26. Raizel | Retorno al olvido.
Capítulo 26:
Retorno al olvido.
Los laboratorios se limpiaron tan rápido como si nunca hubieran estado ahí, veinte camiones se encargaron de trasladar parte del equipo, el resto fue sellado en el subsuelo.
Liria Salem seguía desaparecida y en el pueblo la gente miró hacia otro lado con cautelosa prudencia, ya tenían bien establecido que no se les cuestionaba a ellos.
Yo junté mis cosas de la casona Karravarath para dejar tanto rastro como un espectro, Cortázar subió a mis brazos y no quiso meterse en la caja, quizás receloso de que pudiera dejarlo atrás.
Le acaricié detrás de las orejas, él ronroneó antes de acomodarse entre mis brazos.
Por un momento tuve la leve vacilación de que estaba siendo observada.
ꕥཻུ
Los parlantes me avisaron el momento de arribo, entramos a la enorme estación de Senylia y el contraste ultramoderno de haber vivido tantos meses en la nostalgia perdida de Cumbre Aciaga fue extraño.
Nada de detalles y ornamentos, descendí en el andén que conformaba parte de la gran caja metálica que era la estación de tren, estruendosas luces blanquecinas y letreros de neón.
Cuando bajé me estaba esperando el chófer asignado que tenía de los Karravarath.
Una vez estuvimos en el auto saqué a Cortázar de su jaula, pero él ya se encontraba muy cómodo dentro de ella como para salir, permaneció hecho un ovillo en la oscuridad.
Observé a través del cristal, los edificios espejados abriéndome camino a la vida con la que siempre había fantaseado.
──El señor Karravarath dijo que le preguntara si quería ir primero a su departamento o pasar por el laboratorio.
──Llévame al departamento, pasaré por el laboratorio mañana.
El hombre fue igual de correcto y hermético cuando me dejó en la torre, lo despedí avisándole el horario al que quería que pasara por mí mañana y di una vuelta por el piso para ver cómo era.
Observé el teléfono sobre la mesa y la tarjeta a su lado, básicamente era una de bienvenida a industrias Karravarath.
Hace unos meses había complotado contra ellos y ahora formaría parte de su equipo.
Suponía que aplicaba: si no puedes contra ellos, uneteles.
Quizás también se basaba en que mis ideales nunca me habían brindado confort o un plato de comida.
Me dejé caer en el sofá, exhausta por el largo viaje.
Cortázar se acomodó sobre mis piernas, parecía al fin haberse resignado a su nuevo hogar.
Hundí mi cabeza en su pelaje y me acosté en el sofá, por un momento estuvo jugando y dando pequeños zarpazos en mi cabello azulado, cuando lo noté él se había acurrucado junto a mí.
Dormí profundamente y por primera vez en mucho tiempo, esperé solo permanecer así.
ꕥཻུ
El trabajo fue bastante rutinario, mis compañeros mantuvieron distancia hasta que uno de ellos se acercó a hablarme, me sacó un pequeño cuestionario a tirabuzones y para la hora del almuerzo en la cafetería ya sabían que fui elegida de un programa de becas y demás.
Intentaron continuar la indagatoria, al parecer la situación no había estado muy bien durante los meses de ausencia y en los laboratorios Karravarath se respiraba un ambiente pesado y la incertidumbre roía el humor de todos como óxido.
Una vez de vuelta en la tranquilidad de mi departamento, intenté volver a comunicarme con Esen; como antes, ella mandó al buzón todas mis llamadas.
«Tenemos que hablar».
Observé el mensaje de Cavale en la pantalla.
Cortázar caminaba sobre la isla de cerámica de la cocina, alcé mi comida congelada antes de que le pisara encima.
«Contacta con el área de hematología avanzada, ellos sabrán qué hacer».
Una llamada saltó en mi pantalla y le colgué.
Cené viendo un aburrido programa de televisión, un reality donde un grupo de chicas debían aceptar vivir en Balderena, sin luz, electricidad o tecnología.
Yo había vivido así, y no precisamente en un bello castillo gótico, pero suponía que para ellos tenía el suficiente atractivo como para darle un espacio de aire.
Recibí otro mensaje cuando una chica hacía un escándalo por tener que bañarse con un balde de agua helada.
En su defensa, en Balderena el verano nunca rozaba los quince grados y no tenía la tecnología acondicionada de la cúpula senyliana.
«Pásame tu dirección».
Apagué el teléfono y me resguardé aun más del frío.
Estaba terminando de apagar las luces para irme a dormir cuando alguien llamó a mi puerta.
Me coloqué un buzo viejo de la universidad antes de ir a atender.
Había estado esperando a que apareciera, pero cuando lo hizo, supe que no estaba preparada.
──Supongo que no has estado viendo muchas noticias…
──¿Vas a pasar o esperas que alguien te vea aquí? ──lo apuré──. ¿Tu familia aún no tiene suficientes escándalos, Constantino?
──Vine para cumplir mi parte del trato, pensé que estarías lista.
Entendí que cierta parte de mí esperaba que no cumpliera, postergar ese reencuentro.
No era algo que realmente quería, volver ahí y acechar todos los recuerdos de un pasado mejor como si fuera un ente.
Aun así, no podía pretender que mi familia solo había dejado de existir.
Cortázar estuvo estresado todo el viaje en el tren Forte, Constantino ocupó uno de los asientos en la fila detrás de mí.
Solo éramos siete personas en el vagón, todas parte de su equipo, y compartir un espacio tan reducido entre ambos hubiera sido un obstáculo innecesario.
El viaje duró ocho horas y me pareció bastante increíble el corto tramo que me separaba de un lugar y recuerdos que parecían a mil años luz.
Llegamos a las cinco de la mañana, por la noche profunda de la Gex Santana.
El equipo de Constantino, entre ellos sus guardias, el pelirrojo con cara de pocos amigos, ocuparon una posada en el pueblo y Karravarath nos condujo desde ahí con su auto.
Cortázar pareció resignado para el momento en que se vio metido en otra caja enlatada y se dedicó a dormir los veinte minutos que separaban el pueblo de la casa donde ahora vivía mi familia.
Todo estaba exactamente como lo recordaba, perdido en el tiempo, tres casetas de ultra seguridad nos habían detenido antes de entrar a la Gex, pero fueron más flexibles con las credenciales ante la presencia de Constantino.
Estaban los mismos centinelas uniformados de gris, los mismos muros de concreto que se alzaban cincuenta metros rodeando toda la zona brotada de casas bajas de piedra con tejas marrones y rojas.
Pasamos por los campos de cultivo donde los hombres y mujeres se curtían al sol, campos salpicados con el ganado del que vivía una población con pocos miles de habitantes.
Llegamos hasta una tranquera abierta y supuse entonces que Constantino había avisado de mi llegada.
Los campos de trigo rodeaban un camino de tierra hacia lo que en la lejanía se veía como una casa colonial.
Mi madre fue la primera en recibirnos, me estrujó con fuerza y lloró para después disculparse con Constantino todo el camino hasta el gran salón.
La pequeña Anís bajó corriendo con un encantador vestido floreado y se escondió detrás de las piernas de Tomás y Teresa hasta que después de diez minutos se animó a acercarse y entonces no se despegó de mí hasta que mi otra hermana Margo llegó con sus gemelos.
Mi padre y mi hermano Fabricio llegaron de su trabajo en el campo justo para el mediodía, y justo un momento después mi padre insistió en llevar a Constantino a recorrer las tierras que le dejó a cargo de cuidar.
Él siempre se tomaba el trabajo con mucha seriedad, pero una vez estuvieron las cuentas claras se acercó a mí, cuando preparaba té en la cocina, y me preguntó con la misma formalidad cómo iba mi empleo en Senylia.
Se ablandó cuando lo abracé y echó algunas lágrimas antes de que los niños de Margo entraran en la cocina.
La tarde transcurrió con tanta naturalidad como si nunca me hubiera ido.
Teresa y Tomás ya no eran unos niños sino dos adolescentes de dieciséis años, estaban en esa edad en que creían que el mundo era una mierda y solo ellos podían mejorarlo ─poco después se daría cuenta de que no valía la pena.
Me hicieron toda clase de preguntas sobre la vida en Senylia.
Fabricio fue a buscar a su esposa por la tarde y me presentó a una encantadora niña con los mismos ojos que su madre.
Constantino se mostró tan afable como si no fuera un tipo que rozaba la sociopatía.
Su calidez parecía natural y la sencillez con la que trató a mi familia ayudó a que mamá dejara pasar su nerviosismo inicial.
Por la tarde, mis padres llevaron a Constantino a dar un paseo por los campos, dando gala de su usual hospitalidad.
Fabricio estaba adentro preparando té con su esposa mientras con Margo los esperábamos en el corredor, donde soplaba una brisa cálida de verano.
Anís dormía plácidamente entre mis brazos y por un momento me imaginé una vida tan fácil como esa.
Sentarme en el corredor luego de un largo día de trabajo, esperando a Cavale mientras llegaba de labrar la tierra y niños correteando por los jardines limpios.
No se me ocurrió un sueño que pudiera ser más ajeno.
──¿Cuánto hace que nacieron?
──Ya hará un año ──me respondió con la sonrisa que trae un buen recuerdo──. Sería una sorpresa cuando vinieras por vacaciones…
──Estuve algo ocupada ──me disculpé.
Ella asintió, pero no parecía creerme, acomodó al pequeño niño entre sus brazos para permitirle un mejor descanso.
Él dormía con tanta tranquilidad que no parecía el mismo que estuvo berreando y gritando toda la tarde.
──No me mires así ──soltó Margo, con la naturalidad con la que siempre se había desenvuelto para expresar sus emociones.
No éramos precisamente parecidas en ese aspecto.
──¿Así? ──fingí con poco éxito.
──Como si me compadecieras, Raizel, te conozco, sé que tu siempre aspiraste a algo más.
Tenía quizás la edad de Margo cuando vine a buscarla, esperaba que pudiera aceptar venir conmigo a Senylia, Cas aseguró que le conseguiría un pase para trabajar en su casa, era temporal pero yo esperaba que la ciudad le gustara tanto como para luchar por una beca o incluso ─contra las ideas de mi padre─ con un puesto de donante.
La encontré comprometida con un jovencito desgarbado que atendía en la tienda del boticario del pueblo.
Intenté convencerla por todos los medios, pero Margo estaba decidida a quedarse en ese pueblo.
No me sorprendió cuando Fabricio eligió ese camino, pero creí que quizás Margo era diferente, estaba claro que solo éramos parecida físicamente.
Ella era dulce, amable y una madre amorosa para sus dos niños.
──¿Eres feliz aquí? ──pregunté y ella me contestó con una afirmación con tanta vehemencia que supe que era verdad──. Entonces yo lo soy por ti también, es la primera vez que te veo como madre, estoy sorprendida, es todo.
──¿Y tú eres feliz, Raizel?
Su pregunta me descolocó un momento, solo ese instante de meditación bastó para notar que en realidad no lo sabía.
Tenía momentos de felicidad, pero ya no podía recordar la última vez desde el último, quizás esa tarde y aun así Constantino había sobrevolado la escena como un nubarrón negro.
──Lo soy ──decidí.
Ella no se vio convencida.
──Quiero verte feliz, que tengas tu propio lugar donde serlo.
──No quiero ser madre, Margo…
──No dije eso ──me respondió con mucha más elocuencia de la que yo demostraba──. Te conozco, sé cuando estás bien y cuando no, sé que no puedes hablarme mucho de allá, pero si no te sientes cómoda siempre puedes volver, aquí tienes una familia, Jonás puede conseguirte un puesto con el doctor, seguro necesitará ayuda en el consultorio, somos tu familia y lo sabes.
──Estoy bien, Margo, trabajo demasiado, es eso lo que me tiene estresada, pero no te preocupes y por favor no preocupes a mamá, si están bien, yo también lo estoy.
La llegada de Fabricio y su usual socarronería terminaron con cualquiera clima sombrío, aunque las palabras de Margo me siguieron dando vueltas en todo momento.
Recordé la misma pregunta que me había hecho Cavale y reconocí que en ninguna de las dos veces supe responder fuera de la profunda incertidumbre.
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