13


ANDUVIERON DURANTE una hora, siguiendo la vía del tren pero siguiendo cubiertos por los árboles. Una vez oyeron a un helicóptero volando en la dirección de la vía del tren. Dos veces escucharon el graznido de los grifos, pero sonaban muy lejos.

Debía ser media noche cuando el sol se puso finalmente. Los bosques se volvieron fríos. Las estrellas eran tan brillantes, pero lo que ninguno de los tres había dicho abiertamente, es que Ginevra seguía irradiando un aura de luz dorada desde que dejaron los grifos. Esa era la bendición de Apolo, que servía como linterna.

—Osos—señaló Hazel. Sí, eran una pareja de osos marrones avanzaban pesadamente por la ciénaga a unos metros, con sus pieles brillando a la luz de las estrellas—. No nos molestarán—prometió Hazel—. Dejémosles pasar.

Nadie le discutió. Mientras caminaban por delante de ellos, las criaturas miraron un momento a la brillante Ginny, quien con una sonrisa e inclinación, les ordenó suavemente "Vayan a casa".

Los cuatro habían quedado enmudecidos por la gran Alaska. Podía saber por qué aquél lugar era la tierra más allá de los dioses. Todo allí era duro y sin domar: no habían reglas, ni profecías, ni destinos, solo el áspero páramo con un puñado de animales y monstruos. Los mortales y los semidioses iban allí bajo su propia responsabilidad.

Tras otro par de horas, llegaron a un pequeño pueblo entre las vías del tren y una carretera de dos vías. El cartel del pueblo decía: Paso de Alces. De pie frente al cartel había un alce real. Entonces el animal se metió en los bosques.
Pasaron un par de casas, una oficina de correos y unos camiones. Todo estaba oscuro y cerrado. Al otro lado de la ciudad había una tienda y una mesa de picnic y una vieja gasolinera oxidada.
La tienda tenía un cartel pintado a mano que leía: "Gasolinera de Paso de Alces".

—Eso tiene que estar mal—dijo Frank.
En un acuerdo silencioso se desplomaron alrededor de la mesa de picnic. Los pies de Percy parecían bloques de hielo. Hazel apoyó su cabeza en sus manos, cerró los ojos y comenzó a roncar. Frank sacó sus últimos refrescos y algunas barritas de cereales del viaje en tren y las compartió con los chicos. Comieron en silencio, mirando las estrellas, hasta que Frank dijo:
—¿Qué querías decir con lo que dijiste antes?

Percy miró el paisaje.
—¿Sobre qué?

—Sobre... lo de estar orgulloso de estar emparentados.

Percy dejó su barrita de cereales en la mesa.
—Bueno, veamos. Tú sólo dejaste fuera de combate a tres basiliscos mientras estaba bebiendo té verde y germen de trigo. Te enfrentaste a un ejército de lestrigones para que nuestro avión pudiera despegar de Vancouver. Salvaste mi vida de ser comido por unos grifos. Y sacrificaste tu última carga de tu lanza mágica para ayudar a unos mortales indefensos. Tú eres, sinceramente, el hijo del dios de la guerra más simpático que he conocido nunca, quizá el único simpático. ¿Qué me dices?

Frank miraba el aurora boreal.
—Es solo que... se supone que debía liderar esta misión, siendo centurión y eso. Me siento como que ustedes me han arrastrado de mí. Se supone que tengo poderes que ni siquiera sé cómo usarlos—dijo Frank con amargura—. Ahora que no tengo lanza y estoy a punto de acabar las flechas... tengo miedo.

—Yo me preocuparía si no tuvieras miedo—dijo Ginna—. Todos lo estamos. Y con respecto a ser centurión... Nadie te enseña a serlo, debes adquirir experiencia y tú lo has hecho mejor que cualquiera, eres un valiente y digno romano.

—Pero el Festival de Fortuna es...—Frank pensó en ello.

—¿Es después de la medianoche, no? Eso significa que estamos a veinticuatro de junio. El festival comienza esta noche durante la puesta de sol. Tenemos que llegar al glaciar Hubbard, vencer a un gigante que es invencible en su tierra natal y volver al Campamento Júpiter antes de que sean destruidos, y todo eso en menos de dieciocho horas.

—Y entonces liberaremos a Tánatos—dijo Percy—, quizá reclame tu vida. Y la de Hazel. Créeme, he estado pensando en eso.

Frank miró a Hazel, que seguía roncando suavemente. Su cara estaba enterrada bajo una masa de pelo marrón rizado.
—Es mi mejor amiga—dijo Frank—. He perdido a mi madre, a mi abuela...no la puedo perder a ella también.


—No los voy a perder. A ninguno—prometió Jackson—. No voy a dejar que pase. Y, Frank, tú eres un líder. Hazel diría lo mismo. Te necesitamos.

Frank bajó su cabeza. Parecía perdido en su pensamiento. Finalmente su cabeza perdió el peso, comenzó a roncar en harmonía con Hazel. Percy suspiró.
—Y otra charla inspiradora de Jackson—se dijo a sí mismo—. Descansa, Frank. Nos espera un gran día.

—Si alguien debería sentirse inútil, esa soy yo— suspiró Ginny, musitando para ella misma.

—¿Qué dices?

—Nada.

—Te he escuchado bien, sólo pensé que era una broma...

—Sólo... No entiendo por qué Frank me quería acá. No he ayudado para nada... Ni siquiera Reyna me confió el buscar a Hylla. Y todo lo que dijo el viejo profético es verdad.

—Ginevra, creo que no te das cuenta de lo que has hecho. Le has enseñado a Hazel caracter, Frank ha aprendido de ti como centurión, nos has cuidado como una hermana mayor, le diste confianza a Ella, ¡Me curaste cantando! Has ocupado tus poderes para nuestro provecho, ayudaste a que Hylla confiara. Si Reyna no te dijo nada es porque era mi deber hacerlo, ella me reconocería a mi, no a ti.

—Percy...

—Eres una líder. Pensaste objetivamente en tu posición, dejaste a tu Cohorte por venir a esta misión. ¡Eres un ejemplo para los demás! Dioses... Eres parecida a Annabeth, una de las mejores personas que he conocido en este poco tiempo.

Ella lo abrazó, y por primera vez corrió el riesgo de ser maldita por hablar del futuro.
Abrió los ojos y en ese momento sintió el fulgor de estos. —Te veo... Feliz, una chica rubia de ojos grises está a tu lado en Nueva Roma. Y veo...— sintió un dolor en su corazón que se expandía a todo su cuerpo, con dificultades para hablar soltó un nombre antes de caer desmayada.

"Estelle".


Al amanecer, la tienda se abrió. El dueño estuvo un poco sorprendido de encontrar a cuatro adolescentes acampados en su mesa de picnic, pero cuando Percy le explicó que habían llegado allí después del accidente del tren la noche anterior, el tipo sintió lástima por ellos y les invitó a un desayuno. Llamó a un amigo suyo, un esquimal que tenía una cabaña cerca de Seward. Al poco tiempo, estaban subidos a un Ford que hacía ruidos sordos que debía de ser de cuando Hazel nació.

Ginna, Hazel y Frank estaban sentados en la parte posterior, Percy en la delantera con un anciano curtido, que olía a salmón ahumado. Les contó historias sobre Lobo y Cuervo, los dioses esquimales y Ginevra lo único que pudo pensar era en que el hombre de callara. Llevaba unos lentes de sol que había robado de Amazon y le quedaban de lujo. Tenía dolor en el cuerpo y en la cabeza que ni aunque cantara un musical de dos horas con ambrosía y néctar podría curar.
La furgoneta se estropeó a unos kilómetros de distancia de Seward. El conductor no parecía sorprendido, porque le pasaba muchas veces cada día. Dijo que podrían esperar hasta que arreglara el motor, pero ya que Seward estaba a unos pocos kilómetros, decidieron ir andando.
A media mañana, anduvieron por una subida durante la carretera y cuando llegaron a lo más alto, vieron una pequeña bahía rodeada de montañas. La ciudad era una media luna al lado izquierdo de la playa, con embarcaderos extendiéndose por el agua y un crucero en el puerto.

—Seward—dijo Hazel. No sonaba alegre de volver a su viejo hogar.

Ya habían perdido mucho tiempo, parecía que su padre andaba en una carrera por rápido que subía el sol. La carretera giraba por la falda de la colina, pero parecía como si pudieran llegar antes al pueblo justo por entre la ciénaga.
Percy dio un paso fuera de la carretera. —Vamos.
El suelo era fangoso, pero no pensó demasiado en ello cuando Hazel gritó:
—¡Percy, no!
Su próximo paso fue justo dentro de la tierra. Se hundió como una piedra hasta que la tierra se cerró encima de su cabeza, y la tierra se lo tragó.

—¡Frank, tu arco! —gritó Hazel.

Frank no hizo preguntas. Dejó caer su mochila y se quitó el arco de su hombro.
—¡Agarra un lado! —dijo Frank—. No lo sueltes.

—Hazie, déjame ir a mi— pidió Ginny, aunque ya era muy tarde. La rizada agarró el otro lado, respiró hondo y saltó al barro. La tierra se cerró encima de su cabeza. Paris soltó un bufido molesta, pero esperó.

Esperaron unos minutos y Frank se movió frenéticamente como si trataran de quitarle el arco.
—¡Tira el arco! ¡Rápido Frank, hazlo ya!

Él tiró con tanta fuerza que salieron los dos de una.
Hazel estaba tumbada en la hierba, cubierta de barro. Percy estaba tumbado a sus pies, tosiendo y escupiendo barro.

Frank se cernía sobre ellos, gritando:
—¡Oh, dioses! ¡Oh, dioses! ¡Oh, dioses!
Sacó ropa extra de su mochila y comenzó a secar la cara de Hazel, pero no hizo demasiado. Ginny con toda su fuerza, alejó a Percy del lodo.

—¡Han estado ahí tanto tiempo! —gritó Frank—. Creía que... oh, dioses, ¡no me vuelvan a hacer algo así, NUNCA!
Encerró a Hazel en un abrazo de oso.

—No puedo... respirar—dijo, con un hilo de voz.

—¡Lo siento! —Frank volvió a limpiarles y a dar vueltas. Finalmente les puso a un lado de la carretera, donde se sentaron y se secaron y cambiaron las ropas con barro.

—Frank, niño, cálmate— suspiró Ginevra con las manos en sus sienes. Se acercó a Hazel, quien estaba tiritando y estiró sus manos hacia ella sintiendo las olas de calor fluir por su cuerpo. Se sentía como un girasol absorbiendo de los rayos del sol.

Levesque les explicó lo que había sucedido con el lodo y la visión que había tenido mientras estaba hundida. Les habló de la oferta de Gaia de una vida falsa y el aviso de la diosa que había capturado a Nico. Hazel no quería guardárselo para ella. Tenía miedo de que la desesperación la sobrecogiera.
Percy agarró sus hombros. Sus labios eran azules.
—Tú... tú me has salvado, Hazel. Averiguaremos qué le ha pasado a Nico, te lo prometo.

"¿Nico?" pensó la rubia mientras se le apretaba el corazón. Tenía sentimientos encontrados con ese chico, de verdad lo admiraba y no podía creer que lo habían capturado.

—¿Creen que Gaia nos dejará marchar tan fácilmente?

Percy se sacó el fango del pelo.
—Quizá siga queriéndonos como peones. Quizá quiera liarte.

—Sabía qué decir—admitió Hazel—. Sabía por dónde cogerme.

Frank puso su chaqueta alrededor de sus hombros.
—Esto es la vida real. Lo sabes, ¿verdad? No te vamos a dejar morir de nuevo.

Vivirás una larga y hermosa vida, Hazel Levesque. Lo prometo— animó Ginevra. Casi parecía un oráculo.

—Deberíamos ir yendo. Estamos perdiendo el tiempo— finalizó Hazie.

Percy miró carretera abajo. sus labios volvían a su color normal.
—¿Hay algún hotel o algo dónde nos podamos limpiar? Me refiero... hoteles que acepten a gente con barro.

—No creo—admitió Hazel—. Aunque quizá conozca algún lugar donde nos podamos limpiar.

Los tres siguieron a Hazel, quien iba con paso decidido, se giraron hacia la línea de la costa. Levesque se detuvo frente a una dudosa casa.

—Eh... ¿crees que es seguro? —preguntó Frank.

Hazel encontró una ventana abierta y se metió. Sus amigos la siguieron. La habitación no había sido usada en mucho tiempo. Unas mohosas cajas estaban amontonadas por las paredes. Sus etiquetas borradas leían: tarjetas de felicitación, surtido variado. ¿Por qué estarían cientos de cajas de felicitaciones guardados en cajas acumulando polvo en un almacén en Alaska?

—Se está más calentito aquí dentro, al menos—dijo Frank—. ¿A que no hay agua corriente? Quizá podamos ir de compras. Ginny y yo podemos ir, no estamos embarrados como ustedes. Ya volvemos.

Antes de partir, recorrieron un poco el lugar.
Los dedos de Frank señalaron la foto.

—¿Quién...?—vio que ella estaba llorando y dejó sin acabar la pregunta—. Lo siento, Hazel. Debe de ser muy duro. ¿Quieres un poco de tiempo...?

—No—dijo con la voz ronca—. No, está bien.

—¿Es esa tu madre? —Percy señaló a la foto de la Reina Marie—. Se parece a ti. Es guapa.

Entonces Ginny miró la foto de un chico moreno con cabello ondulado y una sonrisa juguetona. Era el mismo chico con el que había soñado.
—¿Quién es ese?

— Ese... ese es Sammy. Era mi... amigo de Nueva Orleans.

—Le he visto antes—dijo Percy. Pero Ginevra mantuvo el silencio. Ya había roto mucho las leyes proféticas.

—Es imposible—dijo Hazel—. Eso fue en 1941. Ahora él... estará muerto, seguramente.

Percy frunció el ceño.
—Sí, supongo, pero...—negó con la cabeza, como si el pensamiento fuera incómodo. Frank se aclaró la garganta.

—Mira, hemos pasado una tienda antes de llegar aquí. Nos queda un poco de dinero. Quizá pueda conseguir un poco de comida y un poco de ropa y... no sé, ¿cientos de cajas de toallitas húmedas o algo?

—Eso será genial—sonrió Hazel —. Eres el mejor, Frank.

—Ginny también irá— vaciló la rubia.

—¡Oh, Rapunzel! ¡Eres la mejor princesa de disney que existe! Gracias, gracias, gracias por todo lo que haces por nosotros, no te merecemos— la hizo reír Jackson antes de partir.

Cuando el hijo de Marte y la hija de Apolo partieron a la tienda, habían empezado en silencio.

—Sé que te gusta Hazel— dijo Ginevra mientras cogía un canasto para guardar las cosas.

—¿Q-qué? Y-yo... Buena forma de romper el hielo— se burló Frank—. ¿Cómo lo sabes?

—Frank, creo que la única que no lo admite es Hazie... Y ella se nota que cae por tus encantos.

—No me esperances... Ella es una diosa— suspiró él—. Yo sólo soy un bobo que ni siquiera sabe ocupar sus poderes.

—Un consejo, Frank Zhang. Respétate. ¡Eres un líder nato, un chico genial, hijo de Marte, un ROMANO! Respecto a tus poderes, sé que lo harás... Es cosa de naturaleza, instinto. Así como un oso sabe guiarse a su alrededor para volver a su hogar.

—Gracias...

—No agradezcas... Ahora dame dinero para comprar un café. No creo sea bueno dormir hoy.

—¿Entonces es verdad lo que dijo el viejo? ¿Ver en tus sueños multiples veces cómo todos a los que quieres mueren y sufren sin saber cuándo sucederá y sin poder hacer algo al respecto? Por eso no duermes...

—Soy hija de Apolo, es mi don fatídico. A que no sabías que sucedía eso— sonrió triste la muchacha tratando que sonara como si realmente no fuera algo relevante para ella—. Prefiero dormir cuando es estrictamente necesario. Yo no debería hablar de eso, cuando se revelan cosas... Maldiciones brotan.

Después de eso regresaron en silencio. Cuando estuvieron frente a la ventana, Frank suspiró y limpió sus gotas de sudor. A pesar de los lentes oscuros, Ginevra distinguía cómo el chico estaba nervioso.
La ventana se abrió de un golpe. Frank entró por ella, triunfante agarrando algunas bolsas.
—¡Lo tengo!

Enseñó sus premios. De una tienda de caza, había encontrado un nuevo carcaj de flechas para él, algunos suministros y un rollo de cuerda.
—Por si nos volvemos a encontrar con el lodo ahogante ese—dijo.

De una tienda turística, habían comprado tres packs de ropa limpia, algunas toallas, un poco de jabón, agua embotellada y sí, una caja de toallitas húmedas.
El Festival de Fortuna, toda la suerte que pase hoy, buena o mala, se supone que son un augurio para el año entero que está por venir. De una forma u otra, aquella misión terminaría aquella tarde.

Ginny observó la preocupación de Hazel mientras bebía de su café.

—Entonces—dijo la morena—, ahora tenemos que encontrar un barco para llegar al glaciar Hubbard.

Frank se tocó el estómago.
—Si vamos a enfrentarnos a la muerte, quiero comer antes. Hemos encontrado el lugar perfecto.

Frank les guió a una tienda cerca del muelle, donde un antiguo vagón de tren había sido convertido en un restaurante. Mientras Frank y Percy pedían, Hazel dio vueltas por el muelle acompañada de Ginna. Ella aprovechó de comprarse un gorro que tenía bordado el logo de un equipo de baloncesto, pareciendo por primera vez a los ojos de los demás, una chica normal.

—Estamos en problemas—habló Hazel—. He intentado conseguir un barco. Pero... lo he calculado mal.

—¿No hay barcos? —preguntó Frank.

—Oh, puedo conseguir un barco—admitió Ginevra a su lado—. Pero Hazie me explicó que el glaciar está más lejos de lo que pensaba. Incluso a la máxima velocidad, no llegaríamos allí hasta mañana por la mañana.

Percy empalideció.
—Quizá pueda hacer que el barco vaya más rápido.

—Aunque pudieras—dijo Hazel—, por lo que han dicho los capitanes, el recorrido es traicionero: llenos de icebergs, laberintos de canales en los que navegar. Tienes que saber por dónde vas.

—¿Un avión? —preguntó Frank.

Hazel negó con la cabeza.
—Hemos preguntado a los capitanes sobre eso. Ellos han dicho que podríamos intentarlo, pero hay un pequeño campo de aviación. Habría que alquilar un avión dos o tres semanas por adelantado.

De repente, el graznido del cuervo cambió a un grito ahogado.
Frank se levantó tan de prisa que casi tiró la mesa. Percy desenfundó su espada y Ginny tensó su arco. Hazel siguió sus miradas. Apostado en lo alto del poste dónde había estado el cuervo, un gordo y feo grifo les miraba desde las alturas. Eructó y unas plumas de cuervo salieron de su pico.

Hazel se levantó y desenfundó su spatha.
Frank sacó una flecha. Apuntó y el grifo gritó tan alto que el sonido resonó por las montañas. El chico se estremeció, y su disparó erró.

—Creo que es una llamada de ayuda—les advirtió Percy—. Tenemos que salir de aquí.

Sin un plan claro, salieron corriendo hacia los muelles. El grifo salió volando hacia ellos. Ginevra le apuntó con una flecha, pero el grifo viró fuera de su alcance.
Bajaron los escalones del embarcadero más cercano y corrieron hacia el final. El grifo les persiguió, y sus garras frontales se abrieron para matar. Hazel alzó su espada, pero una pared de agua helada se estampó contra el grifo y le dejó en la bahía. El grifo graznó y abrió las alas. El hijo de Poseidón se las arregló para llegar al embarcadero, donde se sacudió su pelo negro como un perro mojado.
—Eso ha sido genial, Percy.

—Sï—dijo—. No sabía si en Alaska podría hacerlo. Pero, hay malas noticas: miren ahí.

A unos kilómetros, por encima de las montañas, una nube negra estaba acercándose, una bandada de grifos, docenas de ellos. No había manera de que pudieran luchar contra tantos, y no habría barco que se los pudiera llevar tan rápido. Frank sacó otra flecha.
—No pienso morir sin luchar.

Percy alzó a Contracorriente:
—Estoy contigo.

—Este sería el número seis en el video de WatchMojo— sonrió Ginevra sacando unas flechas gruesas para apoyarlas en su arco.

Entonces Hazel oyó otro sonido en la distancia, como el relincho de un caballo y gritó, desesperada:
—¡Arión! ¡Aquí!

Una mañana morena vino corriendo por la calle y entró en el embarcadero. El semental se materializó justo detrás del grifo, y le golpeó con las pezuñas frontales, y redujo el monstruo a polvo.

—¡Caballo bueno! ¡CABALLO MUY BUENO!

Frank retrocedió y casi se cayó del embarcadero.
—¿Cómo...?

—¡Me ha seguido! —gritó Hazel—. Porque es el mejor... caballo... ¡DEL MUNDO! Ahora, suban.

—¿Los cuatro? —dijo Percy—. ¿Podrá llevarnos?
Arión relinchó, indignado.
—Está bien, lo siento, no hace falta ser tan borde—respondió él—. Vamos.

Se subieron, con Hazel la primera, y Frank y Percy y Ginny equilibrándose a duras penas detrás de ella.

—¡Corre, Arión! —gritó—. ¡Al glaciar Hubbard!

—¡Percy, dile a Tiro al Blanco que si me caigo, tiraré de su cola!— chilló Ginevra aunque lo último no fue claro ya que sus gritos eran más fuertes.

El caballo cabalgó por el agua, con sus pezuñas convirtiendo el agua del mar en vapor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top