Capítulo 3
99 de noviembre de 1999
1
Aquella mañana, el sonido de las campanadas de la iglesia llamando a los feligreses sorprendió a todos. Normalmente, las misas eran por las tardes. El sonido de las campanas solo podía indicar que algo funesto había sucedido. Los vecinos curiosos se sorprendieron con la presencia de la furgoneta de la morgue estacionada frente a la comisaría. Pronto la noticias de lo sucedido con las niñas se esparció por todo el pueblo. El Comisario y el Agente López, con sus rostros cansinos luego de una larga noche, junto a los demás integrantes de la Policía del pueblo se preparaban para iniciar la búsqueda de la pequeña Emilia. Junto a un puñado de voluntarios se internan en el bosque durante horas. El calor agobiante, la intensa humedad y la dificultad del territorio en el que tuvieron que abrirse paso a machetazos dificultaban su búsqueda.
La señora Stevenson permanece llorando amargamente encerrada en su habitación. Ella no ha querido probar bocado desde lo sucedido. Su aspecto cansino y triste solo es igualado por el de su esposo. Pedro se encuentra en el patio, sentado en su destartalado sillón de mimbre. El más que nada quisiera estar buscando a su hija perdida, pero tiene que permanecer junto a su esposa a esperar que traigan el cuerpo de la su querida Lucia. No le queda más remedio que confiar en el Comisario.
Un automóvil se detiene frente a la casa. Un joven alto y delgado, con cabellos cortos y oscuros, vestido con unos elegantes pantalones claros y una camisa oscura desciende. Era Gastón el hijo de Pedro.
Gastón llega a la casa y ve a su padre sentado bajo el árbol. –Perdóname padre. He venido en cuanto me enteré de lo sucedido. ¿Cómo te encuentras? –le pregunta.
–Hola hijo. Qué bueno verte. –Pedro abraza con fuerza a su hijo. – Tú sabes que no estoy bien y creo que nunca volveré a estarlo.
–Te entiendo padre. ¿Cómo esta mamá?
–Está muy mal hijo. Triste. Tengo miedo en que a causa de su angustia cometa alguna locura. Ya no puedo perder a nadie más de esta familia. Ya no.
–Perdóname por no estar antes para ayudarte, pero recién he vuelto de la ciudad, he llevado a mi esposa y mi hijo a la casa de mis suegros, ellos se quedarán allí unos meses porque la madre de Vanesa está muy enferma, así que ella debe ayudarla. –Le dice Gastón disculpándose.
–Te entiendo hijo. Tú ahora tienes tu familia, y es tu responsabilidad protegerla. Debes hacer lo que yo no pude.
Gastón abraza a su padre – Quédate tranquilo padre, pronto todo estará bien. Me quedare contigo para recibir el cuerpo si no te molesta. Luego iré a buscar a mi hermana y no voy a parar hasta encontrarla.
–Claro hijo, creo que a tu madre le hará bien saber que tu estas aquí.
Pedro trae otra silla para su hijo y juntos se quedaron contemplando las plantaciones de yerba y recordando los tiempos en que eran una familia feliz.
El reloj marcaba las seis de la tarde cuando finalmente traen el cuerpo de Lucia luego de haberle practicado la autopsia. El cajón cerrado impedía ver su terrible estado. La madre llora golpeando la tapa mientras su esposo y su hijo intentan contenerla. La escena es desgarradora. Pero la tristeza aumenta al ver que el comisario Tom llega con la mirada hacia el suelo.
–Lo siento, no pudimos encontrarla. Hemos recorrido cada centímetro del bosque y no hay rastros de ella.
La amargura de la familia parece no tener fin. Su hija es declarada oficialmente DESAPARECIDA.
2
Aquel día Jonathan se levantó sintiéndose extraño. La alegría que sentía al ver los primeros rayos de luz del amanecer y los cultivos mecidos suavemente por el viento, contrastaba con la tristeza que sentía en su interior. Al dirigirse a la cocina, ve por la ventana a su hermano sentado con la mirada perdida, en aquel viejo tronco caído. Aquel lugar donde siempre de pequeño le gustaba sentarse a contemplar los campos y pensar. Jonathan sale a saludarlo; se acerca y se sienta junto a él. – Hermano ¿porque estas triste? He vuelto. – Le dice tocándole el hombro.
Franco lo mira, lo abraza con fuerza y comienza a llorar. –Tranquilo hermano. Yo siempre estaré para cuidarte. – le dice abrazándolo también con fuerza. –Siento mucho todo lo que has tenido que pasar. No sabes cómo desearía volver el tiempo atrás y evitarnos todo lo sucedido.
–No fue tu culpa hermano. La vida ha sido tan injusta con nosotros. Yo solo quería que volvieras. Me ha hecho tanta falta mi hermano mayor. Sé que ahora nos cuidaremos entre nosotros como siempre debió ser. –Le contestó el pequeño secándose las lágrimas.
Entonces los muchachos se percatan del movimiento de vehículos y policías entrando y saliendo de la propiedad de sus vecinos los Stevenson.
–Qué crees que haya pasado? –Pregunta Franco.
–No lo sé. Pero parece algo malo. –Contesta Jonathan sin imaginarse la crueldad que había puesto fin a la vida de su pequeña vecina. Los hermanos se quedan observando la escena durante un largo rato. Cuando su madre vuelve de hacer las compras en el centro les cuenta la terrible noticia. Las niñas Stevenson han sido atacadas. Mientras su madre va a la casa de sus vecinos para ayudarlos en lo que necesitara, Jonathan prefiere quedarse, ha comenzado a sentirse mal pero no quiere decirle a su madre. Entra nuevamente a su habitación y se acuesta.
–Sé que no te encuentras bien hermano. –Le dice Franco sorprendiéndolo. –Será mejor que me digas la verdad.
–No puedo engañarte hermanito. Si estoy mal. Quizás haya venido a pasar mis últimos días con ustedes. Pero está bien hermano. Me pone muy feliz estar aquí contigo. Sé que te prometí que ya no volvería a irme, pero no hay nada más que hacer.
Franco sujeta la mano de su hermano y se sienta en la cama junto a él. –Todo va a estar bien. Yo lo sé. Te voy a ayudar a que estés mejor.
Jonathan sonríe y se queda dormido junto a su querido hermano. Hubiese deseado no decirle nada, pero era mejor no mentirle, no a él. Mientras permaneció dormido las horas pasaron hasta que finalmente cayó la tarde.
–Despierta Jonathan. Tienes visitas. –Lo llama Franco sacudiéndolo para que despertase.
Cuando abre sus ojos puede ver a su mejor amigo parado junto a él.
–Que mal aspecto tienes Javier. –Alcanza a decirle al ver su rostro trigueño completamente transpirado y sus ropas sucias.
–Qué alegría verte amigo! –Le responde Javier abrazándolo fuertemente. –Cuanto tiempo ha pasado. Estoy muy feliz de verte. No puedo creer que estés aquí.
–Lo mismo digo Javier. ¿Cómo has estado?
–No ha sido un día fácil. Estoy exhausto. Pero quería pasar a visitarte. Las cosas se han puesto un poco locas últimamente.
–Si. Me he enterado de lo que ha sucedido a las pequeñas. ¿Quieres tomar un café o algo? Creo que te hace mucha falta. –Invitó Jonathan a su cansado amigo.
Mientras Jonathan prepara el café, Javier toma asiento en el viejo y confortable sofá de la sala. –Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí. –Comenta Javier echando un vistazo a los cuadros de las paredes donde se veía a Jonathan y su familia, sonrientes.
Luego de unos instantes Jonathan coloca la jarra con café sobre la pequeña mesa frente al sillón y se sienta junto a él.
–Sabes, entendí porque te fuiste, pero nunca logré comprender porque no volviste, por lo menos una visita fugaz. No supimos nada de ti.
–Simplemente no quise causar más daño. Aquí nunca podría venir y lo sabes. El Comisario me odia. Aunque intenté ayudarlo, el me culpa por lo sucedido y en parte tiene razón. Siempre creí que todo lo malo a mi alrededor sucedía por mí culpa, que yo lo causaba. –Le contestó con la mirada fija hacia el cuadro colgado frente a ellos en donde se veía el rostro serio de su padre.
–No seas ridículo. Sabes que nada de lo que sucedió es culpa tuya. Eres una gran persona y nunca harías daño a nadie. Ahora dime. ¿Has vuelto para quedarte definitivamente?
–No lo sé. Te diré la verdad. La razón por la cual he venido, es... pues... es que estoy muy enfermo. Creo que esta no la cuento.
– Que dices?
– Quisiera que fuera mentira. Pero no. Tengo un tumor en la cabeza. Me causa dolores incesantes. A veces desvarió y por momentos me pierdo y despierto en el piso sin acordarme de nada. Los médicos me dijeron que el tumor puede quedar allí sin alterarse o de repente crecer repentinamente y tocar alguna zona vital del cerebro. Es una lotería. En el mejor de los casos me dejará paralítico por un tiempo, pero aun así, la muerte es inevitable. – Le comentó Jonathan mientras sus ojos brillaban llenos de tristeza.
–Pero debe haber algo que podamos hacer. Quimioterapia o algún tratamiento. Tienes que hacer algo.
–No hay nada por hacer. Pero está bien. Ya lo he aceptado. Es por ello que quise regresar. Tengo tantos asuntos pendientes por saldar. Quería pasar este último tiempo con mi familia. Fueron siete años sin ver a mi hermano y mi madre. Y quiero hacer las paces con mi padre. Quisiera vivir con la paz y la felicidad que tanto me ha costado tener. Luego de eso ya puedo irme en paz. He llegado al punto en que no me da miedo morir. Te podría decir que hasta lo deseo amigo.
–Está bien. Te entiendo. No puedo imaginarme todo el dolor que acarreas. Sabes que cuentas conmigo. –Le dice Javier apoyando su mano sobre el hombro de Jonathan.
–Alguien me ha dicho una vez que nadie debe morir solo, y lo he entendido. No quise morir solo y asustado lejos de todo.
–Desearía que las cosas sean distintas, pero por lo menos procuraré estar para ti.
–Te lo agradezco. Sé que siempre pude y puedo contar contigo.
– Sabes que es así. Bueno...Ya debo irme. Pero esta noche, si quieres, pasaré por ti para ir a la casa de Fernando. Creo que el también estará feliz de verte, aunque sabes que él siempre fue medio raro.
Jonathan sonrió. –Claro. He oído que ahora tiene su propio programa de radio. Eso es algo que me gustaría oír.
Ambos salieron fuera de la casa. El sol casi se ocultaba por completo. Javier se despide y se sube a su destartalado Renault 4. Toca la bocina dos veces como saludo y se aleja por el agreste camino levantando una nube de polvo, mientras Jonathan se queda observando.
La visita de su amigo por un momento llenó de alegría al joven Jakov. Permaneció allí parado en el patio recordando aquellos bellos momentos de travesuras con sus amigos, hasta que sintió que alguien lo observaba. Al mirar hacia la casa vecina vio a un sacerdote joven, alto y rubio, vestido con una sotana negra, que con su rostro extremadamente serio lo miró brevemente y luego ingresó a la vivienda de los Stevenson. –Seguramente es el nuevo Cura del pueblo que viene al velatorio. –Pensó. –Es extraño que el padre Scheidemann ya no sea el sacerdote de la Iglesia después de tantos años.
Cerca de la medianoche. Franco dormía profundamente mientras Jonathan y su madre veían televisión sentados en el sofá cuando oyen dos bocinazos. Era Javier que venía a buscar a su amigo.
–Hasta luego mamá. Volveré pronto.
–Cuídate hijo. Que te diviertas.
Javier escucha viejas canciones que había grabado en un cassette usado. Sube el volumen y tararea las canciones sin prestar atención a su alrededor, cuando lo sorprende Jonathan al abrir la puerta bruscamente.
–Jesucristo! –Grita asustado. –Casi me matas del susto.
–¿De verdad un policía da ese grito de niña? – Le dice Jonathan entre risas.
–Sabes que hay cosas que me asustan. La oscuridad, los sustos repentinos, las aguas profundas, los rayos y tantos etcéteras.
–Claro. Eres todo un miedoso.
–Tu tampoco puedes hablar. Tu miedo a los perros ya es casi irracional. Cómo olvidar cuando desviabas cuadras completas tu camino porque había algún pequeño perro suelto en la calle.
–Los perros pequeños son los peores. Puedes pasar frente a un perro enorme y no te hará nada. Pero pasas junto a uno pequeño y te comenzará a ladrar y hará que el perro enorme te ataque. Por eso los odio.
–Bueno, vamos para lo de Fernando. Su programa comienza después de la medianoche. No queremos perdérnoslo. –Dijo Javier entre risas mientras arrancaba su vehículo y se dirigían hacia la radio de su amigo.
La noche estaba serena. El cielo repleto de estrellas y la luna en su fase de cuarto menguante, le daban al pueblo una imagen cautivante. Una suave brisa había bajado la temperatura del ambiente que durante el día se mantuvo en unos sofocantes 35 grados centígrados. Luego de conducir por un rato mientras iban charlando sobre la vida y sus misterios, finalmente llegan al viejo edificio de dos pisos, con una enorme torre que servía de antena para la transmisión. En la puerta había un cartel en el que se leía "Radio Energy 101.5". Ambos ingresan y se encuentran con su amigo Fernando sentado junto a una consola de sonido y un monitor, mientras lanzaba el humo de su cigarro en toda la habitación. Jonathan se alegra de ver a su amigo de nuevo. No había cambiado prácticamente nada. Seguía delgado como siempre, con sus ojos azules que resaltaban en su pálido rostro con barba y su cabello cortado al ras para disimular la enorme entrada en su frente. –Muchachos! Adelante por favor. –saluda Fernando. –Tanto tiempo Jonathan. ¿Cómo has estado?
–Bien Fernando. ¿Y tú?
–Bien. Aquí trabajando. Pónganse cómodos. –Les indicó señalando dos butacas junto a su silla, mientras él se dirigió a la nevera en busca de dos cervezas para sus amigos. Una vez destapadas las cervezas, los amigos que se habían reencontrado luego de muchos años pasaron el rato bromeando y hablando sin parar. Se rieron a carcajadas, como en las mejores épocas de su infancia. Desde que se conocieron durante la primaria, siempre estuvieron juntos, en las buenas y en las malas, si con alguien podía contar para que lo ayudasen con algún problema, era con ellos.
Cuando el reloj del monitor de la computadora indicaba que ya eran las tres de la mañana, Javier les dijo que ya debería irse. –Mañana será otro arduo día en busca de la niña desaparecida. – Se excusó.
–Tienes razón Javier. Ya debemos irnos. –Lo secundó Jonathan.
Fernando los acompañó hasta la puerta de la radio y los despidió. Mientras se decían las últimas palabras, Jonathan por un momento quedó extrañado por algo que vio. Siendo las tres de la mañana, en aquel pequeño pueblo no debería haber nadie. Sin embargo, en la vereda del frente había un hombre parado, recostado junto a un árbol, oculto por la oscuridad, aproximadamente a 30 metros del edificio donde se encontraban. El misterioso sujeto los miraba detenidamente. El joven Jakov quien dudaba ya de su estado psicológico, pensó que se trataba de su imaginación. Después de todo, había llegado al punto de no poder distinguir que era real de que no lo era. Pero sus dudas se disiparon al escuchar a Fernando.
–¿Y ese quién demonios es?
–¿Pueden verlo? – Preguntó Jonathan.
–Oye tú! ¿Quién eres? –Gritó Javier envalentonado. Después de todo eran tres contra uno.
El hombre no emitió ninguna palabra. Parecía estar vestido completamente de negro y en su mano llevaba un objeto que no alcanzaban a distinguir. Podría ser cualquier cosa, desde una botella hasta un arma. El sujeto misterioso caminó lentamente y se internó en la oscuridad entre unos árboles que iban directo hacia el bosque.
–Este condenado pueblo está cada vez más raro. Debe ser un maldito loco o un borracho con más seguridad. –Dijo Javier emitiendo un suspiro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top