2


HABÍAN LLEGADO LOS tres al templo de Plutón.
De pie frente al santuario había un adolescente vestido con unos tejanos negros y una chaqueta de aviador.

—Eh—le llamó Hazel—. Traigo a un amigo.

El chico se giró. Ginevra lo observó aguantando una sonrisa, debía admitir que había algo en el que la cautivaba, era un misterioso espécimen. Pálido, pero con ojos negros y un alborotado pelo color azabache. No se parecía en nada a Hazel. Vestía un anillo de plata con la forma de una calavera, una cadena en vez de cinturón y una camiseta negra con un patrón de calaveras. De su cintura colgaba una espada de un color más negro que las sombras.

Por un microsegundo cuando vio a Percy, el chico pareció estupefacto, incluso asustado, como si hubiera sido atrapado en una red de pescadores.

—Este es Percy Jackson—dijo Hazel—. Es un buen chico. Percy, este es mi hermano, hijo de Plutón.

El chico recuperó la compostura y le tendió la mano. —Encantado de conocerte—dijo—. Soy Nico di Angelo.

Ginny en ningún momento había apartado la mirada del de tez pálida, pero cuando estas se cruzaron, y él saludó cortésmente, ella solamente asintió poniendo por delante excusas para irse.

"Tonta, tonta, tonta" se decía mientras caminaba al encuentro con Reyna. Todos debían reunirse para la asamblea antes de la cena. Casualmente ni a Reyna ni a Ginevra les gustaba estar en la habitación mientras los demás legionarios llegaban. Eso daba pie a odio y malentendidos, más específicamente para que Centuriones como Octavio esparciera rumores sobre la Pretor dando preferencias a la tercera Cohorte, de la cual la rubia se encargaba.

Las primeras cuatro cohortes, de cada una de cuarenta fuertes niños, se mantenían en columna delante de sus barracas a cada lado de la Via Praetoria.
Los campistas estaban vestidos para la guerra. Sus impolutas cotas de malla y corazas brillaban por encima de las camisetas moradas y los tejanos. Sus cascos estaban decorados con diseños de espadas y calaveras. Incluso sus botas de combate de cuero parecían fieras con sus puntas de hierro, perfectas para la marcha a través del barro o para patear traseros.
Delante de los legionarios, como una fila de fichas gigantes de dominó, se alzaban sus escudos rojos y dorados, cada uno del tamaño de la puerta de una nevera. Cada legionario cargaba con una lanza en forma de arpón llamada pilum, una gladius, una daga y otras cien libras de armamento.

Octavian gritó:
—¡Colores!

Los portadores de los estandartes se adelantaron. Vestían pieles de león y sujetaban postes decorados con los emblemas de cada cohorte. El último en presentarse fue Jacob, el portador del águila de la legión. Sujetaba un largo estandarte con absolutamente nada al final. El trabajo se suponía que era todo un honor, pero Jacob, obviamente, lo odiaba.

Reyna hizo que su pegaso se detuviera.
—¡Romanos! —anunció—. Probablemente habrán oído la incursión de hoy. Dos gorgonas fueron lanzadas al río por un recién llegado, Percy Jackson. Juno misma le guió hasta aquí, y le proclamó como hijo de Neptuno.

Los chicos en las filas del final estiraron sus cuellos para poder ver a Percy. Alzaron su mano para saludar a pelinegro.

—Desea unirse a la legión—continuó Reyna—. ¿Qué dicen los augurios?

—¡He leído las entrañas! —anunció Octavian, como si acabara de matar un león con sus manos desnudas más que haber destrozado un panda de peluche—. Los augurios dicen que será favorable. ¡Está cualificado para servir!

Los campistas pegaron un grito:
—¡AVE! ¡AVE!

Reyna hizo una seña a los oficiales veteranos para que se adelantaran, uno por cada cohorte. Octavian, el centurión más veterano, se giró a Percy.

—Recluta—preguntó—, ¿tienes credenciales? ¿Alguna carta de referencia?

Una buena carta podía darte una buena posición en las mejores cohortes, algunas veces incluso trabajos especiales como el mensajero de la legión, que te dejaba exento del trabajo sucio como excavar zanjas o conjugar los verbos latinos.
Percy cambió el peso de pie.

—¿Cartas? Eh... no.

—¿No te basta con... Uh, ¿Cómo era? Ah, sí. La recomendación de Juno— preguntó cansada Paris.

Octavian se rascó la nariz. Aún con rastros de la maldición. —¡Silencio! El veterano habla
y la pretor avala. Sin carta—Octavian dijo con pesar—. ¿Alguna legión de candidata?

—¡Acá! —Frank se adelantó—. ¡Me salvó la vida!

Inmediatamente hubieron gritos de protesta de otras cohortes. Reyna alzó su mano para pedir silencio y miró a Frank.
—Frank Zhang—dijo—, por segunda vez este día, te recuerdo que estás en probatio. Tu pariente divino no te ha reclamado aún. No estás en condiciones de apostar por ningún otro campistas hasta que no te hayas ganado tu primera línea.

Frank parecía a punto de morirse de vergüenza.
Hazel, quien no podía dejarle colgado, salió de la fila y dijo:
—Lo que Frank quiere decir es que Percy salvó nuestras vidas. Soy una miembro de la legión en pleno derecho. Yo apostaré por Percy Jackson.

Frank la miró, agradecido, pero los otros campistas comenzaron a murmurar. Hazel reunía los requisitos necesarios. Había conseguido una línea unas semanas antes.

Reyna torció la nariz, pero se giró a Octavian. El augur sonrió y se encogió de hombros, como si la idea le impresionara. Poniendo a Percy en la Quinta le haría algo mucho menos que una amenaza, y a Octavian le gustaba mantener a todos sus enemigos en un mismo lugar.

—Muy bien—anunció Reyna—. Hazel Levesque, deberás responder por el recluta. ¿Tu cohorte le acepta?

Frank golpeó su escudo contra el suelo. Los otros miembros de la Quinta le siguieron, a pesar de que no parecían demasiado emocionados. Sus centuriones, Dakota y Gwen, intercambiaron miradas de pánico, como si dijeran: Allá vamos de nuevo.
—Mi cohorte ha hablado—dijo Dakota—. Aceptamos al recluta.

Reyna miró a Percy con lástima.
—Felicidades, Percy Jackson. Estás de probatio. Te darán una tableta con tu nombre y cohorte. En un año, o tan pronto como completes un acto de valor, te convertirás en un miembro completo de la Duodécima Legión Fulminata. Sirve a Roma, obedece las reglas de la legión, y defiende el campamento con honor. ¡Senatus Populusque Romanus!

El resto de la legión coreó el grito.
Reyna condujo a su pegaso lejos de Percy, como si estuviera orgullosa de terminar con él.

—Centuriones—dijo Reyna—, ustedes y sus tropas tienen una hora para la cena. Entonces nos encontraremos en los Campos de Marte. La Primera y la Segunda Cohorte defenderán. La Tercera, la Cuarta y la Quinta atacarán. ¡Que Fortuna los acompañe!

Una gran ovación se extendió por el campamento a causa de la cena y de los juegos bélicos. Las cohortes rompieron formación y corrieron hacia el comedor.
Para sorpresa de Hazel, Ginevra le tomó un hombro al pasar por su lado. Tenía una sonrisa orgullosa, a la que sólo agregó:

"Me impresionas, Hazel. Tienes un gran valor y habilidad. Explótalo".

A pesar de todo, esperaba que esas palabras quedaran grabadas como con oro imperial en el cerebro de la muchacha, porque era una verdad imborrable. Y ese consejo, sabía que la ayudaría más adelante, después de todo, era hija del dios de las profecías.

Cuando se iba, una persona llegó a su lado. Era el otro centurión de su Cohorte, Kyle Ming. Aquel chico de descendencia coreana era famoso. Un semidiós hijo de Vulcano, aunque también era un legado, toda su familia era legado de Minerva. No había mayor combinación que Vulcano y Minerva. Tenían el intelecto y la habilidad, podían ser imparables... Pero Kyle Ming, no parecía querer aprovecharlo. Vivía como un chico normal, demasiado relajado para el gusto de Paris. Compartía sus ideas con su compañera centurión y de vez en cuando ocupaba su intelecto en los juegos de guerra. No expandía su mente ni explotaba su potencial, algo que definitivamente no le agradaba a Ginevra de su amigo.

—Pensé que ibas delante de la Cohorte— admitió la rubia.

—Yo pensé lo mismo de ti— sonrió Kyle—. Somos los peores centuriones que pueden existir.

—Concuerdo— rió Ginevra—. ¿Alguna idea para los juegos de guerra?

—Sinceramente, sólo puedo pensar en la comida.

Después de supervisar a su Cohorte en la comida, las manos de Ginevra temblaban esperando ansiosas la acción. Quería lanzar flechas, hacer ataques y ganar la competencia. Su estomago se sentía vacío a pesar de comerse un trozo de pastel de chocolate. A penas Reyna dio la señal para ir a los campos de Marte, Ginny se levantó con una gran sonrisa en su rostro.

Su lema era: "Haz sentir a tu familia orgullosa". Cada día se repetía lo mismo. La legión era su familia, su cohorte era su familia, y por supuesto sus padres. Hoy debía ganar, por su cohorte.

Cuando llegaron, observó cómo la Tercera y Cuarta se mantenían alejadas de la Quinta. Ante este gesto, la rubia suspiró fastidiada. Si querían ganar, tenían que trabajar con cooperación y en equipo. Por lo menos hasta cierto punto, después, podían coger la bandera y glorificarse.
Avanzó hasta quedar al lado de los centuriones Dakota y Gwen, para luego gritar:

—¡Tercera cohorte, aciem hic!— lo que quería decir: "¡Alinéense aquí!"— Venga, que nadie acá tiene gripe ni huele a Quimera.

Como obedientes romanos, su cohorte, y por ende también la cuarta le hicieron caso.
Los centuriones su lado se reunieron para una conferencia. En esto, Ginna se quedó al margen, dejando que Kyle tomara la iniciativa para planear el ataque.

Después de todo lo discutido, la Quinta Cohorte iba a estar en primera línea, permitiendo que la Tercera y Cuarta avanzaran. Kyle Ming explicó el plan a su Cohorte, para que al final alguien dijera: "Y después nosotros ganamos la victoria". Ginevra Paris gritó en aprobación a lo dicho. Esto provocó un griterío de todos los demás, que fue apaciguado sólo al ver a Reyna dio el inicio al juego.

Observaron cómo la Quinta Cohorte había comenzado a avanzar con una formación tortuga. Donde los escudos iban formando un caparazón por encima de sus cabezas y sus lados. Intentaban alcanzar las puertas principales, pero los defensores por encima de ellos les lanzaban rocas y les lanzaban proyectiles ardientes de los escorpiones, creando cráteres a sus pies. Un cañón de agua descargó con un rugido retumbante, y una corriente de agua inundó una trinchera justo delante de la cohorte.

La Tercera y Cuarta Cohorte ni siquiera estaban avanzando. Estaban detrás y se reían, viendo cómo sus 'aliados' eran derrotados. Los defensores se apostaban en las paredes por encima de las puertas, soltando insultos a la formación tortuga mientras se balanceaba. Los juegos bélicos se habían convertido en un 'ver cómo cae la Quinta'.

Ginevra, quien avanzaba detrás de la Quinta, sintió las risas de su cohorte, cosa que le llenó de cólera. ¿Debía hacer todo ella sola?

—¡Dejen de ser un montón de inútiles, levanten sus traseros y vengan a ayudar! ¡Tercera cohorte, demuestren que valen algo o yo iré a patearles donde más les duele!

Justo después que dijo eso, sintió como si la tierra la hubiera tragado. Teletransportado hacia un lugar distinto en el campo, más adelante vio a Percy, Frank y Hazel, quien le dirigió una sonrisa. "Vamos a ganar". Le prometió ella.

La confianza había llegado más rápido que los rayos de luz a sus ojos. Asintió enérgicamente hacia la rizada y su sonrisa se llenó de ambición.

—¡Eh! —gritó un chico a sus compañeros—. ¡Miren esto! ¡Más víctimas!

—Percy—dijo Frank—, ahora es el momento.

Más chicos llegaron para reírse de ellos. Unos pocos corrieron hacia los cañones de agua más cercanos y los apuntaron hacia Frank. Percy cerró los ojos. Alzó su mano. Arriba, en la pared, alguien gritó:
—¡Abrir más, ineptos!

El cañón explotó en una amalgama de azul, verde y blanco. Los defensores gritaron mientras una onda expansiva de agua les lanzaba de sus posiciones. Chicos cayeron gritando por las paredes pero eran recogidos por las águilas gigantes y devueltos a un lugar seguro. Toda la pared occidental se balanceó mientras la explosión recorría las tuberías. Uno tras otro, los cañones de agua explotaron. Los fuegos de escorpión fueron apagados. Los defensores se esparcieron, confundidos o eran lanzados por el aire, dando a las águilas de rescate un arduo trabajo. En las puertas principales, la Quinta Cohorte olvidó su formación. Intrigados, bajaron sus escudos y observaron el caos.
Frank lanzó su flecha. Se alzó, cargando con su cuerda brillante. Cuando llegó a lo más alto, la punta de hierro se partió en una docena de ellas que se estrellaron contra todo lo que encontró: partes de la pared, un escorpión, un cañón de agua roto, una pareja de campistas defensores, que gritaron y se encontraron atados a sus posiciones como anclas. De la cuerda central, se extendieron unos pasamanos, creando una escalera de escalada.

—¡Vamos! —dijo Frank.

—Tú primero, Frank. Es tu fiesta— sonrió Percy.

Frank vaciló. Entonces se puso el arco en la espalda y comenzó a escalar. Ginevra estaba sumamente sorprendida por la habilidad en el arco del chico. Su torpeza y físico le habían hecho pensar que era alguien tosco quien no podía hacer algo tan centrado como acertar con las flechas. Estaba equivocada.

Él la invitó a seguir a su lado. Llegaban a mitad de camino cuando los defensores recuperaron sus sentidos para hacer sonar la alarma.
Frank miró al grupo de la Quinta Cohorte. Estaban mirándole, estupefactos.

—¿Y bien? —gritó Frank—. ¡Ataquen!

Gwen fue la primera en responder. Sonrió y repitió la orden. Una ovación se extendió por todo el campo de batalla. Aníbal el elefante barritó con alegría, pero Ginny no pudo permitirse parar para observar. Llegó junto a Zhang al final de la pared, dónde tres defensores estaban intentando deshacerse de la escalera.

Una cosa buena de ser grande, musculoso y estar enfundado en metal: Frank era como una bola de bolos pesada y armada. Se lanzó a sí mismo contra los defensas que se tambalearon como bolos. Él se puso de pie. Controló las almenas zarandeando su pilum de un lado a otro dejando KO a algunos defensores. Algunos le lanzaban flechas. Otros intentaron hacerle bajar la guardia con sus espaldas, pero Frank era imparable. A su lado, Ginevra le defendía la espalda en enfrentamientos cuchillo-espada. Parecía en desventaja, pero estas armas eran de uso rápido, por lo que daba unos golpes y estocadas para continuar.
Entonces Hazel apareció a su lado, zarandeando su espada de caballería como si hubiera nacido para luchar. Percy llegó por encima del muro y alzó su espada.

Los cuatro juntos se deshicieron de los defensas del muro. Parecían imparables, la euforia no dejaba de pasar por su cuerpo, como si le hubieran dado un transplante y que en vez de sangre, tuviera adrenalina. Por debajo de ellos, las paredes se abrieron. Aníbal irrumpió en el fuerte, con flechas y rocas siendo lanzadas contra él, inofensivas, por supuesto, dado que tenía puesta su armadura Kevlar.

La Quinta Cohorte cargó detrás del elefante, y la batalla pasó a ser un mano a mano. Finalmente, al final de los Campos de Marte, un grito de batalla se oyó. La Tercera y la Cuarta Cohorte sintieron seguridad en la lucha, por lo que arremetieron con todo.

—Un poco tarde—dijo Hazel.

—No podemos permitir que se hagan con los estandartes—dijo Frank.

—No—coincidió Percy—, son nuestros. Lo siento Ginevra, pero tú hiciste más que toda la Tercera. No merecen ganar...

No fueron necesarias más palabras. Se movieron como un equipo, como si hubieran estado luchando juntos durante años. Corrieron por las escaleras interiores e irrumpieron en la base enemiga. Ginny Paris se sentía humillada por cómo su cohorte la había dejado. No habían luchado como ella esperaba. Se habían confiado y mofado de la Quinta, y ahora estos serían los vencedores.
A pesar de todo, también se sentía gozosa, porque este era un verdadero equipo, un equipo que no se acuchillaba la espalda y buscaba el bien de todos en la batalla.

Frank, Ginevra, Percy y Hazel se abrieron paso a través del enemigo, dejando fuera de combate a todo aquél que se pusiera en su camino. La Primera y Segunda Cohorte, el orgullo del Campamento Júpiter, una máquina de guerra perfecta y altamente disciplinada, caía bajo el asalto y por la pura novedad de estar en el lado perdedor.
En parte era por Percy. Luchaba como un demonio poco ortodoxo, abriéndose paso por entre filas de enemigos rodando por el suelo, acuchillando con su espada, en vez de golpear con ella como un romano lo haría, causando un pánico masivo.
Dio una voltereta por encima de una fila de escudos y atacó fieramente con el mango de su espada el yelmo de Octavian. El centurión se cayó de bruces como un títere de trapo.

Frank junto a la rubia, lanzaban flechas hasta que su carcaj estuvo vacío, usando misiles con la punta desafilada que no mataban pero sí dejaban unos moratones desagradables.

Mientras tanto, Hazel escaló por la espalda de Aníbal. Le condujo hacia el centro del fuerte, sonriendo a sus amigos:
—¡Vamos, lentorros!

Corrieron hacia el centro de la base. La zona interior estaba prácticamente desprotegida. Obviamente los defensores nunca hubieran soñado que un asalto llegara tan lejos. Aníbal tiró abajo las puertas de entrada.
Dentro los vigilantes de los estandartes de la Primera y la Segunda Cohorte estaban colocados en una mesa de juego de Mitomagia con cardas y figuritas.
Hazel y Aníbal irrumpieron en la habitación y los guardas de los estandartes cayeron de espaldas. Aníbal puso un pie sobre la mesa, que se partió en dos.
Cuando el resto de la cohorte les hubo alcanzado, Percy, Ginny y Frank habían desarmado al enemigo, agarrado los estandartes y escalado por la espalda de Aníbal para situarse con Levesque. Marcharon hacia el exterior luciendo, triunfantes, los colores del enemigo. La Quinta Cohorte formó a su alrededor. Juntos desfilaron fuera del fuerte, pasando enemigos asombrados y aliados igual de estupefactos.
Ginevra se alejó con una sonrisa nostálgica observando cómo sus amigos se sentían ante la victoria.

Reyna dio vueltas a su alrededor con su pegaso.
—¡El juego ha terminado! —sonó como si intentara no reírse—. ¡Reunión para los honores!

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