Conquista y terraformación: 5
Observé a mi alrededor. Dos de los tres astronautas que nos acompañaban se encontraban tendidos en el suelo, dormidos. ¿Era aquel el trance que yo había sufrido?
Sherlock me miró fijamente y negó lentamente con la cabeza. No estaban dormidos.
Como médico que era, mi fuero interno exigió que corriese junto a ellos para intentar salvarlos, pero había algo mucho más poderoso que me mantuvo quieto.
De no ser por Sherlock, yo también estaría muerto, estaba convencido. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y me sentí diminuto en aquel planeta. Eso había ocurrido nada más empezar, ¿qué sería lo siguiente?
Sherlock indicó al astronauta que los devolviera a la nave, y nosotros nos fuimos, en busca de respuestas.
—¿Cuál fue tu visión? —pregunté con curiosidad. Dudaba que Sherlock tuviese emociones parecidas al miedo o al dolor.
—No tuve ninguna visión —respondió oteando el horizonte.
Descendimos la meseta sobre la que habíamos aterrizado para llegar a una ciudad moderna, con construcciones contemporáneas.
Había seres parecidos a humanos de tez oscura y ojos achinados trabajando en el campo bajo la supervisión de los mismos humanoides que ahora mismo estaban invadiendo la Tierra.
Parecía la evolución de nuestro planeta, pero la sociedad no lo era. Aquello que vimos era el mejor ejemplo de feudalismo. Los verdaderos habitantes de Ross-128b eran esclavos de los robots y estos últimos los soberanos y nobles del oasis carmesí.
Los rascacielos se encendieron como bombillas mostrando el mensaje de un hombre que desgraciadamente conocía muy bien.
Su diabólica sonrisa, y sus desorbitados ojos apuntaron hacia nosotros con exagerada diversión.
—¡Sherlock Holmes! —Teatralizó una palmadita amistosa captando la atención de todos los campesinos y humanoides—. No te mentiré, toda una sorpresa verte por aquí. ¿Qué te parece mi nuevo hogar? —inquirió soltando una risita burlona.
—Sucio, polvoriento... Repugnante, en resumen —respondió este con seriedad.
—¿Y tú? —El foco luminoso que proyectaban sus ojos se centraron en mí. ¿Él se dirigía a mí?
—Bueno... —Me encogí de hombros sin saber que decir—. ¿Diferente?
Sherlock soltó una carcajada ante mi respuesta, pero inmediatamente volvió a su rostro serio e impasible.
—Agradezco sinceramente que hayas venido tú, y no ese inspector que suele intentar cazarme. Podré disfrutar de un rival con un mínimo de decencia. Por eso puse la prueba que John ha estado a punto de fallar —musitó con rencor, rabioso de no haberme matado con su filtro de coeficiente intelectual.
—¿Dónde podemos encontrarnos? Te hemos echado mucho de menos, necesitamos verte cuanto antes —aseguró mi compañero de piso con un sutil sarcasmo.
Unos humanoides se acercaron a nosotros en un coche patrulla y nos encarcelaron como a dos delincuentes.
—Es un monstruo, pero es inteligente —confirmó Sherlock mientras su rostro se iluminaba, como siempre que todo se aclaraba en su palacio mental.
—¿Qué es esta vez?
—Moriarty es muy inteligente —repitió sonriendo de oreja a oreja e ignorando una vez más mis dudas.
Sin embargo, esta vez no me enfadé. Sonreí admirando el carácter único de mi amigo.
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