Capítulo 5: Encandilada
Ya transcurrieron dos semanas desde mi cumpleaños, dos semanas desde que me enteré de mi habilidad, dos semanas desde que "conocí" (por decirlo de alguna manera) a William... dos semanas desde que me obsesioné completamente con este hombre que cada día llego a querer un poco más.
Hablamos a diario y me tiene encandilada. Me maravilla con sus historias, escucharlo es tan excitante como leer una novela. A menudo cierro los ojos e intento imaginar que él está a mi lado, que no hay un mundo que nos separe.
Ya lo puse al corriente de todo lo que sé, de todo excepto aquello que me tortura día y noche.
Es curioso como el tiempo es una cosa que todos damos por hecha y en la que nunca pensamos, sin embargo no podríamos estar más equivocados. El tiempo es una máquina inconstante, el reloj un artilugio extraño que con un solo movimiento de sus agujas puede cambiarnos la vida por completo.
Tengo terror de que algo le pase a William, de que ese maldito sueño que ha sido más que recurrente estos días se vuelva realidad. Lo primero que hago al despertarme es intentar comunicarme con él para ver cómo está. Y cuando dice que tiene que salir, estoy todo el día con el corazón en la boca. ¡No puedo más vivir así!
Como tengo el día libre, me dirijo a la biblioteca local en busca de información sobre el Museo de la Rosa. Katherine, la bibliotecaria, me recibe con una sonrisa y me indica qué volúmenes pueden tener información relevante. Ya he buscado algunas cosas en internet, pero a veces es necesario volver a los orígenes. Además el lugar es un sueño, y tiene un parque inmenso, con diferentes tipos de asientos, para que uno lleve allí sus libros de consulta y se sumerja en sus páginas en silencio y rodeados de naturaleza. Es como una pequeña burbuja de aire puro en la ciudad.
Libros en mano, elijo una especie de diván bajo un cerezo y comienzo mi lectura. No hay nadie a mi alrededor.
Lo primero que encuentro es una descripción de la fachada del lugar, y al leerla, no puedo evitar representar en mi cabeza la mansión de mi sueño. Casi sin temor a equivocarme, diría que el accidente tendrá lugar en la puerta de su propiedad.
Después de un rato cierro mis ojos un momento, para disfrutar de la brisa matutina. De pronto, escucho el galopar de un caballo. ¿Qué demonios hace un caballo en el parque de la biblioteca?
Abro los ojos y me encuentro de pie en el medio de un camino de tierra, a uno de sus costados se extiende una gran arboleda y al otro, un conjunto de casas de época digno de película.
El viento me tira el cabello en la cara y cuando levanto mi mano para acomodarlo, veo las hebras doradas frente a mis ojos.
¡Doradas! ¿Doradas? ¡¿Estoy rubia de nuevo?!
Me palpo la cabeza como si eso pudiera darme una explicación a algo de lo que está ocurriendo. En eso recuerdo el sonido del caballo, y al levantar la mirada encuentro a un jinete desmontando del mismo frente a mí. Va vestido elegantemente y con un sombrero sobre su rubia cabellera.
¡Dios mío! ¡Por todos los santos! ¡Viajé al pasado!
─ ¿Se encuentra usted bien, señorita... ─ hace un gesto con su mano invitándome a darle mi apellido, por lo que lo hago sin más.
─ Donovan. Sí, estoy bien... sólo algo confundida.
─ Yo también lo estaría ─ me dice con una sonrisa ladeada ─ ¿Qué le ha sucedido a su atuendo? ¡Nunca vi nada igual! No se ofenda, pero no creo que sea una vestimenta apropiada para una señorita.
Miro mi cuerpo y me encuentro con mis zapatillas de lona, calzas negras y una blusa sin mangas. ¡Pobre hombre! ¡Debo parecerle una exhibicionista! En este tiempo, vestir así y estar desnuda son casi la misma cosa.
─ Lo siento, sepa disculparme ─ respondo intentando imitar las formas de la época ─ Me he enganchado el vestido en una rama y al intentar zafarme quedó destrozado... por eso me encuentro de esta guisa, solo con mis enaguas. ¡Qué vergüenza!
─ No se preocupe, Señorita Donovan... por fortuna no se ha lastimado usted. Aguarde un momento ─ se dirije a su caballo y saca de una alforja una manta que me extiende por encima de los hombros de manera galante ─ Cúbrase con esto.
─ ¡Gracias! Es usted muy amable, señor...
─ ¡Oh, mil disculpas! ¡Qué modales los míos! Soy el señor Austen... Henry Austen, a su servicio ─ toma mi mano y me da un suave beso.
─ ¡Henry! ─ sueno demasiado efusiva y evidentemente eso lo perturba, por lo que intento remediar la situación ─ ¡Lo siento, no quise ser impertinente! Es que yo... yo conozco a su hermana Jane, y me ha hablado mucho de usted. Me sorprendió, eso es todo.
─ ¡Qué extraño! Nunca la oí nombrarla, a no ser que lo haya hecho por su nombre de pila...
─ Soy Margaret, pero no creo que me haya nombrado. Ya nos conoce a las mujeres, solemos ser reservadas con el sexo opuesto, aunque se trate de nuestros hermanos ─ mi respuesta parece convencerlo ya que me regala otra sonrisa y suaviza su expresión ─ Disculpe, pero usted conoce al Señor Darcy, ¿verdad?
─ ¿A William Darcy? ¡Por supuesto, señorita! Es uno de mis amigos más entrañables. ¿Por qué lo pregunta?
─ Es que, mi padre me dio un encargo para él, me preguntaba si usted podría indicarme el camino a su propiedad.
─ Ehh, sí, claro ─ responde dubitativo ─ es aquella casa que se ve tras la colina ─ dice señalando al lugar ─ pero lamentablemente el señor Darcy no se encuentra allí, hoy temprano partió para Londres y no regresará hasta la noche. Yo vine a asistirlo en algunos asuntos. ¿Puedo hacer algo por usted?
─ Solo dígale que Margaret Donovan estuvo por aquí y que, por favor se comunique conmigo, él sabe como localizarme. ¿Puede ser?
─ Delo por hecho. Un placer, señorita Donovan ─ saluda agachando la cabeza y tocando su sombrero. Se da vuelta y de un ágil salto se encuentra arriba del caballo.
La brisa me envuelve, cegándome por completo. Cuando puedo ver de nuevo, me encuentro otra vez en mi tiempo, con mi cabello violeta y los libros a mi lado... como si nada hubiese ocurrido. ¡Qué susto se debe haber pegado el pobre Henry al voltear y ya no encontrarme allí!
Siento una emoción y una adrenalina difíciles de explicar. ¡Pude transportarme!
Recojo mis cosas a toda prisa y vuelvo a casa. Intento comunicarme con Will pero es imposible. Como dijo Henry, está en Londres... así que seguramente se encuentre rodeado de gente.
Me preparo algo de almorzar y decido llamar a Marmee. Me siento realmente agotada y tengo miedo de que sea algún efecto del "viaje". Tras un par de tonos, finalmente responde.
─ Hola, Diasy. ¿Todo bien?
─ ¡Marmee! ¡Lo hice! ¡Estuve en Southampton, en 1810! ─ digo atropelladamente.
─ ¿En serio, cariño? ¿Cómo fue?
─ Fue extraño, yo no pude manejarlo... así como fui al rato volví, sin siquiera pensarlo.
─ Eso es normal, siempre es así la primera vez... verás que en adelante podrás elegir vos el momento que creas oportuno. ¿Viste a ese tal William? ─ inquirió.
─ ¡No! ¡Pero vi a Henry Austen... el hermano de Jane! ¿No es una locura?
─ En verdad lo es ─ responde riendo ─ El destino no te podría haber llevado a una época más acertada... ahora cobra sentido lo mucho que me torturaste todos estos años con los libros y las películas basadas en Jane Austen...
Ambas echamos a reír, y luego paso a contarle todo con lujo de detalles.
─ Lo único es que me siento completamente agotada, mareada... no sé, estoy rara ─ concluyo.
─ Eso también es normal, tenés que acostarte a dormir un rato. Cuando te levantes vas a estar como nueva.
Una vez más decido hacerle caso a mi abuela y voy directo a la cama mientras, poco a poco algo parecido a un plan va tomando forma en mi cabeza.
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