Ingratitud

—¿Qué les pasa a ustedes tan de repente? 

—Queremos jugar contigo. ¿No quieres? — besé su mentón y vibró. 

No pudo disfrazar esas ansias, emoción y excitación que le brindaron mis palabras. Hasta los ojos le brillaron. ¿Cómo no pude darme cuenta antes? ¿Cómo pude ser tan imbécil? 

Guiamos su cuerpo a la cama, ella se veía extasiada al encontrarse en esta situación, dónde mi padre le sujetaba las manos por arriba de su cabeza, mientras las mías recorrían sus sensibles pechos. Sus suspiros y temblores solo me revolvían el estómago. 

Ese pequeño templo donde me encantaba estar, es el mismo que está inflamado y dilatado ahora debido al parto. Levanté una de sus piernas y la flexioné hacia ella. La otra la dejé tendida, poniendo mis rodillas a ambos extremos de esta. Mis dedos jugaron por el valle de sus labios hasta situarse justo donde esa golosa anhelaba sentirme. Escuché su quejido, como si le hubiera dolido que la tocara en esa zona. 

—Más despacio, eso duele. 

—¿Despacio? — flexioné aún más su otra pierna, antes de juntar todos los dedos de mi mano y forzar mi entrada en su interior. 

Su chillido de dolor y de desesperación fue gracioso para mi padre y para mí. 

—Esto es lo que reciben las perras golosas como tú. Esto es lo que les gusta, sentirse llenas a punto de explotar. 

Sus intentos de soltarse y levantar su cuerpo para evitarme eran inútiles. Mi padre la tenía bien sujeta, esta vez le puso las rodillas en los brazos, dejándole caer todo su peso. Subí la manga de mi camisa un poco más arriba de mi codo. Sus gritos, sus ruegos, sus ojos bien abiertos y llenos de lágrimas, sus mejillas rojas, sus fluidos nasales, sus movimientos bruscos y en vano, más sus contracciones, eran simplemente magníficos de apreciar. Ha cubierto por completo mi puño, su sangre se aprecia en los bordes de mi muñeca, pero eso no me importaba en lo más mínimo, solo buscaba la manera de llegar más y más al fondo. 

—Se siente rico, ¿verdad? Algo tan grande ocupando este espacio tan pequeño— reí—. ¿Disfrutaste de verme la cara de pendejo? ¿Disfrutaste de querer meterte en la cama con mi papá y de entrar en la mía? ¿De hablar y conspirar contra mi madre? — cada pregunta que le hacía, era un empujón más que le daba—. Yo sí estoy disfrutando de causarte dolor, porque este dolor no se compara jamás y nunca al que sentí cuando supe que la perrita que tanto me gustaba follar, es la misma que estaba clavándome un puñal por la espalda tan cobardemente. Pero dicen que quien ríe último, ríe mejor. Ahora me toca hacerte pagar por todo lo que has hecho. No podrás sostener a mi hija nunca y serás condenada a ser desgarrada y destruida por dentro y por mis manos. Porque sí, mi meta es que mis dos brazos puedan encontrar un refugio en tu pequeño cuerpo — sonreí malicioso. 

—Vaya, vaya— mi madre entró a la habitación y se detuvo al lado de la cama. 

—¡M-mamá, a-ayúdame! — le rogó entre desesperantes gritos. 

—Mira a quién tenemos aquí, a la serpiente venenosa de la familia. 

Sus ojos se agrandaron aún más al ver la actitud de mi madre hacia ella. 

—Entre muchos niños, tuviste el privilegio de estar en esta familia. Todo lo que tienes ha sido gracias a nosotros y así es como nos pagas. Te he tratado como si fueras mi sangre, te he amado, te he protegido, te lo he entregado todo, pero eres una maldita malagradecida que no ha sabido apreciar nada, y ahora intentas manipularme llamándome mamá, mientras me apuñalabas todo este tiempo por la espalda — su bofetada le dejó la mejilla marcada. 

—M-mamá, p-por f-favor— el llanto y el hipo no permitía que se le pudiera entender lo que decía. 

—No soy tu madre, querida, dejé de serlo en el instante que me viste como una rival, como un estorbo que debías desaparecer a toda costa para salirte con la tuya. Dejé de serlo cuando te atreviste a, no solo meterte con mi hijo, sino a tratar de seducir y quitarme a mi marido. Ha llegado el momento de que recibas el castigo que tanto te mereces por ser una perra ingrata.

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