15

DESPUÉS DE TERMINADA LA batalla, a Ginevra le permitieron compartir cabaña con los hijos de Apolo. Tiempo atrás habría sido un paraíso el estar rodeada de sus medios hermanos... Pero ahora quería estar en soledad. Lo más difícil era aparentar que su vida podía seguir normalmente adelante. Tener que convivir con las demás personas y fingir sonrisas, pero en el fondo, sólo ella sabía que su corazón se había quedado justo donde él la había dejado.

Percy iba todas las mañanas a la cabaña de Apolo para sacarla a caminar por el campamento y conversar. A pesar que con la mayoría de las personas funcionaba, Jackson notaba que algo en la voz de la muchacha sonaba vacío. Y es que no había nada que le hiciera tener motivaciones, algo que nunca había sucedido en su vida.

Después, cuando Nico y los siete semidioses del Argo II se reunieron en el porche de la casa grande, no pudo aguantar más tener sonrisas en su rostro.

Jason bajó la cabeza, incluso sus anteojos estaban perdidos en la sombra. —Deberíamos haber estado allí al final. Podríamos haber ayudado a Leo.

—No es justo —convino Piper, enjuagando sus lágrimas—. Todo ese trabajo consiguiendo la cura del médico, para nada.

Hazel rompió a llorar. —¿Piper, dónde está la cura? Sácala.

Desconcertada, Piper alcanzó su bolsa de cinturón. Ella sacó el paquete del paño de gamuza, pero mientras lo desenrollaba vio que la tela estaba vacía. Todos los ojos miraron hacia Hazel.

—¿Cómo?— Annabeth pregunto.

—En Delos, Leo nos convocó aparte. Nos pidió que le ayudáramos.

A través de sus lágrimas, Hazel explicó como ella había cambiado la cura del médico por una ilusión, un truco de la Niebla, por lo que Leo podría mantener el vial real. Frank les contó acerca del plan de Leo para destruir a una debilitada Gea con una gran explosión ardiente. Después de hablar con Niké y Apolo, Leo había determinado que una explosión de este tipo podría matar a cualquier mortal dentro de un rango de medio metro, por lo que sabía que él tendría que alejarse de todos.

—Quería hacerlo solo —dijo Frank—-. Pensó que sería poco probable que él, un hijo de Hefesto, podría sobrevivir en el fuego, pero si alguien estaba con él... Dijo que Hazel, Ginevra y yo, que siendo romanos, entenderíamos el sacrificio. Pero él sabía que el resto de ustedes no lo permitiría.

Al principio los demás parecían enojados, como si quisieran gritar y arrojar cosas. Pero, conforme Frank y Hazel hablaban, la ira del grupo parecía disiparse. Era difícil estar enojado con ellos cuando ambos estaban llorando. También... el plan sonaba exactamente como una cosa que haría el astuto, retorcido, ridículamente molesto y noble Leo Valdez.

Finalmente Piper soltó un sonido en algún lugar entre un sollozo y una risa. —Si él estuviera aquí ahora mismo, lo mataría. ¿Cómo se planea tomar la cura? ¡Estaba sólo!

—Tal vez haya encontrado una forma —dijo Percy tratando de animar a la rubia que desde el inicio no había dicho ninguna palabra—. Estamos hablando de Leo. Él podría volver a cualquier momento. Entonces podremos turnarnos para estrangularlo.

Hasta ahí había quedado la reunión, pero nadie sabía cómo sacarle las palabras a Ginevra. Cuando se despidieron, ella vio a los miembros de la cabaña de Hefesto trabajar fielmente en hermandad. Movían materiales pesados y estaban cubiertos de aceite.

"Ellos realmente son como él" pensó.

—Podrías quedarte, ¿sabes? —dijo una voz tan conocida a su lado.

—No tengo nada que me ate a quedarme —soltó ella.

—Auch, haré como si no me hubiera afectado eso —respondió Percy—. Me refiero a que si quieres recordarlo más, podrías comenzar por conocer su lugar.

—Percy, no te pases, no hables como si se hubiera... —inspiró—. No me voy a quedar. Sólo sería una punzada de dolor.

El muchacho parece haber tenido una conversación en susurros que realmente no le importaba a la rubia, pero después de eso se retiró. Sintió una mano conocida en su hombro. Era Avila, su mejor amiga y hermana. Había preguntado: "¿Cómo estás?", pero ya estaba cansada de esa pregunta.

—Estoy bien. Todo bien.

—No mientas, sé que a pesar de lo poco que se conocían--

—Reyna, no entiendes... Puede que hace unos días comenzara a salir con Leo, pero yo le quería desde mucho antes, desde la primera visión llamó mi atención, después lo conocí y me encantó su personalidad, me... Me encanté. Ha pasado mucho, y sonará mal, pero él es Leo, mi Leo.

—Tienes razón... No lo entiendo —la abrazó la pretor—. ¿Volverás con nosotros al campamento Jupiter?

—Sí... Debo volver a mi realidad. Han pasado muchos meses desde que veo a mi hermana y —suspiró.

—Ese es tu lugar...

—Así es —trató de sonreír—. La verdad fue ingenuo pensar que podría funcionar. Me llené de pensamientos tontos... Lo odio.

—Sabes que creer no fue el problema. De hecho, no hubo problemas. Leo se sacrificó y fue valiente. Digno romano.

Una parte dentro de la chica se quebraba cada vez que las personas hablaban de Leo en forma pasada. Se decía que exageraba y debía seguir adelante por su propio bien, eso le dijeron amigos romanos. Pero no era verdad, porque ellos no lo conocían y no necesariamente debía seguir adelante, sólo había sido hace una semana.

Otros le decían que se encontraba en algunas fases del duelo y que ya pasaría, pero ¿debía? Sentía que no podía hacerle eso... Porque una parte de ella no quería creer que él... No quería creerlo.

Pero mientras ella albergara esperanza, él seguiría ahí.

—Vamos, tenemos que ir a comer —la tomó por los hombros y llevó al comedor.


[...]


Después, en el momento del anuncio, Quirón se adelantó y levantó su copa. —De cada tragedia — él dijo— viene nueva fuerza. Hoy, le agradecemos a los dioses por esta victoria. ¡A los dioses!

Todos los semidioses se unieron al brindis, pero su entusiasmo parecía silenciado. Nico entendió la sensación: salvamos a los dioses otra vez, ¿y ahora tenemos que darles las gracias?

A continuación, Quirón dijo: —¡Y por los nuevos amigos!

 —¡POR LOS NUEVOS AMIGOS!
Cientos de voces semidióses hicieron eco a través de las colinas.

En la fogata, todos se mantuvieron mirando las estrellas, como si esperaran que Leo reapareciera como un tipo de sorpresa dramática de último minuto. Tal vez se abalanzaría, saltando fuera de la espalda de Festo y empezando a contar chistes cursis. No sucedió.

Después de un par de canciones, Reyna y Frank fueron llamados al frente. Tuvieron un estruendoso aplauso de los griegos y los romanos. Arriba en la Colina Mestiza, la Atenea Partenos brillaba más resplandeciente que la luna, como si dijera: Estos chicos están muy bien.

—Mañana —Reyna dijo— nosotros, los romanos, debemos regresar a casa. Agradecemos su hospitalidad, especialmente desde que casi los matamos.

—Tú casi mueres —Annabeth corrigió. 

—Lo que sea, Chase. 

—¡Oooooohhhhh! —reaccionó la multitud.

Entonces todos empezaron a reír, empujándose unos a otros. Nico incluso sonrió.

—De todos modos — Frank asumió el control—. Reyna y yo estamos de acuerdo. Esto marca una nueva era de amistad entre los campamentos.

Avila le dio una palmada en la espalda. —Es cierto. Durante cientos de años, los dioses trataron de separarnos para evitar peleas. Pero ahora hay una mejor especie de paz, cooperación.

Piper se puso de pie entre el público. —¿Estás segura de que tu mamá es una diosa de la guerra?

—Sí, McLean —dijo Reyna—. Todavía tengo la intención de luchar en un montón de batallas. ¡Pero de ahora en adelante lucharemos juntos! 

Eso obtuvo una gran ovación.

Zhang levantó su mano pidiendo silencio. —Todos serás bienvenido en el Campamento Júpiter. Llegamos a un acuerdo con Quirón: un intercambio libre entre los campamentos: visitas de fin de semana, los programas de formación y por supuesto, ayuda de emergencia en tiempos de necesidad.

—¿Y las fiestas? —preguntó Dakota.

—¡Si, señor! —dijo Connor Stoll.

—Gracias —concluyó Reyna— a todos ustedes. Pudimos haber escogido odio y guerra. En su lugar encontramos la aceptación y amistad.

Entonces ella hizo algo inesperado. Caminó hacia Nico, que estaba parado a un lado en las sombras, como de costumbre. Tomó su mano y lo acercó gentilmente a la luz del fuego.

—Teníamos una casa — dijo—. Ahora tenemos dos.

Le dio un gran abrazo a al chico y la multitud rugió con aprobación.

Esta era la última noche que estaría en  el Campamento Mestizo, sería la última vez que estarían los de la profecía juntos en un tiempo y se permitiría estar alegre por los demás.

Ver la amistad que se había creado, cómo los griegos hermanaron con tanta facilidad a los romanos después de todo le daba esperanza. Recordaba la vez que las amazonas les habían ayudado en aquella feroz batalla tiempo atrás. Era la misma sensación que tener una gran familia.

Su cohorte reía, junto a los griegos, ya no importaba a qué grupo pertenecían después de todo lo que habían pasado juntos. Se acercó a sus amigos y les sonrió mientras se unía a su conversación. En ese momento, se sintió bien.



[...]



A la mañana siguiente, todos los griegos se despedían de sus amigos romanos. Sabía que se volverían a encontrar pronto y eso les alegraba a ambos bandos. Ginevra les daba cariñosos abrazos a todos los miembros de la cabaña de Apolo por la gran hospitalidad que habían tenido. A pesar de que se había sentido triste toda la semana, los griegos habían dado grandes esfuerzos para que se sintieran en casa.

—Gracias por lo que han hecho por nosotros —sonrió ella a Solace.

—Vuelvan cuando quieran —respondió Will.

Seguido de esto, se acercó a Percy.

—Hey, escualo —saludó la muchacha.

Jackson la elevó en sus brazos. —Prométeme que estarás bien, teñida.

—Irán a la universidad de Nueva Roma, ¿no es así? No estaremos distanciados por mucho.

—Aún así...

—No te preocupes. Estaré donde —inspiró—. Donde pertenezco. Además, Frank lo dijo. Puedo venir cuando quiera... Pero mejor es que tu vayas a visitarme.

—Estoy a un mensaje de Iris de distancia.

—Como si tuviéramos dracmas allá —rodó los ojos la rubia.

—Te hablo enserio.

—Te quiero, Percy. Eres el mejor amigo que podría tener. El mejor hermano.

Él la dejó y le tiró la cola de caballo. Este era un "hasta pronto". 


Terminó de despedirse de sus amigos y emprendieron camino al Campamento Júpiter. 

Después de tantos meses por fin estarían en paz.

En el momento en el que por fin comenzó su viaje, cayó dormida. Ya no recordaba cuándo fue el último día en el que había dormido tranquila, pero por fin pudo.

Hasta que comenzó a soñar. Sintió cómo su ceño se arrugaba al observar el cambio de escenario en su mente. Estaba en el campamento, en su hogar, dando algunas ordenes a nuevos reclutas de la tercera cohorte. Le hacía tan feliz tener aires nuevos que aportaran ideas y sentir su espíritu ansioso. 

Un chico había dejado todo lo que estaba haciendo, disponiéndose a observar el cielo.

"¿Qué estás haciendo? En la tercera cohorte todos trabajamos en equipo, ¡Vamos!" le había estado diciendo, pero él apunto a lo que llamaba su atención.

"Pero qué..."

De la nada, un objeto en el cielo les dió sombra. Era tan grande que todo el grupo había quedado tapado. Mientras disminuía y bajaba a tierra, los jovenes comenzaron a desenvainar sus armas, preparándose para un ataque. Pero ella se había dado cuenta que era Festo, el dragón.

"¡Esperen! ¡Guarden todo!"

Su corazón palpitó con tanta rapidez que comenzó a pensar que no estaba soñando. Justo cuando iba a saber qué sucedía después, Frank la despertó.

—Ginny--

—¡¿Qué?!

—Ya... Ya llegamos.

Después de meses... Por fin habían llegado. Por fin volvieron a casa.

¿Era verdad? Podía ser otra clase de pesadilla, no habría sido a primera vez que le sucedía eso...

Pese al inquietante sueño que tuvo, se levantó y corrió rápidamente por las calles de Nueva Roma.

 "Mamá" no dejaba de repetir mientras observaba las casas, de repente, por fin había encontrado el característico jardín de Celia Paris.

Con el corazón entre las manos entró por el pasillo lleno de flores de su madre. Sonrió al ver una nueva maceta de girasol y tocó la puerta. Dioses, qué nerviosa estaba... Después de unos minutos escuchó la melodiosa voz de la mujer advirtiéndole a una niña pequeña que dejara de tomar cosas de su hermana.

Al abrirse la puerta ambas compartieron una mirada llena de alivio y nostalgia. Sus ojos se aguaron y piernas flaquearon. Trató de hablar pero sólo había podido emitir sonidos. Estaba en su hogar.

—¿Ginny...? —murmuró su madre, quien se apresuró en abrazarla. Enterró su cara en el hombro de Celia y parpadeó las lágrimas que querían salir de sus ojos.

—Mami —sollozó por fin todo lo que había aguantado por meses—. Estoy aquí.

—Oh, mi niña... Pensé lo peor. Pero si alguien podía, eras tú —La mujer limpio el rostro de su hija con amor—. Vamos, entra, querida.

La mujer pasó el brazo por los hombros de la muchacha con gran amor. La dejó en el sillón y comenzó a prepararle algo para comer.

—Te extrañé mucho.

—No sabes cuánto le recé a los dioses. Tu padre te siguió el rastro mucho tiempo después de decirle que si te pasaba algo el no sería bienvenido en Nueva Roma... 

Por un momento todas las piezas le habían calzado a la chica. Diana tenía razón, su padre se preocupaba muchos por sus hijos, pero también había sido amenazado por su amor... No cualquier dios aceptaba eso, y menos le hacía caso a una simple hija de Venus. Pero él amaba tanto a su madre que había vuelto a ella en más de una ocasión y se puso manos a la obra en cuanto escucho las palabras de Celia.

—¿Tus amigos están bien? ¿Reyna? ¿Quieres invitarlos a comer? Percy, Hazel y Frank pueden venir también.

—Yo —recordó a Leo— tengo algunas cosas que contarte.

La ojiverde le comentó todo lo sucedido a su progenitora, desde que se había ido del campamento, hasta lo sucedido en el viaje de vuelta. Omitió las partes que le podrían haber roto el corazón, como cuando esa bruja de hielo la mandó a otro país y casi muere enterrada. Pero aún así, la mujer tenía una mano apretada en el corazón como si se lo hubieran estrujado.

—Mi hija... ¿Tuviste que pasar todo eso?

—Sí, pero eso no es lo importante... Mamá, tuve un sueño con Leo al volver a Nueva Roma. Quiero decir, creo que es él porque era su dragón... Yo no sé qué pensar. Porque hay algo dentro de mi que me dice que sigue vivo, pero no sé si en algún punto mi mente está jugando conmigo.

—Hija... —la mujer le acarició el cabello—. Lo quieres mucho, ¿no es así?

—Pero mamá, yo sé...

—Ginny, bella filia mea... El amor, el cariño que sientes por él te hace creer esto. Pero provoca un gran dolor dentro de ti. No te hagas esto.

—Pero...

—¿Ha sucedido antes? ¿Visiones de algo que no... De algo que sea difícil que suceda?

Celia Paris sabía la respuesta pero quería que su hija lo dijera, y en cuanto a la rubia, no lo diría. No quería creer que fuera mentira.

—Querida, soy hija de Venus... Todo del amor yo lo sé. Has sufrido mucho, pero debes dejarlo ir. Por su bien y por el tuyo.

Ginevra se pasó las manos por la cara tratando de ocultar su frustración.

—Sí má, tienes razón.

—No digas eso para dejarme tranquila, Ginevra. Dilo por ti.

—¿Dónde está Aurora?

—No me cambies el tema, hija...

—¡Oh, Aurora! ¡Adivina quién volvió, pequeña traviesa! —se escapó la rubia hasta la habitación de la pequeña.

Ahí estaba la copia de Apolo en versión femenina y de menos edad. Jugaba con un arco de plástico como si estuviera en una misión de espías. Quizás en algún futuro ella pueda tomar la oferta de las amazonas...

—¡Hermana! —la chiquita se lanzó en sus brazos.

—¡Aurora! ¡Has crecido mucho! ¿Dónde se fueron todos tus dientes?

—Mamá dijo que te visitaron y que en un tiempo volverían.

—¿De verdad? Pues debo decir que demorará un poco más... ¿Conoces al hada de los dientes? Esa diminuta acumuladora no quiere entregarme tus dientes. Tendré que batallar con ella... ¿Me ayudarías a practicar?

La hermana mayor sacó de los juguetes una espada de madera y se posicionó mientras le daba tiempo a la niña para hacer lo mismo.

—¡En guardia! —exclamó la menor.

La chiquita de cinco años era demasiado rápida y escurridiza para Ginevra, quien se había acostumbrado a pelear con grandes monstruos. En un dos por tres, la hermana mayor se encontró en el suelo derrotada, teniendo una batalla de cosquillas con Aurora.

—¡Ya, ya! ¡Me rindo! 


Me rindo.



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