1

DE TODAS LAS MISIONES en las que Ginevra Paris había sido partícipe, ninguna le causó tanta vergüenza como sentía en este momento.
Estaba vestida como griega. Su cabello (que había crecido lo suficiente como para recogerlo en una coleta) iba suelto. Llevaba rizos que caían como cascadas sobre sus hombros y sus vestidos parecían salidos de la película "Hércules". Se sentía incómoda con el cabello suelo, no servía para luchar... Aunque claro está, con esas vestimentas no iban a pelear.
Y lo que más le avergonzaba como romana, era que le agradaba cómo se veía con esos vestidos.

"Puede ser peor" pensaba mientras caminaba. "Por lo menos no soy una vieja como Jason".
Piper, Annabeth, Jason y ella subían un monte.

—Ya casi hemos llegado —Piper le sonrió al chico—. Lo estás haciendo muy bien.

Jason miró cuesta arriba. La cima estaba todavía cien metros por encima.
—Ha sido la peor idea de la historia —se apoyó en un cedro y se secó la frente—. La magia de Hazel es demasiado potente. Si tengo que luchar, no serviré de nada.

—No se dará el caso —prometió Annabeth— Nos infiltramos en el palacio, conseguimos la información que necesitamos y nos largamos.

Piper dejó el ánfora, la alta vasija de cerámica en la que estaba escondida su espada.
—Podemos descansar un momento. Recobra el aliento, Jason.

Ginevra se sentó en una roca mientras se quitaba la gran daga que llevaba en el lado de su pantorrilla. Observó el mar a sus pies y lo pequeño que se veía el Argo II desde ahí.
Por un momento su mente la traicionó y quiso saltar al agua, sabía que Percy la podía salvar, pero la misión...

—¿Seguro que no nos equivocamos de colina? —preguntó—. Parece un poco..., no sé..., tranquila.

Piper examinó la cordillera.
—Las ruinas están allí arriba —aseguró—. Las he visto en la hoja de Katoptris y Ginny me lo ha confirmado, además ya oíste lo que Hazel dijo. «La mayor...»

—«La mayor concentración de espíritus malignos que he percibido en mi vida» —recordó Jason—. Sí, suena fenomenal.

Pero el destino de la misión estaba en juego. La tripulación del Argo II tenía una importante decisión que tomar. Si elegían mal, fracasarían, y el mundo entero sería destruido.
La hoja de Piper, las visiones de Ginevra, los sentidos mágicos de Hazel y el instinto de Annabeth habían coincidido: la respuesta se encontraba en Ítaca, en el antiguo palacio de Odiseo, donde una horda de espíritus malignos se había reunido para esperar órdenes de Gaia. El plan consistía en infiltrarse entre ellos, enterarse de lo que pasaba y decidir la mejor medida que debían tomar. Y luego marcharse, a ser posible vivos.

Annabeth se reajustó el cinturón dorado.
—Espero que nuestros disfraces den el pego. Los pretendientes eran muy desagradables cuando estaban vivos. Si descubren que somos semidioses...

—La magia de Hazel funcionará —dijo Piper.

—Después de esto me daré un baño de sal —murmuró Ginevra mientras reajustaba la daba bien pegada a su pierna—. ¿Están listos? ¿Seguimos?

—Bueno... —Jason se apoyó en su bastón—. Si parezco tan viejo como me siento, mi disfraz debe de ser perfecto. Pongámonos en marcha.

Siguieron caminando mientras sentían los jadeos del viejo Grace.
—Ya casi hemos llegado —dijo Annabeth—. Vamos a...

¡BUM! La ladera retumbó. En algún lugar al otro lado de la cumbre, una multitud rugió en señal de aprobación, como los espectadores de un coliseo. A Jason se le puso la carne de gallina.
—¿Qué ha sido esa explosión? —preguntó.

—No lo sé —dijo Piper—. Pero parece que se están divirtiendo. Vamos a hacer amigos muertos.

Al mirar entre las ramas de un olivo en la cumbre de la colina, vio lo que parecía una desmelenada fiesta universitaria de zombis.
Las ruinas en sí no eran tan imponentes: unos cuantos muros de piedra, un patio central plagado de malas hierbas, el hueco sin salida de una escalera labrado en la roca. Unas tablas de madera contrachapada tapaban un foso, y un andamio metálico sostenía un arco agrietado.
Sin embargo, otra capa de realidad se superponía a las ruinas: un espejismo fantasmal del palacio como debía de lucir cuando estaba en su apogeo. Muros de estuco encalados llenos de balcones se alzaban hasta una altura de tres pisos. Pórticos con columnas miraban hacia el atrio central, que tenía una enorme fuente y braseros de bronce. Los espíritus se reían y comían y se empujaban unos a otros detrás de una docena de mesas de banquete.

En el centro del atrio, un demonio de piel gris con una andrajosa túnica griega se paseaba entre la multitud sosteniendo un busto de mármol sobre su cabeza como un trofeo deportivo. Los otros fantasmas prorrumpían en vítores y le daban palmadas en la espalda.

—¡Nuestra siguiente ofrenda! —gritó el demonio, cuya voz vibraba a la altura de la flecha clavada en su garganta—. ¡Demos de comer a la Madre Tierra!

Los juerguistas chillaron y dieron golpes con sus tazas. El demonio se dirigió a la fuente central. La multitud se separó, y se dieron cuenta que la fuente no estaba llena de agua. Del pedestal de un metro de altura salía un géiser de arena que describía un arco y formaba una cortina de partículas blancas con forma de paraguas antes de derramarse en la taza circular.
El demonio lanzó el busto de mármol contra la fuente. En cuanto la cabeza de Zeus atravesó la lluvia de arena, el mármol se desintegró como si hubiera pasado por una trituradora de madera. La arena emitió entonces un intenso brillo dorado, el color del icor: la sangre divina. A continuación, la montaña entera retumbó con un BUM amortiguado, como si estuviera eructando después de comer.
Los juerguistas muertos rugieron en señal de aprobación.

—¿Alguna estatua más? —gritó el demonio a la multitud—. ¿No? ¡Entonces tendremos que esperar a sacrificar a algún dios de verdad!

Sus compañeros se rieron y aplaudieron mientras el demonio se dejaba caer pesadamente en la mesa más cercana.

Jason apretó su bastón.
—Ese tío acaba de desintegrar a mi padre. ¿Quién se cree que es?

—Supongo que es Antínoo —dijo Annabeth—, uno de los líderes de los pretendientes. Si mal no recuerdo, fue Odiseo quien le disparó esa flecha en el cuello.

Piper hizo una mueca.
—Eso debería mantener a raya a cualquiera. ¿Y los demás? ¿Por qué hay tantos?

—No lo sé —dijo Annabeth—. Nuevos reclutas para Gaia, supongo. Algunos debieron de resucitar antes de que cerrásemos las Puertas de la Muerte. Otros solo son espíritus.

—Algunos son demonios —dijo Jason—. Los de las heridas abiertas y la piel gris, como Antínoo... He luchado antes con los de su calaña.

Piper tiró de su pluma de arpía azul.
—¿Se les puede matar?

Ginn se acordó de una misión junto a Jason en San Bernardino que le habían asignado hacía años en el Campamento Júpiter.
—No es fácil. Son fuertes, rápidos e inteligentes. Y también comen carne humana.

—Fantástico —murmuró Annabeth—. No veo otra opción que ceñirnos al plan. Separarnos, infiltrarnos y averiguar por qué están aquí. Si las cosas salen mal...

—Usamos el plan alternativo —dijo Piper.

Ginevra detestaba el plan alternativo.
Antes de que desembarcaran, Leo les había dado a cada uno una bengala de emergencia del tamaño de una vela de cumpleaños. Supuestamente, si lanzaban una al aire, saldría disparada hacia arriba como un rayo de fósforo blanco y avisaría al Argo II de que el equipo estaba en apuros. En ese momento, Jason y las chicas tendrían unos segundos para ponerse a cubierto antes de que las catapultas del barco disparasen sobre su posición y envolviesen el palacio en fuego griego y ráfagas de metralla de bronce celestial.

—Tengan cuidado ahí abajo —les dijo Grace a las chicas.
Piper rodeó sigilosamente el lado izquierdo de la cumbre. Annabeth fue a la derecha junto a Ginevra.
Jason se levantó apoyándose en su bastón y se dirigió a las ruinas cojeando.

El chico tuvo éxito entre los muertos, se logró infiltrar, pero Chase parecía hacer el trabajo de mala gana.

—Sonríe un poco —le susurró la romana mientras pasaba por su lado con la mano llena de platos vacíos. Si iban a cumplir con esta misión, lo debían hacer bien.

Volvió a servir vino a unos cuantos lares cuando algo le llamó la atención.
—Y Michael Varus...

Jason se atragantó.
— ¿Quién?

Junto a la fuente de arena, el tipo moreno con la camiseta morada y la armadura de legionario se volvió para mirarlos. Su contorno era borroso, envuelto en humo y poco definido, de modo que supuso que era alguna forma de espíritu, pero el tatuaje de la legión que lucía en el antebrazo se veía con bastante claridad: SPQR, la cabeza con dos caras del dios Jano y seis marcas que representaban sus años de servicio. En su peto colgaba la insignia de pretor y el emblema de la Quinta Cohorte.

Ninguno había conocido a Michael Varus. El infame pretor había muerto en los años ochenta del siglo XX. Aun así, a Ginevra se le puso la carne de gallina cuando su mirada coincidió con la de Varus. Agachó la cabeza como una reverencia y siguió sirviendo a los demás.
Pero lo que más le preocupó es que los ojos hundidos de Michael parecían atravesar el disfraz de Jason.

Antínoo hizo un gesto despectivo con la mano.
—Es un semidiós romano. Perdió el águila de su legión en... Alaska, ¿no? Da igual. Gaia le deja estar aquí. Él insiste en que sabe cómo vencer al Campamento Júpiter. Pero, Iro... Todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Por qué deberías ser bien recibido entre nosotros?

Los ojos muertos de Varus habían desconcertado a Jason. Podía notar como la Niebla se aclaraba a su alrededor, reaccionando a su incertidumbre.
De repente Annabeth apareció junto a Antínoo.
—¿Más vino, mi señor? ¡Uy!

Derramó el contenido de un jarro de plata por la nuca de Antínoo.
—¡Ahhh! —el demonio arqueó la columna—. ¡Estúpida muchacha! ¿Quién te ha dejado volver del Tártaro?

—Un titán, mi señor —Annabeth agachó la cabeza en señal de disculpa—. ¿Le traigo unas toallitas húmedas? Su flecha está goteando.

—¡Fuera de aquí!

Annabeth llamó la atención de Jason —un silencioso mensaje de apoyo— y desapareció entre la multitud.
El demonio se limpió y brindó a Jason la oportunidad de ordenar sus pensamientos.
Era Iro, antiguo mensajero de los pretendientes. ¿Qué haría allí? ¿Por qué debían aceptarlo?

Cogió el cuchillo para la carne más cercano y lo clavó en la mesa, cosa que sobresaltó a los fantasmas que lo rodeaban.
—¿Por qué deberíais recibirme? —gruñó Jason—. ¡Porque sigo siendo un mensajero, estúpidos desgraciados! ¡Vengo de la Casa de Hades para ver qué tramáis!

"Bien hecho, chispitas" pensó mientras le sonreía a los demás con una blanqueza que decía «Hija de Apolo» sin que realmente se notara.

—¡Vamos, amigo! ¡No pretendíamos poner en duda tus credenciales! Si has hablado con Porfirio en Atenas, sabes por qué estamos aquí. ¡Te aseguro que estamos haciendo exactamente lo que nos ordenó!

Jason trató de ocultar su sorpresa. «Porfirio en Atenas»
—La Acrópolis —dijo Jason—. Los templos más antiguos dedicados a los dioses, en medio de Atenas. Allí es donde Gaia despertará.

—¡Por supuesto! —dijo Eurímaco riéndose—. Y para llegar allí, esos semidioses entrometidos tendrán que viajar por mar. Saben que es demasiado peligroso ir volando.

—Eso significa que tendrán que pasar por esta isla —dijo Jason.

Eurímaco asintió entusiasmado. Apartó el brazo de los hombros de Jason y mojó el dedo en su copa de vino.
—Entonces tendrán que tomar una decisión.

Trazó una línea de costa en el tablero de la mesa; el vino tinto brillaba extrañamente contra la madera. Dibujó Grecia como un reloj de arena deformado: una gran mancha colgante que representaba la tierra firme del norte y otra mancha debajo, casi igual de grande: la gran masa de tierra conocida como el Peloponeso. Una estrecha línea de mar las seccionaba: el canal de Corinto.
Jason no necesitaba un dibujo. La tripulación se habían pasado el último día en el mar estudiando mapas.

—La ruta más directa sería ir hacia el este desde aquí, a través del canal de Corinto. Pero si intentan ir en esa dirección...

—Basta —espetó Antínoo—. Tienes la lengua muy suelta, Eurímaco.

El fantasma puso cara de ofendido.
—¡No iba a contárselo todo! Solo lo de los ejércitos de cíclopes concentrados en cada orilla. Y los espíritus de la tormenta bramando en el aire. Y esos feroces monstruos marinos que Ceto ya ha enviado para que infesten las aguas. Y por supuesto, si el barco llegara a Delfos...

—¡Idiota!

Antínoo se abalanzó sobre la mesa y agarró la muñeca del fantasma. Una fina capa de tierra se extendió de la mano del demonio y subió por el espectral brazo de Eurímaco.

—¡No! —chilló Eurímaco—. ¡Por favor! Yo... Yo solo quería...

El fantasma gritó mientras la tierra cubría su cuerpo como una cáscara y luego se partió en dos y no dejó más que un montón de polvo. Eurímaco había desaparecido.
Antínoo se recostó y se limpió las manos. Los otros pretendientes sentados a la mesa lo observaron en silencio con recelo.

—Disculpa, Iro —el demonio sonrió fríamente—. Lo único que necesitas saber es que los caminos a Atenas están bien vigilados, como prometimos. Los semidioses tendrán que arriesgarse a venir por el canal, cosa que es imposible, o rodear todo el Peloponeso, una alternativa que no es precisamente mucho más segura. En cualquier caso, es poco probable que sobrevivan para tomar esa decisión. Cuando lleguen a Ítaca lo sabremos. Los detendremos aquí, y Gaia verá lo valiosos que somos. Puedes llevarle ese mensaje a Atenas.

Ginevra sintió que sus manos temblaban mientras servía más copas de vino.
Jason había conseguido la información que habían ido a buscar. Su objetivo era Atenas. La ruta menos peligrosa, o al menos la ruta no imposible, era alrededor de la costa meridional. Estaban a 20 de julio. Solo tenían doce días hasta la fecha en la que Gaia planeaba despertar, el 1 de agosto, la antigua fiesta de la Esperanza.

Ahora, debían irse.
Jason apartó su plato de comida fría.
—Parece que todo está bajo control. Por tu bien, Antínoo, espero que así sea. Esos semidioses tienen iniciativa. Cerraron las Puertas de la Muerte. No querríamos que se os escaparan consiguiendo ayuda en Delfos, por ejemplo.

Antínoo se rió entre dientes.
—No hay peligro de que eso pase. Apolo ya no manda en Delfos.

La romana apretó los dientes. Debían irse, ya no podría soportar mucho ahí.
—Ah... entiendo. ¿Y si los semidioses toman el camino largo alrededor del Peloponeso?

—Te preocupas demasiado. Ese viaje es muy peligroso para los semidioses, y está demasiado lejos. Además, la victoria está desenfrenada en Olimpia. Mientras siga siendo así, no hay forma de que los semidioses ganen esta guerra.

—Muy bien. Informaré de ello al rey Porfirio. Gracias por la, ejem, comida.

Desde la fuente, Michael Varus gritó:
—Espera.

Jason reprimió un juramento. Había tratado de no prestar atención al pretor muerto, pero Varus se acercó rodeado de una brumosa aura blanca, con los ojos hundidos como pozos negros. Un gladius de oro imperial colgaba de su costado.

—Debes quedarte —dijo Varus.

Antínoo lanzó una mirada de irritación al fantasma.
—¿Cuál es el problema, legionario? Si Iro quiere marcharse, déjalo. ¡Huele mal!

Los otros fantasmas se rieron nerviosos. En el otro lado del patio, Piper lanzó una mirada de preocupación a Jason. Un poco más lejos, Annabeth se agenció despreocupadamente un cuchillo para trinchar del plato más cercano y Ginn hizo un ademán para rascarse la pierna.

Varus posó la mano en el pomo de su espada. A pesar del calor, el peto estaba cubierto de hielo.
—Perdí dos veces a mi cohorte en Alaska: una en vida y otra muerto contra un graecus llamado Percy Jackson. A pesar de todo, he venido aquí en respuesta a la llamada de Gaia. ¿Sabes por qué?

Jason tragó saliva.
—¿Por tozudez?

—Este es un lugar de anhelos. Todos hemos venido aquí atraídos no solo por el poder de Gaia, sino también por nuestros mayores deseos. La codicia de Eurímaco. La crueldad de Antínoo.

—Me halagas —murmuró el demonio.

—El odio de Asdrúbal —continuó Varus—. La amargura de Hipias. Mi ambición. Y tú, Iro, ¿qué te ha atraído aquí? ¿Qué es lo que más desea un mendigo? ¿Un hogar, tal vez?

—Debería ponerme en marcha —dijo—. Tengo mensajes que llevar.

Michael Varus desenvainó su espada.
—Mi padre es Jano, el dios de las dos caras. Estoy acostumbrado a ver a través de máscaras y engaños. ¿Sabes por qué estamos seguros de que los semidioses no pasarán inadvertidos por nuestra isla, Iro?

Grace se volvió hacia Antínoo.
—Oye, ¿aquí mandas tú o no? Tal vez deberías hacer callar al romano.

El demonio respiró hondo. La flecha hizo un ruido en su garganta.
—Esto podría ser entretenido. Adelante, Varus.

El pretor muerto levantó la espada.
—Nuestros deseos nos definen. Muestran quienes somos en realidad. Alguien ha venido a por ti, Jason Grace.

Detrás de Varus, la multitud se separó. El reluciente fantasma de una mujer avanzó flotando, y Jason se sintió como si sus huesos se convirtieran en polvo.

—Cariño —dijo el fantasma de su madre—. Has vuelto a casa.

"Maldición" pensó Paris.

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