14
GINNY ESTABA SENTADA EN comedor, aprovechando que había una mesa que no se movía.
Después de la experiencia que había vivido con los delfines, sentía que debía escribir en un cuaderno todas sus visiones.
En ese momento llegó un pensamiento. Meses antes de conocer a sus amigos griegos, soñó con una chica de cabello color caramelo y ojos canela. Vivía en una isla y parecía triste...
Trató de no darle importancia, pero el hecho de soñar con ella por alguna razón le preocupaba. ¿Era de importancia? ¿Era buena o mala? No parecía mala persona... Acaso, ¿le haría daño?
Siguió escribiendo todas sus visiones.
El cuaderno iba a la mitad cuando una mano tocó su hombro. Ginevra se levantó bruscamente, cerrando su libro de visiones a la vez.
—Hey, está todo bien— sonrió Hazel—. ¿Qué haces?
—Uh, nada importante. Sólo escribo mis... Visiones.
—Ah, bien... —la rizada comprendió que Ginevra no quería más preguntas, por lo que siguió con lo que iba—. Leo nos avisó que llegamos a Roma. ¡Tienes que ver esto!
Ambas romanas se unieron a los demás semidioses. Todos parecían impresionados de estar finalmente ahí.
El cielo era de un azul brillante, como si el mal tiempo nunca hubiera estado. El sol se elevó sobre las colinas distantes, por lo que todo debajo de ellas brillaba y brillaba como si toda la ciudad de Roma acababa de salir de un túnel de lavado.
La ciudad no parecía tener ningún respeto por los límites de la geografía. Se extendió a través de colinas y valles, saltaba sobre el Tíber con decenas de puentes, y se mantenían extensa hasta el horizonte. Calles y callejones zigzagueaban sin ton ni son a través de los barrios. Edificios de cristal de oficinas estaban al lado de sitios de excavación. Una catedral de pie junto a una hilera de columnas romanas, que se situaba al lado de un estadio de fútbol moderno. En algunos barrios, villas antiguas con techos de tejas rojas llenaban las calles empedradas, por lo que si Ginny se concentraba sólo en aquellas áreas, podía imaginar que estaba de regreso en la antigüedad. Por todas partes se veían, había amplias plazas y calles obstruidas por el tráfico. Parques atravesaban la ciudad con una loca colección de palmeras, pinos, enebros y olivos, como si Roma no podía decidir a qué parte del mundo pertenecía o tal vez sólo creía todo el mundo todavía le pertenecía.
―Aterrizaremos en ese parque ―anunció Leo, apuntando a un amplio espacio verde salpicado de palmeras―. Esperemos que la niebla nos haga ver como una paloma grande o algo así.
Parecía funcionar. Nadie notó ningún auto desviarse de la carretera o algún romano apuntando al cielo y gritando, "¡Aliens!". El Argo II aterrizó en el campo de hierba y sus remos se retractaron.
El ruido del tráfico estaba a su alrededor, pero el parque en sí era tranquilo y desierto. A su izquierda, un césped verde inclinado hacia una línea de bosque.
Una antigua villa situada a la sombra de unos pinos de aspecto extraño con delgados troncos de curvas que se disparaban treinta o cuarenta pies, y luego brotaban en marquesinas hinchadas.
Ginevra fue rápidamente a buscar su vieja cámara para capturar el momento. Estaban en una misión, pero no podía dejar pasar eso sin ningún recuerdo.
Hacia el norte, a unos dos kilómetros a través de los pliegues de la ciudad, la parte superior del Coliseo se elevaba por encima de los tejados, luciendo al igual que lo hacía en las fotos del recorrido. Ahí es cuando las piernas de la chica comenzaron a temblar.
De hecho, era aquí. Había pensado que su viaje a Alaska había sido bastante exótico, pero ahora estaba en el corazón del antiguo Imperio Romano, el territorio enemigo para un semidiós.
Jason señaló a la base del muro de los arqueros, donde los pasos conducían a una especie de túnel.
―Creo que sé dónde estamos, ―dijo―. Esa es la Tumba de los Escipiones.
Percy frunció el ceño. ― Escipio... ¿el pegasus de Reyna?
Ginny rodó los ojos.
―No ―la rubia intervino―. Ellos eran una familia noble romana, y... wow, este lugar es increíble.
Jason asintió. ― Hemos estudiado los mapas de Roma antes. Siempre he querido venir aquí, pero...
Nadie se molestó en terminar la frase. Viendo las caras de sus amigos, Ginna sabía que estaban tan o más asombrados que ella. Lo habían hecho. Lo lograron. Habían aterrizado en Roma... La Roma.
―¿Planes? ―preguntó Hazel―. Nico tiene hasta el atardecer, como mucho. Y toda esta ciudad será supuestamente destruida hoy.
Percy se sacó de su aturdimiento. ― Tienes razón. Annabeth... ¿te concentraste en ese punto del mapa de bronce?
―Sí ―dijo ella con cuidado―. Está en el río Tíber. Creo que puedo encontrarlo, pero debo hacerlo...
―Sola ―terminó Percy―. Sí, tienes razón.
Annabeth lo apuñaló con la mirada. ― Eso no es...
― Seguro, ―él añadió―. Un semidiós caminando por Roma solo. Yo iré contigo hasta el Tíber. Podemos usar esa carta de presentación, esperando conocer al dios del río Tiberino. A lo mejor te puede dar un poco de ayuda o consejo. Luego, puedes seguir sola a partir de ahí.
Tenían un concurso en miradas fijas en silencio, pero Percy no dio marcha atrás.
―Bien, ―murmuró Annabeth―. Hazel, ahora que estamos en Roma, ¿crees que se puede determinar la ubicación de Nico?
Hazel parpadeó, como si saliera de un trance de ver el Show Percy / Annabeth. ―Um... con suerte, si me acerco lo suficiente. Voy a tener que caminar por la ciudad. Frank, ¿quieres venir conmigo?
Frank sonrió. ― Por supuesto.
―Sí ―dijo Leo―. no hay problema.
La sonrisa de Frank se transformó en algo más parecido a la máscara de Crisaor.
― Y, uh... Leo, ―añadió Hazel―. Podría ser una buena idea si tu vienes también. Los centauros pescado dijeron que íbamos a necesitar tu ayuda con algo mecánico.
—Y... ¡Y Ginny también!— agregó Frank—. Necesitamos a alguien que nos ayude por si hay algún enemigo, o necesitamos una referencia, o a-a alguien que nos lea los mapas.
El silencio volvió. Ginevra compartió una mirada con Hazel. Ambas parecían cansadas, y simplemente accedieron.
Piper sacó su cuchillo y lo puso sobre la barandilla. ― Jason y yo vigilaremos la nave por ahora. Voy a ver qué me puede mostrar Katoptris. Pero, Hazel, si logran encontrar la ubicación de Nico, no vayan por allí ustedes solos. Vuelvan a buscarnos. Necesitaremos de todos para luchar contra los gigantes.
Ella no dijo lo obvio: aunque todos ellos juntos no serían suficientes, a menos que tuvieran un Dios de su lado. Nadie quiso mencionar eso.
― Buena idea ―dijo Percy―. ¿Qué tal si planeamos reunirnos de nuevo aquí, a las...? ¿qué?
―¿Tres de esta tarde? ―sugirió Jason―. Eso es probablemente lo último por hacer y mantener esperanzas para luchar contra los gigantes y salvar a Nico. Si algo sucede que cambie el plan, intenten enviar un mensaje Iris.
Los otros asintieron con la cabeza, pero Percy notó a varios de ellos mirando a Annabeth. Otra cosa que nadie quería decir: Annabeth tendría un horario diferente.
Ella podría estar de regreso a las tres, o mucho más tarde, o nunca. Pero ella estaría sola, en busca de La Atenea Partenos.
El entrenador Hedge gruñó. ― Eso me dará tiempo para comer los cocos, me refiero a sacar los cocos de nuestro casco. Percy, Annabeth... no me gusta que ustedes dos vayan por su cuenta. Sólo recuerden: compórtense. Si me entero de cualquier negocio divertido, los enterraré hasta que el río Estigio se congele.
―Volveremos pronto ―prometió Jackson―. Buena suerte a todos.
La cara del hijo de Poseidón tenía un semblante triste, aunque no era visible para todos.
Paris sabía que al salir del barco había una gran probabilidad que no volviera a ver a Percy o Annabeth y ello le ponía muy sensible.
Los demás fueron a hacer sus cosas, prepararse para la siguiente parte de la misión, pero Ginny fue a visitar el camarote del pelinegro.
—Hey, escualo.
Él se volteó. —Hola, rubia. ¿Qué sucede?
—Yo, um... Quería desearte suerte– sonrió ella tratando de no volverlo un momento emocional.
—Ah —sus ojos se desviaban a todos lados menos a su amiga.
—No necesito que digas nada —se apresuró ella, moviendo sus brazos raramente—. Sólo... ¿Puedo darte un abrazo?
Él sonrió con cansancio mientras abría los brazos. Ginevra se apresuró a abrazarlo mientras cerraba los ojos con fuerza.
—No te lo tomes a mal, Percy —comenzó Paris—. Pero si no vuelves, yo misma iré a buscarte para liquidarte.
—Dudas mucho de mis habilidades —rió él—. Pero está bien. Y si no, te estaré esperando, hermana.
La rubia sintió cómo su garganta se cerraba y su mentón temblaba. Se rompió bruscamente el abrazo mientras se alejaba hasta la puerta.
—Bien, eh... ¡Ya estás advertido, idiota Jackson! Debes volver.
—Sí, sí, sí. Ya entendí, rubia tonta.
Ginevra sonrió una última vez antes de preparar sus propias cosas.
"Eso fue más difícil que hablar con mi mamá tiempo atrás" pensó ella. "Mucho más difícil... Papá, protégelos, por favor"
[nota de la autora]
ESTA QUE NO SE LA ESPERABAN JAJAJAJA. ahora sí, ¡feliz año nuevo!
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