15
GINEVRA Y PERCY LUCHABAN lado a lado contra los cientos de muertos romanos que se recomponían una y otra vez. No tenían tiempo de ver a Frank, pero esperaban que se apurara.
—¿Me respondes algo?— exclamó Ginny golpeando a dos de sus enemigos con su arco de oro imperial—. ¿Crees que es raro que me haya sentido dejada de lado cuando este idiota gigante les hablaba a ustedes?
—¡Ginevra, cállate y lucha!
—¡Eres aburrido, escualo! ¡Venga fantasmitas, están agotados, ¿no sería mejor que se fueran al inframundo a dormir unos cuantos miles de años?— después de eso, unos cuantos se evaporaron. Ginny nunca sospechó que le hicieran caso, pero ahí estaban.
Percy luchaba como un huracán. De hecho... era un huracán. Un huracán de agua en miniatura y vapor de hielo giraba a su alrededor mientras atacaba al enemigo, golpeando fantasmas romanos, esquivando flechas y lanzas. ¿Desde cuándo tenía ese poder?
Se movió entre las filas enemigas, y aunque pareciera dejar a Frank sólo con Ginevra lanzando flechas por doquier, el enemigo está completamente fijado en Percy. Ginna no estaba segura de por qué, pero entonces vio el motivo de Percy. Uno de los fantasmas de vapor oscuro vestía una capa de piel de león y sujetaba un poste con un águila dorada con carámbanos congelados en sus alas. El estandarte de la legión.
Percy barrió una columna de legionarios, resquebrajando sus escudos con su ciclón personal. Dejó fuera de conocimiento al de la capa de león y agarró el águila.
—¿La quieren de vuelta? —les gritó a los fantasmas—. ¡Vengan a por ella!
La apartó de su alcance y lo vieron correr alejándolos de Frank. Aunque aquellas sombras quisieran mantener a Tánatos encadenado, eran espíritus romanos, se suponía que debían proteger el águila, y más de un griego.
Aún así, Percy no podía luchar contra enemigos para siempre. Mantener una tormenta como aquella debía de ser difícil. A pesar del frío, su cara estaba sudorosa.
Los fantasmas que Ginevra había mandado a dormir habían vuelto y parecían enojados. Ella se unió a un enfrentamiento cercano con su cuchilla.
Cada vez que les pegaba un corte con su arma, los fantasmas se volvían a materializar de inmediato.
—¡Chicos! —gritó Frank—. ¡Ahora pueden morir!
Ambos llenos de cansancio asintieron con una sonrisa. El huracán de Percy comenzaba a desvanecerse. Los movimientos de Ginevra comenzaban a ser más lentos. El ejército fantasma al completo les había rodeado, obligándole a ir hacia el borde del glaciar.
Ocupando sus últimas flechas, Ginny miró el borde con temor. Observó a Percy quién no se rendiría fácilmente.
Entonces, a través del campamento, Hazel gritó de dolor. No sabían lo que sucedía, pero el sentido de alarma de la rubia se activó sintiendo la necesidad de protegerle, aunque había dicho que era su lucha. Movió frenéticamente su cabeza para concentrarse en respaldar a Jackson. Ocupó esas fuerzas que salían de su interior para pelear.
—¡Hazel! —Frank miró a sus amigos dudando a quién socorrer.
—¡Ve y ayúdala! —gritó Percy, sujetando el poste del águila dorada—.¡Lo tenemos controlado!
Unas lágrimas brotaron de los ojos de Ginny sabiendo que era su fin, Percy mintió. No lo tenían controlado. Movía de un lado a otro su arco alejando a los fantasmas y arremetía con las fuerzas que le quedaban, pero no era suficiente.
Seguían con todo lo que tenían. No sabían lo que sucedió con Frank y Hazel... No sabían si seguían vivos.
El huracán Jackson había desaparecido. Sujetaba a Contracorriente con una mano y el águila de oro de la legión en la otra. Un ejército entero de sombras los rodeaban, y en un acto de desesperación, se concentró apretando todo dentro de sí e invocó la luz y brillo del sol, haciendo evaporar a algunos soldados.
—¡Percy, Ginny! —gritó Frank.
Percy se giró hacia ellos. Vio al gigante caído y pareció entender lo que pasaba. Una mini conversación se creó entre Ginevra y Percy, quien parecía acongojado. La chica gritó algo que se perdió con el viento, quizá un "¡VÁYANSE!", pero ni Frank ni Hazel pudieron comprender.
Entonces Ginny tomó la espada de su amigo, y la clavó en el hielo a sus pies. El glaciar entero tembló. Los fantasmas cayeron de rodillas. Detrás de los semidioses, una ola salió de la bahía: una pared de agua gris incluso más alta que el glaciar. El agua salió de los agujeros del hielo. Cuando la ola golpeó el glaciar, medio campamento se derrumbó. El borde entero del glaciar cayó hacia el agua, llevándose edificios, fantasmas y a Percy Jackson junto a Ginevra Paris.
Varios minutos después que el agua se llevó a los fantasmas, Percy (gracias al poder agua) se encontraba mejor y a duras penas volvió al borde del glaciar junto a la rubia. Todo había arrasado. El hijo de Poseidón le había hecho una burbuja a Ginny para que pudiera respirar, aunque no servía tanto ya que yacía en el suelo.
Él la observaba con miedo en la mirada, sin saber qué hacer. Había comenzado con RCP como enseñaban en el mundo mortal, aunque gracias a TDAH con suerte había prestado atención a lo que debía hacer. Al mismo tiempo, había cantado una canción como ella había hecho días atrás, para luego realizar que si había algún tipo de agua en sus pulmones, podía sacarlos con sus habilidades. Había hecho eso y ella despertó tosiendo y vomitando el café que había bebido anteriormente.
Cuando despertó, se dio cuenta que también habían llegado Frank Zhang y Hazel Levesque, quien limpió sus lágrimas al verla despierta. Sonrió débilmente, aunque se sorprendió al ver el bastón con el águila dorada.
—¡Están vivos! —se maravilló Frank.
Percy frunció el ceño.
—¿La caída? No ha sido nada. Me he caído de dos veces más lejos en el arco de St Louis. Y creo que a Tánatos le simpatizó Ginny.
—¡Así que la profecía está incompleta! —sonrió Hazel—. Probablemente quería decir algo como: "El hijo de Neptuno ahogará a un montón de fantasmas".
Percy se encogió de hombros. Seguía mirando a Frank como si estuviera ofendido. —Tengo algo de lo que hablar contigo, Zhang. ¿Puedes convertirte en un águila? ¿Y en un oso?
—Y en un elefante—dijo Hazel con orgullo.
—Un elefante—Ginevra se sentó y movió la cabeza con incredulidad—. ¿Ese es el don de tu familia? ¿Puedes cambiar de forma?
Frank arrastró los pies.
—Eh... sí. Periclímeno, mi ancestro, el argonauta, podía hacerlo. Yo he heredado la habilidad.
—Y él consiguió ese don de Poseidón—dijo Percy—. Eso es completamente injusto. Yo no me puedo convertir en ningún animal.
Frank le miró.
—¿Injusto? Tú puedes respirar bajo el agua y destruir glaciares y convocar huracanes increíbles. ¿Y encima es injusto que yo pueda ser un elefante?
Percy lo consideró.
—De acuerdo. Creo que tienes razón. Pero la próxima vez que seas una bestia...
—Si ya han terminado—cortó Hazel—, tenemos que irnos. El Campamento Júpiter está siendo atacado. Podrían usar el águila dorada...
Percy asintió. Y Ginny se levantó diciendo.
—Una cosa antes, Hazie. Ahí abajo hay lo menos una tonelada de armas y armaduras de oro imperial en el fondo de la bahía, además de un carruaje muy bonito. Me apuesto que ese material podría ser de gran ayuda...
Les llevo mucho tiempo, demasiado, pero sabían que aquellas armas podrían marcar la diferencia entre la victoria y la derrota si llegaban al campamento a tiempo.
Hazel usó sus habilidades para hacer levitar algunos objetos del fondo del mar. Percy se hundió y sacó algunos más. Incluso Frank ayudó convirtiéndose en una foca, que era algo muy guay, aunque Percy dijo que su aliento olía a pescado.
Tuvieron que subir el carruaje entre los cuatro, pero finalmente se las arreglaron para poner todo en la costa de arena negra cerca de la base del glaciar. No pudieron meter todo en el carruaje, pero usaron la cuerda de Frank para atar la mayor parte de las armas doradas y las mejores piezas de armadura.
—Parece el trineo de Santa Claus—dijo Frank—-. ¿Podrá Arión llevar tanto?
Arión relinchó.
—Hazel—dijo Percy—. Voy a tener que lavar con jabón la boca de tu caballo. Dice que sí, que puede tirar de ello, pero que necesita comida.
Hazel cogió una vieja daga romana, un pugio. Estaba curvada y abollada, por lo que no sería de demasiada ayuda en una batalla, pero parecía estar hecha de oro imperial sólido.
—Allá vamos, Arión—dijo—. Gasolina de alta calidad.
El caballo cogió la daga con sus dientes y se la tragó como una manzana. Frank hizo un juramento silencioso de no volver a poner su mano cerca del morro del caballo.
—No estoy dudando de la fuerza de Arión—dijo, con cuidado—, ¿pero resistirá el carro? El último...
—Este tiene oro imperial en las ruedas y en los ejes—dijo Percy—. Debería aguantar.
—Si no...—dijo Hazel—, esto va a ser un viaje muy corto. Pero no tenemos tiempo. ¡Vamos!
Ginevra, Frank y Percy se subieron al carro. Hazel se subió en la espalda de Arión.
—¡Arre! —gritó.
El bum sónico del caballo resonó por toda la bahía. Se fueron hacia el sur, creando avalanchas a su paso.
Después de 4 horas, llegaron a la cima de una colina encima del túnel Caldecott, Arión frenó como de repente, con su pecho subiendo y bajando, respirando fuerte.
Hazel le golpeó el costado con cariño: —Lo has hecho bien, Arión.
—Por supuesto que lo he hecho bien, ¿qué esperabas? — tradujo Percy.
Los tres se bajaron del carro.
—Chicos... Tienen que ver esto.
Cuando se unieron a Frank, el corazón les dio un vuelco. La batalla había comenzado, y no iba nada bien. La Legio XII estaba desplegada en los Campos de Marte, intentando proteger la ciudad. Las ballestas-escorpión disparaban hacia las filas de los Nacidos de la Tierra. El elefante Aníbal apartaba los monstruos hacia los lados, pero las defensas estaban en desventaja.
En su pegaso Escipión, Reyna volaba alrededor del gigante Polibotes, intentando mantenerle ocupado. Los lares habían formado filas de un fulgor morado luchando contra un grupo de sombras de vapor oscuro con armaduras. Los semidioses veteranos de la ciudad se habían unido a la batalla, y empujaban su formación tortuga con los escudos contra una manada de centauros salvajes. Unas águilas gigantes rodeaban el campo de batalla, entablando un combate aéreo con dos mujeres que tenían el pelo de serpientes e iban vestidas con delantales verdes de un mercadillo: Esteno y Euríale, las hermanas gorgonas.
La legión misma estaba sufriendo el ataque, pero su formación se estaba rompiendo. Cada cohorte era una isla en un mar de enemigos. La torre de asedio de los cíclopes disparaba unas bolas de cañón que brillaban de un color verde hacia la ciudad, creando cráteres en el fórum, reduciendo las casas a ruinas. Mientras observaban, una bola de cañón sacudió la casa del Senado y la cúpula se vino abajo.
—Hemos llegado tarde—dijo Hazel.
—No—dijo Percy—. Siguen luchando. Aún podemos hacerlo.
—¿Dónde está Lupa? —preguntó Frank, se oía desesperación en su voz—. Ella y los lobos... deberían estar aquí.
Ginny recordó su estancia con la diosa loba años atrás. Había respetado sus enseñanzas, pero también había aprendido que los lobos tenían sus límites. No eran unos luchadores eternos, solo atacaban cuando superaban ampliamente en número, y normalmente bajo la protección de la noche. Además, la primera regla de Lupa era la autosuficiencia.
—Ha hecho lo que ha podido—dijo Percy—. Ralentizó el ejército en el sur. Ahora depende de nosotros. Tenemos que llevar el águila dorada y estas armas a la legión.
—¡Pero Arión está cansado! —dijo Hazel—. ¡No podemos llevar todo esto nosotros solos!
—Quizá no tengamos que hacerlo—Percy buscó por las colinas. Si Tyson había captado su mensaje en sueños en Vancouver, debería estar cerca.
Silbó lo más fuerte que pudo, un silbido que habría parado cualquier taxi que estuviera desde Times Square hasta Central Park. Y entonces unas sombras aparecieron en los árboles. Una gran sombra oscura apareció de ningún lugar: un mastín del tamaño de un todoterreno, con un cíclope y una harpía a su espalda.
—¡Perro del infierno! —gritó Frank, retrocediendo.
Como días atrás, Ginny hizo señas con una mano diciendo: "Anulo cualquier maldición" en latín.
—¡Espera! —sonrió Percy—. Son amigos míos.
—¡Hermanito! —el cíclope lo abrazó—. ¡No estás muerto! ¡Me gusta cuando no estás muerto!
Ella revoloteó hasta el suelo y comenzó a arrancarse plumas.
—¡Ella ha encontrado un perro! —anunció—. ¡Un gran perro! ¡Y un cíclope!
¿Estaba sonrojada?
—Hola, señorita O'Leary —dijo Percy—. Sí, yo también me alegro de verte. Buena chica.
Hazel pegó un gritito.
—¿Tienes un perro del infierno llamado señorita O'Leary?
—Es una larga historia—Percy se las arregló para ponerse de pie y quitarse de encima la baba de perro—. Se lo puedes preguntar a tu hermano...
Su voz se quebró cuando vio la expresión de Hazel. Casi había olvidado que Nico di Angelo había desaparecido.
—Perdón—dijo—. Pero sí, ésta es mi perra, la señorita O'Leary. Tyson, estos son mis amigos, Frank, Ginny y Hazel.
Ginevra se acercó a Ella, que estaba contándose las plumas.
—¿Estás bien, linda? —preguntó—. Estábamos preocupados por ti.
—Ella no es fuerte—dijo—. Los cíclopes son fuertes. Tyson encontró a Ella. Tyson cuida de Ella.
La rubia volteó a Percy, quien alzó las cejas. Ella estaba sonrojada.
—Tyson—dijo—, menudo donjuán estás hecho.
Tyson se volvió del mismo color que el plumaje de Ella.
—Eh...No...—miró hacia abajo y suspiró, nervioso, lo suficiente como para que los demás le oyeran—. Es guapa.
Frank se rascó la cabeza como si tuviera miedo de que su cerebro hubiera tenido un cortocircuito.
—De todas formas, hay una batalla teniendo lugar.
—Correcto—admitió Percy—. Tyson, ¿dónde está Annabeth? ¿Hay ayuda en camino?
Tyson hizo un mohín. Su gran ojo castaño se empañó.
—El barco grande no está listo. Leo dice que mañana, quizá dos días. Entonces vendrán.
"Leo" pensó Ginevra. "¿Leo?".
—Pues no tenemos ni dos minutos—dijo Percy—. Bueno, este es el plan.
Lo más rápido que pudo, señaló quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos en el campo de batalla. Tyson se alarmó al descubrir que había cíclopes y centauros malos en el ejército enemigo.
—¿Tengo que pegar a los hombres-poni?
—Sólo asustarles—le prometió Percy.
—Eh, ¿Percy? —Frank miró a Tyson, inquieto—. Es que... es solo que no queremos que tu amigo sea malherido. ¿Tyson sabe luchar?
Percy sonrió.
—¿Que si lucha? Frank, estás ante el general Tyson del ejército cíclope. Y de todas formas, Tyson, Frank es descendiente de Poseidón.
—¡Hermano! —Tyson enfundó a Frank en un abrazo.
Percy soltó una risita.
—De hecho es algo así como un tátara, tátara... Oh, no importa. Sí, él es tu hermano.
—Gracias—murmuró Frank, con la boca seca—. Pero si la legión toma a Tyson por un enemigo...
—¡Lo tengo! —Hazel corrió hacia el carro y sacó el casco romano más grande que pudo encontrar, y un estandarte romano con el SPQR cosido.
Se los pasó a Tyson.
—Póntelos, grandullón. Entonces nuestros amigos sabrán que estás en nuestro equipo.
—¡Yuju! —dijo Tyson—. ¡Estoy en vuestro equipo!
El yelmo le iba ridículamente pequeño, y se puso el estandarte, como si fuera un babero del SPQR.
—¡Bien, Tyson! De ahora en adelante eres de la Tercera y Quinta Cohorte. Es un honor tenerte en el batallón— sonrió Ginny, que en respuesta recibió un abrazo del cíclope.
—Veamos—dijo Percy—. Ella, quédate. Aquí estarás segura.
—Segura—repitió Ella—. A Ella le gusta estar segura. Segura con los números. Seguridad en el banco más cercano. Ella irá con Tyson.
—¿Qué? —dijo Percy—. Oh, está bien. Da igual, no dejes que te hieran. Y, señorita O'Leary...
—¡GUAU!
—¿Te apetece llevar un carro?
Hazel cabalgaba a Arión, que se había recuperado lo suficiente como para cargar a una persona a la velocidad normal de un caballo, aunque maldijo un par de veces porque le dolían las pezuñas de camino hacia abajo.
Frank se transformó en un águila calva. Tyson corría colina abajo, alzando su vara y gritando:
—¡HOMBRES PONI MALOS! ¡BU! —mientras Ella volaba a su alrededor, recitando frases de "El viejo almanaque del granjero".
Y en cuanto a Percy, cabalgaba a la señorita O'Leary a la batalla con Ginevra Paris en un carro lleno de oro imperial sonando detrás de él, con el estandarte del águila dorada de la Legio XII alzándose por encima.
Se adentraron en el perímetro del campamento y pasaron por el puente más al norte por encima del Pequeño Tíber, yendo hacia los Campos de Marte por el lado oeste. Una hora de cíclopes estaba amartillando a los campistas de la Quinta Cohorte, que intentaban protegerse con los escudos para mantenerse con vida.
Ginevra bajó del carro apropiándose de una espada que se acomodaba a su cuerpo, mientras Percy defendía a su Cohorte con la señorita O'Leary, la rubia arremetía contra las empusas.
Cuando cada cíclope en cincuenta metros a la redonda estuvo reducido a cenizas, Frank aterrizó delante de sus tropas y se transformó en humano. La medalla de centurión y la Corona Mural brillaron en su chaqueta.
—¡Quinta cohorte! —gritó—.¡Coged vuestras armas de oro imperial aquí!
Los campistas se recuperaron del shock y se acercaron al carro.
—¡Vamos, vamos, vamos! —les apremió Dakota, sonriendo como un loco mientras se tomaba un trago de Kool-Aid de su termo—. ¡Nuestros compañeros necesitan nuestra ayuda!
Cuando la Quinta Cohorte estuvo equipada con armas, escudos y yelmos nuevos, no parecían demasiado consecuentes, más bien parecían haber salido de unas rebajas del rey Midas. Pero se habían convertido en nada, en la más poderosa cohorte de la legión.
—¡Seguid el águila! —les ordenó Frank—. ¡A la batalla!
Los campistas le aclamaron pareciendo unos guerreros armados con brillantes armas doradas sedientos de sangre.
Atacaron con violencia a una horda de centauros salvajes que estaban atacando a la Tercera Cohorte. Cuando los campistas de la Tercera vieron el águila, gritaron como locos y lucharon con unas fuerzas renovadas.
Ginny al observar a su Cohorte luchando con valor romano, sintió agradecimiento a los dioses y unas lágrimas bajaron por sus mejillas. La rubia dio un grito de guerra que fue seguido por todos sus compañeros al verla con vida. Los centauros no tuvieron oportunidad. Las dos cohortes los destrozaron. Pronto no quedó nada más que montones de polvo y algunos cuernos y herraduras.
—¡Formen filas! —gritaron los centuriones. Las dos cohortes se juntaron, haciéndose notar su entrenamiento militar. Los escudos se juntaron y marcharon a la batalla contra los Nacidos de la Tierra.
Ginna gritó:
—¡Pila!
Cientos de lanzas se alzaron, preparadas para la lucha. Cuando Frank gritó: —¡Fuego!
Éstas salieron por los aires, una ola de muerte atravesó a los monstruos de los seis brazos. Los campistas alzaron las espadas y avanzaron hacia el centro de la batalla. En la base del acueducto, la Primera y Segunda Cohortes estaban intentando rodear a Polibotes, pero estaban siendo machacadas. Los Nacidos de la Tierra restantes lanzaban proyectiles de piedras y barro. Los espíritus del grano, los karpoi, aquellos pequeños cupidos-piraña, atravesaban los campistas, alzándolos por los aires con un tornado de hierba alta, sacándoles de las filas. El gigante mismo se quitaba basiliscos del pelo. Cada vez que éstos aterrizaban, los romanos retrocedían de puro pánico. Juzgando por los escudos corroídos y por las plumas humeantes de los yelmos, ya habían aprendido que los basiliscos escupían fuego y veneno.
Reyna sobrevolaba el gigante, intentando atacar con una jabalina cada vez que giraba su atención hacia las tropas del suelo. Su capa morada ondeaba con el viento, su armadura dorada brillaba y Polibotes zarandeaba su tridente y extendía su red, pero Escipión era igual de ágil que Arión.
Entonces Reyna vio a la Quinta Cohorte yendo en su ayuda con el águila. Estaba tan aturdida, que el gigante casi la barre del suelo, pero Escipión le esquivó. Ramirez-Arellano buscó los ojos de Ginny y le dedicó una amplia sonrisa.
—¡Romanos! —su voz resonó por el campo de batalla—. ¡Uníos con el águila!
Los semidioses y los monstruos se giraron y miraron boquiabiertos a Percy dar vueltas subido a su perro del infierno.
—¿Qué es esto? —pidió Polibotes—. ¡¿Qué es esto?!
Percy alzó el águila y gritó: —¡DUODECIMA LEGIO FULMINATA!
Un trueno resonó por todo el valle. El águila soltó un flash cegador, y cientos de relámpagos explotaron de sus alas doradas, arqueándose delante de Percy como si fueran las ramas de un enorme árbol muerto, conectándose con los monstruos más cercanos, yendo de uno a otro, ignorando por completo las fuerzas roanas. Cuando los relámpagos se detuvieron, la Primera y la Segunda Cohortes se enfrentaban a un sorprendido gigante y a varios miles de montones humeantes de ceniza. La línea central enemiga había desaparecido. La mirada de Octavian no tenía precio. Entonces, cuando sus propias tropas comenzaron a ovacionar, no tuvo opción sino que unirse al griterío:
—¡Roma! ¡Roma! ¡Roma!
El gigante Polibotes retrocedió, inquieto, sabían que la batalla no había terminado.
La Cuarta Cohorte seguía rodeada de cíclopes. Incluso el elefante Aníbal tenía problemas rodeado de tantos monstruos. Su negra armadura kevlar estaba tan destruida que su etiqueta solo decía "Aní".
Los veteranos y los lares en el flanco occidental estaban siendo empujados hacia la ciudad. La torre de asedio de los monstruos seguía expulsando bolas de cañón verdes hacia las calles. Las gorgonas habían dejado fuera de combate las águilas gigantes y ahora volaban sin ser desafiadas por encima de los centauros restantes y los Nacidos de la Tierra, intentando alcanzarles.
—Frank, Ginny, Hazel, Tyson—dijo Percy—, ayuden la Cuarta Cohorte. Tengo un gigante que matar.
Ginevra volteó a sus amigos sonriendo para luego gritar: —¡Olviden sus Cohortes, ayuden a sus compañeros romanos a como de lugar!
Antes de que pudieran avanzar, unos cuernos sonaron en las colinas del norte. Otro ejército apareció: cientos de guerreras con trajes de camuflaje gris y negro, armadas con lanzas y escudos. Intercalados con las filas había una docena de carretillas de guerra, con sus dientes afilados brillando al atardecer y con bolas ardiendo cargadas en sus ballestas.
—Amazonas—dijo Frank—. Genial.
Polibotes rió.
—¿Veis? Nuestros refuerzos acaban de llegar. ¡Roma caerá hoy!
Las amazonas bajaron sus lanzas y llegaron colina abajo. Sus carretillas entraron en batalla. El ejército del gigante ovacionó, hasta que las amazonas cambiaron de camino y atacaron a los monstruos por el flanco intacto del lado este.
—¡Amazonas, al ataque! —en la carretilla más grande se alzaba una chica que parecía una versión mayor de Reyna, vestida con una armadura de combate negra y un cinturón dorado brillando alrededor de su cintura.
—¡Hylla! —exclamó Ginna gozosa.
La reina amazona gritó:
—¡A la ayuda de mis hermanas! ¡Destruid esos monstruos!
—¡Destruir! —el grito de sus tropas resonó por todo el valle.
—¡Romanos! ¡Avanzad!
El campo de batalla se convirtió en un absoluto caos. Las filas de amazonas y las de los romanos se unieron contra el enemigo.
Hazel y Arión iban galopando por el campo de batalla, destrozando centauros y karpoi. Un espíritu del grano gritaba:
—¡Trigo! ¡Te vamos a dar trigo!
Pero Arión le redujo en un montón de cereales de desayuno. La Reina Hylla y Reyna unieron fuerzas, carretilla y pegaso cabalgando juntos, destrozando las sombras de los guerreros caídos. Frank se convirtió en un elefante y destrozó algunos cíclopes y Ginevra y otros hijos de Apolo se unieron para juntos brillar tan fuerte que unos monstruos se desintegraron sólo con verlos.
El gigante de un momento a otro movió la cabeza, y más basiliscos cayeron de su pelo.
—¡Vienen más! —gritó Frank.
Un caos se extendió por entre las filas. Hazel espoleó a Arión y se interpuso entre los basiliscos y los campistas. Frank cambió de forma, convirtiéndose en algo más delgado y peludo... ¿una comadreja? Zhang atacó a los basiliscos y éstos se volvieron locos. Salieron corriendo con Frank persiguiéndoles convertido en una comadreja.
Durante un momento, el campo de batalla se quedó en silencio excepto por un crepitar de las llamas, y por unos monstruos que huían gritando de miedo.
Un estrecho círculo de romanos y amazonas estaban alrededor de Percy. Tyson, Ella y la señorita O'Leary estaban allí. Frank, Ginny y Hazel le sonreían con orgullo. Arión estaba mordisqueando sin descanso un escudo dorado.
Los romanos comenzaron a entonar:
—¡Percy, Percy, Percy!
Se acercaron hacia él. Antes de que pudiera darse cuenta, le estaban alzando en un escudo. El clamor cambió a:
—¡Pretor! ¡Pretor! ¡Pretor!
Por encima de los vítores, estaba Reyna misma, que le extendió la mano y Percy se la estrechó, recibiendo su felicitación. Entonces la multitud de romanos le llevaron por, evitando las estatuas de Término, y le escoltaron hasta el Campamento Júpiter.
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