14

GINEVRA YA NO PODÍA CREER lo que estaban diciendo. Leo había llegado a su lado y le sobaba el brazo luego que ella explicara que su padre sería castigado por Zeus y se había vuelto polvo. Para colmo, seguido de ello, los dioses habían confirmado lo que ella temía.

—Es correcto —afirmó Zeus—. La Sangre del Olimpo fue derramada. Está completamente consciente.

—¡Oh, vamos! —se quejó Percy—. ¿Me sangra un poco la nariz y despierto a la tierra entera? ¡No es justo!

Atenea puso a aegis en su hombro. —Quejarse de injusticias es como asignar culpa, Percy Jackson.  Ahora deben moverse rápido. Gaia amenaza con destruir su campamento.

Poseidón se apoyó en su tridente. —Por una vez, Atenea está en lo cierto.


—¿Por una vez? —protestó Atenea.


—¿Por qué volvería Gaia al campamento? —preguntó Leo—. El sangrado de nariz de Percy fue aquí.

—Hombre —dijo Jackson—. Primero, ya oíste a Atenea. No culpes a mi nariz. Segundo, Gaia es la tierra. Puede aparecerse donde quiera. Además, nos dijo que iba a hacerlo. Dijo que la primera cosa que haría era destruir nuestro campamento. La pregunta es: ¿cómo la detenemos?

Frank miró a Zeus. —Eh, señor, Su Majestad, ¿no pueden los dioses aparecerse ahí con nosotros? Tienen los carros y los poderes mágicos y lo demás.

—¡Sí! —dijo Hazel—. Vencimos juntos a los gigantes en dos segundos. Vamos todos...

—No —dijo Zeus llanamente.

—¿No? —preguntó Jason—. Pero padre...

Los ojos de Zeus brillaron con poder, y Jason se dio cuenta que había presionado a su papá tanto como era posible por hoy... y tal vez por los próximos siglos.

—Ese es el problema con las profecías —gruñó Zeus—. Cuando Apolo permitió que la profecía de los Ocho fuera contada, y cuando Hera se encargó ella misma de interpretar las palabras, las Moiras acomodaron el futuro de forma que tuviera tantos finales como soluciones. Ustedes siete, los semidioses, están destinados a vencer a Gaia. Nosotros, los dioses, no podemos.

—No lo entiendo —dijo Piper—. ¿Cuál es el punto de ser dioses si tienen que depender de enclenques mortales para mantener el orden?

Todos los dioses intercambiaron miradas sombrías. Afrodita, por su parte, se rió gentilmente y besó a su hija. —Mi querida Piper, ¿no crees que nos hemos hecho esa pregunta por miles de años? Pero es lo que nos mantiene juntos, nos mantiene eternos. Los necesitamos tanto como ustedes nos necesitan. Tan molesto como pueda ser, es la verdad.

Frank se revolvió incómodamente, como si extrañara ser un elefante. —Entonces, ¿cómo llegamos al Campamento Mestizo a tiempo para salvarlo? Nos llevó meses llegar hasta Grecia.

—Los vientos —dijo Jason—. Padre, ¿no puedes soltar los vientos para enviar nuestro barco de regreso?

Zeus frunció el ceño. —Podría golpearlos de regreso a Long Island.

—Um... ¿eso es un chiste, o una amenaza, o...?

—No —dijo el dios—. Lo digo literalmente. Podría golpear su barco de regreso al Campamento Mestizo, pero la fuerza involucrada...

Sobre el gigante trono arruinado, el roñoso dios en uniforme de mecánico sacudió la cabeza. —Mi chico Leo construyó un buen barco, pero no sostendrá ese tipo de estrés. Se romperá tan pronto como arribe, tal vez antes.

Leo enderezó su cinturón de herramientas. —El Argo II puede hacerlo. Solo se tiene que mantener en una pieza el tiempo suficiente para llevarnos a casa. Una vez ahí, podemos abandonarlo.

—Peligroso —advirtió Hefesto—. Tal vez fatal.

Ginevra observó a su novio con temor, sabiendo que el peligro era lo que lo caracterizaba.

La diosa Niké enroscó una guirnalda de laurel en su dedo. —La victoria siempre es peligrosa. Y muy a menudo requiere sacrificio. Leo Valdez y yo hemos discutido eso. —Miró al chico como señalándolo.

"Tendrá la cura del médico" se dijo a sí misma. "Él puede hacerlo".

—Leo —dijo Annabeth—. ¿De qué está hablando Niké?

El moreno le quitó importancia a la pregunta. —Lo usual. Victoria, Sacrificio. Bla bla bla. No importa. Podemos hacer esto, chicos. Debemos hacer esto.

Un sentimiento de terror se instaló en todos. Zeus tenía razón en una cosa: lo peor estaba por venir. Cuando la elección llegue, le había dicho Notus, el Viento del Sur, tormenta o fuego, no desesperes.

Jason hizo la elección. —Leo tiene razón. Todos a bordo para un último viaje.

Dicho eso, todos se despidieron de sus padres divinos y comenzaron a prepararse. Ginny se acercó a Valdez, quien se aseguraba de algunas cosas de los controles.

—Hey...

—Hola rubia, ¿estás bien?

—Yo debería preguntarte eso.

—Estoy bien... Bien guapo —sonrió él.

—Ya, Leo. Hablo enserio —reclamó la Paris mientras el moreno la atraía a sus brazos juguetonamente.

—Ginn, todo irá bien. ¿Cuándo te he fallado?

—¿Lo prometes? ¿prometes que volverás a mi?

Se quedó un segundo callado mientras la admiraba. Nunca en todos los meses que se dedicó a conocer a Ginevra Paris observó esa clase de miedo en sus ojos. Sabía que la muchacha no le temía a la muerte, ¿por qué ahora sí?

—Yo... Lo prometo. Si no, que me parta un-- Uh, no, mejor no. Si no, algo bueno se te ocurrirá, ¿no es así? —rió mientras le besaba la sien—. Ahora prepárate, nena, tendremos un viaje movido...



La última vez que vieron al papá de Grace, Zeus era de treinta metros de altura, sosteniendo el Argo II por la proa. El bramó: —Agárrense bien.

Después el arrojó el barco por encima de su cabeza y lo lanzó como una pelota de voleibol.

Si no hubiese estado amarrado al mástil, con uno de los arneses de seguridad de veinte puntos de Valdez, se habría desintegrado. Aún así, su estómago trató de quedarse atrás en Grecia y todo el aire fue succionado fuera de sus pulmones.

El cielo se tornó negro. El barco temblaba y crujía. La cubierta se quebró y, con un estruendo sónico, el Argo II se precipitó fuera de las nubes.

—Jason —Leo gritó—. ¡Date prisa!

Sus dedos se sentían como plástico derretido, pero Jason logró desatar las correas.

Leo estaba amarrado a la consola de control, tratando desesperadamente de enderezar el barco, mientras este iba cayendo en espiral hacia abajo. Las velas estaban en llamas. Festo chirrió en alarma. Una catapulta se desprendió y se levantó en el aire. La fuerza centrífuga envió los escudos volando desde las barandillas como discos voladores de metal.

Grietas aún más anchas se abrieron en la cubierta mientras Jason se tambaleó hacia la bodega, usando los vientos para mantenerse anclado.

Si él no podía llegar a los otros...

Entonces la escotilla se abrió de golpe. Frank, Ginny y Hazel tropezaron a través de ella, tirando de la cuerda guía que habían unido al mástil. Piper, Annabeth y Percy los siguieron, todos ellos mirándose desorientados.

— ¡Salgan! —gritó Leo. 

—¡Pero Leo! —quiso disuadir la rubia.

—¡Salgan, salgan, salgan!

Para variar, el tono de Leo era terriblemente serio.

Habían hablado sobre su plan de evacuación, pero esa bofetada a través del mundo dejó lenta la mente de Jason. A juzgar por las expresiones de los demás, ellos no estaban en mejores condiciones.

La mesa Buford los salvó. La imagen holográfica de Hedge resonó a todo volumen por la cubierta — ¡VAMOS! ¡MUÉVETE! ¡DEJA ESO!

Entonces el tablero se dividió en aspas de helicóptero y Buford zumbó a la distancia.

Frank cambió de forma. En lugar de un semidiós aturdido, ahora era un dragón gris aturdido. Hazel se subió a su cuello. Frank tomó a Ginny, Percy y Annabeth en sus garras delanteras, luego extendió sus alas y se elevó a la distancia.

El Argo II había sido su hogar durante tanto tiempo. Ahora lo estaban abandonando para siempre, y dejando a Leo atrás.

Observó cómo todas las buenas memorias y el mejor chico que había conocido se quedaban atrás. Lágrimas salieron de los ojos verdes de Paris y no por el viento chocando contra su rostro. Tenía miedo de no volverle a ver.

El suelo no se veía mucho mejor.

A medida que caían, había un vasto ejército de monstruos repartidos a través de las colinas: cinocéfalos, hombres de dos cabezas, centauros salvajes, ogros y otros que ni siquiera podía nombrar; rodeando dos pequeñas islas de semidioses. En la cima de la Colina Mestiza, reunidos a los pies de la Atenea Partenos, estaba la fuerza principal del Campamento Mestizo, junto con la Primera y la Quinta cohorte, que estaban reunidos en torno al águila de oro de la legión. Las otras tres cohortes romanas estaban en una formación defensiva a varios cientos de metros de distancia y parecían estar tomando el peso del ataque.

Águilas gigantes rodearon a Jason, chillando con urgencia, como si buscaran órdenes. Frank, el dragón gris, voló junto con sus pasajeros.

— ¡Hazel! —gritó Jason—. ¡Esas tres cohortes están en problemas! Si no se incorporan con el resto de los semidioses...

— ¡Vamos a ello! —exclamó Hazel— ¡Ve, Frank!

El dragón Frank viró a la izquierda con Annabeth en una garra gritando: —¡Vamos por ellos!

Percy en la otra garra gritando, —¡Odio volar!

Y Ginevra reprendiéndolo en modo: —¡No seas gallina!

Cuando llegaron al suelo, la romana desenvainó su espada buscando la atención de su cohorte. Después de tantas semanas, se sentía raro gritarles, pero luego de todo lo que sucedió con Octavian, estaba más que dispuesta a hacer ese sacrificio.

Frank Zhang gritó en latín: —¡Repelen a los centauros!

Una masiva manada de centauros se separó en pánico mientras otras tres cohortes de la legión surcaban en perfecta formación, con sus lanzas brillando por la sangre de los monstruos. Frank marchaba delante de ellos. En el flanco izquierdo, montando a Arión, Hazel sonrió con orgullo.

— ¡Ave, Pretor Zhang! —Reyna lo llamo.

— ¡Ave, Pretor Ramírez-Arellano! —dijo Frank—. Hagámoslo. Legión, ¡CIERREN FILAS!

—¡Ya escucharon, cierren filas! —repitió para los de atrás la centurión.

Se escuchó una ovación entre los romanos mientras las cinco cohortes se fundieron en una sola, masiva máquina asesina. Frank señaló con su espada hacia adelante y, desde el estandarte del águila de oro, los relámpagos barrieron al enemigo, convirtiendo varios cientos de monstruos en tostadas.

—Legión, cuneum formate! —gritó Reyna—. ¡Avancen!


Otra aclamación sonó cuando Percy y Annabeth se reunieron con las fuerzas del Campamento Mestizo.

—¡Griegos! —gritó Percy—- ¡Vamos a, um, hacer cosas de pelea!

Ellos gritaron como desaforados y atacaron.

Bajo sus pies, la tierra se ondulaba como si la Colina Mestiza se hubiese convertido en un colchón de agua gigante. Semidioses cayeron. Los ogros se deslizaron. Centauros cayeron de cara contra la hierba.

DESPIERTA, una voz resonó a su alrededor. A unos cien metros de distancia, en la cima de la colina siguiente, la hierba y el suelo se arremolinaron hacia arriba como la punta de un taladro masivo. La columna de tierra se espesó en la figura de una mujer de seis metros de altura: su vestido estaba tejido a partir de hojas de hierba, su piel era tan blanca como el cuarzo, su pelo castaño y enredado como raíces de los árboles.

—Pequeños tontos —Gaia, la Madre Tierra, abrió sus ojos verde puro— La insignificante magia de su estatua no puede contenerme.

A medida que lo dijo, se dieron cuenta de por qué Gaia no había aparecido sino hasta ahora. La Atenea Partenos había estado protegiendo a los semidioses, conteniendo la ira de la tierra, pero ni siquiera el poderío de Atenea podía durar tanto tiempo contra una diosa primordial.

El miedo era tan palpable como un frente frío se apoderó del ejército de semidioses.

— ¡Manténganse firmes! —Piper gritó, con su encanto claro y fuerte—. ¡Griegos y Romanos, podemos luchar contra ella juntos!

Gaia se echó a reír. Ella extendió sus brazos y la tierra se torció hacia ella: árboles inclinados, cimientos gimiendo, suelo ondulante como olas. Jason se elevó en el viento, pero a su alrededor monstruos y semidioses por igual comenzaron a hundirse en la tierra. Uno de los onagros de Octavian se volcó y desapareció en el lado de la colina.

—Toda la tierra es mi cuerpo —Gaia retumbó— ¿Cómo van a luchar contra la diosa de la...?


¡FOOOOMP!


En un destello de bronce, Gaia fue arrastrada fuera de la colina, enredada en las garras de un dragón de metal de cincuenta toneladas.

Festo, renacido, se elevó en el cielo con alas relucientes, escupiendo fuego triunfalmente desde sus fauces. Conforme él ascendía, el jinete en su espalda se hizo más pequeño y más difícil de discernir, pero la sonrisa del rizado era inconfundible.

Por fin todo el aire que había estado guardando pudo salir. Se deshizo aquel nudo de su garganta y pudo respirar bien. Leo estaba bien.

— ¡Pipes! ¡Jason! —gritó hacia abajo —. ¿Van a venir? ¡La lucha está aquí arriba!

El corazón de la muchacha se apretó y más al sentir la mirada del hijo del rayo. La veía pensando "¿Por qué a mi y no a ella?". Ginevra le sonrió tratando de confiar en el plan de su novio.

—Chispas, ninguna cohorte depende de ti. Ahora, ve a ayudar a Leo que yo tengo quehacer...

En ese momento una avalancha de monstruos invadió las fuerzas griegas. Annabeth les llamó: —¡Eh! ¡Un problema por aquí!

Percy corrió a unírsele.

Frank y Hazel se volvieron hacia Jason. Ellos levantaron sus brazos en el saludo romano, luego corrieron a reagruparse con la Legión.

—Todo —afirmó tratado de mantenerse serena—. Todo irá bien. Recuérdale que debe volver a mi, ¿eh? Que si no, lo cuelgo como la bandera del campamento.

Con determinación se acercó a los romanos y ordenó un par de cosas mientras convatían aquellos monstruos de Gaia. Casi parecía que el dolor dentro de sí se había convertido en fuerza e ira. 

Cuando estaba por terminar con uno, algo en el cielo le llamó la atención. Festo se convirtió en una bola indistinta de fuego en el cielo, un segundo sol, haciéndose cada vez más pequeño y más caliente. Luego, un cometa ardiente salió disparado hacia arriba desde el suelo con un grito agudo, casi humano... El cometa interceptó la bola de fuego por encima de ellos.

La explosión volvió todo el cielo dorado.

Al presenciar esto, la rubia entró en un estado de shock. Su espada se le había resvalado de las manos y habría muerto si no fuera porque Percy Jackson llegó al rescate. Se sintió mareada un momento, cosa que la hizo tambalear. Su boca estaba seca.

 "No, no, no, no, no. Por favor no".

—Hey, hey, Ginny, mírame, mírame —le decía Frank a su lado, mientras mantenía alejado a un centauro—. Tranquila, respira.

Todo parecía estar en cámara lenta, acercó su mano a su pecho para regular su respiración y se encontró con su corazón palpitando más rápido de lo que alguna vez podría imaginar. Sintió como sus dedos no dejaban de temblar y cómo las lágrimas empapaban su visión. Inspiró un par de veces sin tener éxito en calmarse.

—Ginn... ¡Ginevra! —trató Percy de hacerla reaccionar, hasta que vio a un chico rubio—. ¡Will, rápido, llevala a enfermería!

El griego la tomó por los hombros, pero ella lo esquivó y agarró su espada.

"Por Leo" se repitió. "Termina la misión por Leo".


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