seguridad que atravesaban la parte central.
Piper silbó con admiración.
—La próxima vez que necesite que me arreglen un vestido iré a verte.
—Cállate, McLean —dijo Annabeth, pero sus ojos brillaban de satisfacción—. Venga, vamos a sujetarlo...
—Espera —dijo Jason— Una cama. En este palacio había una cama especial.
Piper puso cara de preocupación.
—Grace, has perdido mucha sangre —informó Paris—. Quizás estás...
—No estoy teniendo alucinaciones —insistió él—. El lecho nupcial era sagrado. Si hubiera un sitio en el que pudieras hablar con Juno... —respiró hondo y gritó—. ¡Juno!
Silencio.
Entonces, a unos veinte metros de distancia, el suelo de piedra empezó a agrietarse. Unas ramas se abrieron paso a través de la tierra y crecieron a cámara rápida hasta que un olivo de tamaño normal dio sombra en el patio. Debajo de un manto de hojas de color verde grisáceo había una mujer morena con un vestido blanco y los hombros cubiertos por una capa de piel de leopardo. Llevaba un bastón rematado con una flor de loto blanca. Su expresión era fría y regia.
—Héroes míos —dijo la diosa.
—Hera —dijo Piper.
—Juno —la corrigió Jason.
—Lo que sea —gruñó Annabeth—. ¿Qué hacen aquí, su bovina majestad?
Los ojos oscuros de Juno emitieron un brillo peligroso.
—Annabeth Chase. Tan encantadora como siempre.
—Sí, bueno —dijo Annabeth—, acabo de volver del Tártaro, así que he descuidado un poco los modales, sobre todo con las diosas que le borran la memoria a mi novio y le hacen desaparecer durante meses, y luego...
—Sinceramente, niña, ¿vamos a discutir eso de nuevo?
—¿No se supone que tiene doble personalidad? —preguntó Annabeth—. Quiero decir, más de lo normal.
Ginevra ocultó su asombro. Si hubiera sido cualquier persona, era momento en el que se partía de risa, pero le hablaba a Juno. ¡Juno!.. Percy y ella tenían la similitud de hablarle a los dioses con ligereza ¿era cosa de griegos?
—Para el carro —intercedió Jason. A él no le faltaban motivos para odiar a Juno, pero tenían otros asuntos que tratar—. Necesitamos su ayuda, Juno. Nosotros...
Jason trató de incorporarse y enseguida se arrepintió.
—Lo primero es lo primero —dijo la griega—. Jason está herido. ¡Cúrelo!
La diosa arrugó la frente. Su figura relució de forma vacilante.
—Hay cosas que ni siquiera los dioses podemos curar —dijo—. Esta herida afecta a tu alma además de a tu cuerpo. Debes luchar contra ella, Jason Grace... Debes sobrevivir.
—Sí, gracias —dijo él, con la boca seca—. Lo intento.
—¿A qué se refiere con que la herida afecta a su alma? —preguntó Ginna—. ¿Por qué no puede...?
—Héroes míos, nuestro tiempo juntos es breve —dijo Juno—. Doy gracias por que me hayáis llamado. He pasado semanas presa del dolor y la confusión... Mi carácter griego y mi carácter romano se enfrentaban. Y lo que es peor, me he visto obligada a esconderme de Júpiter, que me busca, cegado por la ira, creyendo que yo provoqué esta guerra con Gaia.
—Vaya, ¿por qué iba a pensar eso?—dijo Annabeth.
Juno le lanzó una mirada de irritación.
—Afortunadamente, este sitio es sagrado para mí. Quitando de en medio a esos fantasmas, lo habéis purificado y me habéis ofrecido un momento de claridad. Ahora podré hablar con vosotros... aunque brevemente.
—¿Por qué es sagrado...? —Piper abrió mucho los ojos—. Ah. El lecho nupcial.
—¿Lecho nupcial? —preguntó Annabeth—. No veo ningún...
—La cama de Penélope y Odiseo —le explicó Piper—. Una de las columnas de la cama era un olivo vivo, así que no se podía mover.
—Por supuesto —Juno pasó la mano a lo largo del tronco del olivo—. Un lecho nupcial inmóvil. ¡Qué símbolo tan bonito! Como Penélope, la esposa más fiel, que se mantuvo firme y rechazó a cien arrogantes pretendientes porque sabía que su marido volvería. Odiseo y Penélope: ¡el paradigma del matrimonio perfecto!
A pesar de su estado de confusión por las historias y la diosa frente a ella, la chica estaba bastante segura de haber oído que Odiseo se había enamorado de otras mujeres durante sus viajes, pero decidió no sacarlo a colación.
—¿Puede darnos al menos algún consejo? —preguntó—. ¿Puede decirnos qué hacer?
—Rodead el Peloponeso —dijo la diosa—. Como bien sospecháis, es la única ruta posible. Por el camino, buscad a la diosa de la victoria en Olimpia. Está fuera de control. A menos que podáis calmarla, la brecha entre griegos y romanos no se cerrará jamás.
—¿Se refiere a Niké? —preguntó Annabeth—. ¿En qué sentido está fuera de control?
Un trueno retumbó en lo alto y sacudió la colina.
—Explicarlo llevaría demasiado tiempo —dijo Juno—. Debo huir antes de que Júpiter me encuentre. Cuando me marche, no podré volver a ayudaros.
—¿Qué más debemos saber? —preguntó Jason.
—Como ya sabéis, los gigantes se han reunido en Atenas. Pocos dioses podrán ayudaros en vuestro viaje, pero no soy la única diosa del Olimpo que ha caído en desgracia con Júpiter. Los mellizos también han provocado su ira.
—¿Diana y mi padre? —preguntó Ginevra—. ¿Por qué? ¿Qué sucedió?
La imagen de Juno empezó a apagarse.
—Si llegáis a la isla de Delos, puede que estén dispuestos a ayudaros. Están bastante desesperados por redimirse. Y ahora marchaos. Tal vez volvamos a vernos en Atenas si tenéis éxito. Si no...
La diosa desapareció y junto con eso, Jason se desmayó.
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