Rosa.

La noche era aquella sensación de paz que recorre mi alma. Esbocé una sonrisa rota y tomé la placa que colgaba de mi cuello. Me dirigí al balcón y coloqué la escultura sobre una pequeña mesilla.
Introduje la plaqueta en el compartimento de grabación y con sólo apretar nuevamente un botón apareció frente a mí una luz parpadeante indicando que ya había comenzado a grabar.

[Año 2088.]

Josh Abbott es mi nombre y tengo setenta años. Esta noche de luna llena he venido a inmortalizar una última flor.

Rosa de fuego.
Rosa de abundante color.
Rosa sin espinas.
Rosa con interminable valor.
Rosa cálida.
Rosa que destaca entre las demás.

La serenidad que transmite es conmovedora. Quisiera detener el tiempo y experimentar tu eterno fulgor.
Los momentos de lucidez son escasos.
Me envolviste entre tus brazos cuando estaba desconsolado.
Has estado en mis peores momentos.
Has estado en mis batallas, combatiendo a mi lado con la fuerza de un ciclón.

Me sentí atrapado en tu dulce sonrisa y tu profundo mirar. Desde que te vi no pude dejar de pensar en ti.
Mi alma estaba en sintonía con la tuya y hace ya cincuenta años entrelazamos nuestras vidas. Uniéndonos para ser uno solo.

Como una Rosa con el paso del tiempo marchita tú ahora te encuentras luchando entre aquellas paredes blancas, postrada en aquella cama. Como una broma frívola que intenta arrancarme de los brazos a mi compañera, mi cómplice y amiga. Mi eterna amante y la mujer de mi vida.

Mi primer, único y verdadero amor.
Mi Rosa de luz y oscuridad.
Mi Rosa de bondad.
Mi última flor.

Aunque pasen los años sigo cautivado por tu integridad, por tu personalidad.
Son tus ojos que me inspiran y me ayudan a vivir. Y tu voz que refleja cada célula de amor. ¿Cuántas lunas? Mil esperas. Mil luciérnagas de amor.

Tres flores preciosas marcaron mi vida.
Tres flores atormentan mis heridas.
Tres flores retumban entre cada profundo palpitar y tres son los duelos que tuve que afrontar.

Experimenté el luto de muerte.
Experimenté la agonía de la incertidumbre.
Ahora experimento el duelo de la enfermedad.

Tres son las penas que corroen mis latidos.
Tres son los lutos.
Tres son las pérdidas.
Tres son los duelos.
Tres son las flores.
Una escultura.
Dalia, Gardenia y Rosa.
Unidas entre los recuerdos, entre el paso del tiempo y los susurros del viento.

El luto no es sólo la muerte.
Las pérdidas son un proceso, un ciclo que se presenta de inexplicables y diversas maneras.
La soledad ha jugado conmigo, acechado cual cazador a su presa. Como un depredador insaciable que se alimenta de mis penas.

Mi madre murió cuando tenía quince años. Mi hija desapareció cuando tenía treinta. Ahora a mis setenta mi esposa enfermó.
Me he convertido en un preso.
Preso del miedo.
Preso de la soledad.

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