Capítulo 8
19 de noviembre de 1999
1
Aquella tarde Gastón se dirigió a la casa de sus padres. Al acercarse no pudo evitar contemplar los oscuros cuervos que se posaban sobre el tejado del hogar, observándole como si fuera un animal moribundo. Algo andaba mal en su hogar, su hermana había regresado, pero, de todas formas, la alegría que siempre impregnaba el lugar con las risas de las pequeñas parecía algo muy lejano, tan solo un tenue recuerdo que se desvanecía en el olvido, reemplazado por la tristeza y el vació que la muerte de Lucia había dejado.
–Hola padre! –Saluda levantando su mano derecha al ver a Pedro picando leña con una enorme hacha junto al horno de barro en el cual tantas veces su madre había hecho pan.
–Hola hijo. –Le contesta, mientras seguía impactando una y otra vez la madera con el filo de su hacha.
–¿Cómo está todo? Veo que usas tu vieja terapia de picar la leña cuando estas estresado.
–No del todo bien. Sabes que esto me ayuda a aliviar la tensión. –Dijo intentando mostrar una sonrisa.
–Sé que están pasando por mucho. He venido a ayudarlos en lo que necesiten. Ustedes son mi familia.
–Te lo agradezco hijo. Las cosas no han estado muy bien con tu hermana. –Dijo el hombre apoyando el hacha contra un gran leño y secándose el sudor de la frente con su antebrazo. –Llevo casi tres días sin dormir. La que regresó es nuestra Emilia, pero al mismo tiempo siento que no lo es.
–A que te refieres con eso?
–Algo es diferente en ella. No nos habla. Simplemente permanece acostada mirando hacia el techo. Durante la noche es peor. Cerca de la medianoche comenzó a gritar desesperada y a sacudirse en su cama. Tu madre y yo corrimos a socorrerla. ¿Y sabes que nos dijo? Nos dijo que el diablo estaba allí junto a ella. La verdad es que nunca fui un hombre muy creyente, pero el escuchar esas palabras, sentí un fuerte escalofríos que me recorrió toda la espalda hasta llegar a la nuca, como si de verdad hubiera habido una presencia maligna allí con ella.
–Debes entender padre, ella ha pasado por algo horrible. Es normal que tenga pesadillas e identifique al animal que las atacó como el demonio. Solo piensa lo horrible que debió ser para ella ver morir a su hermana y pasar todo ese tiempo, sola, perdida.
–Lo mismo pensé. Hasta que vi estos malditos cuervos. Desde que ella volvió, han invadido los campos, se comen mis plantas y se posan en el tejado. Ya no sé qué creer hijo. Creo que me estoy volviendo loco.
–Claro que no estás loco. Lo de los cuervos creo que puede explicarse por la tormenta. Quizás los haya desviado hacía aquí y tu campo se puso a su alcance. No es motivo para preocuparse. Eres Pedro Stevenson, dios santo. Qué pensaría la gente si se enterara que crees en esas cosas. Lo que pasó fue terrible, pero podemos agradecer que recuperamos a Emilia. Ella necesita nuestro apoyo.
–Creo que tienes razón hijo. De igual modo, tu madre la está preparando para llevarla al hospital. De verdad nos preocupa su salud. No quiere comer nada, tiene esos arranques de locura y tiene una enorme herida en la pierna que no se cura. Creo que tiene una infección.
–De cuerdo padre. Los acompañaré. Es bueno poder ayudarlos y más en estos momentos.
Gastón volteó al escuchar la puerta delantera abrirse. La pequeña Emilia se asoma caminando con su mirada clavada en el suelo. Los cuervos se alborotan y emprenden el vuelo.
–Hola hermanita. –Se acercó a saludarla, pero ella ni siquiera le presta atención.
–Lo ves? Ella no presta atención a nada a su alrededor. Como si estuviera atrapada dentro de su propia mente.
Su padre sujeta la mano a la pequeña, pero esta la quita. Cuando la señora Stevenson sale de su hogar, su rostro refleja el enorme cansancio al que ha sido expuesta esos trágicos días. –Hijo gracias por venir. Eres como un vaso de agua en medio del desierto.
–Hola madre. –Le devolvió el saludo con un gran abrazo. –He venido a acompañarlos y a ayudarlos en lo que necesiten. Sé que estando unidos como familia podremos superar todos los obstáculos. Así que vamos al hospital, para que muy pronto pueda tener a mi querida hermana completamente recuperada.
Al llegar al hospital, el Doctor Claudio Alberto Pérez, el único clínico con el que contaba el aislado poblado, se apresta a revisar a la pequeña en una pequeña habitación que hacía las veces de consultorio. –Veamos que tenemos aquí. –Dijo el anciano médico, mientras iluminaba los ojos de la niña que lo miraba fijamente sentada en la camilla.
La mirada de Emilia estaba fija en el rostro del doctor, sus pupilas se dilataron levemente ante la luz de la pequeña linterna.
–Abre la boca por favor. –Le solicitó para observar detenidamente la garganta de la niña. Luego de ello procedió a tomarle la temperatura, su sorpresa fue muy grande al darse cuenta de que estaba más fría que una persona normal. El termómetro acusaba unos preocupantes 33 grados centígrados.
–Esto es muy raro. Creo que debemos dejarla unos días en observación aquí en el hospital. Si no muestra mejoría, tramitaremos su traslado hasta la ciudad a algún hospital de mayor complejidad.
–Pero que es lo que tiene doctor? –Preguntó el padre preocupado.
–Al parecer tiene un profundo estado de shock producto de la situación traumática por la que ha atravesado. Es normal que esto genero estados de comportamientos raros e inclusos efectos sobre el organismo. Haré que mañana por la mañana la venga a ver una psicóloga. Pero lo que ella necesita ahora es descansar, así que le diré a la enfermera que le prepare una habitación.
–De acuerdo Doctor. Todo sea para se mejore. Nos quedaremos con ella. –Dice la madre algo nerviosa.
–Es mejor que se quede uno solo de ustedes y luego vayan rotando, de este modo siempre estará alguien con ella. Además, no tenemos mucho lugar en las instalaciones, así que, creo que una sola persona estará más cómoda con ella.
–Yo me quedaré. –Interrumpe Gastón. –Ustedes necesitan descansar. Casi no han dormido estos días. No se preocupen. Cuidaré bien de mi hermana. Ustedes pueden venir mañana.
–No, creo que debo quedarme yo. Ella necesita a su madre. –Se niega la mujer.
–Por esa misma razón. Ella necesita que su madre esté bien para poder cuidarla. No te preocupes mamá. No me separaré de ella.
–Gastón tiene razón. También me tienes preocupado. Prácticamente no has cerrado los ojos estos días. Vamos a casa. Nuestro hijo la cuidará. Ya mañana nos quedaremos nosotros. –Intenta convencerla el esposo.
–Está bien hijo. Por favor cuídala bien. –Dice la madre mientras se acerca a la pequeña y le acaricia su rostro. –Te quiero mucho hijo. – Le dice dándole un beso en la frente.
El Doctor y Gastón colocan a Emilia en una silla de rueda y mientras el muchacho la empuja por el pasillo del hospital en dirección a la habitación de internación, sus padres permanecen mirándolos con sus caras llenas de preocupación.
–Estará bien. También me preocupas tú. Necesitas dormir un poco. Gastón la cuidará bien. –Le dice pasando su brazo sobre sus hombros para abrazarla.
Gastón empuja cuidadosamente la silla de ruedas mientras su hermana mira hacia todas partes asustada. Llegando casi al final de ala de internación, al pasar por la habitación número 13, los ojos de la pequeña quedaron fijos en aquel paciente que podía verse a través de la puerta abierta. Mientras su hermano continúa empujando la silla, ella voltea y sigue viendo a aquel hombre acostado en la camilla, con un niño sentado en un pequeño sillón junto a él.
2
Cuando Jonathan abrió los ojos, lo primero que observó fue las oxidadas paletas de un ventilador de techo que giraba sobre él. El viento mecía unas viejas cortinas floreadas que dejaban que sol él se colase con fuerza entre ellas. Confundido levantó las sabanas y se percató que tenía puesto los inconfundibles pijamas celestes de un hospital.
En su mente se agolpaban los recuerdos de lo sucedido. Su madre estaba allí junto a él en el cementerio. –¿Sería eso posible? – Pensó.
Al mirar el interior de aquella habitación vio a su hermano sentado en un poco confortable sofá completamente dormido. –Dios mío hermano. Perdóname por esto. –Se lamentó en voz baja procurando no despertarlo.
Intentó sentarse en la cama, pero otra vez aquel horrible dolor punzante lo obligo a permanecer acostado. Mientras continuaba observando el tambaleante ventilador su mente comenzó a divagar. Oscuros pensamientos se agolpaban en su cabeza. Estaba tan distraído que no escuchó a la enfermera entrar.
–Veo que has despertado. ¿Cómo te sientes? –Preguntó una joven enfermera sin obtener respuesta. –Oye. ¿Te encuentras bien?
Jonathan abruptamente salió de su trance. – Buenos días. –Saluda Jonathan algo perdido. –Disculpe. No la escuche entrar.
Jonathan miró detenidamente aquella joven delgada, de cabellos oscuros, vestida con un prolijo uniforme de color azul oscuro que lo observaba sonriente, mientras verificaba el suero y la dolorosa aguja que entraba por su brazo. Su rostro le parecía extrañamente familiar.
– ¿Que sucede? ¿Acaso no recuerdas a tus compañeros de la escuela?
– ¿Carolina? –Preguntó dubitativo. –¿Carolina Kardain?
–Así es. Ha pasado mucho tiempo, pero creía que me recordarías. –Respondió con una sonrisa, para luego cambiar su rostro y ponerse completamente seria. –Siento mucho lo de tu familia. De verdad lo siento.
–Te lo agradezco. Eres la primera persona que me dice eso y no me mira como si todo fuera mi culpa.
–No debes hacer caso a las personas del pueblo. Ya sabes como son. Siempre atentos a la vida de los demás, rápidos en juzgar y hablar mal de todos. No debes preocuparte por eso. Por lo que si debes preocuparte es por tu salud.
–Si lo hago. –Dijo mirando hacia su hermano que continuaba durmiendo. –Ya había aceptado la muerte. Solamente la esperaba. Pero ahora con todo esto, si yo muero, Franco no tendrá a nadie. No quiero dejar solo a mi hermano, pero no puedo hacer nada.
–He visto tu historia clínica. No crees que deberías ir a un centro médico en la capital. Aquí no podemos hacer nada por ti.
–No tiene sentido irme. Ya nadie puede hacer nada por mí. Prefiero pasar mis últimos días con lo que queda de mi familia y esperar que algún milagro me salve. –Sonrió levemente. –Pero los milagros no existen. De eso estoy muy seguro.
–Te entiendo. Pero no debes desanimarte. La esperanza nunca debe perderse. Eso me lo enseñó tu madre.
–¿Mi madre?
–Si. Yo le debo todo a tu madre. Quizás no te acuerdes, pero yo abandoné la secundaría cuando apenas había cumplido los 14 años.
–Si lo recuerdo.
–Bueno a esa edad yo era una chica rebelde. Nunca le hice caso a mis padres y salía con muchachos mayores que yo. Como dicen por ahí quien mal anda mal acaba. Mi desgracia fue quedar embarazada a esa edad. El padre nunca se hizo cargo alegando que no sabía si era de él. Mis padres no aguantaban la humillación, no la soportaban. Me odiaban porque todo el pueblo hablaba de nosotros. Yo era solo una niña, no sabía qué hacer. Estaba asustada. Así que un día tome una drástica decisión. Me paré en el borde del puente a la entrada del pueblo. Recuerdo que ese día había llovido durante horas y la corriente era fuerte. Cuando me disponía a saltar sentí unas manos que me sujetaron con fuerza y me jalaron hacia atrás. Lo siguiente que recuerdo eran los brazos de tu madre envueltos a mi alrededor. Fue el abrazo más cálido que haya sentido jamás. Nunca hubiera pensado que en el mismo lugar donde ella me salvó la vida terminaría la suya. –Carolina se secó una lagrima que comenzaba a salirse de sus brillantes ojos.
–Entonces que sucedió.
–Bueno, ella y tu padre me subieron a su camioneta. Tu madre me habló con mucho cariño. Me dijo que esa no era la solución y que el bebé que traía en mi interior era una bendición. Que me cambiaría la vida. Y así fue.
–¿Entonces tienes una hija?
–Sí. Ella tiene la edad de tu hermano y van a la misma escuela. Ella se ha encargado de traerle las tareas estos últimos días. Ya que tu hermano no se ha querido separar de ti.
–¿Pero cuánto tiempo dormí? –Preguntó sorprendido. –Pensaba que solo me desmayé un par de horas.
–Llevas cuatro días dormido. Estabas estable, pero por alguna razón no podías despertar.
–¿Quieres decir que mi hermano estuvo cuatro días solo en el hospital?
–Así es. Tienes un gran hermano.
–Si de verdad que es un gran hermano. Lamento hacerlo pasar todo esto. Pobre. Debe estar agotado, asustado y triste.
–Hola mamá. –Les Interrumpe una pequeña, de pelo negro atado en una trenza, vestida con el tradicional guardapolvos blanco de la escuela.
–Hola hija. –Le respondió Carolina. –En unos momentos termina mi turno y nos iremos para casa. Quieres despertar a tu amigo y le pasas las tareas.
–Claro mamá. –Le contesta la niña, para luego golpear a Franco en el hombro. –Oye, despierta.!
Franco se despierta sobresaltado. –¿Melisa? ¿Qué sucede?
–Te traje las tareas. Pero lo que me sorprende es que me habías dicho que no te moverías de ahí hasta que despertara tu hermano y allí está despierto y tú sigues ahí dormido.
Franco voltea y al ver la cara sonriente de su hermano corre hacia él y lo abraza. –Qué bueno que despiertas. Me hiciste tanta falta.
Ambos no pudieron contener las lágrimas. –Está bien hermano. Ya estoy bien. Gracias por cuidarme. Es hora que yo te cuide a ti.
–¿Ya podremos volver a casa? –Pregunta Franco secándose las lágrimas.
–Me temo que aún no. –Interrumpió Carolina. –Tu hermano necesita un poco más de descanso. Pero pronto podrá volver contigo. Si quieres puedes quedarte en nuestra casa hasta que tu hermano mejore.
–Oh no. No quisiéramos molestarte. –Contesta Jonathan.
–No es ninguna molestia. Me apena mucho que tu hermano duerma en ese sillón. Por lo menos déjalo esta noche. Mañana podría llevarlo a clases y luego traerlo nuevamente. Este hospital no es lugar para un niño.
–Creo que tienes razón. Me apena mucho esto. Yo debería estar cuidando de él.
–No es ningún problema. Tenemos un cuarto aparte para él. Además, parece llevarse bien con Melisa. Si no tienen problemas entonces lo llevaremos. Si tienes algún problema de pasar la noche solo aquí, tu amigo Javier dijo que pasaría a verte.
–¿Javier ha venido? Lo último que recuerdo es su rostro intentando despertarme.
–Ha venido todos los días después del trabajo y se ha quedado junto a ti y a tu hermano. Pero ya sabes, su jefe es realmente molesto y ha buscado cada excusa posible para que vaya a trabajar fuera de horario. Creo que no quiere que esté cerca de ti.
–Si. El Comisario realmente me odia.
–Pero no te preocupes. Seguramente el vendrá.
3
La noche había caído, el silencio reinaba en el hospital, solo interrumpido por alguna ocasional toz de alguno de los pocos pacientes que permanecían internados. El cielo despejado repleto de estrellas transmitían paz y tranquilidad. Jonathan se quedó contemplando el firmamento, hasta que el tono del reloj digital sobre la mesita de luz anunciaba que ya era la media noche. –Creo que Javier no vendrá hoy. –Dijo en voz baja. Pero era mejor así. No quería que tuviera problemas con su jefe por ir a visitarlo. No quería seguir afectando la vida de los demás. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta de la habitación abriéndose lentamente.
–Sabía que vendrías Jav... –Interrumpió sus palabras al ver que no era su amigo. Parada en la puerta estaba la pequeña de los Stevenson.
–¿Emilia? ¿Cómo te encuentras?
La niña no respondió y se acercó hasta la cama del sorprendido Jonathan. –¿Qué haces aquí? ¿No encuentras tu habitación? ¿Necesitas ayuda?
La niña permaneció en silencio por un momento para luego decir unas palabras en vos tan baja que Jonathan no pudo oír. –¿Cómo has dicho?
–Pue... Pued...Puedes hablar con mi hermana? –Dijo la niña con dificultad.
–Lo siento linda. Tu hermana no está aquí.
–Él me dijo que tú puedes hablar con mi hermana.
–¿El? ¿Quién es él?
–El monstruo que se la llevó. Él me dijo que no me preocupe que tú puedes hablar con ella.
Jonathan se horrorizó. –¿Cómo es el monstruo? ¿Es una persona?
–No lo sé. Es un monstruo. Mató a mi hermana, luego me mordió y luego me obligó a comer un trozo de carne de Lucía.
Un escalofrío recorrió la espalda del joven Jakov ante la ausencia de cualquier expresión en el rostro de la niña. Contaba lo ocurrido con total frialdad.
–Puedes ver a mi hermana? –Insistió la pequeña. –Él me dijo que pronto volvería. Me dijo que vendría por ti. Que la Salamanca te llamará muy pronto.
Recuerdos olvidados en el tiempo vinieron a la mente del joven. Sonidos de tambores que lo despertaron una noche cuando era niño. Sonidos que lo guiaron por un tétrico sendero en la oscuridad absoluta hasta la entrada de una cueva.
–Lo siento niña. Debes volver a tu habitación. Tu familia debe estar preocupada.
Jonathan se levantó con dificultad de la cama y tomó a la niña de la mano. –Ven te llevaré hasta tu habitación.
Cuando se disponía a llevarla Jonathan queda perplejo. Justo en la puerta estaba parada otra niña. Su rostro era apenas visible por las sombras, pero aun así era inconfundible. Era Lucía.
–¿Puedes verla? –Pregunta Emilia.
–Si. Puedo ver a tu hermana. –Contestó casi tartamudeando.
–¿Cómo se encuentra?
–Luce triste. Creo que te extraña.
–Hermana. Lo siento mucho. Yo también te extraño. Muy pronto estaremos juntas de nuevo. Te lo prometo.
El rostro de Lucía pareció esbozar una sonrisa por unos instantes y luego se desvaneció entre las sombras.
–Se ha ido. –Le dijo Jonathan a Emilia, quien salió de la habitación sin decir una palabra.
Volviendo a su cama, Jonathan no podía comprender lo que había sucedido. Siempre ha podido ver a la muerte, pero nunca antes había podido ver a los muertos. Su mente se llenó de dudas, quien era aquella bestia que había atacado a las niñas y como sabía que él podría ver a Lucia. Continuó mirando por la ventana hacia las estrellas intentando encontrar alguna explicación. Pero por más que trató. No lo logró.
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