16


LOS CAMPISTAS, LAS AMAZONAS Y los lares llenaron el comedor para celebrar una gran cena. Incluso los faunos estuvieron invitados, ya que habían ayudado vendando a los heridos después de la batalla. Las ninfas del viento corrían por la habitación, repartiendo pizzas, hamburguesas, filetes, ensaladas, comida china, burritos y todo, volando una velocidad de vértigo.

A pesar de la batalla exhaustiva, todo el mundo estaba de buen humor. Los heridos habían sido curados, y unos pocos campistas que habían muerto durante la batalla habían vuelto a la vida, como Gwen que no había sido llevada al Inframundo. Quizá Tánatos había hecho la vista gorda. O quizá Plutón les había dado un pase, como había hecho con Hazel. Fuera lo que fuera, nadie se quejó.
Estandartes de todos los colores de los romanos y las amazonas colgaban a todos los lados de las vigas. La restaurada águila dorada se alzaba orgullosamente detrás de la mesa del pretor, y las paredes estaban decoradas con cornucopias, cuernos mágicos llenos de cascadas de frutas, chocolate y galletas recién horneadas.

Las cohortes estaban mezcladas con las amazonas, yendo de sofá en sofá a su placer, y por primera vez los soldados de la Quinta eran bienvenidos en todas partes.
Había tanto coqueteo y tanto abrazo, que hasta las amazonas se vieron involucradas. Un chico de la primera Cohorte se había sentado al lado de Ginny para decirle cuán "brillante" estuvo en la batalla y que podían "brillar juntos". Muy. Incómodo.
Pero, gracias a los dioses fue salvada por Kyle Ming.

Cuando todo el mundo hubo comido y los platos dejaron de flotar, Reyna dio un discurso breve. Dio la bienvenida formalmente a las amazonas, agradeciéndoles su ayuda. Entonces abrazó a su hermana y todo el mundo aplaudió.
Reyna alzó sus brazos para callar la multitud.
—Mi hermana y yo llevábamos sin vernos cara a cara...

Hylla rió.
—Eso es quedarse corto.

—Ella se unió a las amazonas—siguió Reyna—. Yo me uní al Campamento Júpiter. Pero mirando esta habitación, creo que escogimos los caminos adecuados. Extrañamente, nuestros destinos no habrían sido posibles sin el héroe al que habéis aclamado como pretor en el campo de batalla, Percy Jackson.
Hubo más ovaciones. Las hermanas alzaron sus copas hacia Percy y brindaron por él.


Todo el mundo pidió que él hablara, pero Percy no sabía de qué hablar. Protestó diciendo que no era el mejor para ser pretor, pero los campistas ahogaron su voz en un aplauso. Reyna le quitó la tableta de probatio del cuello. Octavian le lanzó una mirada seca, se giró a la multitud y sonrió como si todo fuera idea suya. Destripó un osito de peluche y pronunció unos augurios para el año que venía: Fortuna les bendeciría. Pasó su brazo sobre los hombros de Percy y gritó:
—¡Percy Jackson, hijo de Neptuno, primer año de servicio!

Los símbolos romanos ardieron en el antebrazo de Percy: un tridente, las letras SPQR y una sola raya.
Entonces Reyna le dio una medalla con forma de águila y una capa morada, los símbolos de pretor.
—¡Te las mereces, Percy!

Después de la cena, la legión entera tuvo la noche libre. Los amigos fueron hacia la ciudad, que no estaba el todo recuperada de la batalla, pero habían apagado los fuegos, y la mayor parte de los escombros habían sido barridos, y los ciudadanos estaban listos para la celebración. En el pomerium, la estatua de Término vestía un gorro de fiesta.
—¡Bienvenido, pretor! —dijo—. Si me necesitas para aporrear a algún gigante mientras estas en la ciudad, házmelo saber.

—Gracias, Término—dijo Percy—. Lo apuntaré.
—Sí, bueno. Tu capa de pretor es un centímetro más baja por la izquierda. Así, mucho mejor. ¿Dónde está mi asistente? ¡Iulia!

La niña pequeña salió corriendo de detrás del pedestal. Vestía un vestido verde aquella noche, y su pelo seguía atado con coletas. Sujetaba una caja de sombreros de fiesta.
—Seguro—dijo Percy—. Cogeré la corona azul.

Le ofreció a Hazel un gorro de pirata dorado.
—Quiero ser como Percy Jackson de mayor—le dijo Iulia a Hazel, con solemnidad. Hazel sonrió y le despeinó el pelo.
—Eso es algo muy bueno para ser, Iulia.

—Aunque—dijo Frank, cogiendo un sombrero con la forma de la cabeza de un oso polar—. Frank Zhang también estaría bien.
—¡Frank! —dijo Hazel.

—Mientras mi hermana quiera ser como yo, todo está bien— sonrió Ginny poniéndose una tiara dorada que tenía puntas como el sol.
Se pusieron sus gorros y continuaron hacia el foro, que había sido decorado con luces multicolores. Las fuentes brillaban con un color morado. Las cafeterías estaban haciendo el agosto y los músicos callejeros llenaban el aire con sonidos de guitarras, liras, flautas de viento y sonidos de axilas.

Ginny había visto a su madre en el festejo junto a su hermana menor. Corrió a su lado para darles un fuerte abrazo y coger en sus brazos a la niña. La mujer, de nombre Celia, agradeció a los otros semidioses por cuidar de Ginevra y les ofreció que podían pasar a su casa en Nueva Roma siempre que quisieran.

Después de conversar un rato se despidieron para seguir su camino. La diosa Iris también debería estar dispuesta a participar en la fiesta. Mientras Ginevra y sus amigos pasaron por la dañada Casa del Senado, un brillante arcoíris apareció en el cielo nocturno. Por desgracia, la diosa les envió otra bendición, una lluvia de pasteles sin gluten del COVEA, Los pasteles servirían como unos ladrillos excelentes.

Por un momento, se pasearon por las calles con Hazel y Frank, que seguían rozándose los hombros.
Finalmente dijo el ojiazul:
—Estoy un poco cansado, chicos. Sigan ustedes.

—Yo tengo algo que hacer, te acompaño, Perscado— sonrió Ginevra aprovechando el momento para dejar a los chicos solos.
Cuando volvió al campamento, vio a la señorita O'Leary jugando con Aníbal en los Campos de Marte.

En las puertas fortificadas, Percy se detuvo y miró por el valle.
—¿Está todo bien?— se volteó la rubia con preocupación.

—Sí... Estaba pensando.

—Pensando en que mañana verás a Annabeth— se burló codeándolo.

—Sí— sonrió él.

Después de eso se dividieron. Percy se fue a su casa de Pretor y Ginna cuando estuvo camino a su cama, se desvió ya que vio una luz dorada entre los árboles.
Mientras caminaba, la luz se volvía intensa. Sacó sus gafas de sol de sus bolsillos y pudo ver con más claridad. Frente a ella había un hombre joven con cabello dorado y dientes perfectos. Llevaba una chaqueta de aviador, una camiseta sin mangas, unos tejanos y mocasines. Sonreía como si le hubieran pedido promociones de pasta dental y le hizo señas a Ginny para que se acercara.

—¡Ginny Paris!— saludó.

La chica conmocionada hizo una pequeña reverencia para luego quitarse los lentes de sol.
—Padre... Es muy agradable verte, pero ¿qué haces aquí?

—Oh bueno... Hay algo que quisiera conversar contigo. Será breve, lo prometo. El trabajo del sol nunca termina, ¿verdad?

Él tenía la atenta mirada de su hija, por lo que se puso un poco más serio.
—Vine a hablar de tu don profético, Ginevra. Sé que parezco irresponsable y despreocupado, pero quiero que esto te quede claro. No te daré preferencia, eres una de los pocos a quien he dado este don, pero veo su importancia para el futuro del mundo, por lo que permitiré que compartas SÓLO las cosas que sean estrictamente necesarias.

—¿Crees que puedes explicarlo mejor?

—Por ejemplo si sabes que tu padre salva el mundo, puedes decirlo. Pero si sabes que uno de tus amigos morirá por comer una hamburguesa, no. ¿Comprendes, solecillo? Sólo cosas necesarias y en el momento.

—Entiendo papá... Quería preguntarte algo— la chica se acercó un poco. El aura dorada de Apolo no la dañaba. Tenía tantas ganas de abrazarlo, pero se limitó a no hacerlo—. Sonará raro, pero... ¿Puedes decir si estás orgulloso de mi?

Apolo se vio sorprendido. Esperaba de todo menos eso. La mirada de Ginevra quería ocultar la tristeza, pero su padre sabía que dudaba si realmente había sido una ayuda en la misión. —Ginevra Paris. No puedo tener preferencias ante mis hijos, pero sí, estoy orgulloso de ti. Tienes un futuro brillante, tu irradias luz y no es por ser mi hija. Tienes una luz propia, las personas se dan cuenta cuando te conocen. Y puede que no diga mis preferencias, pero entre nosotros... Eres mi romana favorita.

Y sin esperar más, fue él quien la abrazó. Sin importar todas las cosas que dijeran de Apolo, él era su dios favorito.
—¡Antes de irme hija, tengo un Haiku!

Él pareció concentrarse mientras pasaba su mano por su rubio y sedoso cabello.

"El gran dios Sol
junto a su hija iluminan.
Somos geniales."

Después de eso, Apolo se despidió y subió a su carro rojo para luego partir por el cielo.
"Percy tiene razón" pensó la chica. "Mis Haikus son tan malos como los de mi padre".



A la mañana siguiente, los cuatro desayunaron pronto y marcharon a la ciudad antes de que el senado se reuniera. Todos ahí estaban felices.
Hazel dijo que incluso había oído hablar sobre un "triunfo" formal para los cuatro, un desfile por la ciudad seguidos por una semana de juegos y celebraciones.

Mientras caminaban mirando a su alrededor, Percy les contó que tuvo un sueño con Juno.
Hazel frunció el ceño.
—Los dioses estuvieron atareados anoche. Enséñaselo, Frank.

Frank rebuscó entre el bolsillo de su abrigo. Sacó un fino libro con una nota escrita con letras rojas.
—Estaban en mi almohada esta mañana—se lo pasó a cada uno—. Como si me hubiera visitado el ratoncito Perez.

El libro era "El Arte de la Guerra" por Sun Tzu. La nota decía: "Buen trabajo, chico. La mejor arma de un hombre es su mente. Este era el libro favorito de tu madre. Échale un ojo. Postdata: Espero que tu amigo Percy haya aprendido un poco de respeto hacia mí."

—Guau—Percy le devolvió el libro—. Quizá Marte sí sea distinto de Ares. No creo que Ares sepa reír.

Frank ojeó las páginas.
—Hay muchas cosas aquí sobre el sacrificio, conociendo el coste de la guerra. En Vancouver, Marte me dijo que tenía que poner mi deber por delante de mi vida o la guerra entera se iría a pique. Creía que se refería a liberar a Tánatos, pero ahora... no lo sé. Sigo vivo, quizá algo peor esté por venir.

—Mi papá me visitó— confesó Ginny al sentir el silencio entre los cuatro—. Hablamos y me dijo que de ahora en adelante me concedía permiso para compartir cosas que veía del futuro si eran estrictamente necesarias.

—No entiendo...

—Mientras yo lo entienda, no habrá problema— murmuró poniéndose sus gafas y viendo hacia el sol—. Tenías razón, escualo. Sus Haikus son tan malos como los míos.

Rieron para luego observar a la rizada.
—Y tú, ¿Hazel? —preguntó Percy—. ¿Plutón te ha dicho algo?

Bajó la mirada. Varios diamantes salieron del suelo a sus pies.
—No—admitió—. De alguna manera, creo que me ha enviado un mensaje a través de Tánatos. Mi nombre no estaba en la lista de almas fugadas, cuando lo debería haber estado.

—¿Crees que tu padre te dio un pase? —preguntó Percy.
Hazel se encogió de hombros.
—Plutón no puede visitarme o hablarme sin admitir que sigo viva. Entonces tendría que reforzar las leyes de la muerte y tendrá que obligar a Tánatos a llevarme de nuevo al Inframundo. Creo que mi padre está haciendo la vista gorda. Creo... creo que quiere que encuentre a Nico.

—Encontraremos a tu hermano—le prometió Percy—. En cuanto el barco llegue, navegaremos hacia Roma.

Ginevra, Hazel y Frank intercambiaron miradas nerviosas, como si ya hubieran hablado sobre aquello.
—Percy...—dijo Frank—. Si quieres que vayamos, iremos. Pero, ¿estás seguro? Me refiero... sabemos que tienes miles de amigos en el otro campamento. Y ahora podrías escoger a cualquiera del Campamento Júpiter. Si no formamos parte de los ocho, entenderemos que...

—¿Bromean? —dijo Percy—. ¿Creen que voy a dejar a mi equipo atrás? ¿Después de haber sobrevivido al germen de trigo de Fleecy, de haber corrido delante de unos caníbales, de escondernos tras un gigantesco trasero azul en Alaska? ¡Vamos, hombre!

La tensión se rompió. Los cuatro comenzaron a reír, quizá un poco demasiado, pero era un alivio estar vivos, con el brillo y el calor del sol sin preocuparse, al menos por el momento.

Hazel respiró hondo.
—La profecía que dijo Ella, sobre una hija de la sabiduría, y la marca de Atenea ardiendo a través de Roma... ¿sabes de qué va?

—No estoy seguro—admitió—. Creo que hay más de esa profecía. Quizá Ella pueda recordar el resto de ella. ¿Sabes algo de ello, Ginny?

—En específico de la persona, creo que no puedo decir nada. Lo siento.

Ginevra lo había negado, pero miró a Percy con tristeza. Sabía que él sabía, pero no lo quería creer.

Frank se metió el libro en su bolsillo.
—Tenemos que llevarla con nosotros, me refiero, por su propia seguridad. Si Octavian descubre que Ella ha memorizado los Libros de la Sibila...

—Tienes razón—dijo Ginna—. Tenemos que protegerla si o si. Sólo espero que podamos convencerla...

—¡Percy! —Tyson llegó corriendo por el foro con Ella revoloteando a su alrededor con un pergamino en sus garras. Cuando alcanzaron la fuente, Ella dejó caer el pergamino en el regazo de Percy.

—Envío especial—dijo—. De un aura, un espíritu del viento. Sí, Ella tiene un envío especial.

—¡Buenos días, hermanos! —Tyson tenía heno en su pelo y mantequilla de cacahuete en sus dientes—. El pergamino es de Leo. Es divertido y bajito.

"Leo" pensó. "¿Quién es y por qué resuena en mi mente?"

El pergamino no parecía nada raro, pero cuando Percy lo extendió por su regazo, una grabación de vídeo parpadeó en el pergamino. Un chico vestido con una armadura griega les sonreía. Tenía una cara traviesa, el pelo rizado y negro, y unos ojos alocados, parecía haberse tomado unas cuantas tazas de café. Estaba sentado en una habitación oscura con paredes de madera como el interior de un barco. Unas lámparas de aceite colgaban a un lado y a otro del techo.
Hazel ahogó un grito.

—¿Qué? —preguntó Frank— ¿Qué pasa?

—¡Eh! —dijo el chico en el vídeo—. Saludos de sus amigos del Campamento Mestizo, etcétera. Soy Leo. Soy el...—miró fuera de cámara y gritó: —¿Cuál es mi título? Soy algo así como el almirante, el capitán, o...?

Una chica le devolvió el grito:
—El chico de las reparaciones.

—Muy gracioso, Piper—gruñó Leo. Se volvió a cámara—. Sí, bueno... soy... el...comandante supremo del Argo II. ¡Sí, me gusta eso! De todas formas, vamos a navegar hacia ustedes en unos, no sé, un par de horas en este gigantesco barco de guerra. Agradeceríamos si no nos, bueno, nos quitan del cielo a cañonazos y esas cosas. ¡Así que, bueno! Si pudieran decírselo a los romanos... Gracias. Nos vemos pronto. Sus queridos amigos semidioses y todo eso. Paz.

Ginny sonrió inconscientemente observando el video.
El pergamino se apagó.

—No puede ser—dijo Hazel.
—¿Qué? —preguntó Frank—. ¿Conoces a ese chico?
Hazel parecía haber visto un fantasma.
—Es Sammy Valdez—dijo—. Pero, ¿cómo?

—No puede ser—dijo Percy—. Ese chico se llama Leo. Y han pasado setenta y pico años. Tiene que ser una...

Fueron interrumpidos por unos cuernos sonando en la distancia. Los senadores llegaron desfilando al foro con Reyna guiándoles.
—Es la hora de la asamblea—dijo Percy—. Vamos. Tenemos que advertirles sobre el barco de guerra.


—¿Por qué deberíamos confiar en los griegos? —decía Octavian.

Había estado paseándose por el senado durante cinco minutos, de un lado para otro, intentando asimilar lo que le había dicho Percy sobre el plan de Juno y la Profecía de los Ocho.
El senado se mantenía en silencio, pero muchos tenían miedo de interrumpir a Octavian mientras estaba discurriendo. Mientras tanto, el sol se alzaba en el cielo, brillando a través del techo roto del senado dándole un foco de luz natural a Octavian. La Casa del Senado estaba llena. La Reina Hylla, Ginny, Frank y Hazel estaban sentados al frente de la fila con los senadores. Los veteranos y los fantasmas llenaban las filas posteriores. Incluso a Tyson y Ella les habían permitido estar presentes al fondo. Tyson no dejaba de saludar y sonreír a Percy.
Percy y Reyna ocupaban los asientos de pretores en la tarima.

—El campamento está seguro—siguió Octavian—. ¡Yo fui el primero en felicitar a nuestros héroes por traer de vuelta el águila de la legión y tanto oro imperial! Hemos sido bendecidos con muy buena suerte. ¿Pero por qué más? ¿Para qué tentar al destino?

—Me alegro de que preguntes—Percy se levantó, aprovechando el momento.

Octavian balbuceó. —Yo no...

—...formaste parte de la misión—dijo Percy—, lo sé. Y si me permites decirlo, yo sí. Gaia está despertando. Hemos vencido a dos de sus gigantes, pero ese es solo el comienzo. La guerra de verdad tendrá lugar en las tierras ancestrales de los dioses. La misión nos llevará a Roma, y luego a Grecia.

Una oleada incómoda se extendió por el senado.
—Lo sé, lo sé—dijo Percy—. Siempre han creído que los griegos son sus enemigos. Pero creo que tienen una buena razón para pensarlo, creo que los dioses nos han mantenido separados a ambos campamentos, porque cada vez que nos encontramos, luchamos. Pero eso puede cambiar. Tiene que cambiar si queremos vencer a Gaia. Eso es lo que significa la Profecía de los Ocho. Ocho semidioses, griegos y romanos, tendrán que cerrar las Puertas de la Muerte juntos.

—¡Ja! —gritó un lar de la fila del fondo—. La última vez que un pretor intentó interpretar la Profecía de los Ocho, fue Michael Varus, que perdió nuestra águila en Alaska. ¿Por qué deberíamos creerte?

Octavian sonrió. Algunos de sus aliados en el senado comenzaron a asentir y a murmurar. Incluso algunos de los veteranos parecían incómodos.
—Llevé a Juno a través del Tíber—les recordó Percy, hablando lo más serio que pudo—. Ella me dijo que la Profecía de los Ocho se avecinaba. Marte también se apareció en persona. ¿No creen que sus dos dioses más importantes no aparecerían en el campamento si la situación no fuera importante?

Ginevra agradeció internamente que Percy no mencionara nada de la venida de Apolo, sino tendría que dar explicaciones innecesarias a Octavian.

—Tiene razón—dijo Gwen en la segunda fila—. Yo, confío en la palabra de Percy. Griego o no, ha restaurado el honor de la legión. Ya lo vieron en el campo de batalla anoche. ¿Alguien se atrevería a decir que no es un verdadero héroe de Roma?

Nadie discutió. Algunos asintieron, estando de acuerdo.
Reyna se levantó. —Dices que es una misión combinada—dijo—. Dices que Juno pretende que trabajemos juntos con esos, ese otro grupo del Campamento Mestizo. Aunque los griegos han sido enemigos nuestros durante eones. Son conocidos por sus engaños.

—Quizá—dijo Percy—. Pero los enemigos pueden convertirse en amigos. Hace una semana, ¿me habrían creído si les digo que los romanos y las amazonas habrían luchado codo con codo?

La Reina Hylla rió.
—Tiene razón.

—Los semidioses del Campamento Mestizo ya han trabajado junto al Campamento Júpiter—dijo Percy—. No nos dimos cuenta. Durante la Titanomaquia del último verano, mientras estaban atacando el Monte Othrys, nosotros estábamos defendiendo el monte Olimpo en Manhattan. Luché contra Cronos en persona.

Reyna retrocedió, y casi se tropezó con su toga.
—Tú, ¿qué?

—Sé que es difícil de creer—dijo Percy—. Pero creo que me he ganado su confianza. Estoy de su lado. Ginevra, Hazel y Frank, quieren ir conmigo a esta misión. Los otros cuatro vienen de camino del Campamento Mestizo ahora mismo. Uno de ellos es Jason Grace, su antiguo pretor.

—¡Oh, vamos! —gritó Octavian—. Está liando las cosas.

Reyna frunció el ceño.
—Es mucho que creer. ¿Jason va a volver con un puñado de semidioses griegos? Dices que van a aparecer en el cielo con un barco de guerra altamente armado, pero que no nos deberíamos preocupar.

—Sí—Percy miró hacia las filas, nervioso, dudando de los espectadores—. Déjenles aterrizar. Escúchenlos. Jason respaldará todo lo que les estoy diciendo. Lo juro por mi vida.

—¿Por tu vida? —Octavian miró con persuasión al senado—. Recordaremos eso, si resulta ser un engaño.

Como en respuesta, un mensajero llegó corriendo a la Casa del Senado, tosiendo como si hubiera corrido desde el campamento:
—¡Pretores! Lamento interrumpir, pero nuestros vigías han avistado un...

—¡Barco! —dijo Tyson, alegre, señalando el agujero en el tejado—. ¡Yuju!
Por supuesto, un barco de guerra griego apareció entre las nubes, a una media milla, descendiendo hacia la casa del Senado.
El Argo II. Era el barco más increíble que habían visto.

—¡Pretores! —gritó el mensajero—. ¿Cuáles son sus órdenes?

Octavian se puso en pie.
—¿Necesitas preguntar? —su cara estaba roja de rabia. Estaba destrozando un osito de peluche—. ¡Los augurios son horribles! Esto es un truco, un engaño. ¡Teman de los regalos de los griegos!—Señaló con el dedo a Percy—. Sus amigos están atacando con un barco de guerra. ¡Les ha traído aquí! ¡Debemos atacar!

—No—dijo Percy, firmemente—. Me han escogido como pretor por una razón. Lucharé para defender este campamento con mi vida. Pero esos no son enemigos. Yo digo que nos mantengamos firme, pero no ataquen. Déjenlos aterrizar. Dejen que hablen. Si es un truco, lucharé a su lado, igual que hice la noche anterior. Pero no es un truco.

Todos los ojos se giraron hacia Reyna. Ginny la miró con súplica. Ella estudió el barco de guerra acercándose. Su expresión se endureció. Si ella vetaba las órdenes de Percy... bueno, no sabía qué podría pasar. Caos y confusión, como mucho. Los romanos seguirían a su líder.

—No disparéis—dijo Reyna—. Pero tengan a la legión preparada. Percy Jackson ha sido elegido pretor por su voluntad. Confiaremos en su palabra, a no ser que nos dé una razón obvia para no hacerlo. Senadores, pospongamos nuestra asamblea para más tarde y vayamos al encuentro de... nuestros nuevos amigos.

Los amigos se acercaron a Percy.
—Van a aterrizar justo en el foro—dijo Frank, nervioso—. A Término le va a dar un ataque de corazón.

—Percy—dijo Hazel—, lo has jurado por tu vida. Los romanos se toman muy en serio eso. Si algo va mal, aunque sea por accidente, Octavian te matará. ¿Lo sabes, verdad?

Percy sonrió. Le pasó un brazo alrededor del hombro de Hazel, quien abrazaba a Ginevra y otro alrededor del de Frank.
—Vamos—dijo—, permítanme presentarles a mi otra familia.

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