1

GINEVRA SABÍA LO QUE eran los estados del duelo, había vivido muchos al perder a compañeros del campamento, a personas de su cohorte, pero esto era distinto.
Después de lo sucedido, Ginny se negó a pensar que eso acababa así. Lo único que podía hacer para no explotar en llanto era seguir con la misión.

Desde lo sucedido se había esforzado el triple, entrenaba arduamente en su habitación, no perdía tiempo en dormir y para relajarse, se iba al establo a estar sola.

Sintió un remezón en el barco que la hizo salir abruptamente de su camarote.
—¿Qué sucede? —preguntó desenfundando su espada.

—Nada —suspiró Hazel—. Sólo buscamos formas seguras para viajar tranquilos sin que los numina nos molesten.

Leo recorrió el mapa de Italia con el dedo.
—Entonces, cruzar las montañas queda descartado. El problema es que se extienden muy lejos en las dos direcciones.

—Podríamos ir por mar —propuso Hazel—. Podríamos rodear el extremo sur de Italia.

—Es un trecho muy largo —dijo Nico—. Además, no tenemos... —se le quebró la voz— ya saben... a nuestro experto marino, Percy.

El nombre quedó flotando en el aire como una tormenta inminente.
Percy Jackson, hijo de Poseidón, a quien Ginny consideraba su hermano. Él les había salvado la vida muchas veces en el transcurso de su viaje a Alaska, pero cuando había necesitado su ayuda en Roma, ella le había fallado. Ginny había observado múltiples veces de forma impotente como él y Annabeth se desplomaban en el foso.

—¿Y si seguimos hacia el norte? —preguntó la rubia mientras miraba el horizonte—. Tiene que haber una abertura en las montañas o algo por el estilo.

Leo toqueteó la esfera de bronce de Arquímedes que había instalado en la consola: su más reciente y peligroso juguete. El objetivo de una cámara salió de la esfera y proyectó una imagen tridimensional de los montes Apeninos encima de la consola.

—No lo sé —Leo examinó el holograma—. No veo ningún paso decente por el norte. Pero prefiero esa idea a dar marcha atrás hacia el sur. No quiero saber nada de Roma.

Nadie discutió ese punto. En Roma no habían tenido una buena experiencia.
—Hagamos lo que hagamos, tenemos que darnos prisa —les dijo Nico—. Cada día que Annabeth y Percy pasan en el Tártaro...

No hizo falta que terminara la frase. Tenían que confiar en que Percy y Annabeth sobrevivieran lo suficiente para encontrar el lado de las Puertas de la Muerte que daba al Tártaro. Y luego, suponiendo que el Argo II pudiera llegar a la Casa de Hades, podrían abrir las puertas por el lado mortal, salvar a sus amigos y sellar la entrada para impedir que las fuerzas de Gaia se reencarnaran en el mundo de los mortales una y otra vez.

Sí, nada podía fallar en el plan.

Nico contemplaba la campiña italiana debajo de ellos frunciendo la frente. —Tal vez deberíamos despertar a los demás. Esta decisión nos afecta a todos.

—No —repuso Hazel—. Nosotros podemos encontrar una solución.

Un movimiento fugaz en el borde del horizonte le llamó la atención: algo pequeño y beis que corría a través de los campos a una velocidad increíble, dejando una estela de vapor como la de un avión.

—¿Hazel? —preguntó Ginna mientras no perdía de vista eso que se movía—. ¿Es ese...?

—Arión.

—¿Qué? —preguntó Nico.

Leo lanzó un grito de alegría mientras la nube de polvo se acercaba.
—¡Es su caballo, tío! Te has perdido esa parte. ¡No lo hemos vuelto a ver desde que estuvimos en Kansas!

Ginny se rió por primera vez desde hacía días. El grito y movimientos que hacía Valdez parecían tan ridículamente lindos que no podía evitar reír.

A un kilómetro y medio hacia el norte, el pequeño punto beis rodeó una colina y se detuvo en la cumbre. Costaba distinguirlo, pero cuando el caballo se empinó y relinchó, el sonido llegó hasta el Argo II. No cabía duda: era Arión.

—Tenemos que reunirnos con él —dijo Levesque—. Ha venido a ayudarnos.

—Vale —Leo se rascó la cabeza—. Pero, ejem, dijimos que no volveríamos a posar el barco en tierra, ¿recuerdas? Ya sabes, como Gaia quiere destruirnos y todo eso...

—Tú acércame, y usaré la escalera. Creo que Arión quiere decirme algo.

—¡Vamos! —dijo Paris mientras movía sus manos ansiosa. Quizás sería lo primero que en días traería buenas noticias—. ¡Leo, apúrate!

—¡A la orden, Rapunzel!

Mientras veía que a Hazel bajar, el brillo de sus ojos verdes se volvió a opacar. Cada día el tiempo que tenía antes de una pequeña siesta, lo dedicaba para releer su cuaderno de visiones, rezar por una revelación de sus amigos y tratar de equilibrarse luego de un momento vulnerable.
Y estaba agotada, tan agotada de no obtener resultados favorables.

—¿Todo bien? —preguntó Leo—. Casualmente no te ves tan... Demacrada.

—Oh, gracias Leo, de todos los adjetivos calificativos que existen, "demacrada" era el correcto. Me siento estupenda... Súper, súper, súper, súper bien.

—¿Y por qué te enojas conmigo? —empezó a enfadarse también el chico. Últimamente ambos estaban irritables, y si los ponían juntos en combinación nada podía salir bien.

—¡Porque no tengo ánimo de traer una estúpida sonrisa en mi cara hoy!

—¿¡Y tú crees que yo si!?

—¡Pues no sé, no es como que dejes de tener una sonrisa tonta en tu cara y decir chistes en momentos serios!

—¡Se llama táctica de defensa y es para no volverme loco! ¡¿Crees que estoy mejor que tú desde que pasó lo de Percy y Anna--?!

—Chicos, ¿pueden...? —comenzó a decir Nico, aunque fue interrumpido.

—¡Ahora no! —gritaron ambos en simultáneo. Para cuando voltearon a mirarse, lágrimas se acumulaban en los ojos de Ginevra.

—No, no, no, no, no llores —balbuceó Valdez cuál niño quien temía ser pillado por su madre. Él la llevó a un lado para evitar que alguien hiciera alguna pregunta.

—N-no digas su nombre. Enserio.

—Ginny, ¿qué te pasa? Lo pregunto seriamente.

—Los días pasan y yo no veo resultados con la misión y...

—¿Misión? Esto es más grande que la misión, Ginevra. Son nuestros amigos.

—¡Es lo único que puedo hacer para no volverme loca! —le dijo, aunque parecía un susurro. Su garganta se sentía como con un nudo en medio—. De todas las veces... Todas las veces que vi algo en mis visiones y aún así no hice nada para salvarlos. Yo sabía lo que iba a pasar y no hice nada. ¡Nada, Leo!

—Oh... Oh.

—Pasan los días y no encuentro la maldita forma para concentrarme y seguir adelante —sonrió ella en su dolor—. Cada día hago esfuerzos inhumanos para encontrar algo y es como si esta diosa loca hubiera bloqueado mi antena en conexión con los dioses y con Apolo.

—No puedo creer que vaya a decir esto, pero... Tienes que calmarte —él la tomó por los hombros—. Esto iba a suceder con tu ayuda o sin tu ayuda. Y aunque volviéramos el tiempo atrás, no podría cambiarse...

—Eso es... ¡Soy estúpida! Tengo a un hijo de Vulcano aquí. ¡Podemos hacer una máquina del tiempo!

—¿Hace cuanto no duermes?

—Unos cuantos días. Descanso relativo.

—Sí, eso explica lo demacrada... Ve a dormir, no excusas —la rubia iba a replicar, por lo que el moreno se adelantó—. Si algo nuevo sucede seré el primero en ir a avisarte.

—Gracias Leo, eres buen aliado.

—Aliado. Nunca antes me habían dicho eso...

—Sí, bueno... No sobrepienses esas cosas —medio sonrió la rubia mientras se refregaba el ojo.

—Entendido, aliada.

—Oh, dioses... Olvídalo, Leo. Prefiero el "Rapunzel".

—Pensé que lo odiabas.

—Sí, pero ya me acostumbré —le dijo ya desde lejos.

La chica se fue a su habitación y preparó todo para dormir. Había apagado todas las luces, cerrado las cortinas, mantuvo alejadas las cosas que podrían ser distracción e incluso había llevado leche para tomar en vez de café.
Y todo lo que ella suplicaba, era un día sin sueños, y si había algún tipo de sueño, que le ayudara para encontrar más rápidamente a Percy y a Annabeth.

Cerró sus ojos unos cuantos minutos y para cuando había empezado a descansar, sintió ruidos. Pensó que no era nada de qué preocuparse y solamente se tapó las orejas con la almohada.
Los ruidos eran cada vez más fuerte.
Primero, le dio frustración y comenzó a farfullar mientras se daba vueltas en la cama. Después, se levantó a quejar mientras golpeaba la almohada, pero al sentir que alguien llamaba a su puerta, comenzó la furia.

Abrió la puerta completamente mientras soltaba un: "¿¡Qué pasa!?"
Leo del otro lado parecía asombrado, aún con la mano preparada en el aire para tocar la puerta.

—Dos cosas, quería saber si de verdad estabas durmiendo y no te tomaste un desvío para hacer cualquier cosa menos descansar. Pero parece que en realidad estabas durmiendo y te desperté.

—¿Tú crees? —le sonrió molesta.

—Lo otro, Hazel volvió de su salida con su caballo y tiene algo que decirnos.

—Ah, genial —suspiró ella, aunque cuando iba a salir, él la detuvo.

—Deberías cambiarte ropa... Y cepillar tu cabello.

—¿Qué tiene mi cabello?

—No quiero molestarte más —terminó él alejándose tan rápido como podía.

Rápidamente se cambió de playera e hizo una trenza suelta en su cabello para salir.
Vio a la rizada, pero no parecía estar bien.

—¿Hazie? —se acercó lentamente la rubia, aunque al ver cómo ella empezaba a flaquear, corrió a socorrerla—. No se queden ahí parados, ¡ayúdenme!

Los chicos tomaron por ambos brazos a Levesque para que pudiera estar más segura.
—He visto a Hécate —logró decir.

Les habló un paso secreto que cruzaba las montañas hacia el norte y del desvío que según Hécate podría llevarlos hasta Epiro.
Cuando hubo acabado, Nico le tomó la mano. Sus ojos estaban llenos de preocupación.

—Hazel, has visto a Hécate en una encrucijada. Es... es algo a lo que muchos semidioses no sobreviven. Y los que sobreviven no vuelven a ser los mismos. ¿Seguro que estás...?

—Estoy bien —insistió ella.

—¿Y si Hécate nos está engañando? —preguntó Ginevra—. Esa ruta podría ser una trampa.

Hazel negó con la cabeza.
—Si fuera una trampa, creo que Hécate hubiera hecho que la ruta del norte pareciera más atrayente. Y, créeme, no lo hizo.

Leo sacó una calculadora de su cinturón portaherramientas y pulsó unas teclas.
—Esto está... a unos quinientos kilómetros del camino que tenemos que seguir para llegar a Venecia. Luego tendríamos que dar marcha atrás por el Adriático. ¿Y has dicho algo de unos enanos con colonia?

—Enanos de Bolonia —dijo Hazel—. Supongo que Bolonia es una ciudad. Pero no tengo ni idea de por qué tenemos que buscar a unos enanos allí. Tiene algo que ver con una especie de tesoro que nos ayudará en la misión.

—Ah —dijo Leo—. A ver, me encantan los tesoros, pero...

—Es nuestra mejor opción —Nico ayudó a Hazel a levantarse—. Tenemos que compensar el tiempo perdido y viajar lo más rápido que podamos. Las vidas de Percy y Annabeth podrían depender de ello.

—¿Rápido? —Leo sonrió—. Puedo ir rápido.

Ginevra suspiró. Le dolía demasiado el que las vidas de sus amigos estaban en peligro. Y últimamente era lo único que escuchaba.
—Ahora deberíamos descansar mientras podamos. Esta noche cruzaremos los Apeninos.

—Sí, sí. Está bien —confirmó el moreno sin dejar de moverse.

—Pero esta vez sería divino si nadie despertara a nadie si no es algo importante —terminó la "reunión" Paris—. Lo digo por ti, Valdez. Ahora, todos a sus habitaciones. Que descansen.

La rubia caminó a su dormitorio pensando en las palabras de Hazel. Hécate se le presentó... Y le ofreció ayuda...

Uf, lo que les esperaba ahora.

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