Capítulo 9

–¿Disculpe jefe, pero puede decirme de nuevo que hacemos aquí de noche? Este lugar es espantoso. –Preguntó Javier al Comisario mientras estacionaba el patrullero frente al Asilo de ancianos de Corpus Christi, un lugar donde terminaban los enfermos y ancianos de los cuales ya ningún familiar quería hacerse cargo. El lugar parecía sacado de una película de terror. Altas rejas daban lugar a un gran portón que conducía hacia el interior. Sus descuidadas y antiguas paredes de ladrillos desgastados, juntos con viejos ventanales altos, daban a la vieja casona de dos plantas un aspecto aterrador.

–¿No te pareció extraño que el padre Carlos, luego de estar años desvariando y consumido por el Alzheimer, de pronto haya aparecido en el cementerio, completamente sano diciendo que muchos morirán?

–Claro que si Jefe, pero usted mismo lo ha dicho. El pobre viejo esta consumido por su enfermedad, es normal que diga sinsentidos.

–Puede ser. Pero aun así quiero averiguarlo. He venido a verlo ese mismo día, pero la monja del lugar me dijo que no me podía atender. Hasta que hace una hora atrás, me ha llamado pidiéndome que venga que el Padre quería hablar conmigo.

–Bueno, en ese caso, le deseo mucha suerte.

–¿Que no piensas entrar?

–De ninguna manera. Alguien debe cuidar el vehículo. Yo lo esperaré aquí.

–Cobarde. –Refunfuñó el comisario.

En unas de las columnas que sostenían el gran portón de rejas puntiagudas había un cartel que decía "Asilo Corpus Christi – Un lugar de Paz". Empujando levemente, Tomás abrió el portón, apenas lo suficiente para entrar. Las farolas que iluminaban el sendero que conducía hacia la casona, apenas dejaban entrever lo que había hacia los lados. El asilo se hallaba en un camino de tierra, distante a casi dos kilómetros de la casa más cercana, rodeado por la selva que se extendía hasta el río.

Mientras se acercaba a la entrada del asilo, una monja de avanzada edad, vestida con el clásico hábito negro que cubría sus cabellos blancos, dejando ver únicamente su rostro cubierto de arrugas, emerge de detrás de una columna. –Buenas noches Comisario.

–Buenas noches hermana Etelvina. Habíamos hablado por teléfono y me dijo que el Padre quería hablar conmigo.

–Precisamente. Lo está esperando. Sígame por favor.

La anciana monja conduce al Comisario por los pasillos de la vieja casona. La pintura resquebrajada de las paredes y las luces parpadeantes le daban un aspecto tenebroso y descuidado. A media que pasaban por los cuartos de los desafortunados que habían terminado allí, se escuchaban terribles quejidos, espeluznantes risas y gritos de los enfermos.

–Descuide Comisario. Son solo los enfermos. No les está pasando nada, algunos simplemente perdieron la noción de quienes son y donde están.

Tomás no puede hacer nada más que sentir lástima por aquellas pobres almas abandonadas por sus seres queridos, desechadas como si fueran la basura que estorba en el hogar. –Seguramente terminaré aquí. – Pensó para sus adentros.

Luego de subir las escaleras que le daba acceso a la planta superior, llegaron hasta un cuarto cuya puerta tenía un cartel que rezaba "NO MOLESTAR".

–Bueno es aquí. Le advierto que el Padre no se encuentra muy bien. Procure no ponerlo nervioso. – Advirtió la monja antes de retirarse y dejarlo solo frente al cuarto.

Tomás toca la puerta con delicadeza y al no obtener respuesta gira la perilla e ingresa lentamente. El cuarto en realidad era una pequeña oficina. El lugar era humilde y totalmente carente de lujos como era de esperarse de un sacerdote perteneciente a la orden de los Jesuitas. Había un pequeño escritorio de madera con una, a la vista, incomoda silla de madera, un pequeño armario, una biblioteca repleta de libros, algunos de ellos parecían muy antiguos y en la pared una gran cruz de madera colgaba sobre la ventana que estaba detrás del escritorio.

Parado junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad del exterior se encontraba el Padre Carlos.

–Buenas noches hijo. Pasa por favor.

–Buenas noches Padre. Gracias por recibirme.

El Sacerdote le acerca una silla para que Tom se siente.

–Dime en que puedo ayudarte Tomás.-.

–Disculpe por molestarlo. Solo quise venir a ver como se encontraba. Y quería preguntarle. Bueno... Quería preguntarle por lo sucedido en el cementerio.

–Entiendo. Pero déjame preguntarte algo primero. Tú crees en el Diablo?

–Creo que existe el mal si a eso se refiere.

–No. Te pregunto si crees el diablo como un ser de existencia real.

–Usted se refiere al diablo, como un hombre rojo con cuernos. Como hombre de ley tendría que resultarme difícil creer que exista. Pero hay cosas que me convencen que si existe. ¿A qué se debe esa pregunta Padre?

–Pues bien. El diablo está aquí hijo. Ha llegado a Corpus Christi y muy pronto correrá sangre inocente.

Un fuerte escalofríos recorrió el cuerpo de Tomás y lo hizo estremecer al escuchar las palabras del sacerdote. –A que se refiere? – le pregunto preocupado.

–Te contaré una historia que pocas personas conocen.- comenzó a decir el sacerdote. –Como tu bien sabes este pueblo fue construido sobre los restos de una antigua reducción Jesuita, orden a la que pertenezco.

–Si padre. Eso lo sé. Pero qué relación hay?

– Lo que nadie sabe es que esta Reducción fue abandonada mucho antes que las demás y por motivos muy diferentes. En aquella reducción vivía un joven llamado "". Por los registros que dejaron los Sacerdotes que estaban a cargo en ese entonces, Itaete tenía 15 años en ese momento. Era un muchacho muy travieso y a pesar de las advertencias de sus padres y de los sacerdotes se internaba solo a recorrer la selva a pesar de los peligros. Fue así como en una de sus travesuras recorriendo las cercanías de la reducción, se topó con una enorme cueva. Al muchacho le pareció oír retumbar de tambores en el interior. Atrapado por la curiosidad y sin darse cuenta del riesgo que corría entro a la caverna. Y lo que encontró lo dejó pasmado.-

–Que es lo que había en la cueva. –Preguntó Tomás ante la pausa que hizo el sacerdote.

El padre Juan busca en su biblioteca y pone sobre su escritorio un gran libro forrado en cuero, parecía ser muy antiguo. Hojea entre sus páginas y finalmente encuentra lo que estaba buscando.

Señalando con el dedo le muestra a Tomás un dibujo realizado a lápiz. Se trataba de una cueva en donde se podía ver la inconfundible una figura demoniaca con enormes cuernos y lo que parecía ser grandes alas.

–Esto es lo que vio el muchacho. –Continúo relatando el Padre. –Vio a Lucifer en persona. La cueva era una Salamanca. Un lugar donde el demonio se manifiesta en la tierra, donde las personas que realizan brujerías van a rendirle culto. Se dice que Itaete desapareció por tres días, reapareciendo en la aldea pálido, balbuceando palabras sin sentido y terriblemente deshidratado.

–¿Pero que le sucedió en esa cueva? –Pregunta el comisario.

Cuando el muchacho estuvo mejor los Sacerdotes le preguntaron que le había ocurrido. Itaete les contó lo que sucedió. Les dijo que el Demonio le había dicho que su venida estaba muy pronta. Enviaría a su bestia sedienta de sangre y con ella vendría el espíritu de la Muerte, juntos prepararían el camino para su regreso al mundo. Los Jesuitas primero ignoraron las palabras del muchacho pensando que se trataban de alucinaciones provocadas por el fuerte sol veraniego. Pero su incredulidad les costó caro. Esa noche era de luna llena. En la habitación de Itaete se escucharon terribles gemidos y gritos inentendibles. Los Sacerdotes corrieron hacia la habitación y observaron horrorizados como el muchacho se había convertido en un enorme lobo. Atacó y mató a su propia madre que se encontraba cuidándolo. Luego de ello, ya convertido en bestia salió por la ventana y comenzó a atacar a los demás indígenas de la reducción.

–El muchacho se transformó en bestia? – pregunta Tomás incredulo.

–No en cualquier bestia. En un lobo. Su cuerpo fue tomado por un demonio muy poderoso llamado Amón, el marqués del infierno, encargado de comandar las legiones de demonios para la llegada del maligno.

El comisario, a pesar de ser un hombre extremadamente valiente, se siente perturbado al oír esas palabras.

–Pero los Jesuitas mataron a la bestia. No es así? - Pregunta Tomás.

–Así fue. No sin que antes la bestia matara a muchos aldeanos. Lo mataron utilizando un puñal de plata con forma de cruz que pertenecía a uno de los sacerdotes, bendecido por su santidad el Papa. Luego de eso intentaron sin éxito localizar la cueva, y abandonaron la reducción sin mirar hacia atrás.

–¿Pero porqué me cuenta esta historia antigua padre?

–Durante los últimos años la enfermedad me había consumido. Mis recuerdos habían desaparecido. No recordaba quien, solo era un despojo esperando la hora de mi muerte. Lo único que tenía era mi fe. Rezaba día y noche esperando que Dios me enviase una señal pero solo recibía a cambio el indetenible avance de mi enfermedad. Hasta que un día finalmente conocí mi propósito. Una visión vino a mi mente. La bestia emergerá una vez más. Amón ya se encuentra entre nosotros, será el encargado de convertir a las personas en el ejército del Demonio.

–Quiere decir que las niñas fueron atacadas por un demonio.

–Un demonio que se encuentra dentro de una de las personas del pueblo. Un demonio que adopta la forma de una bestia y que tiene el poder de convertir a otros en siervos del diablo.

–Pero mi visión no terminaba allí. El demonio se encuentra prisionero en el abismo sin fondo, encadenado por dos mil años. Solo puede manifestarse en este plano, influir a las personas, hacer que estas actúen con malicia. Pero no puede desatar todo su poder en el mundo. Un ser muy poderoso se lo impide. Abaddon el Destructor. El ángel de la muerte. Se dice que al cumplirse los dos mil años Abaddon vendrá a esta tierra en forma humana, el diablo intentará convencerlo para que lo libere. Y dentro de poco se cumplirán los dos mil años.

–¿Pero qué sucederá padre?

–No lo sé hijo. Pero luego de tener esa visión, me desperté totalmente curado. Mis recuerdos han vuelto. Entonces entendí que mi propósito es evitar que el mal se desate en esta tierra. Pero para ello te necesito Tomás. Tú eres el defensor de este pueblo. Tú debes ayudarme.

–No lo sé Padre. ¿Qué necesita que haga?

–Debes matar a Jonathan Jakov.

–Se encuentra usted loco. No puede pedirme que mate a alguien solamente por estos cuentos. De ninguna manera, por más que lo odie, no puedo hacerlo.

–Ese muchacho estuvo perdido de niño casi una semana, fue encontrado desvariando acerca de una cueva. En ese momento lo supe. Él es el elegido para la venida de Abaddon. El es el ángel de la muerte.

–Lo siento Padre, veo que a enfermedad lo ha afectado. Le deseo que se mejore. Pero ya debo irme.

El comisario, se levantó con indignación y abrió la puerta dispuesto a marcharse.

–Aprenderás el duro precio que debemos pagar para proteger al mundo. Muy pronto cuando la luna llena brille en la noche la bestia vendrá. Tienes que estar listo para lo que vendrá. –Le advirtió el sacerdote mientras el comisario se alejaba. 

2

Era la una de la mañana cuando Jonathan nuevamente se veía atacado por un terrible dolor en su cabeza. Se sentó en su cama y se apretaba la frente con las manos intentando aliviar su intenso sufrimiento. Cerró sus ojos y deseo con todas sus fuerzas que el dolor desapareciera.

–No soportas el dolor? –Preguntó una voz desde un rincón oscuro de la habitación.

Sorprendido Jonathan reconoció esa voz de inmediato.

–Papá eres tú?

–Así es hijo. Soy yo.

–Papá haz vuelto! – Jonathan se alegró tanto de escuchar la voz de su padre que por un momento dejó de sentir el intenso dolor. –Papá acércate. ¡Necesito verte!

Pero su padre permanecía en la oscuridad. No podía ver su rostro, solo su figura entre las sombras.

–Me temo que no hijo. No he vuelto contigo. Ya no pertenezco a este mundo.

–¿Quieres decir que también estas muerto? Pero. Dime ¿Porque puedo verte?

–Fui enviado a advertirte hijo. Te esperan momentos de grandes sufrimientos. Pero debes resistir hijo. Debes hacerlo. Vendrán por ti muy pronto. No debes dejar que nadie se interponga en tu camino.

–Pero de que hablas papá. ¿Quién vendrá por mí?

–Aun no comprendes que eres. No comprendes el enorme poder que hay en ti.

–No tengo ningún poder. Solo ocasiono desgracias. Si no fuera por mi aun estarían vivos.

–No es culpa tuya. He sido un mal padre. No te protegí como debía. No te creí cuando debí creerte y por eso tú y tu hermano han sufrido. He dejado que ese bastardo los lastimara. Lo siento mucho hijo.

Las lágrimas comenzaron a brillar en el rostro de Jonathan. –Padre. Los necesito más que nunca.

–No puedo ayudarte hijo. Solo he venido a advertirte. Se aproximan tiempos de mucho dolor. Debes estar preparado. Muy pronto oirás el llamado.

–¿Cual llamado?

–Tú sabes cuál. Aquel que oíste de niño. El golpear de tambores que te llamaron hacia aquella cueva. Debí creerte hijo. No debí tratarte como si fueras un loco inventando cosas. Desde el primer momento en que me dijiste que veías aquel espectro debí creerte, debí ver lo especial que eras. Ahora es demasiado tarde.

Entonces recuerdos que estaban grabados en el lugar más recóndito de su mente surgieron con una nitidez que lo dejaron pasmados. Jonathan recordó la primera vez que vio a ese extraño ser al que asociaba con la muerte. Fue una fría tarde de invierno, muchos años atrás, cuando apenas tenía seis años. Sus padres tuvieron que viajar a la capital y lo habían dejado al cuidado de sus abuelos, en su vieja casa, cerca de la gran cruz que indicaba la entrada del pueblo.

La tarde transcurría con normalidad, el pequeño jugaba haciendo un fuerte con las ramas y hojas secas que caían de los arboles sacudidos por los vientos invernales, mientras sus abuelos lo vigilaban atentamente mientras tomaban mate(1) en unos viejos sillones mecedores. Jonathan recordó ese momento de alegría, recordó cuanto le fascinaba quedar al cuidado de sus abuelos, ellos lo querían mucho, era su adoración. Pero ese recuerdo de felicidad enorme pronto se convirtió en su recuerdo más terrible. Mientras traía más ramas para completar su fuerte, desbordado de alegría, de repente sintió una horrible sensación que nunca antes había experimentado, un frío despiadado recorrió su nuca, sintió como si alguien le susurrara y tuvo un inexplicable sentimiento de angustia. Al mirar hacia donde se encontraban sus abuelos, lo ve. Parado atrás de los ancianos se encontraba esa intimidante figura oscura.

–Abuelo!! Abuelo!!- grita Jonathan desesperado. – Mira detrás de ti!!!

–Que sucede hijo? – le pregunta su abuelo preocupado. –No hay nada detrás de mí.

El pequeño continúa gritando e insistiendo a sus abuelos que tengan cuidado, pero fue en vano, ellos no podían ver aquel extraño ser. – Debes haberte golpeado la cabeza. ¡Ya mismo entra a la casa! –dice la abuela enojada.

Cerrando sus ojos se los frota con fuerza, al volver a abrirlos la extraña figura ya no estaba.

–Que fue eso? – pensaba asustado el muchacho.

Esa noche Jonathan no podía dormir, el miedo no lo dejaba. Al intentar cerrar los ojos para conciliar el sueño, la imagen de aquel sombrío ser venía a su mente. Fue en ese momento que, al mirar hacia la puerta de su habitación, lo ve nuevamente. Allí estaba aquel oscuro espectro mirándolo de manera amenazante. Aterrado, intentó gritar, pero los sonidos no salían de su boca. Un fuerte olor invadió la habitación, el aire se enrareció, hasta que horrorizado se dio cuenta que la casa se estaba llenando completamente de un espeso humo negro. El aire comienza a faltarle mientras el humo se vuelve cada vez más espeso y la temperatura aumenta más y más hasta hacerse insoportable. La casa se estaba incendiando. Las llamas se hacen visibles con su color naranja furioso esparciéndose por las paredes y techos. La figura espectral se había desvanecido. El pequeño intenta llegar hasta la habitación de sus abuelos, pero las llamas pronto le cortan el camino.

– Abuelos!! – grita desesperado, pero solo puede escuchar el chasquido de las llamas. Completamente desesperado, corre hacia la puerta delantera y logra salir al patio. Llorando intenta en vano llamar a sus abuelos, mientras la casa comienza a colapsar por el fuego. El niño permanece solo en aquella desoladora oscuridad viendo como el hogar de sus abuelos se volvía cenizas. Solo podía imaginar la horrible muerte que habían sufrido la pareja de ancianos.

Cuando finalmente llega la ayuda, Jonathan se encuentra en estado de shock, completamente cubierto de una espesa capa de cenizas, tosiendo fuertemente por haber inalado grandes cantidades de humo. –Hijo! ¡Hijo! ¿Te encuentras bien? – escucha con los ojos entre cerrados. Era su madre que lo llamaba preocupada. Sus padres habían regresado alertados del incidente por los vecinos.

Jonathan despierta de aquel recuerdo vivido. Su rostro se hallaba completamente empapado de sudor como si realmente hubiera sentido el calor de las llamas que acabaron con sus abuelos.

–En ese momento cuando te encontré a un paso de la muerte, intentaste inútilmente contarme lo que habías visto, pero ni yo ni nadie le creyó. Pensé que solo desvariabas por el estado de shock que habías sufrido. Después de todo solo era un niño asustado. Debí creerte hijo. Debí hacerlo.

–Tu no podías saberlo. Padre tengo tantas preguntas para hacerte.

–Muy pronto tendrás todas las respuestas hijo, pero ahora necesito que seas fuerte. La muerte está aquí, sé que puedes sentirla.

Jonathan se espanta al ver aquel ser que tantas veces lo ha atormentado, parado en la entrada de la habitación. La figura lo observa con su cadavérico rostro y luego sale de la habitación como si fuera tras otra pobre alma que estuviera a punto de morir. Al mirar nuevamente hacia donde estaba su padre, ya no pudo verlo, se había desvanecido tan fugazmente como había aparecido.

Levantándose con dificultad, todavía con el agudo dolor punzante en su cabeza, Jonathan sale del cuarto intentando ver hacia donde se había ido el espectro. Enorme fue su sorpresa, al ver un hombre completamente vestido de negro, con su cabeza tapada por un pasamontaña oscuro, con un objeto largo que brillaba en su mano. El hombre, voltea a mirarlo y luego ingresa en el cuarto donde se encontraba la pequeña Emilia internada. Comprendiendo que algo terrible estaba por ocurrir se apura en llegar, pero el dolor empeora, un terrible mareo lo hace precipitar al suelo. Tomando fuerzas, comienza a arrastrarse con dificultad. Su mano se extiende intentando alcanzar la habitación que parecía estar a kilómetros de distancia ante su imposibilidad de llegar. Grita en vano, pero su llamado no es oído por nadie.

2

En la frescura que despedía el ventilador de techo de la habitación, Gastón se había quedado dormido incómodamente sentado en un sillón junto a la cama en la que descansaba su hermana. La pequeña se encontraba sedada para que pudiera descansar mejor, mientras una bolsa con suero colgaba desde un soporte junto a la cama, inyectando su contenido hacia las arterias de la pequeña por medio de unas dolorosas agujas. Emilia dormía profundamente ignorando el peligro que asechaba sigilosamente en la habitación. Unas fuertes manos tapan su boca. La niña se despierta de pronto ante la imposibilidad de respirar. Intenta gritar, pero aquellas manos se lo impiden. Entonces siente un horrible dolor en el pecho. De pronto sintió una sensación gélida que le recorre el cuerpo, la sangre comienza a brotar y su vida lentamente se extingue. –Ve con Dios pequeña. Que tu alma sea salvada. –Le susurra al oído el hombre vestido de negro mientras retira un enorme y brillante puñal del corazón de la pequeña. Mojando su dedo meñique cubierto en la sangre que brotaba la herida le dibuja una cruz en la frente y le cierra los ojos que continuaban mirándolo fijamente mientras el ultimo atisbo de vida se desvanecía.

En silencio el hombre volvió a salir de la habitación. Observando al joven Jakov caído en el suelo, lo ayudó a sentarse, acomodándolo para que se recostara contra la pared del pasillo.

–¿Que has hecho? –Pregunta Jonathan desconcertado.

–Soy el envidado de Dios. He venido a proteger su legado. Ahora debes morir. Perdóname hijo.

El hombre toma nuevamente su puñal y lo lanza con fuerza apuntando hacia el corazón, pero Jonathan logra levantar su mano justo a tiempo. El puñal atraviesa su mano de lado a lado, y su punta frenó luego de travesar un centímetro de la carne de su pecho. Haciendo toda la fuerza que puede el hombre intenta que la cuchilla termine su labor y atraviese los últimos centímetros hasta el palpitante corazón del joven, pero no lo logra. En ese momento siente un fuerte impacto seguido de un poderoso estruendo. Un disparo retumba entre los silenciosos pasillos del hospital. El hombre recibe el impacto de bala en su hombro siendo arrojado con violencia hacia un lado sin poder finalizar su labor.

–¡Alto policía! –Grita Javier sin dejar de apunta al hombre. –¡Quédate allí malnacido!

El hombre se levanta con las manos en alto.

–¡Quítate esa mascara ahora!

El hombre lleva su mano derecha hacia el pasamontaña listo para quitárselo, cuando un angustiante grito se escucha dentro de la habitación. –Emilia!! Emilia!! –Gritó Gastón al darse cuenta de que su hermana estaba muerta a su lado. Aprovechando un momento de distracción por parte de Javier el hombre corre hacia él y le da un fuerte puñetazo en el mentón haciéndolo caer pesadamente. El hombre corre hacia la salida agarrándose el hombro con fuerza. Cuando Javier se incorpora corre tras él, pero al salir fuera del hospital ve como el hombre se interna en la oscuridad de la selva.

Javier vuelve a entrar. –¿Te encuentras bien? –Le pregunta a su amigo mientras este se quita el puñal de la mano y un charco de sangre se proyecta en el reluciente piso de cerámicas blancas.

–Si estoy bien gracias a ti amigo. Por favor ve a ver como esta Emilia. Por favor.

Javier entra a la habitación apuntando con el arma. La escena en el interior era desgarradora. Gastón se encontraba abrazado por el pálido cuerpo de su hermana. Las blancas sabanas se encontraban completamente teñidas de un intenso color sangre.

–Dios santo. ¿Qué está sucediendo aquí? –Se preguntaba Javier mientras se cubría la boca intentando contener las náuseas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top