1


CUATRO SEMIDIOSES HABÍAN bajado del barco. Ginny primeramente observó a quien suponía era Annabeth. Era igual a como Percy la había descrito. No solamente eso... Era igual a una chica que había visto alguna vez en un sueño, aunque no podía recordar de qué iba.

Hazel, Frank y Ginny avanzaron detrás de Jackson. Él se detuvo y observaron cómo los jóvenes compartieron una mirada.
La pretora Reyna se enderezó. Con visible reticencia, se volvió hacia Jason.

—Jason Grace, mi antiguo compañero... —pronunció la palabra «compañero» como si fuera peligrosa—. Bienvenido a tu hogar. Con tus amigos...

En ese momento, Annabeth se abalanzó hacia delante. Percy corrió hacia ella al mismo tiempo. La multitud se puso tensa. Percy la rodeó con los brazos y se besaron. Ginevra miró a Hazel susurrándole un: "Incomodo".

—Dioses, nunca pensé que...
Annabeth le agarró la muñeca y lo lanzó por encima de su hombro. Percy se estrelló contra la calzada de piedra. Los romanos chillaron. Algunos avanzaron a toda prisa, pero Reyna gritó:
—¡Alto! ¡Retírense!

Annabeth colocó la rodilla sobre el pecho de Percy. Le presionó la garganta con el antebrazo.

—Como me vuelvas a dejar, juro por todos los dioses...

Percy tuvo el valor de reírse. —Me doy por avisado —dijo él—. Yo también te he echado de menos.

Annabeth se puso en pie y le ayudó a levantarse.
Jason se aclaró la garganta.

—Bueno... Me alegro de haber vuelto.

Presentó a Reyna y a los demás a Piper, a Leo, quien sonrió e hizo el símbolo de la paz.
—Y esta es Annabeth —dijo Jason—. Normalmente no va por ahí haciendo llaves de yudo.

A Reyna le brillaban los ojos.
—¿Seguro que no eres romana, Annabeth? ¿O amazona?

—Solo ataco de esa forma a mi novio —prometió—. Encantada de conocerte.

Reyna le estrechó con firmeza la mano.
—Parece que tenemos mucho de que hablar. ¡Centuriones!

Ginny y unos cuantos campistas avanzaron al lado de Reyna. Mientras tanto, Ramirez-Arellano estaba dando órdenes a sus oficiales.
—... Díganle a la legión que se retire. Dakota, avisa a los espíritus de la cocina. Diles que preparen un banquete de bienvenida. Y tú, Octavian...

—¿Vas a dejar entrar a estos intrusos en el campamento? —un chico alto con el cabello rubio lacio avanzó a codazos—. Reyna, los riesgos de seguridad...

—No vamos a llevarlos al campamento, Octavian —Reyna le lanzó una mirada severa—. Comeremos aquí, en el foro.

—Oh, mucho mejor —masculló Octavio.

—¡Eh, Octavian!— sonrió con malicia la rubia al chico que se estaba retirando—. Loquor in rithimos...

El romano comenzó a correr, alejándose de Ginevra. Reyna le había pedido a la chica quedarse ahí, por lo que dio las ordenes a Kyle y volvió al lado de su mejor amiga.

Percy cogió la mano de Annabeth.
—No te preocupes por Octavian —dijo—. La mayoría de los romanos son buena gente, como Frank, Ginny, Hazel y Reyna. No nos pasará nada.

—No nos pasará nada —repitió, como si estuviera tratando de creérselo.

—Estupendo —dijo Reyna. Se volvió hacia Jason—. Hablemos y reunámonos como es debido.

Divanes y mesas bajas fueron trasladados al foro hasta que pareció una sala de muestras de muebles. Los romanos permanecían recostados en grupos de diez o veinte, hablando y riéndose mientras unos espíritus del viento —aurae— se arremolinaban en lo alto, llevando un interminable surtido de pizzas, sándwiches, patatas fritas, bebidas frías y galletas recién horneadas. En los campos cercanos, el elefante de combate retozaba con la Señorita O'Leary, y unos niños jugaban al pilla pilla alrededor de las estatuas de Término que bordeaban el perímetro urbano.

Reyna y varios de sus oficiales estaban sentados con Annabeth y su tripulación. Percy los acompañaba junto con sus amigos, Ginevra, Frank y Hazel.
Después de las presentaciones, los romanos y la tripulación griega empezaron a intercambiar historias. Jason explicó que había llegado al Campamento Mestizo sin memoria y que había participado en una misión con Piper y Leo para rescatar a la diosa Hera (o Juno, como prefieras; era igual de cargante en la versión griega que en la romana) de la Casa del Lobo, en el norte de California, donde estaba encarcelada.

—¡Imposible! —intervino Octavian, que se había quitado la maldición de pura furia a los griegos—. Es nuestro lugar más sagrado. Si los gigantes hubieran encerrado a una diosa allí...

—La habrían destruido —dijo Piper—. Y habrían echado la culpa a los griegos y habrían iniciado una guerra entre los campamentos. Venga, cállate y deja que Jason termine.

Octavian abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Ginny sonrió y aplaudió. Reconocía embrujahabla donde fuera... Debía pedirle que fuera su mentora.

Advirtió que Reyna desplazaba la vista de Jason a Piper una y otra vez y que fruncía el entrecejo, como si estuviera empezando a darse cuenta de que los dos eran pareja.

—Bueno —continuó Jason—, así es como averiguamos lo de la diosa Gaia. Todavía está medio dormida, pero está liberando a los monstruos del Tártaro y despertando a los gigantes. Porfirio, el líder contra el que luchamos en la Casa del Lobo, dijo que se retiraba a las tierras antiguas: la mismísima Grecia. Tiene pensado despertar a Gaia y destruir a los dioses... ¿cómo dijo? « Arrancando sus raíces» .

Percy asintió con la cabeza, pensativamente.
—Gaia también ha hecho de las suyas aquí. Nosotros tuvimos nuestro particular encuentro con la reina Cara de Tierra.
Percy relató su parte de la historia. Explicó que se había despertado en la Casa del Lobo sin más recuerdo que un nombre: Annabeth.
Jackson les contó que había viajado a Alaska con Ginevra, Frank y Hazel; que habían vencido al gigante Alcioneo, habían liberado al dios de la muerte Tánatos y habían regresado con el estandarte perdido del águila dorada del campamento para hacer frente al ataque del ejército de los gigantes.
Cuando Percy hubo terminado, Jason silbó, admirado.
—No me extraña que te hayan hecho pretor.

Octavian resopló.
—¡Eso significa que ahora tenemos tres pretores! ¡Las normas estipulan claramente que solo podemos tener dos!

—Mirando el lado positivo, Jason y yo tenemos un rango superior al tuyo, Octavian —dijo Percy—. Así que los dos podemos decirte que te calles.

La risotada que soltó Ginevra no pasó desapercibida por nadie, le susurró un par de cosas a Reyna que la hicieron reír. Jason chocó el puño con Percy.

—Tendremos que resolver el problema de los pretores más tarde —dijo Avila, tratando de borrar la sonrisa que le había dejado el cuchicheo de su amiga—. Ahora mismo tenemos asuntos más serios que tratar.

—Yo renuncio a favor de Jason —dijo Percy sin problemas—. No tiene importancia.

—¿Que no tiene importancia? —dijo Octavian con voz ahogada, aunque fue ignorado—. ¿Una pretoría de Roma no tiene importancia?

—Así que eres el hermano de Thalia Grace. Vaya. No se parecen en nada— se volteó Jackson ignorando a Octavian.

—Sí, ya me he dado cuenta —dijo Jason—. De todas formas, gracias por ayudar a mi campamento mientras estaba fuera. Lo has hecho estupendamente.

—Lo mismo digo —contestó Percy.

—Deberíamos hablar de la Gran Profecía. Parece que los romanos también la conocen— cortó Annabeth.
Reyna asintió con la cabeza.

—Nosotros la llamamos la Profecía de los Ocho. Octavian, ¿te la sabes de memoria?

—Por supuesto —dijo él—. Pero Reyna...

—Recítala, por favor. En nuestro idioma, no en latín.
Octavio suspiró.

—«Ocho mestizos responderán a la llamada. Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer...»
—« Un juramento que mantener con un último aliento —continuó Annabeth—. Y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte» .

Todo el mundo se la quedó mirando menos Leo, quien había fabricado un molinete con los envoltorios de papel de aluminio de los tacos y lo estaba colocando entre los espíritus del viento que pasaban.

Frank, se inclinó hacia delante, mirándola fascinado, como si a Annabeth le hubiera salido un tercer ojo.
—¿Es cierto que eres hija de Min... digo, de Atenea?

—Sí —respondió ella, poniéndose de repente a la defensiva—. ¿Por qué te sorprende tanto?

Octavian se burló.

—Si realmente eres hija de la diosa de la sabiduría...

—Basta —le espetó Reyna—. Annabeth no miente. Ha venido en son de paz. Además... —lanzó a regañadientes una mirada de respeto a Annabeth—, Percy ha hablado muy bien de ti.

—Por lo menos, una parte de la profecía se está aclarando. « Los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte...» hace referencia a griegos y romanos. Tenemos que unir fuerzas para encontrar esas puertas.

—Mi hermano, Nico, ha ido a buscar las puertas —dijo Hazel.

—Un momento —intervino Annabeth—. ¿Nico di Angelo? ¿Es tu hermano?

Hazel asintió, como si fuera algo evidente.
—Está bien. ¿Qué decías?

—Ha desaparecido —Hazel se humedeció los labios—. Me temo... no estoy segura, pero creo que le ha pasado algo.

—Lo buscaremos —le prometió Percy—. De todas formas, tenemos que encontrar las Puertas de la Muerte. Tánatos nos dijo que encontraríamos las respuestas en Roma... la Roma original, quiero decir. Está camino de Grecia, ¿no?

—¿Tánatos les dijo eso? —Annabeth trató de asimilar la idea—. ¿El dios de la muerte?

—Ahora que la Muerte está libre, los monstruos se desintegrarán y regresarán al Tártaro como normalmente lo hacían—explicó Ginevra bebiendo café—. Hasta ahora, al liberar a Tánatos, les retrasamos un poco el camino, pero eso no les impedirá volver. Por eso debemos encontrar las Puertas.

Piper retorció la pluma que llevaba en el pelo.
—Como agua filtrándose por un dique —apuntó.

—Exacto. El tener al dios encadenado les hacía volver inmediatamente, al desatarlo, pasa justo lo que dijo Pipper —continuó Ginny recibiendo asentimientos de Percy—. Por eso lo importante es que tenemos que encontrar las puertas y cerrarlas antes de ir a Grecia. Es la única forma de vencer a los gigantes y de asegurarnos de que no se recuperarán.

—Proponen que emprendamos una expedición a Grecia en su buque de guerra. Ginevra, ¿Son conscientes de lo peligrosas que son las tierras antiguas y el Mare Nostrum?

—¿El Mare qué? —preguntó Leo.

—El Mare Nostrum —explicó Jason—. « Nuestro mar» . Es como los romanos antiguos llamaban al Mediterráneo.

Reyna asintió.
—El territorio que antiguamente formaba el Imperio romano no solo es el lugar de origen de los dioses. También es el hogar de los antepasados de los monstruos, los titanes y los gigantes... y cosas peores. Por muy peligroso que sea para los semidioses viajar por aquí, en Estados Unidos, allí será diez veces peor.

—Dijiste que Alaska era muy peligrosa —le recordó Percy—. Y hemos sobrevivido.

—El grado de peligro de viajar por el Mediterráneo es totalmente distinto, Percy— explicaba Ginevra mirando su taza de café— Durante siglos, ha estado prohibido a los semidioses. Ningún héroe en su sano juicio iría allí. En eso tiene razón Ávila.

—¡Entonces estamos de suerte! —Leo sonrió por encima de su molinete—. Porque todos estamos locos, ¿verdad? Además, el Argo II es un buque de guerra de primera. Nos llevará sin problemas.

—Tendremos que darnos prisa —añadió Jason—. No sé qué traman exactamente los gigantes, pero Gaia está cada vez más consciente. Está invadiendo sueños, apareciendo en lugares extraños, invocando monstruos cada vez más poderosos. Tenemos que detener a los gigantes antes de que la despierten del todo.

Ginna bajó la mirada al escuchar a Jason hablar de los sueños. Sólo su equipo de misión sabía con explicitad lo que esto significaba para ella.

—«Ocho mestizos responderán a la llamada» —dijo Annabeth—. Tiene que ser una combinación de nuestros dos campamentos. Jason, Piper, Leo y yo. Somos cuatro.

—Y yo —dijo Percy—. Además de Ginny, Hazel y Frank. Sumamos Ocho.

—¡Percy!
Tyson se detuvo junto a su diván y retorció sus manos rollizas.
—Ella está asustada —dijo.

—S-s-se acabaron los barcos —murmuró la arpía para sí, toqueteándose furiosamente las plumas—. El Titanic, el Lusitania, el Pax... Los barcos no son para las arpías.

—¿Esa chica gallina acaba de comparar mi barco con el Titanic?

—No es una gallina —Ginny hizo una mueca como si estuviera contrariada con Leo—. Ella es una arpía. Sólo es un poco... nerviosa.

—Ella es guapa —dijo Tyson—. Y tiene miedo. Tenemos que llevárnosla, pero no quiere ir en el barco.

—Nada de barcos —declaró Ella. Miró directamente a Annabeth—. Mala suerte. Ahí está. « La hija de la sabiduría anda sola...»

—¡Ella! —Frank se levantó súbitamente—. Tal vez no sea el mejor momento...

—« La Marca de Atenea arde a través de Roma —continuó Ella, alejándose de Ginevra quien trataba de apasiguar aquella situación. La arpía seguía, tapándose los oídos con las manos y alzando la voz—. Los gemelos apagarán el aliento del ángel, que posee la llave de la muerte interminable. El azote de los gigantes es pálido y dorado, obtenido con dolor en un presidio hilado» .

El efecto fue similar al que habría producido una granada de fogueo lanzada sobre la mesa. Todo el mundo se quedó mirando a la arpía. Nadie dijo nada.
Alrededor de ellos, los sonidos del banquete proseguían, pero apagados y lejanos, como si su pequeño grupo de divanes hubiera entrado en una dimensión más silenciosa.
Percy fue el primero en recuperarse. Se levantó y agarró el brazo de Tyson.
—¡Ya lo sé! —dijo con falso entusiasmo—. ¿Por qué no os lleváis tú y la Señorita O'Leary a Ella a tomar el fresco...?

—Un momento —Octavian agarró uno de sus osos de peluche y lo estranguló con las manos temblorosas. Tenía la vista clavada en Ella—. ¿Qué ha dicho? Parecía...

—Ella lee mucho —soltó Frank—. La encontramos en una biblioteca.

—¡Sí! —convino Hazel—. Debe de ser algo que ha leído en un libro.

—Libros —murmuró Ella para ayudar—. A Ella le gustan los libros.

Después de haber recitado los versos, la arpía parecía más relajada. Se quedó sentada con las piernas cruzadas sobre el lomo de la Señorita O'Leary, arreglándose las plumas.

La expresión de Percy decía: « Socorro» .
—Ha pronunciado una profecía —insistió Octavian—. Parecía una profecía. Nadie contestó.

Percy forzó una risa mientras Ginevra se acercaba nuevamente para darle un rollo de canela a Ella.
—Ah, ¿sí, Octavian? A lo mejor las arpías son distintas aquí, en el lado romano. Las nuestras tienen la inteligencia justa para limpiar cabañas y preparar comidas. ¿Las vuestras suelen adivinar el futuro? ¿Las consultas para hacer tus augurios?

Sus palabras ejercieron el efecto deseado. Los oficiales romanos se echaron a reír nerviosamente. Algunos evaluaron a Ella y a continuación miraron a Octavian y resoplaron. La idea de que una mujer gallina pronunciara profecías era aparentemente tan ridícula para los romanos como para los griegos.

—Yo, ejem... —Octavian soltó su oso de peluche—. No, pero...

—Solo está citando frases de un libro —dijo Annabeth—, como Hazel ha dicho. Además, ya tenemos una profecía por la que preocuparnos.

Se volvió hacia Tyson.
—Percy tiene razón. ¿Por qué no te llevas a Ella y a la Señorita O'Leary y viajáis por las sombras un rato? ¿Te parece bien, Ella?

—«Los perros grandes son buenos» —dijo Ella—. Fiel amigo, 1957, guión de Fred Gipson y William Tunberg.

—¡Estupendo! —decía Ginny—. Les enviaremos un, ¿cómo era? ¡ah! mensaje de Iris cuando hayamos terminado y los alcanzaremos. ¿Verdad, Ávila?

Los romanos miraron a Reyna, a la espera de su resolución. Annabeth contuvo la respiración.
Reyna tenía una cara de póquer antológica.

—Bien —dijo por fin la pretora—. Márchense.

—¡Sí, señora!
Tyson recorrió todos los divanes y dio a todos los presentes un fuerte abrazo, incluso a Octavian, al que no pareció hacerle mucha gracia.
A continuación, se subió al lomo de la Señorita O'Leary con Ella, y la perra infernal salió del foro dando saltos. Se lanzaron directos contra una sombra del muro del senado y desaparecieron.

—Bien —Reyna dejó su manzana sin comer—. Octavian tiene razón en una cosa. Debemos obtener el visto bueno del senado antes de dejar que ninguno de nuestros legionarios emprenda una misión... sobre todo una tan peligrosa como insinúan.

—Todo este asunto me huele a traición —masculló Octavian—. ¡Ese trirreme no es un barco de paz!

—Sube a bordo, tío —propuso Leo—. Te daré un paseo. Podrás pilotar el barco y, si se te da bien, te daré una gorrita de capitán.

—Buena idea —dijo Reyna—. Octavian, ve con ellos. Inspecciona el barco. Convocaremos una sesión del senado en una hora.

Leo se levantó.
—Volvemos enseguida —prometió—. Esto va a ser épico.

—Esto... Reyna, si no te importa, me gustaría enseñarle a Piper todo esto antes de la sesión del senado —dijo Jason—. Es la primera vez que visita la Nueva Roma.

La expresión de Reyna se endureció. Ahí Ginevra recordó cuánto le gustaba a su amiga el hijo de Júpiter.
—Claro —dijo Reyna fríamente.

Percy tomó la mano de Annabeth.
—Sí, yo también. Me gustaría enseñarle a Annabeth...

—No —le espetó Reyna.
Percy frunció el ceño.
—¿Cómo?

—Me gustaría hablar con Annabeth —dijo Reyna—. A solas. Si a ti no te importa, mi colega pretor.

Su tono dejaba claro que no le estaba pidiendo permiso—Ven, hija de Atenea —Reyna se levantó del sofá—. Acompáñame.

Cuando se levantaron, Ginny se acercó a Jason, quien estaba junto a Piper. Lo miró seriamente, él sacó su espada de oro imperial, y la rubia lo imitó para luego reír.

—¡Eres un tonto, rayos locos! No sabes cuánto sufrimos cuando desapareciste— le dijo Ginna abrazándolo para luego abrazar y saludar a Piper.

—Estoy acá ahora y vamos a ir a una misión como en los viejos tiempos... ¿De dónde sacaste esa espada y qué pasó con tu arco?

—En simples palabras, después de todo, si hago algo brusco con el, se romperá. ¡Pero ahora tengo esta súper increíble espada!— sonrió ella y se giró a Piper—. Ahora sí puedo presentarme bien. Soy Ginevra, pero dime Ginny.

—Un gusto, soy Piper.

—La abuela de Ginny es Venus, o sea, Afrodita— explicó Jason a su novia.

—¡Si! La embrujahabla que ejerciste en el augur-bueno-para-nada fue impresionante— alagó Ginevra. Piper iba a decir algo, mas chicos de su Cohorte le hicieron señas fuera de la estructura—. Oh, lo siento... La tercera me llama.

Avanzó a su Cohorte para conversar un poco, más que nada para decirles que no podía dar información del senado, pero de pronto su diversión fue apagada por el fuerte sonido de una explosión, la Cohorte salió seguida de sus líderes.
El Argo II lanzó otra descarga. Su ballesta de babor disparó una enorme lanza envuelta en fuego griego que atravesó la cúpula destruida del senado, estalló en el interior e iluminó el edificio como una calabaza de Halloween. Si hubiera habido alguien dentro...

En el foro, el caos se estaba extendiendo. Las multitudes se empujaban y arrollaban. Estaban empezando a producirse peleas a puñetazos.
Los semidioses romanos del foro se habían juntado y se habían convertido en una turba furiosa. Algunos lanzaban platos, comida y piedras al Argo II, una medida inútil, ya que la mayoría de las cosas volvían a caer entre el gentío.
Varias docenas de romanos habían rodeado a Piper y a Jason, que estaban intentando tranquilizarlos sin mucha suerte. La embrujahabla de Piper no servía de nada contra tantos semidioses chillones y coléricos. A Jason le sangraba la frente. Su capa morada había acabado hecha jirones. No paraba de decir: « ¡Estoy de su parte!» , pero su camiseta naranja del Campamento Mestizo no ayudaba a mejorar la situación; ni tampoco el buque de guerra que flotaba en lo alto, disparando lanzas en llamas contra la Nueva Roma. Una cayó cerca y convirtió en escombros una tienda de togas.
Unos legionarios armados se dirigían a toda prisa al foro. Dos dotaciones de artillería habían colocado catapultas fuera de la línea del pomerio y se estaban preparando para disparar al Argo II.

Ginny corrió hasta llegar frente al barco. Trataba de defender a los griegos dando órdenes como Centurión, pero pocos le hacían caso.

—¿Lo ves? —gritó Octavian—. ¡Romanos, maten a los invasores!

—¡No!— gritaba tan fuerte la de ojos verdes a los legionarios mientras buscaba con la mirada a Reyna. Estaba perdiendo la voz y se comenzaba a exasperar. Algo en el momento la hizo sentir insegura, dudó si hacía lo correcto, sintió sus manos temblar y veía a romanos furiosos en su contra. Había personas de su Cohorte gritando y lanzando cosas a su dirección. Sintió cómo una piedra le rozó la mejilla y cómo caía sangre.

—¡Romanos! —chilló Jason—. ¡Por favor!
Él y Piper estaban siendo acribillados con platos y piedras. Jason trató de proteger a Piper, pero un ladrillo le dio encima del ojo. Se desplomó, y la multitud se abalanzó sobre ellos.
—¡Atrás! —gritó Piper.
Su poder de persuasión actuó sobre la multitud y les hizo vacilar, Ginevra le pidió a Piper que esperara ahí mientras iba por ayuda, pero justo en ese momento observó a un dragón de tamaño natural.

—No te asustes, ese de ahí es mi amigo Frank— tranquilizó a Piper mientras apuntó al dragón esperando que les rescatara. Los cogió con las garras delanteras y los lanzó al aire.
El dragón gris apareció surcando el cielo. Rodeó el barco una vez, aterrizó en la proa y depositando a Ginevra, Jason y a Piper, quienes se desplomaron.

—¡Vamos! —gritó Percy—. ¡Sácanos de aquí!

Y eso fue lo último que escuchó antes de caer inconsciente.

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