2.- Profecía
No importaba qué tantas veces Viktor entrara al castillo de Leroy, seguía maravillándose. Decir que era lujoso era quedarse muy corto, especialmente desde el punto de vista de alguien que creció en una pequeña cabaña en un poblado sin importancia.
Viktor había recorrido un largo camino desde entonces. Tras perderlo todo durante la guerra, decidió enlistarse en el ejército y reinventarse a sí mismo, dejando atrás su pasado y su dolor, teniendo éxito, puesto que en apenas algunos años logró que lo nombraran como capitán del ejército del Reino de Leroy. Ingenuamente, Viktor supuso que su nueva posición vendría acompañado de prestigio, reconocimiento, riquezas y aceptación. Sin embargo...
Un coro de risas atrajo la atención del capitán. Algunos de sus soldados se encontraban sentados en el suelo; reían y bromeaban. Con el fin de estar más cómodos, los hombres se sacaron los cascos y las armaduras, y dejaron sus armas apiladas a mitad del pasillo, donde cualquiera que pasara por ahí podría tropezar o, peor aún, robarlas. Viktor rodó los ojos y emitió un sonido mezcla de gruñido y suspiro para descargar su frustración, y acto seguido caminó hacia ellos. El sonido de sus pasos alertó a los soldados, que se pusieron de pie en un instante nada más reconocerlo. Ni siquiera se molestaron en ponerse los casos, optando por hacer un apresurado saludo de tipo militar que en lo absoluto menguó la molestia de su capitán.
─Buen día, caballeros. ¿Saben si hay alguna novedad?
Los otros intercambiaron una mirada, encontrando muy sospechoso el tono calmo de Nikiforov. Finalmente, un joven de cabello castaño dio un paso al frente. Aunque Viktor no recordaba su nombre, lo identificó como el hijo menor de un duque.
─No. Las puertas siguen cerradas. No hay nada nuevo que reportar... ─Uno de sus compañeros carraspeó discretamente─. Señor.
Por la forma tan forzada en que fue pronunciado lo último, Viktor dedujo que aquel chico era uno de los tantos inconformes con él, que lo obedecían no por gusto o respeto, sino porque no tenían otra opción. Buena parte de sus hombres provenían de familias nobles o con una importante tradición militar y no aprobaban que alguien como él estuviera al mando. Especialmente porque, desde su punto de vista, Viktor favorecía a los plebeyos, a los inferiores. Él era consciente de la lluvia de quejas que el rey recibió al respecto, pero Alain se las arreglaba para calmarlos ya que por eso justamente es que lo eligió para desempeñarse como capitán. No era un secreto que, tras la guerra, la monarquía pasaba por un mal momento y requerían de todos los artilugios posibles para recuperar su popularidad si esperaban mantenerse en el trono. Si bien la nobleza mantenía su poder, los plebeyos los superaban en número y, a su manera, gozaban de una influencia mayor en la figura de líderes rebeldes que buscaban organizar a la gente para derrocar a la familia real. Si las cosas seguían así, Viktor estaba convencido que tarde o temprano se vería obligado a convertirse en el peón de los nobles para conservar su posición.
El rechinar de una pesada puerta les indicó que la sala del Oráculo se había abierto. Los soldados se atropellaron para recoger sus cascos y armas, y uno de ellos tropezó y terminó en el suelo. Viktor resistió el impulso de darse una fuerte palmada en la frente, si bien no fue necesario ya que el enfado de la persona que acababa de salir de la sala era aún más grande que el suyo.
Yakov Feltsman, el principal ministro del rey, les lanzó a los soldados una mirada reprobatoria. Sin embargo, en lugar de regañarlos, el hombre dirigió su semblante severo al capitán.
─Ven conmigo, ahora.
Tras lo cual se dio la media vuelta y empezó a caminar de vuelta hacia la sala, deteniéndose para revisar si el otro lo seguía, lo que confundió a Viktor.
─Alístense y mantengan sus posiciones ─instruyó Viktor a los soldados para después seguir a Yakov─. ¿Qué ocurre? Te conozco, nunca habrías desperdiciado la oportunidad de regañar a alguien por irresponsable y no tomar en serio su trabajo ─expresó, señalando con un discreto movimiento de cabeza a sus hombres─. O ya que estamos, a mí, por no ser lo bastante severo con ellos.
Yakov simplemente frunció el ceño, y aunque ese era un gesto muy común en él, el que guardara silencio le informó a Viktor mucho más que mil palabras. Debía tratarse de algo muy serio, como para que Yakov no lo reprendiera, y podía hacerse una idea acerca de qué podría ser.
─Voy a suponer que la profecía de Lady Altin no tuvo nada que ver con el color del traje que el príncipe usará en su boda.
El ministro se frenó y se giró para contemplarlo con gesto ofendido. Viktor estaba seguro que entonces le gritaría por bromear con lo que, sospechaba, era un asunto de suma gravedad, pero se equivocó. Yakov resopló y se pasó una mano por la amplia frente, evidentemente agobiado, y le quitó a Viktor las ganas de bromear.
─No puedo comentar nada aquí. Las paredes tienen oídos.
─Entonces, ¿es así de malo?
─Sí, Vitya. Es así de malo. Ahora, por primera vez en tu vida, guarda silencio y sígueme.
Fue lo último que pronunció Yakov en el resto del camino, y Viktor tampoco se atrevió a hacer ningún otro comentario.
Cuando finalmente entraron en la sala, la vista de Viktor se desvió instantáneamente a las elegantes fuentes, las magníficas escultura y los espléndidos vitrales por los que se filtraba la luz. Representaban a los Oráculos previos, tanto hombres como mujeres de extraordinaria habilidad mágica y grandes conocimientos que sirvieron en su momento al reino de Leroy y a la familia gobernante. De entre ellos, uno se distinguía por estar cubierto por una cortina negra y al instante adivinó que se trataba del Oráculo anterior, Minako Okukawa, quién fuera despedida en favor de Zarina Altin.
─Ya que estamos todos reunidos, podemos empezar.
El rey Alain Leroy fue el primero en hablar. A su lado se encontraban su esposa y su hijo mayor. El Oráculo estaba en el otro extremo de la habitación, sentada sobre un mullido cojín. A una señal del monarca, un joven de expresión seria le acercó a Lady Altin un cuenco del que manaban unos tenues vapores. La mujer cerró los ojos y realizó una serie de inspiraciones profundas. Cuando al cabo de unos minutos abrió los ojos, los tenía completamente en blanco.
─Veo un futuro obscuro. Una nube negra que se extiende como una enfermedad desde el Reino de Leroy hasta los confines más remotos y lo arrasa todo a su paso. Nadie se salvará. Y en el centro de las sombras se encuentra una persona, un joven en torno al cual gira el fin del mundo. Su nombre es Yuuri Katsuki.
Zarina Altin se desplomó y el chico a su lado, a quien Viktor de pronto reconoció como el hijo mayor de ella, se apresuró a sujetarla.
─Bueno, ¿qué esperamos? ─dijo un hombre de nariz afilada. Por sus ropas, Viktor dedujo que se trataba del líder de una de las familias de nobles más importantes, aunque no recordó su nombre, de modo que decidió apodarlo "Señor Nariz"─. ¡Hay que encontrarlo antes de que sea demasiado tarde!
─¡Hay que encontrarlo y matarlo! ─exclamó una mujer rubia de peinado sumamente estirado que, al igual que el Señor Nariz, se trataba de otra noble de gran importancia. Viktor la bautizó como "Lady Estirada".
─Padre, yo pienso lo mismo ─expresó el príncipe Jean, y los otros dos nobles asintieron complacidos─. Si se trata de alguien tan peligroso como para poner en peligro al mundo entero, es nuestro deber detenerlo cuanto antes. Y yo personalmente quisiera ofrecerme para esa misión.
El Rey lo consideró seriamente e intercambió una mirada preocupada con su mujer. La Reina Nathalie asintió y le colocó una mano en el hombro. Viktor arqueó las cejas, optando por evaluar la situación en silencio. Fue entonces que alguien más intervino.
─Con todo respeto para Lord Klary, Lady de la Motte y su alteza real, creo que sería un grave error actuar de manera tan precipitada.
Un hombre mayor se levantó de su silla y caminó a paso lento hacia ellos. A diferencia de los otros dos nobles, Viktor lo reconoció al instante como Nikolai Plisetsky, no porque su familia fuera la que poseía más poder de entre toda la nobleza, sino porque Nikolai era de los pocos que lo aceptaban y apoyaban abiertamente en su cargo de capitán a pesar de ser un simple plebeyo. Eso, y porque su nieto, un impetuoso e impertinente jovencito de diecisiete años, era entrenado por Viktor como soldado.
─¿Ha notó algo más en su visión, Lady Altin? ─quiso saber Nikolai.
─Un rápido vistazo a su apariencia. Cabello negro corto, ojos cafés y gafas. Pero aparte de eso ningún rasgo distintivo.
Viktor evitó comentar que aquello no era muy útil. La descripción era demasiado genérica. ¿Cuántos habitantes en el reino existían con dichas características? Sería como buscar una aguja en un pajar, aún si contaban con los registros de la población tardarían en revisarlos y dar con el susodicho suponiendo que fuera originario de Leroy y estuviera anotado ahí.
─Contar con un nombre en concreto y algunos de sus rasgos físicos es un gran avance. Pero, ¿qué más sabemos de él? ¿Qué es lo que vuelve a Yuuri Katsuki tan peligroso, al grado de ser capaz de destruir no solo nuestro reino, sino el mundo entero?
─Concuerdo con Plisetsky ─asintió Yakov, y a Viktor le sorprendió que no hablara antes─. Podría tratarse de un espía de otro reino, o el líder de algún grupo rebelde que busca derrocar a la monarquía. O inclusive, de un mago poderoso que busca hacerse con el control de todo.
Zarina Altin emitió una tosecita discreta. Como la mujer que ostentaba el cargo de Oráculo, la insinuación de que alguien poseyera más habilidad y poder mágico que ella le resultaba aberrante. A juzgar por la forma en que su hijo frunció el ceño, encontró el comentario igual de molesto. Yakov los ignoró.
─Además, debemos considerar qué tanta de esta información haremos pública. La gente espera por escuchar la profecía del Oráculo. ¿Qué creen que sucederá en cuanto descubran que existe una amenaza así?
─Quizás se nos adelanten y lo maten ellos ─intervino Lady Estirada─, y así se acabaría el problema.
─O podríamos precipitar lo que sea que Yuuri Katsuki está planeando ─aspotilló Plisetsky, decidido a fungir como la voz de la razón.
─En ese caso, mejor no contarles nada. Después de todo son sólo plebeyos ─sugirió el Señor Nariz en tono despectivo.
─¡Tenemos que actuar ahora! ─gritó el príncipe Jean─. ¡Vamos, padre! Puedo hacerlo, siempre me has dicho que mi responsabilidad como futuro rey es velar por nuestro reino y que un buen rey no espera, actúa. Estoy bien capacitado. Me he entrenado en combate, esgrima y estrategia; contamos con el apoyo del ejército completo, sin mencionar que Katsuki no tiene ni idea que vamos tras él. ¿Qué tan difícil puede ser atrapar a un solo hombre?
─Escuche a su hijo, Majestad ─indicó Zarina Altin─. Ahora más que nunca es cuando la monarquía debe imponerse y poner el ejemplo a sus súbditos demostrando su fortaleza.
El hijo de Zarina dio la impresión de querer decir algo, sin embargo, su madre lo detuvo con movimiento de cabeza, por lo que el joven se limitó a seguir parado junto a ella cual estatua. A la reina Nathalie, por otro lado, nadie la reprimía.
─¡No, no! Yo me opongo. Si se trata de un individuo tan peligroso como dicen, estarías en un gran riesgo. Eres nuestro hijo, el heredero al trono y de ninguna manera podemos exponerte.
Siguió una discusión entre los presentes. El joven príncipe luchaba por convencer a sus padres de que lo dejaran encargarse del arresto del tal Katsuki, con el Oráculo a su favor, sin que ellos se mostraran del todo de acuerdo. Lord Nariz y Lady Estirada hacían lo propio con Plisetsky y Yakov, conscientes de que estos últimos poseían una mayor influencia sobre el rey que ellos. Para bien o para mal, ambos eran increíblemente tercos. Viktor decidió que era el momento de intervenir y aprovechando que nadie le prestaba atención, desató la funda de su espada del cinturón. Su pequeña treta tuvo el efecto deseado. El arma cayó al suelo produciendo un fuerte ruido metálico que provocó que todos guardaran silencio. Colocando su expresión más inocente, el capitán Nikiforov musitó una disculpa y se apresuró a recogerla.
─Creo que todos ustedes tienen algo de razón. Sí, Katsuki debe ser detenido cuanto antes, la cuestión es... ¿cómo? Si lanzamos un operativo a gran escala podríamos alertarlo y si se siente acorralado, quién sabe de lo que podría ser capaz y correríamos el riesgo de involucrar a gente inocente. Además, hay que considerar lo que vamos a decir a la gente. Informar poco sería tan peligroso como hablar de más. En el primer caso, generaríamos desconfianza y en el segundo, causaríamos histeria. Mi propuesta es la siguiente: la versión que daremos, es que si bien la profecía del Oráculo indica una posible amenaza, la hemos identificado y trabajaremos hasta contenerla. Mientras tanto, yo me ocuparé de liderar la captura de Yuuri Katsuki.
─¿Tú? ─cuestionó el príncipe, desdeñoso.
─Como capitán es mi deber. Soy de la misma opinión que nuestra querida reina en que se debe garantizar la seguridad de la familia real. Pero si está de acuerdo, su alteza, una vez que haya aprehendido a Katsuki y lo traiga hasta la capital, usted será el encargado de interrogarlo y decidir qué hacer con él.
─¡Me parece una gran idea! ─exclamó la reina, feliz de que su hijo no tuviera que involucrarse, aunque a este no le hacía mucha gracia─. ¿Qué opinas, querido?
─Que elegí al hombre correcto como líder del ejército. Capitán Nikiforov, ¿podemos confiar en que cumplirá la misión?
─Por supuesto, sus majestades.
Completó la frase con una educada reverencia que le ayudó para disimular una sonrisita cargada de satisfacción. Tanto el príncipe como él tenían la misma intención: probarles a todos de lo que eran capaces y alcanzar la gloria. La diferencia radicaba en que, sin importar lo que hiciera o dejara de hacer, Jean tendría su palacio, sus riquezas y su derecho a gobernar, a diferencia de Viktor, que todos los días luchaba para ganarse el respeto de los hombres, cimentar su posición y asegurar su futuro. De modo que él necesitaba aquel triunfo mucho más que el príncipe. Si sometía al villano que amenazaba al reino, sería visto como un héroe y obtendría el prestigio y la fortuna que por su origen humilde le eran negadas.
Viktor se despidió respetuosamente y procedió a retirarse, argumentando que necesitaba organizarse, y no era mentira. El tiempo apremiaba y entre más pronto detuviera a Yuuri Katsuki, mejor.
─Vitya.
Una voz a sus espaldas le hizo volverse. Se trataba de Yakov.
─¿Qué estás tramando?
─No sé a qué te refieres. Lo que dije en la sala es justamente lo que pienso hacer.
─No olvides que yo te acogí y te crié después de la guerra, lo que quiere decir que te conozco lo bastante bien como para saber que tus motivos no necesariamente son tan altruistas como aparentan. Esta hubiera sido tu oportunidad para congraciarte con el príncipe ofreciéndole tu apoyo para que trabajaran juntos, pero en lugar de eso insististe en hacerte cargo por tu cuenta.
De haber podido golpearse la cabeza contra la pared, Viktor lo hubiera hecho. Yakov tenía razón, ¿cómo no se le ocurrió? Visto así, aquel plan también pudo ser extremadamente útil. ¿Por qué fue tan impulsivo?
─Bueno, de cualquier forma lo que más deseo probar es que soy digno de mi posición.
El anciano suspiró en señal de resignación. Ya estaba demasiado familiarizado con la manera de pensar de Viktor, y era consciente de lo que le molestaba y de que por más que lo regañara, el más joven haría lo que le viniera en gana.
─Tan solo recuerda, Vitya, que está bien tener ambición pero si no eres prudente y se vuelve desmedida, entonces perderás mucho más de lo que intentabas ganar al principio.
Y eso Yakov lo sabía por experiencia propia, pero en ese momento a Viktor no le importaba. Enojado, masculló un "nos vemos luego" y prácticamente echó a correr para alejarse de Yakov, quien se limitó a contemplarlo con más tristeza que enfado. Ojalá ese testarudo e impulsivo joven, al que había llegado a querer y apreciar como un hijo, no cometiera sus mismos errores.
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NOTAS FINALES
Al fin pude actualizar y continuamos con la historia!!! ¿Tienen alguna teoría hasta el momento? Por favor déjenla aquí, estaré muy feliz de leerla.
Si leyeron hasta aquí, muchas gracias.
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