1
UNA JOVEN DE RUBIOS cabellos como el maíz observaba con sus penetrantes ojos verdes su objetivo. Mantenía la cuerda de su arco tensa mientras respiraba con tranquilidad. Estaba a punto de terminar con su misión, cuando una voz la interrumpió.
—Ginevra Paris, ya hablamos sobre tratar de matar a Octavian— había dicho la muchacha morena de nombre Reyna.
Justo en ese momento, se desconcentró, por lo que su flecha cayó en el oso de peluche que el chico a lo lejos tenía en sus manos.
—¡No puede ser, Reyna! Sabes perfectamente que una flecha de madera no le hará nada. Acabas de arruinar un tiro perfecto, será mejor que tengas una buena excusa.
—¿No es suficiente decir que estoy a cargo y te puedo sacar de Centurión si tienes ese comportamiento con el augur del campamento?
—Supongo que es un motivo razonable... Pero, por otro lado, realmente dudo que Octavian no piense en herir a cualquier otro ser vivo en todo momento. Entonces, técnicamente me estoy defendiendo.
—Hablaremos después de esto... Ahora acompáñame a—— se escuchó un estruendo de agua, por lo que las chicas siguieron el sonido con gran velocidad, en un estado de alerta por lo que podía suceder.
Al llegar, habían visto cómo un chico de cabello negro azabache y ropa desaliñada se encargaba de derrotar a unas gorgonas que amenazaban con matarlos a todos. Él era el estruendo de agua. Controlaba el agua con sus manos, que se movían en el aire, como si el río en el que estaba parado, fuese una extensión de su cuerpo.
Ginevra bajó lentamente su arco, sin dejar su preocupación de lado, pero debía admitir que estaba impresionada. Para cuando terminó, el chico había aplastado las monstruos quienes se habían deshecho entre el río.
—Bueno, ha sido un viaje encantador— dijo una anciana al lado, hasta ese momento, la rubia no le había prestado mayor atención—. Gracias, Percy Jackson, por traerme al Campamento Júpiter.
Reyna Ramirez-Arellano hizo un sonido asfixiante.
—¿Percy... Jackson?
Sonó como si reconociera su nombre. El tal Percy se centró en ella, como si esperara ver una cara familiar. Parecía que examinara a la morena con un poco de timidez, pero claro, a primera vista Reyna provocaba una imagen imponente. Vestía una capa majestuosa morada por encima de su armadura. Su pecho estaba decorado con medallas. Con unos ojos oscuros y penetrantes y un largo pelo negro.
La chica le miró como si le hubiera visto en sus pesadillas.
La anciana que estaba a un lado, rió deleitándose.
—Oh, sí. Se lo pasarán muy bien juntos.
Entonces, sólo para acabar de hacer el día completamente extraño, la mujer comenzó a brillar y a cambiar de forma. Creció hasta que era una brillante diosa de dos metros vistiendo un vestido azul, con una capa que parecía la piel de una cabra por encima de sus hombros. Su cara era severa y majestuosa. En su mano había algo coronado con una flor de loto.
Si era posible que los campistas parecieran más estupefactos, fue entonces. Juntas, Reyna y Ginevra se arrodillaron, en ese momento, todos les imitaron.
"Juno. La esposa de Júpiter, diosa de la familia. La mismísima emperatriz del mal". Pensó Ginny, pero en el momento se retractó. No estaba segura de que los dioses pudieran leer las mentes, pero no correría el riesgo de ser asesinada por una manada de pavo reales de pacotilla o algo por el estilo por insultar a la deidad.
El pelinegro parecía seguir siendo el único en pie, pero después de haberla cargado durante todo este rato, no estaba muy dispuesto a mostrarle respeto.
—Conque Juno, ¿eh? —dijo—. Si he aprobado tu examen, ¿puede devolverme mi memoria?
La diosa sonrió.
—A su tiempo, Percy Jackson, si tienes éxito aquí en el campamento. Lo has hecho bien, lo que es un buen comienzo. Quizás aún hay esperanza para ti. Romanos, les presento al hijo de Neptuno. Durante meses ha estado dormido, pero ahora está despertado. Su destino está en sus manos. El Festival de Fortuna se avecina, y la Muerte debe de ser desatada si tienen alguna esperanza en la batalla. ¡No me fallen!
Juno brilló y desapareció. Percy miró a una chica de cabello canela rizado de nombre Hazel Levesque y a Frank Zhang (quien estaba a su lado) para algún tipo de explicación, pero parecían igual de confusos que él.
Reyna se adelantó examinando a Percy con atención. —Así que...—dijo fríamente—, un hijo de Neptuno, que viene con la bendición de Juno.
—Mira—dijo—, mi memoria está borrosa. Em... en realidad, no tengo recuerdos. ¿Te conozco?
La chica vaciló.
—Soy Reyna, pretor de la Duodécima Legión. Y no, no te conozco. Hazel—dijo la morena—, hazle entrar. Quiero interrogarle en el principia. Entonces le enviaremos a Octavian. Debemos consultar a los augures antes de que podamos decidir qué hacer con él.
—¿A qué te refieres—preguntó Percy— a 'decidir qué hacer' conmigo?
La mano de Reyna se tensó sobre su daga. Ginny pudo notarlo, al ser su hermana, conocía las acciones que hacía y por qué. En este caso, era porque obviamente no estaba acostumbrada a que sus órdenes fueran cuestionadas.
—Antes de aceptar a nadie en este campamento, debemos interrogarles y preguntar a los augures. Juno dijo que tu destino está en nuestras manos. Tenemos que saber si la diosa nos ha traído a un nuevo recluta...— Reyna estudió a Percy como si estuviera dubitativa—... O...—dijo más esperanzada— a un enemigo al que matar.
La rubia de coletas se acercó un poco a su hermana. No pasaría a llevar su autoridad como líder frente a los demás, pero esto era realmente importante.
—Ávila, la misma anciana lo dijo, no me gusta lo que trama, pero para que se apareciera para entregarlo aquí, realmente importante, ¿no crees? No hay que llevarlo con Octavian, lo puede matar.
La chica de capa le susurró. —Número uno: No me digas así, Ginna. Número dos: Si Octavian lo mata, será su responsabilidad, él le explicará a los dioses. Problemas resueltos.
Una vez el tal Percy Jackson fue llevado por Hazel al principia y se encargaron que todos volvieran a lo que hacían, las amigas caminaron juntas.
—Colega, no planeo ofenderte, pero... Parecías conocer a ese hijo de Neptuno— murmuró la joven guardando sus flechas.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? Te salvé de una furia.
Ginny pensó que la de ojos negros no quería conversar del tema, por lo que no continuó preguntando.
—No sigas.
Reyna se detuvo un momento y soltó una sonrisa. —Veo que has mejorado, tu persuasión casi hace efecto en mí.
—Practico a diario— se encogió de hombros la rubia—. Cada día maldigo a Octavian para que hable en rimas.
—No sé si debería aprobar esas técnicas de aprendizaje...
—¡Vamos Ávila! Sabes que mi estimado padre, Apolo, sí lo aprobaría. Después de todo, es un don que él nos entregó. Sería malagradecida si no lo ocupo, ¿verdad?
Ambas se detuvieron frente al gran edificio llamado "Principia". Ginevra entendió que su amiga debía hacer cosas de Pretor por lo que se despidió con la mano y se fue a ver a Octavian. Después de todo, no había practicado en el día.
Caminó a paso tranquilo con una gran sonrisa en su rostro. Sus ojos tan verdes como el césped brillaban pensando en lo que el chico haría al verla llegar. El legado de Apolo y la semidiosa tenían una relación de enemistad más allá de la que podrían tener incluso los griegos con los romanos. Sí, y estaba segura que Marte estaría orgulloso al ver las vibras de guerra que se hacían cuando estos dos se juntaban.
Sabía que muchas personas estaban agradecidas con Ginevra, porque ella era la única que realmente hacía algo para detener a Octavian. Él era un joven despiadado, que realmente tenía odio en su sangre y aprovechaba su posición de Augur para hacer lo que se le diera la gana. Muchas veces manipulaba a personas como a Hazel Levesque o Frank Zhang para su beneficio por saber algunos secretos sobre ellos y por tener poder sobre ellos. Pero ahí estaba Ginevra Paris, la salvadora de los pobres para vengarse aunque sea un poco de todo aquello.
Llegó al templo de Júpiter silenciosamente para no interrumpir lo que veía. A su lado se unieron Percy y Hazel, quienes al parecer habían terminado con Reyna.
El chico en el altar tenía las manos levantadas. Más relámpagos rojos brillaban en el cielo, haciendo retumbar el templo. Entonces bajó las manos, y el ruido se detuvo. Las nubes pasaron de gris a blanco cuando todo hubo parado.
Un truco bastante impresionante, considerando que el chico no parecía demasiado. Era alto y delgado con un pelo del color de la paja, tejanos de varias tallas más grandes y una camiseta amplia bajo una toga. Parecía un espantapájaros vistiendo una sábana.
—¿Qué está haciendo? —murmuró Percy.
El chico de la toga se giró. Tenía una sinuosa sonrisa y una ligera mirada de loco en sus ojos, como si hubiera estado jugando a un videojuego intenso. En una mano sujetaba un cuchillo. En la otra algo parecido a un animal muerto. No le ayudaba a parecer menos chalado.
—Percy—dijo Hazel—, este es Octavian.
—¡El graecus! —anunció Octavian—. Interesante.
—Ah, hola—dijo Percy—. ¿Estás matando animales diminutos?
Octavian miró el borrón de su mano y se rió.
—No, no. En su día, sí. Acostumbrábamos a leer la voluntad de los dioses examinando los intestinos de los animales, pollos, cabras y todo ese tipo de cosas. Hoy en día, usamos esto.
Le lanzó el borrón a Percy. Era un osito de peluche rajado. Entonces Percy vio un cúmulo de peluches abiertos a los pies de la estatua de Júpiter.
—¿En serio?
Octavian se bajó del altar. Tenía unos dieciocho, pero era tan delgado y tan pálido que habría podido ser más joven. Los ojos de Octavian brillaron con curiosidad, como si hubiera podido destripar a Percy igual de que al osito de peluche si hubiera podido pensar que podría haber aprendido algo de ello.
Octavian entrecerró los ojos.
—Pareces nervioso.
—Me recuerdas a alguien—dijo Percy—. No puedo recordar a quién.
—Posiblemente a mi tocayo, Octavian, Octavio Augusto César. Todos dicen que tengo un parecido notable.
—Nadie dice eso— rechazó Ginevra. El rubio hasta el momento no se había percatado de su presencia. La miró un poco nervioso sabiendo que era capaz de humillarlo mientras trataba de causarle miedo al graecus.
—¿Por qué me llamas el griego?
—Lo vi en los augurios—Octavian hizo señalar su cuchillo hacia el montón de peluches en el altar—. El mensaje fue: El griego ha llegado. O quizás: el ganso ha llegado. Creo que lo primero es correcto. ¿Ansías unirte a la legión?
Hazel habló por él. Le contó a Octavian todo lo que había pasado desde que se habían encontrado en el túnel: las gorgonas, la lucha en el río, la aparición de Juno y la conversación con Reyna.
Cuando ella mencionó a Juno, Octavian parecía sorprendido.
—Juno—murmuró—. La llamamos Juno Moneta. Juno la que alerta. Aparece en tiempos de crisis, para aconsejar a Roma sobre grandes problemas.
Miró a Percy, como si quisiera decir: problemas como el misterioso griego, por ejemplo.
—He oído que el Festival de Fortuna es esta semana—dijo Percy—. Las gorgonas me advirtieron que habría una invasión ese día. ¿Has visto eso en tus rituales?
—Por desgracia, no—suspiró Octavian—. La voluntad de los dioses es difícil de descifrar. Y hoy en día, mi visión es menos precisa.
—No tienen un... ya sabes...—dijo Percy—, ¿un tipo de oráculo o algo?
—¡Un oráculo! —sonrió Octavian—. Qué idea más graciosa. No, me temo que nos hemos quedado sin oráculos. Eso sí, si hubiéramos ido a buscar los libros de las Sibilas, como yo recomendé...
—¿Los libros de quién? —preguntó Percy.
—Libros de profecías—dijo Ginny—, son la obsesión de Octavian. Los romanos los usaban para consultarlos cuando sucedían desastres. Mucha gente creía que se quemaron cuando Roma cayó.
—Alguna gente lo cree—la corrigió Octavian—. Por desgracia nuestra líder actual no autorizaría una misión para buscarlos...
—Porque Reyna no es tonta—dijo Hazel.
—... por lo que sólo tenemos fragmentos de los libros—siguió Octavian—. Unas pocas predicciones misteriosas, como esas.
Señaló hacia unas inscripciones en el suelo de mármol.
—Esa—señaló, traduciendo mientras lo leía en voz alta—. Ocho mestizos responderán a la llamada. Bajo tormenta o fuego el mundo caerá...
—Sí, sí—Octavian la terminó sin siquiera mirar—. Un juramento que mantener con un último aliento, y los enemigos en armas frente a las puertas de la Muerte.
—La conozco...—Percy murmuró—. Esa es importante...
Hasta el momento, Paris se había quedado parcialmente al margen, pero ahora arqueó una ceja. Tendría la oportunidad de hablar con él personalmente, y para ello necesitaba que el inútil augur se apresurara.
—Lee el augurio para Percy. ¿Puede unirse a la legión o no?— finalizó Ginny.
—Ese es un espécimen muy curioso. ¿Puedo?
Octavian observaba el panda de peluche que estaba colgando de la mochila del joven. El rubio se giró hacia el altar y alzó su cuchillo.
—¡Eh! —protestó Jackson.
Octavian rasgó el estómago del panda y esparció el relleno por el altar. Le dio la vuelta al envoltorio del peluche, murmurando palabras por encima del relleno, y se giró con una gran sonrisa en su cara.
—¡Buenas noticias! —dijo—. Percy podrá unirse a la legión. Le asignaremos una cohorte en la asamblea de esta noche. Dile a Reyna que lo apruebo. Ah, y Hazel—sonrió Octavian—. Me alegro de darle la bienvenida a Percy en la legión. Pero cuando sea la hora de elegir nuevo pretor, espero que recuerdes...
—Jason no está muerto—le espetó Hazel—. Eres el augur. ¡Se supone que deberías estar buscándole!
—¡Eso estoy haciendo! —Octavian señaló al montón de peluches en el altar—. ¡Les pregunto a los dioses cada día! Aún así, llevamos ocho meses sin noticias de él y no he encontrado nada. Por supuesto, sigo buscando. Pero si Jason no vuelve para el Festival de Fortuna, deberemos actuar. No podemos dejar un puesto de poder vacío mucho más. Espero que me apoyes para pretor. Significaría mucho para mí.
Hazel cerró los puños.
—¿Yo? ¿Apoyarte a ti?
Octavian se quitó la toga, dejándola junto al cuchillo, en el altar. Ginevra se fijó en las líneas en el brazo de Octavian: siete años en el campamento, ella sólo tenía cuatro. El símbolo de Octavian era una harpa, el símbolo de Apolo. Pero al verlo en ella era distinto, estaba orgullosa porque ella era su sangre directa.
—Después de todo—le dijo Octavian a Hazel—. Puedo ayudarte. Sería horrible que todos esos rumores que circulan sobre ti pudieran, no lo quieran los dioses, ser verdad.
"Como riachuelo
le dirás suaves rimas
a tus compinches".
Recitó Ginevra. Realmente era mala para hacer Haikus, pero había descubierto que eran los tipos de poemas favoritos de su padre en el momento, entonces daban mayor resultado. Sólo necesitaba seguir el orden de las sílabas de los versos y podía maldecir a alguien a hablar en rimas.
—Loquor in rithimos— terminó en latín, así cortando la manipulación del rubio.
—¡Haces esto cada día! Realmente odio la poesía... Ginevra, prometo que acabaré con tu alegría.
—Lo que digas, rubio.
Los tres salieron sin que antes Hazel le espetara a Octavian: "¡Si alguien debería ser elegido Pretor, esa es Ginevra!".
Caminaron hacia el templo de Plutón. Según había sido informada, el misterioso hermano de la rizada estaba en el campamento. La morena iba adelante, cosa que permitió a Ginna poder analizar a Percy.
—Supongo que eres hija de Apolo, Ginevra Paris... Tus Haikus son tan malos como los de él.
—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Y cómo se supone que tú sabrías eso, agüitas?
—No lo sé... Solamente es algo de lo que estoy seguro. Como si lo hubiera escuchado yo mismo. Oh- Tu nombre, Hazel me habló sobre ti.
—Dime todo lo que sabes— dijo ella mostrando su cuchillo de oro celestial. Estaba ocupando su embrujahabla, pero al parecer Percy tenía una mente fuerte, porque lo único que salió de su boca fue:
"Me llamo Percy Jackson... Y Hazel te admira."
"Supongo que debo esforzarme más" pensó la de ojos verdes envainando su cuchillo. Sería un largo día.
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