Miedo

Era esclava del miedo, del pavor que me provocaba esa sonrisa que estaba plasmada en sus labios. 

El hombre que tanto admiraba, que me miraba con tanta dulzura y pasión, del mismo modo que me derretía al ver sus hoyuelos, ese hombre perfecto, como un día lo catalogué, nunca existió, todo eso estaba en mi cabeza. Esos hoyuelos se convirtieron en una pesadilla, de la que prefería mejor no ver. 

En mis escritos he relatado un sinnúmero de escenas como esta, pero jamás podría acercarme ni un poco a lo que realmente se siente. El simple hecho de no saber lo que piensa, lo que hará conmigo, me mantiene alerta y con una preocupación constante. Mi cuerpo no responde como es debido, manda señales de pánico a través de mi espina dorsal, en mis manos y piernas. Esos temblores eran involuntarios e incontrolables. 

Mi padre siempre me decía que, en una situación como esta, lo mejor era actuar con inteligencia, mantener la compostura, no demostrarle el miedo o mi debilidad, porque de eso se alimentan las personas como él. 

Por supuesto que esa alternativa estaba vagando por mi cabeza, pero ¿realmente seré capaz de mantener la calma y soportar todo esto hasta que encuentre una forma de escapar de aquí? ¿Tendré el suficiente valor y la fuerza que lo amerita? 

Solo me limité a ser obediente, aunque las lágrimas estuvieran al borde de mis ojos nuevamente. Saber que mi esposo está con vida, debe alentarme lo suficiente para salir de aquí y encontrarlo. Sí esa mujer lo tiene, como dijo Adrien, entonces corre peligro, porque se nota que está igual o peor de la cabeza que su hermano. 

Nuestros pasos se detuvieron frente a una puerta de color negra a mitad del pasillo de la segunda planta. Esta habitación quedaba dos puertas antes que en la que desperté. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso. La misma tensión se percibía en el aire. ¿Qué hay detrás de esa puerta? Si aquel otro cuerpo era terrorífico y tenebroso, no quisiera ni saber lo que podía encontrarse en este otro. 

Cuando abrió la puerta, deseé con todas mis fuerzas no poner ni un pie dentro de ella. El aspecto de la habitación era normal, la decoración de las paredes color carbón y mezclado con rojo, la mesa de noche, el armario, a excepción de la cama. 

Era su cama lo que más impresión y espanto me causó. Había un maniquí, no era como el resto, este tenía el cabello castaño, muy parecido al mío. Era idéntica a mí en muchos aspectos, pero el área de su rostro tenía una máscara bastante realista, parecía piel real, maquillada sencilla, pestañas y labios pintados de color rojo intenso. Los bordes de la máscara, por obvias razones, no encajaban con el material del maniquí, ni siquiera en el tono de piel. Los clip en los costados dejaba a entender que los había grapado para mantenerlo adjuntado al maniquí. No estaba segura de si era el rostro de alguien realmente, pero en mis adentros quería creer que no. Tal vez quería hacérmelo creer yo misma. Aunque viniendo de él, que es tan impredecible y está tan desquiciado, no dudo nada.  

—No te enojes, mi muñequita hermosa. Olvidé tirarla, pero ya no la necesito; pues este es tu lugar y nadie te lo puede quitar — arrastró el maniquí por la pierna y lo arrojó hacia la puerta del baño con tanta rudeza que cada vello en mi cuerpo se erizó—. Bien. ¿En qué estábamos? — fue a la puerta de la habitación y la cerró con seguro—. Por fin solos. 

Sentí su cercanía por detrás de mí y su respiración cerca de mi oreja. Estaba aterrada, sé que debió percibir mis temblores, sobre todo, mis piernas flaqueando. 

—Hueles delicioso— su mano acarició el centro de mi espalda descubierta, para luego depositar un frío beso en mi cuello—. Este traje encaja tanto con tu personalidad explosiva y apasionada. 

Quería apartarlo de mí, estaba casi a mi límite, con ganas de empujarlo y huir, pero ¿a dónde? 

Mis pensamientos fueron interrumpidos por su empujón contra la cama. No quise darle la espalda y me puse boca arriba. 

—Me había dicho a mí mismo que hoy no te tocaría, pero no ayudas — desajustó su corbata, dejándola colgando del cuello de su camisa. 

Esa era su arma secreta; usar sus encantos y atributos para manipular a quien fuera. Lo hizo conmigo por mucho tiempo, pero esta vez no será así. 

Puse mi pierna en su abdomen, con la intención de que mantuviera distancia, pero él la tomó, alcanzando a su vez la otra y arrastrándome al borde de la cama. 

No quería actuar de manera errática u oponer resistencia porque puedo provocar que enfurezca y no me conviene en lo absoluto. 

Frotó mis pies en su mejilla, dejando escapar un suspiro de satisfacción; a través de las finas medias podía percibir claramente la suavidad de ella. ¿Qué hace?

—¿Cómo no me di cuenta antes? — relamió sus labios, dibujando por último una sonrisa—. ¿Así que prefieres usar tus pies para complacerme? Perfecto, demuéstrame de qué eres capaz de hacer. 

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