11
GINEVRA OBSERVÓ A ZHANG cuando el caballo se detuvo. El pobre chico había vomitado dos veces y ahí estuvo ella murmurando una canción que su madre le enseñó de pequeña. Después de un rato, él se tranquilizó.
Habían cruzado a Canadá.
El caballo galopó en tierra seca. Siguió la Highway 99 al norte, corriendo tan deprisa, que los coches parecían no moverse.
Finalmente, cuando llegaron a Vancouver, las ruedas del carro comenzaron a arder.
—¡Hazel! —gritó Frank—. ¡Nos rompemos!
Ella lo entendió y agarró las riendas. El caballo no pareció alegrarse por ello, pero él ralentizó a una velocidad por debajo de la velocidad del sonido y se adentraron en las calles de la ciudad. Cruzaron el puente Ironworker hacia el Vancouver norte, y el carro comenzó a sacudirse peligrosamente. Al fin, Arión se detuvo en la cima de una colina arbolada. El caballo resopló con satisfacción, como si dijera: "Así es como corro, tíos". El carruaje humeante se desmontó, dejando a Ginny, Percy, Frank y Ella en el terreno húmedo y musgoso.
—¿Es seguro acá? El suelo está muy suave para mi gusto—consultó la rubia.
Ella revoloteó en círculos difusos, golpeando los árboles y murmurando:
—Árbol, árbol, árbol.
Sólo Hazel parecía no estar afectara por el viaje. Sonriendo de placer, se bajó del aballo y exclamó:
—¡Qué divertido!
—Sí—Frank se tragó la náusea—. Mucho.
Arión relinchó.
—Dice que necesita comer—tradujo Percy—. No me extraña, probablemente ha quemado unas seis millones de calorías.
Hazel estudió el suelo a sus pies y frunció el ceño.
—No noto oro cerca... No te preocupes, Arión. Te encontraré un poco. Mientras tanto, ¿por qué no pastas un poco? Nos encontraremos...
El caballo desapareció, dejando una estela de vapor a su paso.
Hazel frunció el ceño.
—¿Creen que volverá?
—No lo sé—dijo Percy—. Parece... un espíritu libre.
Hazel y Percy comenzaron a rescatar los suministros de los restos del carro. Había unas pocas cajas de material aleatorio de productos de las amazonas entre los suministros, y Ella dio un gritito histérico al ver que era un pedido de libros. Después que Ginevra la tranquilizó, agarró una copia de "Pájaros de Norte América", voló hacia la rama más cercana, y comenzó a mirar las páginas.
—Estoy prácticamente en casa—dijo Frank—. La casa de mi abuela está aquí al lado.
Hazel entrecerró los ojos:
—¿A cuánto?
—Justo al pasar el río y al pasar los árboles.
Percy alzó una ceja.
—¿En serio? ¿Vamos a casa de tu abuela?
Frank se aclaró la garganta.
—Bueno, sí.
Hazel juntó sus manos como si estuviera haciendo una plegaria.
—Frank, por favor dime que nos dejará pasar la noche con ella. Sé que estamos con el tiempo al cuello, pero tenemos que descansar. Y Arión nos ha ahorrado un poco de tiempo. ¿Quizá podamos tener una comida cocinada?
—¿Y una ducha caliente? —añadió Percy—. ¿Y una cama con sábanas y almohadas?
—¡Hey! No presionen a Frank, chicos. Es mucha intromisión...
—Vamos a intentarlo—decidió Frank mirando primero a Ginny para luego variar entre Hazel y Percy—. Vamos a casa de mi abuela.
Frank estaba tan distraído que habría podido irrumpir directamente en el campamento de los ogros. Afortunadamente Percy le empujó hacia abajo. Se agacharon al lado de las chicas y Ella detrás de un tronco caído y curiosearon el claro.
—Malo—murmuró Ella—. Esto es malo para las harpías.
Era completamente oscuro entonces. Alrededor de una hoguera se sentaban media docena de siluetas humanoides con el pelo enmarañado. De pie, podrían haber medido unos dos metros y medio, pequeños comparados con el gigante Polibotes o incluso con los cíclopes que habían visto en California, pero eso no les hacía mucho menos terroríficos. Vestían unos pantalones de surfista. Su piel era de un rojo quemado por el sol, cubierta por tatuajes de dragones, corazones y mujeres en bikini. Colgando de un asador había un animal sin piel, quizá un oso, y los ogros estaban arrancando pedazos de carne con sus uñas afiladas como garras, riendo y hablando mientras comían, enseñando unos dientes afilados. Al lado de los ogros había unas bolsas de malla llenas de esferas de bronce como si fueran balas de cañón. Las esperas debían de estar ardiendo, porque humeaban con el frío aire del atardecer.
—¿Qué son estos tipos?
—Canadienses—dijo Percy.
Frank se apartó de él. Ginny aguantó una carcajada y Hazel lo miró.
—¿Perdón?
—Eh, no te ofendas—dijo Percy—. Es así como los llamó Annabeth cuando luchamos contra ellos antes. Dijo que viven en el norte, en Canadá.
—Sí, bueno—gruñó Frank—. Estamos en Canadá. Soy canadiense. Pero nunca había visto estas cosas antes.
Ella de arrancó unas plumas de sus alas y las hizo girar en sus dedos.
—Lestrigones—dijo—. Caníbales. Gigantes del norte. Leyenda del Sasquatch. Sí, sí. No son pájaros. No son pájaros de Norte América.
—Así es como se llaman—coincidió Percy—. Lestri... no sé qué, lo que ha dicho Ella.
Frank miró los tipos del claro: —Podrían ser tomados por Pie Grande. Quizá es de ahí de dónde viene la leyenda. Ella, eres muy lista.
—Ella es lista—coincidió la harpía. Le ofreció, tímida, una de sus alas a Frank.
—Oh... gracias. —se guardó la pluma en el bolsillo, y se dio cuenta de que Hazel le estaba mirando— ¿Qué?
—Nada—se giró hacia Percy—. ¿Tu memoria está volviendo? ¿Recuerdas cómo vencer a estos tipos?
—Algo así—dijo él después de compartir una mirada con Ginevra sabiendo lo que había sucedido recién—. Sigue borroso. Creo que ayudé. Les maté con bronce celestial, pero fue antes de que... ya sabes.
—Antes de que Tánatos fuera secuestrado—dijo Ginevra—. Así que por ahora, no morirán del todo.
Percy asintió.
—Esas balas de cañón de bronce... son malas noticias. Creo que usamos unas contra los gigantes. Pueden atrapar el fuego y usarlo.
—Es una trampa—Hazel miró a Frank, preocupada—. ¿Y entonces, tu abuela? Tenemos que ayudarla.
—Necesitamos una distracción—decidió—. Si podemos sacar a este grupo de los bosques, podríamos pasar por entre ellos sin alertar a los demás.
—Ojalá Arión estuviera aquí—dijo Hazel—. Podría hacer que estos ogros me persiguieran.
Frank agarró la lanza de su espalda.
—Tengo otra idea.
—¡Frank, no puedes atacar ahí! —dijo Hazel—. ¡Es un suicidio!
—No voy a atacar—dijo Frank—. Tengo un amigo... Que nadie grite, ¿vale?
Clavó la lanza al suelo, y la punta se rompió.
—Ups—dijo Ella—. No hay punta de lanza. No, no.
El suelo tembló. La mano esquelética de Gris salió a la superficie. Percy buscó a tientas su espada, Ginevra hizo unas señas con las manos murmurando en latín: "Anulo cualquier maldición", y Hazel hizo un sonido como si hubiera un gato haciendo explotar un globo. Ella desapareció y se materializó en la cima del árbol más cercano.
—Está bien—prometió Frank—. ¡Está bajo control!
Estaba vestido con ropa de camuflaje y botas de combate, y la translucida carne gris cubriendo sus cuerpos como una gelatina brillante. Giró sus fantasmagóricos ojos hacia Frank.
—Frank, eso es un spartus—dijo Percy—. Un guerrero esqueleto. Son malvados, son asesinos, son...
—Lo sé—dijo Frank amargamente—. Pero es un regalo de Marte. De momento es todo lo que tenemos. Vale, Gris, tus órdenes: ataca ese grupo de ogros. Llévales hacia el oeste, causándoles una distracción para que podamos...
Por desgracia, Gris perdió interés en sus palabras después de la palabra "ogros". Quizá solo entendía una sola frase. Atacó hacia el campamento de ogros.
—¡Espera! —dijo Frank, pero era demasiado tarde. Gris sacó dos de sus propias costillas de su camisa y corrió hacia la hoguera, atacando a los ogros por la espalda con una velocidad tan cegadora que ni siquiera les dio tiempo a gritar. Seis extremamente sorprendidos lestrigones cayeron hacia los lados como un círculo de fichas de dominó y se redujeron a polvo.
Gris dio vueltas, dándole patadas a los montoncitos de cenizas que intentaban volver a formarse. Cuando pareció satisfecho al ver que no intentaban volver, Gris se irguió, saludó educadamente a Frank y se hundió en el suelo del bosque.
Percy miró a Frank.
—¿Cómo...?
—No hay lestrigones—Ella voló hacia abajo y aterrizó a su lado—. Seis menos seis es cero. Las lanzas son buenas para restar. Sí.
—Vamos—dijo—. Mi abuela podría estar en problemas.
Caminaron a través del bosque hasta la casa, pero Frank se detuvo frente al porche.
—¿Qué pasa? —preguntó Percy.
—¿Frank? —preguntó Hazel.
—Ella está nerviosa—murmuró la harpía desde la barandilla en el porche—. El elefante... mira a Ella.
—Estaremos bien—la mano de Frank temblaba tanto que apenas podía meter la llave en el cerrojo—. Mantengámonos unidos.
En el interior, la casa olía a cerrado y a mustio.
Examinaron la sala de estar, el comedor, la cocina. Habían platos sucios en el fregadero, en la sala de estar, unas estatuas de Buda y unas estatuillas taoístas les sonreían como unos payasos psicóticos.
—¿Es eso...?
—Sí—dijo Frank—. Ese es.
—¿Es qué? —preguntó Percy.
—Es la chimenea—le dijo a Percy, lo que sonaba estúpidamente obvio—. Vamos, miremos en el piso de arriba.
Dejaron que Levesque y el de ojos rasgados se adelantaran para luego susurrarse un par de cosas.
"Siento que nos perdimos algunas cosas". Le dijo Perseus.
"Yo me siento como la tercera rueda, escualo". Respondió la rubia.
Los escalones crujieron bajo sus pies.
Frank llamó en silencio a su abuela. Nadie respondió. Empujó la puerta de su habitación y ésta se abrió. El chico pasó dejando a sus amigos afuera, pero se sorprendieron al escuchar a su amigo decir:
—Marte.
Los tres se acercaron a ver, aunque no veían al dios.
—¿Frank? —le susurró Hazel—. ¿A qué te refieres con Marte? Tu abuela... ¿está bien?
Zhang miró a sus amigos.
—¿No le ven?
—¿Ver a quién—Percy agarró su espada—. ¿Marte? ¿Dónde?
—¿Por qué sujetas tu espada como en modo combate? Qué falta de respeto, Percy— le reclamó la rubia, susurrando a su amigo.
—Chicos... no es nada. Escuchen, ¿por qué no van a las habitaciones restantes?
—Techo—interrumpió Ella—. El techo es bueno para las harpías.
—De acuerdo—dijo Frank, aturdido—. Probablemente haya comida en la cocina. ¿Me dan unos pocos minutos a solas con mi abuela? Creo que ella...—Su voz se quebró.
Hazel puso su mano en su brazo.
—Por supuesto, Frank. Vamos, chicos.
Los tres salieron de ahí con un silencio doloroso. A ninguno le gustaba lo que podía suceder. Llegaron a la cocina y antes que tocaran algo, Ginna los detuvo.
—Siento que debemos pedir permiso antes— murmuró la de ojos verdes para luego inclinar la cabeza levemente y sonreír, aunque más parecía una mueca incómoda—. Um, hola familia Zhang... Si es que algún alma ronda por estos lares, agradecemos que nos permitan estar en su hogar. Nos sentimos honrados por estar acá junto a nuestro amigo Frank, y esperamos que no les moleste que descansemos aquí.
Volteó a ver a sus amigos quienes no decían nada. Sus mejillas se tornaron a un color carmesí y sacó una botella de su mochila.
—¿Haces eso siempre que entras a otra casa?—increpó Jackson.
—No. Pero dadas las condiciones en las que estamos, y por respeto a la familia de Frank, lo creí necesario... Adelante, coman algo. Luego iremos a dormir.
—¿Y Frank?— preguntó Hazel.
—Creo que debemos respetar su espacio, darle tiempo.
Ambos asintieron y comenzaron a comer, mas se detuvieron al ver a Ginevra sin consumir algo. La muchacha simplemente le daba cosas a Ella. Y ahí, después de todo lo que habían pasado, entendieron que Ginny extrañaba a su familia, porque trataba a Ella y a los demás como hermanos menores.
Cuando terminaron, cada uno tomó una rápida ducha, lavaron y además secaron sus ropas.
Fueron a dormir y al día siguiente Percy pareció ser el primero en despertar.
—Buenos días, estrellita— sonrió Ginevra tallando un sol con madera que encontró en la chimenea.
—¿Hace cuanto estás despierta?—preguntó él aunque al ver a la rubia pensar un momento, reformuló su pregunta—. ¿Hace cuánto no duermes?
—Unos, uh, ¿tres días? En fin, no importa. Hay unos monstruos bobos muuuuy enojados esperando a que salgamos o nos incendiarán dentro de la casa.
Los tres ya desayunados y vestidos, subieron al tejado y esperaron a que llegara Frank, por mientras, Percy convocaba un gigantesco chorro de agua y detonaba la esfera flameante en el medio del aire.
El de ojos rasgados había llegado y se acercó a Hazel.
—¿Estás bien? —preguntó la rizada—.¿Por qué sonríes?
—Oh, ah, nada—se las arregló para decir—. Gracias por el desayuno. Y por las ropas. Y por... no odiarme.
Hazel parecía perpleja.
—¿Por qué te debería odiar?
—Es que... anoche...—tartamudeó—. Cuando convoqué al esqueleto. Creía que... creía que creías que era repulsivo o algo...
Hazel alzó las cejas. Negó con la cabeza con consternación.
—Frank, quizá estuviera sorprendida. Quizá me asustara aquella cosa. ¿Pero repulsivo? La forma en la que le ordenaste, tan confiado y todo, como diciendo: "Oh, sí, chicos, tengo este spartus todo-poderoso que podemos hacer servir". No podía creérmelo. No te encontré repulsivo, Frank. Estaba sorprendida.
—Tú estabas... ¿impresionada? ¿Por mí?
Percy rió. Ginevra sonrió con ternura por lo que decía Zhang.
—Tío, fue increíble.
—En serio—prometió Hazel—. Pero ahora mismo, tenemos otros problemas que preocuparnos. ¿Vale?
Señaló al ejército de ogros, que se estaban convirtiendo más atrevidos poco a poco, acercándose más y más a la casa.
Percy preparó la manguera de jardín:
—Tengo un truco más planeado. Tu césped tiene un sistema de aspersores. Puedo hacerlo explotar y causar confusión ahí abajo, pero eso destrozará la bomba de agua. Sin bomba, no habrá presión y sin presión, no habrá manguera, por lo tanto esas bolas de cañón entrarán en la casa.
—Chicos, tengo un plan de escape—les habló a sus amigos de un avión esperándoles en el campo de aviación, y la carta de la abuela Zhang para el piloto—. Es un veterano de la legión. Nos ayudará.
—Pero Arión no volverá—dijo Hazel—. ¿Y tu abuela? No la podemos dejar aquí.
Frank contuvo un sollozo.
—Quizá... quizá Arión nos encuentre. Y en cuanto a mi abuela... fue clara. Dijo que estaría bien.
—Hay otro problema—dijo Percy—. No soy bueno volando. Es peligroso para un hijo de Neptuno.
—Tendrás que arriesgarte... y yo también lo haré—dijo Frank—. De todas formas, estamos emparentados.
— ¿Qué?
Frank le hizo un resumen rápido.
—Periclímeno. Ancestro por parte de madre. Argonauta. Nieto de Poseidón.
—¡Zhang! —gritaron lo monstruos al ver a Frank—. ¡Zhang!
—Escuchen, tenemos que proteger a Ella, llevarla con nosotros.
—¡Por supuesto!—dijo Ginny—. La pequeña necesita nuestra ayuda.
—No—dijo Frank—. Quiero decir, sí. Pero no es solo eso. Recitó una profecía abajo. creo... creo que era sobre esta misión.
La mandíbula de Percy se endureció.
—No sé cómo un hijo de Neptuno puede ser ahogado. Puedo respirar bajo el agua. Pero la corona de la legión...
—Eso tiene que ser el águila—dijo Hazel.
Percy asintió.
—Y Ella recitó algo así antes, en Portland, una línea de la antigua Gran Profecía.
—La cosa es—dijo Frank—, Ella recuerda todo lo que lee. Ha dicho algo sobre una página quemada, como si hubiera leído un texto de profecías dañado o algo.
Los ojos de Hazel se abrieron.
—¿Libros de profecía quemados? No creerás que... ¡pero eso es imposible!
—¿Los libros que quería Octavian, en el campamento? —supuso Percy.
—Los libros perdidos de la Sibila que describían el entero destino de Roma. Si Ella leyó una copia de alguna manera y la memorizó...—dijo Ginna, aunque no quiso terminar. Eso probablemente significaba que la emplumada estaría en peligro inminente.
—¡Baja, hijo de Marte! Te estamos esperando. ¡Ven, y sé nuestro huésped honrado!
—¿Por qué tengo la sensación de que 'huésped honrado' significa 'cena'?
—¿Puedes conducir?— preguntó Frank a Percy.
—Claro, ¿por qué?
—El coche de la abuela está en el garaje. Es un viejo Cadillac, es como un tanque. Si puedes arrancarlo...
—Aún así tendríamos una barrera de ogros a la que enfrentarnos...—dijo Hazel.
—El sistema de aspersores—dijo Percy—. ¿Podríamos usarlo como distracción?
—Exacto—dijo Frank—. Yo ganaré el mayor tiempo posible. Agarren el coche y a Ella. Intentaré encontrarme con ustedes en el garaje, pero no me esperen.
Percy frunció el ceño.
—Iré contigo...— decidió Ginevra.
—No. Ahora, ¡váyanse!
Sus amigos corrieron por la escalerilla. Llegaron al garaje y Percy había encendido el auto. Ginny llevaba los brazos cruzados y veía por la ventanilla con una expresión molesta.
Frank se sentó en el asiento de al lado de Hazel. Ella estaba en el delantero, con su cabeza metida bajo sus alas, murmurando:
—Uff. Uff. Uff.
Percy arrancó el motor. Salieron del garaje antes de que estuviera del todo destrozado, dejando un agujero del tamaño del Cadillac de astillas de madera.
Los ogros corrieron para interceptarles, pero Percy gritó hasta dejarse los pulmones, y el sistema de aspersores explotó. Cientos de geiseres se dispararon por el aire por todas partes, pedazos de tuberías y unos aspersores muy pesados.
El Cadillac iba a unos cuarenta cuando golpearon el primer ogro, que se desintegró al impacto. Cuando los otros monstruos salieron de su confusión, el Cadillac estaba a dos kilómetros por la carretera. Unas bolas de cañón ardiendo llegaron por detrás de ella.
Detrás de ellos, la mansión Zhang ya yacía en llamas, las paredes habían caído y ellos iban cada vez más lejos.
—¡A cinco kilómetros! —dijo Frank—. ¡No tiene pérdida!
Detrás de ellos, hubieron más explosiones por el bosque. El humo ascendió por el cielo.
—¿A qué velocidad pueden correr los lestrigones? —preguntó Hazel.
—Será mejor que no lo descubramos—dijo Percy.
Las puertas del campo de aviación aparecieron delante de ellos, a unos metros. Un jet privado estaba aparcado en la pista de despegue. Sus escaleras estaban bajadas.
El Cadillac golpeó un bache y pegó un salto. La cabeza de Frank golpeó el techo del coche y la de Ginny en la espalda del asiento delantero.
—¡Para que quede constancia, odio que Percy maneje!— gritó la rubia frente a la euforia del momento.
—¡Hey! ¡Yo soy un genio en el volante, es la situación que no me favorece!
Cuando las ruedas tocaron el suelo, Percy apretó los frenos, y entonces viró bruscamente para frenar justo dentro de las puertas.
Frank salió y sacó su arco.
—¡Hacia el avión! ¡Se acercan!
Los lestrigones se acercaban con una velocidad alarmante. La primera línea de ogros salieron de los bosques y se acercaron al campo de aviación, a quinientos metros, cuatrocientos...
Ginevra y Hazel se las arreglaron para sacar a Ella fuera del Cadillac, pero en cuanto la harpía vio el avión, comenzó a temblar.
—¡NO! —gritó—. ¡Volar con alas! ¡No aviones!
—Está bien—le prometió Ginny—. Te protegeremos.
Ella hizo un gesto de dolor como si la estuvieran quemando. Percy alzó las manos, exasperado.
—¿Qué podemos hacer? No la podemos obligar.
—No—admitió Frank. Los ogros estaban a trescientos metros y acercándose.
—No aviones, no aviones—Ella estaba hiperventilándose.
Los ogros estaban a una distancia dónde les podían disparar.
Percy se incorporó, rápidamente.
—Tengo una idea. Ella, ¿puedes esconderte en los bosques? ¿Estarás segura de los ogros?
—Esconderse—aceptó—. Segura. Esconderse es bueno para las harpías. Ella es rápida. Y pequeña. Y veloz.
—De acuerdo—dijo Percy—. Quédate por aquí. Enviaré un amigo a buscarte y te llevará al Campamento Júpiter.
—¿Un amigo? ¡No podemos dejarla acá, es una cría!—exclamó la rubia
—¡Ginny, despierta! Ella estará bien, no es como una chica indefensa, ¡deja de sentirte responsable por todos de una vez!— le reclamó Percy para luego observar a la harpía—. Ella, ¿te gustaría eso? ¿Querrás que mi amigo te lleve al Campamento Júpiter y te enseñe nuestra casa?
—Campamento—murmuró Ella, entonces dijo en latín—. La hija de la sabiduría camina sola, la Marca de Atenea arde a través de Roma.
—Eh, de acuerdo—respondió Percy—. Eso suena importante, pero podemos hablar de eso luego. Estarás segura en el campamento. Y tendrás todos los libros y comida que quieras.
—Sin aviones—insistió Ella.
—Sin aviones—admitió el hijo de Neptuno.
—Ella se esconderá ahora—y después de eso, se fue: una mancha roja desapareciendo entre los bosques.
Una explosión envió las puertas del campo de aviación volando por el aire.
Frank sacó la carta de su abuela y se la dio a Percy.
—¡Enséñale esto al piloto! ¡Enséñale la carta de Reyna! ¡Tenemos que despegar! ¡YA!
Percy asintió. Corrieron hacia el avión.
Frank y Ginna se escondieron detrás del Cadillac y dispararon flechas sin fin a los ogros.
Frank oyó el motor del avión encenderse. Disparó otras tres flechas lo más rápido que pudo, dejando unos enormes cráteres en las filas de los ogros. Los supervivientes estaban a unos cientos de metros de distancia y algunos de los más listos comenzaron a detenerse, darse cuenta de que estaban en la línea de tiro.
—¡Ginny! ¡Frank!—gritó Hazel, desesperada—. ¡Vamos!
Una bala de cañón le sobrevoló lentamente. En un abrir y cerrar de ojos, Paris disparó una flecha. Interceptó el objeto, creando una gran explosión.
"Esa va por ti, papá". Pensó.
Se metieron al avión y el piloto debió entender la situación bien. No hubo ningún anuncio de cinturones, ninguna bebida antes del vuelo, y ninguna espera para explicaciones. Empujó el acelerador, y el avión corrió por la pista. Otro misil pasó por la pista detrás de ellos, pero entonces estaban en el aire.
—Ginny, yo...
—Ahora no, Jackson— cortó ella. Sus palabras le habían removido todo en su interior.
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