Capítulo 28
1
06 de diciembre de 1999
20:15 hs.
La noche apenas comenzaba. Aquella noche de terror cambiaría para siempre la vida del pequeño pueblo. El miedo estremecía los corazones de los habitantes aún más que la tempestad que se desataba sobre ellos. Muchos permanecían en sus casas, asegurando sus puertas desde el momento mismo que el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. Pero muchos otros no lo hicieron, otros prefirieron escuchar las palabras del Padre Scheidemann y acudir a la iglesia.
Mientras se dirigía a la comisaría, al dar la vuelta por la calle frente a la plaza principal, Javier López quedó sorprendido. Piso el freno de su vehículo y se detuvo. La lluvia caía con una endiablada intensidad, sin embargo, un gran número de personas se encontraban en la iglesia. Algunos dentro de ella, pero la gran mayoría estaban fuera, completamente empapadas. La promesa de la seguridad que brindaba la iglesia ante el mal que los acechaba los impulsó a presentarse con la intención de acabar a la bestia de una vez por todas. Las personas comenzaban a correrse abriendo un camino entre ellas cuando el viejo sacerdote salió del templo. Todos lo miraban admirados, como si en aquel hombre de avanzada edad que había vuelto de una enfermedad incurable estuviera la salvación. Los relámpagos iluminaban el cielo entristecido de diciembre, pero a las personas parecía no importarles, estaban allí, observando a aquel hombre como si estuvieran hipnotizados.
Javier encendió el automóvil y se dirigió a la comisaria. La extraña sensación de que aquella noche una tragedia devastadora se desataría sobre el pueblo la atravesaba la garganta. Viendo a ese grupo de personas convertidas en fanáticos religiosos le hizo preguntarse si su amigo estaría bien.
Cuando llegó a la comisaria, vio al Comisario Peterson, parado en la galería frente a la entrada de la guardia, fumaba un cigarro con la mirada perdida hacia la nada. La lluvia le empapaba las botas y el pantalón pero a él parecía no importarle. Su rostro reflejaba cansancio, pero sobre todo reflejaba la incertidumbre. No sabía qué hacer. Su pueblo estaba sufriendo y él estaba allí fumando sin tener una solución y eso lo desolaba.
Javier bajó del auto y corrió unos pocos metros hasta la seguridad del techo pero sin poder evitar empaparse por completo. Era una noche realmente horrible.
–Jefe. ¿Se encuentra bien? –Le preguntó al pararse junto a él y que este solamente siguiera fumando perdido en sus pensamientos, como si estuviera absolutamente solo.
Tom asintió con la cabeza. Estaba demasiado cansado, demasiado agobiado siquiera para contestar.
–Jefe. –Prosiguió Javier. –Creo que algo está pasando en la iglesia. Hay demasiadas personas. Esto puede terminar mal. O la bestia las asesinas o ellos terminarán asesinando a alguien.
–Lo sé. –Se limitó a contestar Tom.
– ¿No haremos nada?
–No podemos hacer nada Javier. Aquel sacerdote está loco y las personas lo siguen ciegamente. La única forma que tenemos es matar a la bestia. Solo así se terminará esta locura. Y esta noche no hay luna. No creo que aparezca.
Javier asintió. El cielo estaba completamente negro, interrumpido por las formas irregulares de los rayos que se extendían como raíces entre las oscuras nubes. El viento soplaba cada vez con mayor intensidad y la lluvia caía de manera constante.
El radio colgado del cinturón de López comenzó a emitir sonidos de estática y una tenue voz que apenas alcanzaba a oírse. –Repita por favor. Hay interferencia. –Dijo Javier por la radio intentando hacerse oír.
–Se escucharon...disparos...Stevenson. –Alcanzó a oírse la voz de Fernando.
–Fernando ¿puedes repetirlo?
–Creo que algo sucedió en la casa de los Stevenson. Se escucharon varios disparos hace unos minutos. –Finalmente pudo oírse con la claridad suficiente.
Tom y Javier se miraron por un segundo. –Vega. Prepárate. Debemos irnos. –Le ordenó al sargento, mientras él y Javier se dirigían al móvil policial. Los rayos continuaban cayendo de manera endiablada, como si los dioses dejaran caer su furia sobre esta tierra maldita.
Los demás agentes permanecieron en la comisaria, mirando por la ventana como su jefe, el sargento y López se alejaban y el patrullero se perdía por las anegadas calles del pueblo.
Desde el fondo de su celda, el joven sacerdote dejó de orar de manera repentina.
–Ha llegado el momento. –Susurró en vos baja. –Esta noche el mal se agitará sobre estas tierras.
2
–Despierta Franco. –Repetía muy despacio Pablo mientras tocaba ligeramente el hombro de su amigo que se encontraba dormido. Intentaba con mucho cuidado despertarlo temiendo que se abalanzase sobre él convertido en una bestia horrorosa y lo desgarrara en pedazos. Desde lo alto del entrepiso había observado como Franco pasaba de ser un enorme lobo a solamente un niño cuando la tormenta se desató. Aunque Pablo estaba seguro de que eso sucedería, todavía tenía sus dudas sobre cómo reaccionaría su amigo, pensaba que quizás su mente seguiría siendo la de un lobo y lo atacaría.
–Franco. Despierta. –Continuó sin resultado. Afuera la tormenta golpeaba con furia. El agua goteaba desde los techos de chapa oxidada y perforada. El viento silbaba entre los espacios entre las maderas de las viejas paredes. Pero, apenas audible entre los aterradores bramidos de la tempestad, pudo escuchar otro sonido. Parecía ser un lejano y angustiado lamento.
Pablo comenzó a caminar por el granero intentando escuchar mejor por sobre el estruendo de los truenos. Caminó despacio, tropezándose ocasionalmente con alguna tabla levantada del maltrecho piso. Pronto descubrió la puerta en el piso, cerrada con grandes cadenas. Se puso de rodillas y apoyó el oído en el suelo intentando oír. Nuevamente el lastimero sonido. Parecía los ligeros lamentos que hace un enfermo terminal atrapado en su camilla de hospital viendo como su vida se le escapa.
–Hola. –Notó que su voz temblaba al decirlo. Esa noche había estado junto a un hombre lobo, solo podía imaginarse que cosas peores había ocultas en la oscuridad de la noche. Un halo de terror lo invadió haciendo que diera un repentino grito cuando una voz lo llamó.
–Pablo. ¿Qué está sucediendo? –Era la débil voz de Franco que había despertado.
Pablo corrió hacia él. – ¿Te encuentras bien? Me alegra que hayas despertado.
–No me siento muy bien. Me siento mareado. ¿Dónde está Jonathan? –Preguntó al no ver a su hermano por ninguna parte.
–Tuvo que irse. Me dijo que encontraría la forma de curarte.
–No hay forma de curarme. Eso lo sé. Puedo sentirlo muy adentro de mi alma. Estoy maldito y eso nunca se irá.
Un rayo cayó muy cerca sobre los arboles de la selva que comenzaba tras el granero. Su luz iluminó el pálido rostro de Franco. Lucía agotado, como luciría un hombre mayor. Estaba lleno de pena y dolor. Reflejaba una profunda resignación, como si su mente hubiera aceptado que sería una bestia por siempre.
–No te preocupes. Encontraremos la forma de ayudarte. Tu hermano encontrará la forma, después de todo, él es algo especial. Todo el mundo lo dice. –Le dijo Pablo mientras cubría el cuerpo de su amigo con una manta y luego se sentara junto a él.
–Tú no lo entiendes. Cuando me convierto en esta cosa lo oigo. Oigo una voz que me susurra, que me ordena. No puedo evitarlo. Lo único que siento en ese momento es dolor y odio, y lo único que pasa por mi mente es la idea de matar, matar y devorar. Solo eso deseo, sangre y muerte.
–Encontraremos la forma. Esto solo te pasará las noches de luna llena. Cuando eso pase te traeremos aquí, hasta que podamos encontrar una solución. Un exorcismo tal vez funcione. Algo deberemos hacer.
–No hay nada que hacer Pablo. Tú no puedes comprender no solo sucede las noches de luna llena, he sentido su voz todo el día. A veces pareciera que lo veo. Una imagen negra borrosa, pero con los ojos nítidos y penetrantes, observándome fijamente. Susurrándome. Lo único que puedo hacer es morir.
–No digas esas cosas. No voy a dejar que te mueras. Ya perdí a un hermano, no volveré a perder otro. –Le dijo mientras apoyaba su mano en el hombro de su amigo y el brillo de una lágrima reflejando la luz de la vela frente a ellos apareció en su rostro. –Jonathan encontrará la forma.
–La vida nunca ha sido justa con mi hermano ni conmigo. A veces pienso que estamos condenados al sufrimiento. No creo que esta vez sea distinto. –Su rostro reflejó una profunda pena causada por dolores que iban más allá de esa noche. Horrores de su infancia que insistían en volver de manera empecinada para recordarle que nunca sería feliz.
–Escucha. Lo sé, la vida es dura. Pasan cosas malas. No puedo ni imaginarme por las cosas que has atravesado. Las cosas que te han hecho a ti y a tu hermano. Pero debemos ser fuertes y levantarnos. Debemos luchar. Y no importa lo que digas, no dejaré que nada te pase. Aunque deba ir yo mismo a buscar al demonio que te libere. Lo haré sin pensar, porque luego de la muerte de mi hermano, que mi padre se separaran, tu haz sido el único que pude llamar amigo y no voy a perderte.
Los amigos permanecieron en silencio. La noche estaba llena de horrores, pero allí, entre las paredes destartaladas del viejo granero, al menos se tenían el uno al otro. Un lazo de amistad inquebrantable los unía. Permanecieron contemplando la tempestad que se abatía sobre los campos a través de los vidrios cubiertos de telarañas de la pequeña ventana frente a ellos, mientras las brisas frías y melancólicas que se colaban entre las tablas secaban sus lágrimas.
3
El silencio de la comisaría solo era interrumpido por las oraciones del sacerdote, quien luego de que el comisario Peterson se había marchado comenzó a rezar nuevamente. Arrodillado, con las manos apretadas con fuerza, miraba fijamente la pared mientras imploraba a Dios que le permitiera ayudarlo en su tarea.
Desde fuera de la celda, el cabo Cruz y los agentes Benítez y Quiroga lo escuchaban atentamente.
Benítez traía colgado un gran crucifijo metálico que su madre le había obsequiado de niño. Lo apretaba con fuerza mientras sentía un ligero temblor en sus piernas. Algo en aquel sacerdote, y algo en aquella noche tormentosa, le hacían pensar que algo terrible estaba a punto de ocurrir. A pesar de ser un joven poco creyente, las cosas que fueron pasando en su tranquilo pueblo, le hicieron replantearse profundamente sus creencias.
Sumido en un miedo profundo e inentendible, se arrodilló junto a la celda y tomando su crucifijo acompañó al sacerdote en su oración. Al cabo de unos instantes Cruz y Quiroga hicieron lo mismo. Allí estaban los tres policías, presas de un temor que los desbordaba acudiendo a la oración con la esperanza que los protegiera.
El sonido de la puerta principal abriéndose precipitadamente los sobresalto. La oración se interrumpió. – ¿Hay alguien aquí? –Gritó alguien desesperado y agitado. – ¿Jefe? ¿Se encuentra usted aquí?
Los agentes salieron rápidamente al encuentro de aquel visitante inesperado desenfundando sus pistolas. Allí estaba el agente Ramírez, completamente empapado, inclinado con las manos puestas en sus rodillas intentando recuperar el aliento. Parecía que había recorrido una gran distancia corriendo en la tormenta.
–Eres tú Ramírez. Nos preguntábamos donde demonios de habías metido. –Le dijo el cabo Cruz con cierto enojo en su voz. Pero Ramírez no respondió, estaba demasiado cansado, demasiado tenso y sobre todo demasiado asustado. Se podía notar como sus manos temblaban sin control. Su rostro estaba espeluznantemente pálido como alguien que hubiera visto un fantasma en una noche oscura.
–Necesito hablar con el Jefe. ¿Dónde se encuentra? –Dijo con la voz entrecortada cuando finalmente recuperó algo de aliento.
–Lo siento. Ha salido. Él fue junto con López y el sargento a casa de los Stevenson, creo que algo malo ocurrió allí. –Le contestó Cruz sintiendo nuevamente un profundo miedo al ver la desesperación en el rostro de su compañero. –Dinos que sucede.
–Tenemos que avisarle. Es muy importante que hable con él.
– ¿De qué hablas? Dinos por favor. –Preguntó Benítez quien no dejaba de apretar con fuerza el crucifijo. Pero Ramírez nuevamente se quedó sin aliento. Se sujetaba los pulmones mientras intentaba respirar lentamente para volver a calmarse.
–Hijo. Acércate. –Se escuchó la voz del sacerdote llamándole desde su celda. –Ven hijo. Sé que tienes una carga muy pesada. Si realmente quieres ayudar a tu pueblo acércate. La noche es fría y llena de temores, solo en Dios encontrarás la calma.
Ramírez miró a sus compañeros. Estos asintieron indicándole que se acercara. Aunque dudó por un momento, finalmente se acercó hasta las celdas.
–Acércate. –le indico el padre Bernard Müller parado junto a los barrotes de su prisión.
Ramírez se acercó, se paró frente a él. Estaba exhausto y al borde de un colapso como lo estaría alguien que estuviera a punto de caer en un estado de shock. Intentó hablar pero sus labios se estremecían. Sus piernas temblaban hasta que finalmente cedieron y cayó arrodillado.
El padre se arrodilló frente a él y sacando su mano entre los barrotes se la apoyó en la frente. –Cálmate hijo mío. Dios está contigo.
Ramírez no lo pudo explicar, pero en ese momento sintió una profunda paz. Sintió como que estaba ante algo divino. Sus manos dejaron de temblar y su respiración se calmó. –Ahora dinos que has visto. –Volvió a preguntar el sacerdote.
–Hay otra bestia. Alguien más ha sido infectado con esta maldición y hay personas que la están encubriendo.
– ¿Qué? ¿Quién es? Debemos hacer algo de inmediato. –Preguntó impactado el cabo Cruz.
–Es el más pequeño de los hermanos Jakov. Fue mordido la otra noche que fue atacado en su casa. Y el agente López lo ocultó.
–Cuéntanos todo lo que sabes. –Le insistió el Padre Bernard mientras se tocaba su barbilla con tono de preocupación. Benítez le dio un beso a su crucifijo.
–Ese maldito López. Está jugando con la vida de todos. El jefe tenía razón en odiar a los Jakov. Esa familia está maldita. –Bramó Quiroga con enojo.
–Aquella tarde que López me acercó hasta mi casa...–Prosiguió Ramírez. –Por el camino se encontró con el mayor de los Jakov y con el sujeto de la radio, hablaban en vos baja pero logré oírlos. El pequeño se había transformado en una de esas cosas por la noche y había escapado. López me advirtió que no dijera nada a nadie y partió a buscarlo con los demás. Esta tarde decidí seguirlos. Hallaron al pequeño y lo llevaron a un viejo granero en la propiedad de los Jakov. Alejado de la vista, limitando con la selva. Me escondí entre los árboles y esperé. La tormenta se acercaba. Finalmente, López se fue. Solamente quedaron los dos hermanos y el hijo del Jefe.
–El Comisario estará furioso si se entera que su hijo está metido en esto. También estará enfurecido con López. Su mano derecha le oculta algo tan importante. Ese maldito. –Interrumpió Quiroga.
–Entonces me acerqué. Muy despacio y espié entre un pequeño espacio entre las tablas. Al principio no pude ver nada. Todo dentro estaba oscuro. Pero entonces encendieron una vela y vi al pequeño. Estaba encadenado como un animal salvaje. Su hermano estaba a su lado. Entonces la luna salió. El pequeño se retorció de una manera espeluznante, con contorciones que quebrarían los huesos de cualquier persona. Entre gritos de dolor el cuerpo del niño fue cambiando. Todo en el creció, su cabeza se trasformó en la de un lobo. Su cuerpo se hizo descomunal, cubierto completamente de pelos, sus dientes... no... ya no eran dientes, eran enormes colmillos y sus ojos se convirtieron en algo que me aterrará en mis pesadillas el resto de mi vida.
–Dime una cosa. –Le preguntó el sacerdote. – ¿El niño sigue allí?
–Si. Las cadenas lo contuvieron. Estuve aterrado, a punto de echarme a correr, cuando vi que el hermano mayor se fue. Solo el niño Peterson permaneció con la criatura. Pensé en entrar yo mismo y acabar con la bestia, después de todo estaba encadenada, pero entonces algo paso. La tormenta se desató y cuando las nubes cubrieron la luna esa cosa volvió a ser un niño. No me pregunte como, pero allí estaba nuevamente un niño indefenso. Desenfundé la pistola. Estuve a punto de entrar, pero no tuve la fuerza. No me atreví a pesar de saber que era algo que debía hacerse.
–No te sientas mal. Haz sido valiente. No hay necesidad de condenar tu alma matando a un niño. –Le contestó el sacerdote. –Muchas muertes han asolado nuestro querido pueblo. Demasiadas almas se han perdido. No es justo que sacrifiques la tuya. Déjame hacerlo.
Los policías se miraron unos a otros. Ninguno sabía bien que hacer. El Jefe se había marchado. Solo estaban ellos y ahora había otra bestia allí afuera. Ninguno era lo suficientemente valiente para hacer lo que se debía hacer.
–Escúchenme hijos míos. Sé muy bien lo que les estoy pidiendo. No es algo fácil de hacer, pero debe hacerse. No podemos dejar que el demonio gane y esparza su maldad como una plaga sobre estas tierras. Aquel niño debe morir. Su alma está corrompida por el mal, esto nunca terminará a menos que lo detengamos.
–Padre no podemos dejarlo ir. –Le contestó Cruz apenado.
–Si no lo hacen muchos morirán esta noche. Solo déjenme cumplir con mi misión, luego de ello me entregaré nuevamente. Acompáñenme en esto y juntos salvaremos al pueblo.
Todos se miraron nuevamente. Ninguno hablaba, parecían mantener una comunicación basándose únicamente en su mirada. Sabían que no podían hacerlo, sin embargo el sacerdote poco a poco los fue convenciendo de que tenía una tarea que hacer, una tarea ordenada por Dios en persona. Ahora entendían porque había matado a esa niña. Sus palabras cobraron un revelador sentido y ya no pudieron resistirse. El cabo fue por las llaves de la celda. Una sonrisa se dibujó en el rostro del joven sacerdote.
La celda que lo mantenía prisionero finalmente estuvo abierta. El padre Müller comenzó a caminar hacia la salida. Los policías solo se limitaron a mirar mientras se alejaba. De pronto se detuvo y volteó. –Síganme hermanos. Esta noche esparciremos la justicia de Dios. –Les dijo mientras extendía su mano invitándolos a seguirlo hacía la oscuridad de la noche.
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