Gentileza

Habíamos llegado a un punto donde no había retorno, y si lo hubiera, por ninguna razón me detendría. 

Le quité cada prenda de ropa, contemplando por fin ese cuerpo que me ha estado tentando desde hace ya un tiempo. No es lo mismo verla a través de la cámara que en vivo y a todo color. 

Esos pechos tienen buen tamaño y forma. Encajan tan bien en mis manos. Se ven tan delicados y son suaves. Podría amasarlos y chuparlos por horas, pero anhelaba pasar al plato principal; a esos labios rosados, pequeños y cremosos. Degustaba ese manjar como el mejor postre que he probado alguna vez, acaparando cada lágrima de felicidad y gozo que expulsaba. 

—Baja la voz, pequeña. 

Se tapó la boca con ambas manos, mientras sus temblores se volvieron recurrentes. Mis dedos entraron al juego, al compás de mi lengua y su adolorido quejido me alertó de que algo sucedía. Había olvidado que nunca había insertado sus dedos aquí. En mis dos dedos había un ligero rastro de sangre, el cual solo me limité a probar y no decirle nada a ella. Es que hasta por dentro sabe exquisita. Sé que si lo hacía, ella iba a asustarse. Solamente quería prepararla para que estuviera lo suficientemente dilatada, pero no hay remedio. 

Dejé un camino de húmedos besos en su ombligo, ascendiendo delicadamente por el valle de sus pechos, hasta situarme en su cuello. Era momento de pasar a la siguiente fase. 

En poco tiempo ya estaba listo. Debía protegerla y protegerme a mí mismo. Ahí la tenía, a solo un empujón para hacerla completamente mía, en una posición donde podía apreciar sus partes más vulnerables que aclamaban con tanto furor que me fundiera en ella y con esa expresión suplicante y a la vez tímida.

Me hundí en esa cueva tan estrecha, sumergiéndome en el manantial de sus fluidos y disfrutando del calor que arropaba mi miembro a medida que entraba en su cavidad. Sus manos se situaron en mi pecho, sus ojos se veían brillosos y esa expresión de dolor le fue imposible disfrazarla. 

—¿Qué siente tener un verdadero hombre dentro? 

—D-duele m-mucho— murmuró, mordiendo fuertemente su labio para contener ese doloroso quejido que amenazaba con escaparse, esta vez enterrando sus uñas en las sábanas. 

—Entiéndelo, fierecilla. El sexo sin algo de dolor no es placentero. Poco a poco vas a moldearte a mi tamaño y acostumbrarte al dolor. 

—¿Me lo juras?

—Sí. Soporta un poco más — froté gentilmente esa zona más sensible, en el intento de apaciguar un poco su dolor y fuese capaz de continuar y no frenarme.

Mi fuerza de voluntad me sorprendió a mí mismo, pero poco a poco se iba agotando. Si hubiéramos hecho esto en un lugar donde estuviéramos completamente solos, ya la hubieron hecho gritar por lo alto. En estos momentos ya estaría pidiendo clemencia. 

Sus ojos casi se salen de órbita cuando logró sentirme más profundo, en ese instante que flexioné sus piernas para que descansaran en mis hombros y dejando caer mi peso sobre ella. Su expresión de sorpresa, mezclada con una de dolor y esos gestos que hacía con sus labios para contener sus gemidos, era realmente divertido y estimulante. Lo suficiente para no querer parar. 

Esas mejillas rojas, ojos llorosos y mordidas de labio me estaban enloqueciendo y taladrando en la cabeza, del mismo modo que yo lo hacía en ella. Estaba alucinando con esas sensaciones que me provocaba su pequeño coño. 

En esta posición se hacía más fácil controlar el chapoteo, además de que podía moverme a gusto y acariciar sus paredes como se me diera la gana. Quería que me recordara con detalle y me recibiera sin quejas. 

—Te lo haré toda la noche, hasta que te acostumbres a mí. De este modo, para nuestro próximo encuentro, que será fuera de esta casa, podrás soportarlo y disfrutarlo más. ¿De acuerdo? 

Solo se limitó a asentir suavemente. 

—Eres la única por quién he tenido un poquito de consideración. No creas que soy así con todas—acaricié su mejilla—. Incluso he sido gentil, aunque claro, a mi manera— sonreí—. Espero ser recompensado por ello. 

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