Capítulo 14
2 de diciembre de 1999
Segunda noche de luna llena
E
l aire se tornaba cada vez más espeso, casi irrespirable, mientras una espesa niebla se dejaba caer sobre el Pueblo. Las lluvias de la mañana habían cesado abruptamente. El intenso calor que las siguió hizo que el vapor se elevara desde los amarronados charcos y tornara el ambiente cada vez sofocante. Cuando caía el atardecer y la oscuridad iba apoderándose lentamente de todo, ya no queda absolutamente ninguna persona deambulando por San Antonio. Nadie se atrevería a salir esa noche. La noticia de la terrible muerte de los Tello se esparció a cada rincón del pueblo y con ella también se esparció el miedo. El terror de ser las siguientes víctimas se extendió como una enfermedad imparable llenando los corazones de los pobladores. Todas las familias permanecieron en sus hogares, cerraron y trabaron con lo que tuvieran a su alcance todas las puertas y ventanas.
Las horas pasaban y el ambiente era cada vez más tenso. El viento agitaba las copas de los arboles creando sonidos espeluznantes. Los perros ladraban sin control como si estuvieran poseídos y la niebla fue haciéndose cada vez más espesa impidiendo toda visibilidad, dando al pueblo un aspecto aún más aterrador y solitario.
El corazón de los pobladores pareció detenerse cuando el reloj marcó la medianoche. Los ladridos cesaron de manera repentina como si algo hubiera espantado de muerte a los pobres perros. El viento redujo su intensidad y se produjo un siniestro silencio. Fue en ese momento que se pudo escuchar el temible aullido de la bestia, tan potente que pudo oírse hasta en el hogar más lejano del poblado.
Los aullidos se sucedían uno tras otro como un lamento infernal.
– Eso se oyó muy cerca. – le dijo un asustado Franco a su hermano.
– No te preocupes. Debe ser solo el viejo perro de los vecinos. – Le respondió Jonathan intentando calmarlo sin éxito.
– No es el perro del vecino. Ningún perro aúlla de esa manera. Escúchalos. – Le respondió el pequeño mientras permanecía mirando con preocupación desde la ventana intentando ver aquella cosa.
– Sal de ahí. Sea lo que sea es mejor no llamar la atención. Y no te preocupes tanto hermano, aquí estamos a salvo. – Le dijo Jonathan señalando el gran ropero que habían colocado con gran dificultad en la puerta principal.
Los aullidos no cesaban, aquel ser del averno parecía desafiar a los pobladores a ir tras él. Todos observaron por sus ventanas intentando ver a la criatura, pero no lo conseguían, la oscuridad reinante la ocultaba con su negro manto.
En la comisaria del pueblo Tom le recriminaba enfurecido a su personal.
– ¡Malditos cobardes! Tenemos que salir a matar a esa condenada bestia. ¡Sea lo que sea! – Les recriminaba a sus agentes mientras golpeaba su escritorio con el puño.
– Pero Jefe. Usted mismo le disparó a esa cosa y las balas no le hicieron nada. Si salimos el hombre lobo nos matará como a las niñas. No estamos preparados para esto. – Intentaba convencerlo el Sargento Vega espantado de muerte.
– ¡Me importa un carajo! No podemos dejar que esa cosa se pasee por el pueblo sin hacer nada. ¡Somos la policía maldita sea! Esa cosa es solo un animal. Si nosotros no protegemos a las personas ¿Quién lo hará? No pienso dejar que sigan muriendo inocentes. – Volvía a recriminar el comisario, pero sus agentes no estaban dispuestos a salir.
Entonces unos fuertes golpes en la puerta de la comisaría interrumpieron la discusión. Los policías cargan sus armas y se dirigen hacia la entrada.
– ¿Quién es? – grita Tom con tono intimidante.
– Soy yo. Pedro. Pedro Stevenson.
Tom abre lentamente la puerta y ahí estaba, el señor Stevenson, portando su viejo rifle. Su cara presentaba el cansancio de varias noches en vela, pero su intensa mirada no reflejaba cansancio ni abatimiento, sus ojos parecían resplandecer llenos de una profunda ira.
– ¿Qué demonios creen que hacen escondidos como unas sucias ratas en lugar de ir tras de esa cosa que mató a mis pequeñas? – les recriminó furioso.
Los agentes solo pudieron agachar la cabeza en señal de vergüenza. Frente a ellos tenían al padre de dos pequeñas cruelmente asesinadas en busca de justicia y ellos, solo pensaban en esconderse.
– Tienes razón Pedro. Hay que ir a matar esa maldita cosa. – Le contesta Tom mientras va en busca de una escopeta y coloca su viejo revolver en su cintura.
– He escuchado que esa cosa es un hombre lobo. Dime. ¿Es eso cierto?
–Pedro, realmente no sé qué era esa cosa. Era un monstruo. Es algo que jamás había visto ni en mis peores pesadillas. Le disparé directamente pero no le he hecho daño alguno. Solo puedo decirte que esa criatura no era humana.
–Pues bien. Humana o no. Esa cosa se muere hoy. Pagará por lo que les ha hecho a mis niñas.
–Pero Pedro, necesitamos algo más si queremos acabar con esa bestia.
–¿Que no sabes nada de hombres lobo? Solo necesitamos balas de plata. – le dice Pedro mientras arroja en el suelo un pequeño bolso de tela negro con muchas municiones. – Las fabrique especialmente para ese bastardo. ¿Vendrás conmigo o no?
Tom busca un viejo rifle Winchester en la sala de armas de la comisaría, se coloca su correaje, su pistola reglamentaria calibre 9 milímetros y un revólver calibre 45. – Por supuesto que iré. – le contesta.
–López. Permanece atento a la radio. Si necesito tu ayuda te llamaré. Solo intenta que estos cobardes no huyan despavoridos. –Le indico Tom antes de salir de la comisaría. Javier asintió con la cabeza, aliviado de que no lo hayan arrastrado a esa misión casi suicida. Aun recordaba aquellas enormes fauces acercándose hacia él.
Los demás agentes no se atrevieron a salir. – Es una Locura. Van a terminar muertos. –decía en voz baja el agente Aguirre mirando por la ventana mientras su jefe y el señor Stevenson se subían en la vieja Land Rover y partían en busca de la bestia.
Los aullidos continuaban incesantes. Los hombres los siguen y se percatan que provienen desde el viejo cementerio. Se podían escuchar las puertas de los nichos abriéndose abruptamente. Sonidos de los pesados cajones de madera cayendo al suelo mientras el hombre lobo devoraba los todavía frescos cuerpos que resguardaban.
El comisario y Peter llegaron al cementerio. Una parpadeante luz en la entrada era la única iluminación que tenía el enorme campo santo. La oscuridad y la niebla ocultaban a la criatura, que con sus aullidos parecía llamar a los dos hombres.
Los hombres descendieron del vehículo, cargaron sus armas y se dispusieron a entrar. Tom se puso su vieja gorra de color negro que cubría sus grises cabellos, se secó la transpiración de su rostro cubierto por una gruesa barba gris, tomó una gran linterna con las baterías nuevas que había comprado esa misma tarde, y atravesó el umbral del cementerio seguido de cerca por el señor Stevenson.
No había duda, ambos hombres eran muy valientes. Tom estaba decidido a no permitir que absolutamente nadie, sea bestia o humano perturbe la paz del pueblo, paz de la que él era el responsable, mientras que Pedro se encontraba enceguecido por sus deseos de venganza.
El viejo cementerio se encontraba a las afueras del poblado, instalado cerca de los restos de una antigua reducción Jesuita, cuyas ruinas todavía pueden encontrarse en los alrededores cubiertas por la espesa selva. Se dice que algunas tumbas tenían más de doscientos años. Las antiguas lapidas y nichos descuidados, le daban un aspecto sombrío y abandonado. Se decía que el cementerio se había convertido un lugar frecuente para quienes llevaban a cabo brujerías y ritos satánicos. Por ello no era de extrañar que la bestia merodeara por allí atraído por oscuras fuerzas.
Al mirar hacia el costado del cementerio, Tom observa los restos quemados de una antigua casa abandonada que pertenecía al viejo cuidador del cementerio. Nadie más la había habitado desde que aquel hombre había enloquecido y matado a su propia hija. Tom lo recordaba vívidamente, porque aquel hombre era su amigo. Recordó entonces aquella mañana de verano, era muy temprano, el sol apenas había salido hacía unos minutos. Tom se dirigía con su camioneta en busca de un niño desaparecido, al llegar encontró la casa incendiándose. Se baja de la camioneta y se acerca. Horrorizado descubre el cuerpo desnudo y sin vida del joven Smith, desparecido hacía unos días. Tom desenfundó su arma. El cuerpo tenía varios cortes, se encontraba quemado y tenía un hacha clavada en su pecho. Pedro caminó unos metros hacia el costado de la vieja casa que comenzaba a ceder consumida por las llamas. Allí estaba su amigo, arrodillado. Su cuerpo completamente quemado. Lloraba amargamente.
–Liam. ¿Qué haz hecho? –Preguntó Tom apuntándolo con el arma.
–Mátame Tom. Por favor. –Suplicó aquel hombre.
–¿Qué haz hecho? –Vuelve a preguntar.
El hombre tiene algo sujetado entre sus brazos. Tom se acerca y descubre espantado, que entre sus brazos tenía el cuerpo de su pequeña. Una gran mancha roja afloraba de su pecho donde un enorme puñal se encontraba clavado.
–¡Abby! ¡Dios mío! ¿qué has hecho maldito? Haz matado a tu propia hija.
–No tuve elección. Aquel muchacho era un monstruo. Tuve que matarlo. Y mi niña. Mi niña estaba poseída por un demonio. Tuve que hacerlo Tom. Tuve que hacerlo por ella. Ahora el dolor es insoportable. Por favor mátame.
–Te has vuelto completamente loco. ¡Eres un monstruo!
–¡Mátame! –Gritó el hombre suplicante.
Tom corrió hacia atrás el martillo de su arma listo para disparar. Su mano temblaba mientras el cañón apuntaba hacia la cabeza de su amigo. De pronto el sonido de un disparo interrumpió el silencio de la mañana haciendo que su eco se propagara por toda la selva.
–Lamento no haberte creído. –Murmuró Tom en voz baja mientras continuaba adentrándose en el cementerio.
Los hombres caminaban con lentitud procurando no tropezarse con la gran cantidad de tumbas que parecían formar un intrincado laberinto.
– Maldita sea. No se puede ver nada. – decía Tom mientras alumbraba inútilmente con su linterna intentando ver a la criatura.
De pronto se escuchaban pisadas que se acercaban. Tom y Peter se detuvieron intentando detectar su origen. Un horroroso rugido se escuchó muy cerca. La bestia se aproximaba.
Tom, toma su pañuelo y seca nuevamente su rostro empapado completamente de sudor. Un leve temblor le recorría su mano que apretaba cada vez más el cañón de su arma.
–¡Ven aquí bestia!!- gritó Pedro – Trae aquí tu horrible rostro. Vas a pagar por lo que le hiciste a mis hijas. –decía enfurecido mientras apuntaba hacia la impenetrable niebla.
El terrible rugido se escuchó nuevamente, esta vez detrás de ellos. Se dan vuelta rápidamente y apuntan hacia la oscuridad, pero no logran ver nada.
De pronto la bestia emerge detrás de un antiguo nicho. Su enorme tamaño los deja impactados. Tenía más de dos metros de altura. Su enorme y musculoso cuerpo cubierto de un grueso y sucio pelaje negro le daba un aspecto imponente. Su enorme hocico del cual sobresalían sus enormes colmillos parecía sacado de la más horrible pesadilla. Pero lo más intimidante era su temible mirada llena de ira. Esos grandes ojos eran inconfundiblemente humanos, miraban fijamente a los dos hombres frente a él. La criatura parecía disfrutar la sangre fresca que estaba a punto de probar.
El comisario no se intimida y dispara. La bestia soltó un fuerte quejido, que sonó como si fuera emitido por un hombre y volvió a desaparecer entre la niebla de la que había surgido.
Ambos siguieron disparando hacia la oscuridad esta vez sin obtener resultado.
– Vamos. Tenemos que alcanzarlo. –Gritaba Pedro mientras ambos corrían casi a ciegas entre las tumbas.
Finalmente llegaron al final del cementerio. No había rastros del hombre lobo. Sus corazones latían tan fuertemente que parecía que saldrían por sus gargantas.
–Consiguió escapar el muy bastardo, pero le acerté un tiro directo. Debe estar herido. - Dijo Tom mientras alumbraba hacia la selva que se alzaba tras el osario.
Luego de buscar sin éxito volvieron a la camioneta. Allí permanecieron en absoluto silencio pensando en lo que había pasado. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Tom.
– Sé que le he acertado, debe estar herido, quizá hasta esté muerto.
Pero un terrible aullido, esta vez proveniente del pueblo lo interrumpió. La bestia seguía viva.
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