15. Esen | No sigas.
Capítulo 15:
No sigas.
Mientras Senylia vivía sumida en una noche eterna, Cumbre Aciaga navegaba por una constante penumbra, en días que parecían en las últimas horas antes de alzarse o sumidos en la amenaza de noche profunda.
La luna nueva apenas brillaba en la habitación de la Academia, un cuarto iluminado por apenas una tímida vela.
Con pisos de tablas de madera que crujían bajo los pasos y sábanas blancas al igual que las cortinas de gasa y las paredes de cal.
Todo de un aspecto tan impersonal como sombrío.
Bajé del alféizar de la ventana con sigilo, con pasos suaves me posicioné detrás de la puerta.
Esperé quizás unos veinte minutos hasta que las pisadas en el pasillo avisaron que mi compañero estaba llegando.
La primera opción había sido Rival Cavale, ya que pese a que sí podía escuchar el latido de su corazón y su piel desprendía el olor inherente de una presa, compartía ciertas características con el extraño Zetra.
Ambos tenían heterocromía, con lo extraño que era en humanos, y luego y más importante, ambos fueron criados y arrancados de Gexs que sufrieron repentinos ataques, ataques donde el intrínseco sistema de seguridad de los Karravarath falló.
Ya estaba lista cuando él entró en la habitación, me abalancé, pero el policía fue más rápido y hundió su estaca metálica en mi abdomen.
Sonreí, complacida ante sus perfectos reflejos, otro refuerzo más a mi hipótesis.
Aun con todo y reflejos sobrehumanos, un golpe fue suficiente para mandarlo contra la pared, su cuerpo cayó como un saco sobre el piso.
Arranqué la estaca para dejarla lejos de su alcance, pasé la lengua por mis labios ante el dolor cegador que me perforó el estómago.
Zetra intentó rebuscar por nuevas herramientas en su cinturón, así que pateé su rostro para evitarlo.
Tiró de mi pierna y caí de cara el piso, él tomó mi guardia baja para ponerse de pie, volví contra él, lista para poner en práctica mi tiempo de entrenamiento en la Heik.
Zetra esquivó cada uno de mis golpes, pero no la última patada que fue directo a su cuello, usó esto como gancho para sujetar mi pierna y llevarme al piso con él.
Intenté ponerme de pie, pero el policía se apresuró a tirar de mi pelo hacia atrás y colocar un cuchillo en mi garganta.
Saboreé la sangre que goteó en mis labios, quizás de una herida en la frente, decidí que había sido suficiente de juegos.
──¿Le harías daño a una indefensa jovencita?
──No, pero no creo que haya ninguna por aquí ──gruñó.
Busqué y atrapé su muñeca para romperla en un movimiento rápido, él gritó y lo ahogué con un codazo que lo hizo caer hacia atrás.
Solo entonces me puse de pie.
──Me ofendes, tengo la edad que aparento sabes, no seas grosero.
Volví a bajar mi blusa mientras ignoraba sus lamentos y me dirigía a romper la pata de una silla, rasgué también la cortina y la utilicé para atarlo con fuerza a su propia cama.
Até sus muñecas a los postes y repetí el procedimiento con los tobillos.
──Estás demente.
──Tal vez.
Su pelo blanco estaba revuelto y un corte en el pómulo empezaba a gotear sangre, tenía ese tipo de facciones duras y toscas que te desafiaban a llamarlo «bonito», sin embargo, no dejaba de ser atractivo.
Bastante atractivo.
──Eres demasiado desprolija, neófita, alguien no tardará en venir a ver el desastre que hiciste.
Sonreí mientras lo observaba removerse debajo de mí, me senté con las rodillas flexionadas sobre la cama.
──Tus compañeros están en el lago, donde recibieron una alerta de ataque, quizás estén un rato hasta encontrar al furia que se escapó del laboratorio de los Karravarath ──expliqué, arreglando un mechón desacomodado en su frente──. Una lástima que hayas perdido tu comunicador, quizás podrían necesitar tu ayuda.
Él se removió para que me alejara.
Desagradecido.
──¿Para qué planeaste esto? ──demandó con voz áspera y tensa──. ¿Qué quieres?
Recuperé el cuchillo que había tirado en el traqueteo, luego lo posé sobre sus labios, presioné para mantenerlo en silencio.
──Yo hago las preguntas, ¿bien?
El odio destellaba en su ojo ámbar, el único que tenía rastro de algo ya que el otro estaba apagado en un pálido blanco.
Sabía que si nuestras posiciones estuvieran invertidas el cuchillo ya estaría hundido en mi garganta.
Presioné hasta que su labio se cortó y llevé la gota a los míos, lamí disfrutando del sabor dulce de su sangre.
No era parecido a nada que hubiera probado antes, era melaza en mi boca, demasiado empalagosa.
──Estás rompiendo las reglas de la Academia, los Karravarath no te cubrirán.
Apoyé mis manos sobre el colchón, dejando que el pelo cayera a un lado de mi hombro.
Él mantuvo su furia ciega en mi rostro.
──Ajá, ¿y qué pensarán los Karravarath de que hayan creado toda una organización a sus espaldas? ──Mecí el cuchillo sobre su ojo derecho, el del iris vacío──. No parece algo que les pueda gustar.
──No te diré nada de la organización, mátame si quieres.
Rodé los ojos antes de ponerme de pie, recogiendo la estaca que había dejado sobre el piso.
──¿Siempre eres tan dramático? Deberías relajarte. No me interesa qué hagan o no en su pequeño club.
Realizó una mueca, parecía mosqueado porque le faltara el respeto a su grupito, pero no tenía mucho para hacer en su posición.
──No vengo aquí por eso, ya se las arreglaran con los Karravarath ──Me recosté en el escritorio──. Quiero saber qué eres, Zetra.
──Soy policía de la Heik.
──No finjas conmigo, no eres humano, pero tampoco vampiro, ¿un híbrido quizás? ──tanteé la posibilidad──. Sé que eres consciente de eso, ningún humano puede dar pelea cuerpo a cuerpo a un vampiro, ni siquiera a una neofita.
──No sé de qué hablas.
──Tú y Rival Cavale, ¿tiene que ver con ese grupito suyo?
Aplanó los labios ante la falta de respeto, aun así se obligó a responder.
──No sé... ──Dejó la respuesta en el aire, atrapada entre sus dientes, se veía como un pobre lobito acorralado──. ¿Quién te habló de eso?
Sonreí, me alejé del escritorio para erguirme, dispuesta a sacar las conclusiones por mí misma.
──Si no quieres decirme, supongo que podré encontrar otra forma.
Me acerqué para ladear su cuello, lo sostuve para morderlo, él se removió pero no fue suficiente para evitar que clavara mis colmillos en su carne.
Fue solo un momento, la sangre brotó dulce y exquisita para llenar mi boca, luego un dolor cegador me obligó a alejarme.
Revisé la herida en mi abdomen que ahora se había ramificado en hilos grises, ramas metiéndose debajo de mi piel, contaminandola.
──Tu estúpida estaca ──recordé.
──Tiene una dosis de vitamina D y tu cuerpo no puede procesarla ──señaló triunfante──. Para ustedes ──remarcó la palabra como un insulto──, es como veneno. No somos iguales.
Me doblé en un pobre intento de arrullar el dolor, todo mi cuerpo se estremeció ante la punzada, el puñal, el ardor que se metía y me cortaba por dentro.
Apenas sofoqué un grito.
Rebusqué hasta dar con mi única opción, me dirigí hasta la ventana, sabiendo que ese cabeza dura ya estaría aprovechando la oportunidad para desatarse.
Llegué hasta el marco para abrir la ventana, y me dejé caer al vacío.
El vértigo embotó mis sentidos, el viento me envolvió para arrullarme en la caída, estuve lista para romperme cada hueso tras siete pisos de caída, y entonces llegó el dolor me cegó, estallidos de luz y color me arrasaron con violencia, la sangre manó hasta invadir mi paladar.
Escupí, me arrastré como pude hasta ponerme de pie, el dolor me advirtió que intentarlo no era una posibilidad.
Los copos de nieve se posaban sobre mi cabello, mi ropa, rivalizando con el frío de mi cuerpo.
Volví a toser, solo para sentir la sacudida del calvario, la tortura que me ahogaba.
Alguien me levantó del suelo, pasó sus brazos detrás de mis rodillas y bajo mis omóplatos.
Incluso si hubiera intentado liberarme, el captor me aprisionó con fuerza.
Las esquirlas de nieve continuaron rozando mi rostro, mi cuerpo, posándose hasta que no pude sentir nada.
Tuve sueños de un laboratorio, la mesa de cirugías con mi cuerpo abierto en canal para ser investigado, diseccionado, listo para que detectaran el problema en mí.
Intenté liberarme.
──Tranquila, amor, te tengo.
Debí haber vuelto a una parte muy primitiva de mí misma, porque su voz me envolvió como terciopelo, humo, y un montón de promesas incumplidas.
Me vi tentada a caer en el delirio, seducida por la idea de sumergirme en la inconsciencia.
──Bebe.
Colocó su muñeca sobre mi boca, su sangre se coló entre mis labios y lamí el líquido dulce, me aferré a su brazo para beber, solo un momento hasta que la fuerza me abandonó y dejé caer mi cabeza hacia atrás.
Todavía demasiado mareada como para reponerme.
Solo podía ver la noche sobre mí, el cielo vacío de estrellas y unos destellos de ojos lila y mandíbula cincelada.
La perfecta recreación en mármol de un dios antiguo.
Me aferré a su cuerpo mientras él me cargaba con cuidado, salvándome de la misma manera que rogué que sucediera la noche en que me asesinaron.
Constantino me llevó hasta la casona donde se estaba quedando con Cas y Raizel, en el lugar donde yo casi la había atacado.
El salón estaba a oscuras, apenas iluminado por débiles velas en los rincones que pintaban la habitación victoriana en sombras de cobre.
Él me dejó sobre la alfombra, de pie.
Pude sostenerme sin problemas, pero todavía estaba mareada, aun así todo el dolor residual en mi abdomen quedaba en un segundo plano ante la insistencia recurrente de la sed.
──No puedo estar cerca de Raizel en este estado ──Tuve al fin un ataque de lucidez──. Podría hacerle daño.
Me llevé una mano a la cabeza, sintiendo los incisivos pinchando mis labios y haciéndome saborear el gusto de mi propia sangre.
Constantino tenía una palidez antinatural en su piel trigueña, muy remarcada por su ropa negra, ante mi escrutinio, sus ojos me observaron, ancestrales e imperturbables, refulgieron como dos amatistas.
──Ella no está aquí, los jueves a veces pasa la noche con Azquen en el laboratorio.
Tragué con fuerza, intentando encontrarle sentido a sus palabras, luchando por no caer en el olor exquisito de su sangre.
Lo miré a través de mis párpados pesados.
──No necesito tu ayuda, Constantino.
Tenía la boca estaba pastosa, demasiado seca, sedienta, me embargó una sensación desgraciadamente familiar, el hambre empezó a calar, un embrollo de púas que no haría más que ir retorciéndose hasta dejarme doblada en el suelo.
──Pero yo sí necesito que estés bien ──mintió.
Lo miré dejando que el recelo en mi rostro fuera un buen escarmiento, pero entonces lo encontré caminando hacia mí, permanecí atenta a su cercanía, en alerta.
Él tenía años de experiencia luchando contra el hambre, pero a mí todavía me dejaba aturdida, perdida hasta un límite doloroso.
Constantino sostuvo mi mentón para analizarme justo como lo hacía Elíseo Karravarath en mis pesadillas, la misma mirada fría y cruel.
──Debes alimentarte.
La seriedad endureció sus facciones como al mármol, cerré levemente los ojos cuando se acercó y hasta entonces noté que ladeó su cuello, ofreciendo su piel pálida como una invitación.
Mis encías dolieron ante la necesidad de mis colmillos, pensé en negarme, pero él se encorvó para facilitarme la tarea.
Respondí solo a un instinto muy primitivo, al llamado del hambre y la ansía de su calma urgente.
El hambre me traicionó igual que en todos esos meses que fue una parte viva y enajenada dentro de mí, insaciable.
Clavé mis dientes en el cuello de Constantino.
Mis colmillos rasgaron su carne y su sangre escurrió en mi boca.
Él empujó mi espalda contra la pared, clavó sus manos en mi cadera y lo mordí con más fuerza, gemí cuando la sangre manó hasta mi garganta, deslizándose como un bálsamo.
Constantino jadeó contra mí, y pude ser consciente del dolor que le estaba causando.
Lamí la herida que le había ocasionado, él tembló contra mi cuerpo, dudé en volver a morderlo pese a que el aroma de su sangre me tenía mareada, Constantino me acarició el cabello como si quisiera indicarme que estaba bien.
Volví a pasar mi lengua, extasiada, luego rasgué su piel otra vez.
Esa vez se relajó contra mi cuerpo y deslizó sus manos hasta acariciar la piel desnuda de mi espalda.
Me aparté para encontrar sus ojos teñidos de un brillante escarlata, su pulgar limpió la sangre de mis labios como si quisiera besarme o morderme, o una retorcida mezcla de ambas.
Los colmillos de Constantino asomaron hasta pinchar sus labios llenos.
Estuve a la expectativa, esperé el momento en que me mordiera, que hiciera lo que podía para calmar el calor en mi piel, entre mis muslos.
Constantino tragó con fuerza, deslizó su vista perezosa por mi cuello, por la parte superior de mis senos y luego subió a mis ojos, en todas las veces me sentí como si estuviera cerca de recibir un puñal.
Un momento repentino de conciencia me obligó a repelerme, deslizarme fuera de sus brazos, huir del imán en sus ojos.
Me limpié con la manga de mi chaqueta.
──¿Quién te hizo esto, Esen?
Rehuí de su mirada gélida, de la preocupación e ira en su voz, eran del tipo de trampas en las que caer era muy fácil.
──Eso no te importa.
──Caín no sabe dónde te mete.
Entonces sí, dejé que el odio me dominara con la misma facilidad que lo hacía la sangre.
Sonreí.
──Caín me cuidó todos esos meses ──siseé──, el único que se preocupó por mí, por cuidarme, me trata con paciencia y no siente la necesidad de recordarme que no valgo nada para él.
──Vales todo para mí ──dictaminó.
Negué para él, o para mí, para la confusión de sentimientos que tenía en la cabeza.
Se las atribuí a la caprichosa mezcla de hambre y deseo.
Él aprovechó mi flaqueó para acercarse.
Constantino era un imán, me obligaba a caer hacia él, una y otra vez, me observó en silencio con sus ojos amatista de cazador, era una trampa lista para atraparme.
Como humana era fácil caer ante el abrigo y el calor de sus brazos, como vampiro solo anhelaba fundirme con él, morderlo o dejar que me bebiera hasta saciarse.
──¿Me extrañaste? ──dejé que la añoranza empapara mi voz.
Muchas veces ansié oírlo poniéndole un nombre a ese algo entre nosotros, quería que me quisiera no tanto como quería ser querida.
Pero todos esos pensamientos eran de una vieja Esen que ya no existía, de una vulnerable e ingenua que necesitaba que Constantino la abrazara para dormir por las noches.
Yo había matado seis personas, liberé dos furias y esa noche estuve a punto de matar a otra, estuve apunto de herir a mi mejor amiga.
Aun así, Constantino pareció obstinado a encontrarla entre mis quiebres.
──¿A qué estás jugando?
Lo miré a través de mis pestañas, con exagerada inocencia, alcé mi rostro hacia el suyo, él bajó la vista a mis labios.
Constantino sostuvo mi rostro con la delicadeza que no había usado cuando me lanzó a las garras de sus enemigos.
──¿De qué hablas? ──me desentendí, deslicé mis manos detrás de su cuello.
Él se aferró a mis caderas, en un intento de mantener la distancia entre nosotros, aun cuando actuaba como si cada centímetro entre nosotros le cortara.
──No sé a qué juegas, o qué piensas que haces, pero olvídalo, Esen ──confesó con voz peligrosamente áspera──. Vuelve conmigo.
──¿A quién quieres de vuelta? ──Delineé su fuerte mandíbula con mis labios──. ¿La huérfana de Val Trael? ──Rocé la comisura de sus labios──. ¿Tu linda novia falsa?
Constantino me empujó hasta encastrar mi cuerpo contra la pared, jadeé ante su repentina osadía.
Estaba bastante fascinada ante la forma en que sostenía mi mirada como si fuera una daga entre nosotros.
──Tienes razón en odiarme, hazlo, todo lo que quieras, pero no pienses que me voy a sentar a ver cómo te arruinas.
──Eso hiciste cuando estaba en peligro, ¿por qué te preocuparías ahora? ──estallé.
Lo empujé de vuelta hasta que cayó contra una mesa, el vidrio se hizo añicos y él terminó con un corte en la mano, agradecí la fugaz ola de fuerza, pero sabía que no ganaría contra Constantino y siempre había sabido hasta dónde llegaba mi suerte.
──Mi sangre no es la que buscabas, Constantino ──evidencié──, no soy la hija de Asier, el virus me afecta igual que a todos y las órdenes de Caín apenas hacen algo para apagar el hambre.
Sus ojos se entonaron para llenarse de pánico y alarma. Sonreí.
──Así que ya no tienes que fingir que te gusto o que me quieres.
Mis ojos ardieron, solo un momento, después se afilaron en la oscuridad, listos siempre, al acecho.
──Nuestra relación empezó con un trato, es verdad, fue una mentira, pero jamás fingí nada y lo sabes yo...
La impotencia le llevó la voz o quizás el peso de todos sus pecados.
Como fuese, ya no tenía remedio seguir aferrada al pasado.
Constantino se limpió la sangre de los labios, sus ojos escarlata se negaron a mirarme.
Toda sensación que pudiera sentir al verlo vencido quedó aplacada, la dejé ahí, arrinconada donde no volvería a molestar ni nublarme el juicio.
──Quédate, solo esta noche, solo quédate.
Negué, primero con cierta reticencia, luego con convicción, no quería quedarme, no quería seguir a la espera de que Constantino se diera cuenta que quizás sí me apareciaba, y quizás yo era algo más para él que otra parte de un plan retorcido.
──Por favor... ──suplicó con voz monótona, con ojos vacíos.
Me fui como si la fuerza de su ruego me hubiera echado, quizás porque sabía que no aguantaría mucho hasta romperme frente a él, o porque su voz me sometía con más facilidad que el vínculo señorial de Caín o de veinte vampiros.
Desaparecí en la noche, dejando a Constantino sangrando en el piso de su estudio.
¿Cuál les parece que es el plan de Esen?
¿Les gustó el encuentro de ella y Constantino?
¿Cómo ven su relación?
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