13. Cavale | Rompeme.

Capítulo 13:
Rompeme.


Raizel era atractiva, sería inútil intentar negarlo, pero su soberbia y actitud hermitaña aplastaban buena parte de su encanto.

Así era siempre, por lo menos siempre que no la tuviera boqueando para encontrar las palabras, o insultándome, o mirándome con esa expresión de desdén que indicaba que sabía todo lo que yo no.

La observé dormir de forma plácida, su rostro relajado, sus pestañas besando su piel aceitunada, sus labios sonrojados que solo hacía unos momentos habían dicho mi nombre.

Rogado por mi nombre.

El mío, el verdadero, el que nadie sabía, el que le había confiado a ella con alguna parte de mi cerebro que arrancaron.

Tragué con fuerza al recordarla acostada en mi cama, sus ojos de sirena dispuestos a hundirme, sus labios rojos y llenos, desafiando mi sensatez, tirando de mi cordura.

Acaricié sus labios con lentitud, su pecho subía y bajaba con parsimonia, así de serena parecía casi inofensiva.
No el tipo de personas por el que deberían arrancarte una parte de ti para que olvidaras.

Alejé un mechón azulado de su lindo rostro, ella no dio signos de nada.

──Puedo decirle a Karravarath que no la encontré, todavía puedo sacarla de aquí.

Valeria Zarcón, la enfermera a mis espaldas, habló de forma monótona y calmada.

──Sí, podría…

Dudé, se había visto tan vulnerable, tan frágil, tan incapaz de lastimar a nadie mientras estaba acostada en mi cama y pidiendo que la quisiera.

Me quité los lentes para masajear el puente de mi nariz.

Eres mi castigo, Astarte, siempre lo fuiste.

──Doctor ──insistió la enfermera──. Nadie los vio aquí, nadie los vio en su habitación, podría ser solo otra desaparecida. Desperdiciar una oportunidad como esta…

──¿Quieres matarla, Zarcón? ──resumí su palabrería.

Ella calló porque yo sabía la respuesta, Raizel era un monstruo para ellos, otro cruel lacayo de los Karravarath que se vendió por ambición y un poco de dinero ─bastante, seguramente.

No estaba seguro de recordar qué era para mí, solo sabía que perdí la mitad de mis recuerdos con ella, dejó líneas difusas en el mapa claro de mi cabeza.

──No va a recordarla ──insistió──. Ella lo sabe, le quitó parte de lo que es y siguió como si nada, lo quitó de en medio y ahora quiere hacerle creer que es un angelito.

Alejé el pelo de su frente, era hermosa como uno, eso podía concedercelo.

──Viendola así casi lo parece, ¿no crees?

Ella escupió a un lado, hice una mueca. Desagradable.

──Si fuera por mí le hubiera metido ketamina suficiente para pararle el corazón.

──Vete, Zarcón, despéjate antes de volver.

Tras un segundo, respondió con renovada docilidad.

──Sí, señor.

Ocupé la silla junto a Raizel, la contemplé en silencio, queriendo ser convencido por su imagen angelical, mucho más atraído por su lado mezquino.

──¿Dónde está? ──Escuché una voz masculina venir del pasillo.

──No puede pasar, señor.

Cassio Karravarath llegó haciendo un show, rodé los ojos antes de ponerme de pie para recibirlo.

──Rival… ──me saludó con frialdad, un fuerte apretón de manos.

──Karravarath, te ves alterado.

──¿Qué hacías con ella?

──La encontré desmayada en el patio y la traje aquí, nada muy interesante, estuvo dormida la mayor parte del tiempo.

Él corrió hasta ella, me hice a un lado para verlo acariciar su mejilla, como si fuera alguien valiosa para él y no la novia a la que engañó infinidad de veces.

Chisteé la lengua ante su teatro.

──Gracias por cuidarla, yo me quedaré con ella ahora.

Entendí la indirecta, di un paso hacia atrás, retrasando el momento de ida.

──Avísame cuando despierte.

──Ella lo hará.

──Claro.

La observé dormir, quedé prendado un momento, necesitando beber su imagen como un elixir.

Cassio sujetó su mano como un perrito posesivo, marcando el territorio.

Enarqué una ceja.

──Nos vemos luego, buenas noches.

Él apenas me despidió con un asentimiento.

La jaqueca fue en aumento desde que la vi desmayada en medio del patio, ellos la acorralaron ahí, era parte del plan: llevarla a una casa a las afueras del pueblo, interrogarla, encontrar información sobre cómo liberar a los presos de los laboratorios, la obligarían a hablar.
Sería su medio para llegar a los Karravarath, desde ahí no era mi problema.
Sin embargo, ordené que se fueran y la llevé a mi habitación para esperar a que se despertara.

Ellos no tuvieron más que acatar porque mi nivel en la Hermandad Justiniana estaba por sobre el de los iniciados.

Dejé mis lentes a un lado para mojarme el cabello y el rostro, en un vago intento por refrescarme y calmar los dolores de cabeza. El latido constante me hervía las neuronas.

Liria Salem me explicó que era un daño colateral del reseteo.

La puerta del baño se cerró de un golpe, pero cuando alcé la cabeza solo vi azulejos blancos y cubículos abiertos, tampoco hubiera descubierto mucho más con mi nivel de miopía.

En la Hermandad me consiguieron un frasco de calmantes para la migraña, no podía decir que hicieran demasiado, pero supe que las echaría en falta cuando saqué el frasco de mi bolsillo y solo vi dos en el fondo.

Me tragué ambas con algo de agua, luché contra las arcadas, luego me limpié con la manga de mi chaqueta.

Observé el brillo cetrino de mi piel en el espejo, las ojeras grises debajo de mis ojos, estaba demacrado.

Uno de los baños se cerró de golpe.

Intenté dar con mis lentes para reconocer a quien sea que estaba ahí, tanteé sin éxito y tardé un momento en notar que el crujido que escuché debajo de mis pies fueron las gafas.

──Lentes de mierda.

Me agaché a recogerlos, al menos sus piezas, debería usarlo de igual manera.
Tocaría pedir unos nuevos y el encargo no llegaría hasta dentro de tres semanas, los lentes no eran fáciles de conseguir.

Ser un imbécil me saldría bastante costoso.

No intenté colocarmelos, a riesgo de terminar con una astilla en el ojo.

Estaba lamentando mi suerte, cuando el crujir de las bisagras me avisó que uno de los cubículos se había abierto.

Corrí fuera del baño.

No pude detenerme siquiera por las pastillas, solo corrí escuchando el chirrido de mis pasos sobre el piso lustrado y mi corazón zumbando en mis oídos.

Corrí hasta que alguien me detuvo, el choque contra un tipo como de dos metros, su torso duro fue una pared de concreto.

Quise acomodar mis lentes para enfocarlo mejor y distinguir de quién se trataba, fue un acto reflejo inútil.

──Doctor Cavale ──me saludó el tono rígido de Zetra──. Debería estar en su habitación, el toque de queda ya comenzó.

──¿Conseguiste los cigarrillos?

Él dudó, como si fuera a romper una ley suprema en su código de deber, luego sacó un paquete del bolsillo de sus cargo para tendermelo.

Coloqué un cigarrillo entre mis labios, lo sostuve con mis dientes mientras buscaba el mechero porque con suerte no había sido así de estúpido.

──¿Por qué la dejaste escapar? ──soltó la pregunta que se estaba aguantando.

──Porque no podía tenerla secuestrada en mi habitación.

──¿Le pudiste sacar algo?

──No, no ──medité, sonreí al dar con el mechero, me sentí mejor luego de una calada──. Tampoco contaba con eso, Raizel no cederá tan fácil.

Zetra frunció el ceño ante el humo del cigarrillo, dio un paso lejos de su alcance.

──¿Y por qué debemos tomar tantos recados? Podemos solo obligarla a decirnos dónde tienen a los rehenes.

Amigos y compañeros de Zetra eran parte de esos rehenes, lo sabía, pero no ganaríamos nada con precipitarnos.

No tardé mucho en notar que el cigarrillo no hacía más que aumentar la migraña.
Contra mi pesar, tuve que apagarlo.

──¿Quieres secuestrarla? ──Le dediqué una mirada de soslayo──. Atarla a una silla hasta que te diga dónde están.

──Esa era exacta mi idea ──fulminó──. Y no me mires así, se lo merece, ella sirve a los Karravarath, tortura a personas para su beneficio.

──Raizel no es menos una marioneta que tú o yo, ¿me vas a decir que nunca tuviste que hacer nada indebido al cumplir órdenes? ──Lo acusé de forma directa──. Sé que estuviste un buen tiempo en Senylia, no me creo que nunca hayas tenido que hacer algo que no estés orgulloso para conservar tu puesto.

Él calló, porque si algo tenía Zetra ─además de excesivo orgullo─ era sinceridad.

Me fregué el rostro, harto de toda la situación, sabiendo lo hipócrita que era al no creer en mis palabras.
Raizel podía quizás estar ahí por obligación, pero ella no era un títere, no era de ese tipo de personas.
En su fuero más interno, Raizel tenía una razón para estar ahí.

──Isaac cree que debemos darle una oportunidad ──zanjó.

──Escuchalo, es un tipo sabio.

Zetra me dedicó una mirada de hastío, aspiró con fuerza, pero se tragó sus palabras para sí.

──Lo escoltaré hasta su habitación, la noche es tranquila, pero nunca se sabe.

No sabía bien por qué, pero decidí no decirle lo que había ocurrido en el baño.


Los días pasaron sin nada más trascendente, tuve un dolor de cabeza que me dejó en cama tres días y Savan tuvo que ir a cuidarme buena parte del tiempo, me recomendó que fuera a la enfermería.

Ahí me inyectaron un relajante intramuscular, diciendo que el dolor se debía a la tensión cervical.

Al segundo día me dijeron que en realidad lo que tenía era síntomas de abstinencia, al tercer día le dije a Savan que me dejara en paz, era obvio que esos tipos tenían menos idea que yo de medicina.

En mis delirios podía sentir un perfume dulce envolviéndome, un peso cálido debajo de mi cuerpo, podía verla sonreír, sus ojos cerrados mientras la iluminaba un halo violáceo.

──Mátala.

Me senté en la cama, alejé el pelo sudado que se pegaba a mi rostro, humedecí mis labios resecos.

Como pude me puse de pie, busqué la remera de la noche anterior hasta encontrarla al pie de la cama, era una noche cerrada y una tormenta nos había dejado sin suministro eléctrico en un ala del edificio.

Genial.

Rebusqué un paquete de cigarrillos debajo de mi cama.

Nada.

Me dejé caer sobre la cama, sintiéndome extraño, absorto.

¿Qué se suponía que eran esas viciones? ¿Retazos del pasado, memorias de un tipo que ya no existía o una mala pasada de mi cerebro intentado rellenar sus huecos?

Todas sonaban como malas opciones.

La migraña me obligó a cerrar los ojos, el ritmo de mi corazón golpeando constante era suficiente para hacer que quisiera arrancarme los sesos.

Por algún momento la única forma falible de acabar con eso que se me ocurrió fue colgarme en alguna parte del bosque.

Eso se extendió una semana, falté dos días al laboratorio cuando el dolor fue demasiado como para salir de la cama.
Al séptimo día, luego de acabar con mi suministro de calmantes, me aventuré a una cafetería en el pueblo.

──No te ves bien ──anunció, como si ya no lo supiera, la chica frente a mí.

La observé en un silencioso escrutinio, podía recordarla, una chica de actitud resuelta y bohemia, con un largo pelo desteñido de rosa y unos grandes ojos marrones que la hacían lucir inofensiva.

La amiga excéntrica de Astarte.

Llevaba una campera de cuero dos tallas más grande que la suya sobre un vestido gótico moderno, como la exacta contraparte del estilo sobrio y elegante Raizel.

──¿Puedo sentarme aquí?

──No.

Pero ella lo hizo de todos modos, lo poco que recordaba de Eden Harseth era su nula capacidad para mantenerse callada.

Una no muy buena cualidad ahora que estaba luchando con el latido en mi cabeza.

──¿No es un día especialmente soleado, eh? ──Siguió intentando, hizo tintinear sus anillos contra la cerámica de su taza de café.

Había tenido que tomar mis gafas de sol debido a que eran las únicas que tenía con aumento, y porque apagaban cualquier rastro de claridad, claro.

──No estoy de ánimos ahora.

──Ya veo…

Se fingió ajena a mi clara intención de que se largara.

──Entiendo que ibas a la universidad con Raizel.

──Antes ──le corté.

Bebí un largo trago de mi café pero estaba frío y muy dulce.
Casi hice una mueca.

La observé de forma detenida, según Zetra, ella había matado al menos seis miembros de la Academia, y seguiría matando aun más hasta que su hambre se descontrolara.

Era una bomba de tiempo de la que los Karravarath no se podían deshacer por alguna razón: obsesión, egoísmo, capricho, un cóctel de todo lo demás.
Hice mi vaso a un lado.

──Entiendo que ella ahora trabaja junto a los Karravarath ──expuse.

Esen Harseth, el pequeño secreto de la Academia, había caminado directo hacia mí, debía ser una señal divina ─si algo así existía.

──Y están por entrar en un proyecto junto a Isaac Llanten, muy prometedor.

Entonces sí, hice una mueca.

──No muy relacionado con el departamento de bioquímica, si no eres un estudiante viniendo para reclamar una calificación no sé por qué estamos teniendo esta conversación.

De un momento a otro sus ojos fueron rojos, pude ver los vasos de sangre como enredaderas en sus pupilas.

──¿Por qué viniste de Senylia, Rival?

──No gané la plaza y acepté el trabajo aquí ──respondí de forma automática.

──Es un lindo lugar ──exclamó──. En fin, espero que te guste, Rival. Nos veremos por ahí.

──Supongo…

Ella me miró con ojos oscuros y tétricos, luego esbozó una tranquila sonrisa.

──Cuidate.

La observé irse hasta que salió del bar y cruzó la calle hasta el otro lado, andando de forma despreocupada por un pueblo lleno de gente.

Esa tipa era un lobo disfrazado entre un montón de ovejas, no tardaría tiempo hasta que la sed la venciera y se convirtiera en un furia, otra desgracia más que rondaría a los Karravarath.


Esa noche, la primera en ocho días, decidí ir al departamento de Isaac.

Al llegar estaba vacío, por lo que me serví una taza de café y varios calmantes del botiquín de pastillas de Isaac, los había pedido una vez que tuve alguna gripe y no sabía qué hacer conmigo, en ese entonces no me fueron de mucha ayuda, pero ahora me tomé tres con un vaso de agua.

Estuve mareado un momento, me dejé caer en el sillón para evitar el vértigo, y dormí unas ocho horas hasta ser despertado por el ruido de las llaves.

Casi suspiré de alivio al notar que podía moverme sin percibir los tirones del dolor.

Decidí que hice bien en guardarme el frasco.

Isaac encendió una vela en la sala, se quitó el saco, pero no hizo ademán de haberme notado.

──Así que ahora tú eres el que está enojado.

──Te dejé notas todos los días, Rival, me preocupé por ti y hasta ahora te dignas a aparecer ──Siguió sin voltear a verme.

──Sabías dónde encontrarme.

──Sabes que no puedo entrar a la Academia sin un permiso ──Me enfrentó ahora sí, en cólera──. ¿Qué se supone que diré? «Hola, necesito un permiso porque el imbécil de mi novio se está escondiendo de mí».

──No me escondí de ti ──le corté──. Necesitaba tiempo.

──¿De qué? Rival, este proyecto es serio.

Me recosté otra vez en el sofá y cerré los ojos mientras me frotaba la frente, hastiado.

──¿Qué tienes ahora? ──inquirí.

Isaac me miró con una ceja arqueada, apenas podía distinguirlo bien en la oscuridad, pero tomó el asiento individual a mi lado.

──¿Dónde están tus anteojos?

──Te hice una pregunta.

Sacudió la cabeza.

──No mucho, lo obvio ──respondió, de su maletín desplegó una serie de archivos que dejó sobre la mesa ratona──. Constantino Karravarath no es del tipo que vaya a confiar tan fácilmente, la doctora Astarte está a cargo de esa investigación, es muy ordenada, me hizo un expediente muy completo de uno de los últimos… especímenes.

Tomé el archivo que me tendió, ese era el que había recibido él sobre Astarte, en la foto veía a una chica de no más de dieciocho años, sonriente, debía ser de su credencial universitaria.

Me pareció extraño verla sonreír, y aun más que la hubiera visto hacerlo tan pocas veces cuando nos conocíamos de años.

──Toma.

Noté que me había tildado cuando Isaac me tendió el siguiente archivo, la mujer era Marina Tollema.

Quizás la furia que vi la otra noche, la última fase de infección desfiguraba tanto sus facciones que no podía saberlo.

──Como dije, será difícil acercarse ──prosiguió──. Intenté con el teatro de la pareja feliz, no que no lo seamos, pero ya sabes, creí que si me veía como tu pareja podría agradarle más porque te conoce desde hace bastantes años…

──Quizás olvidé decirte que no soy su persona favorita.

Después de un tiempo, leer retomó la migraña justo en el lugar donde había quedado.
Me pregunté por qué no solo me cortaba la cabeza.

Isaac me tendió un estuche.

──Zetra me contó que rompiste tus lentes.

──Para ser un agente secreto es bastante boca floja.

Isaac río de forma ronca, me relamí los labios.

──Invité a Cassio Karravarath a una cena.

──Diviertanse ──respondí.

Isaac me quitó el folio de las manos.

──Y debes arreglarte porque iremos ahora.

──No hablas en serio.

Intenté alcanzar el folio otra vez y él lo alejó de mis manos.

──Ponte lindo, cariño, quiero presumir a mi novio un rato.

──¿Y qué voy a hacer yo entre tú y Cassio Karravarath?

──Aprovecharás para hablar con Raizel, finge un poco ──Se encogió de hombros──. Siempre eres muy encantador, usa un poco de eso.

──Cuidado con lo que pides.

Isaac se alejó hacia la cocina y me recosté un rato en el sofá mientras lo escuchaba rondando por ahí.

El dolor de cabeza no había vuelto, pese a mi pánico inicial, pero las imágenes volvían a tomar forma, y mis párpados me reclamaban luego de noches en vela.

Veía luces rojas y azules, escuchaba las sirenas, olía el aroma metálico de las sangre en el aire; era arrastrado fuera de la escena con la imperiosa sensación de que me habían arrancado algo para siempre.

Hola, ¿IMPRESIONES?

¿Se esperaban lo de Cavale?

¿Cómo ven su relación con Raizel?

¿Qué creen que trama Esen?

Creo que es la primera vez que interactúa con Cavale y me interesa esta dinámica.

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