Espejismo

Le quité la mano de la boca, tensando la mandíbula de la rabia e irritación. 

—Por eso te estabas riendo hace un momento. Tú lo sabías— traté de mantener un tono bajo, con tal de que no nos escucharan. 

—No es lo mismo que yo te lo cuente a que tú lo veas. Ahora bien, no te desquites conmigo, si el que te ha engañado y superado ha sido otro, pero tranquila, no te estás perdiendo de nada que no vayas a recibir de mí en abundancia. El mecha corta le llaman. 

—¿En qué momento sucedió esto? Para que esté en esas condiciones, ha debido estar viviendo como un rey y no en un calabozo como lo imaginé. 

—A mi madre le gustan los jóvenes, y bueno, a mi padre no le molesta que esté con otros, siempre y cuando sea bajo su propio techo. 

—¿Cómo ha llegado a tanto? Esto no lo hace por supervivencia, ya se hubiera escapado si ni amarrado lo tienen, esto es por gusto. Óyelo, está gimiendo de la misma manera que lo hacía conmigo.

—¿Por qué no tienes el honor? — atrapó mi mano, depositando un pesado cuchillo en ella. 

No era el mismo que tenía antes, este era más largo, lo supe al tocar la hoja. 

—Cortemos todo lazo que nos conecte con el pasado. Ahí te lo he servido en bandeja de plata, porque solo tú podrás tener el gusto y el placer de desollar a ese miserable traicionero. Sácate esa espinita que tienes sembrada ahí. Deléitame con tu maldad.

Es como tener al diablo susurrándote constantemente al oído. La serpiente del mal enroscada en tu cuello, asfixiándote de poco a poquito. Sus palabras tienen ese poder. Aunque no solo él me ha dado el poder, más bien el mismo Osvaldo lo ha hecho. 

Sus gemidos sincronizados ayudaron a que no se hubieran percatado de nuestra presencia, no, hasta el mismísimo momento que, sin encomendarme a nadie, le hice un corte en la espalda, pues fue por donde primero lo agarré. 

Su alarido se volvió una dulce melodía para mis oídos, pues de cierto modo, apaciguaba ese mal sabor de su traición. 

Al estar casi en el borde de la cama, se tumbó él mismo al suelo, entre quejidos y arrastrándose con tal de no darme la espalda de nuevo y no perderme de vista. 

Olivia se tapó con la sábana más cercana, todavía impactada con la situación. 

—Ni falta que hace que tapes tus senos caídos— volví a fijar la mirada en Osvaldo—. Y tú… — lo aceché, señalándolo con el cuchillo y transmitiéndole en la mirada todo esa rabia y odio que tenía acumulada en el pecho—. Has bajado de categoría. Primero con la sádica de la hija y ahora con su madre, para que todo quede en familia. Solamente falta que traigan al viejo y así completan el trío.

Osvaldo no se atrevía a articular palabra alguna, solo estaba en ese rincón, viéndome fijamente y aterrado. Lo conozco bien. Sé cuándo miente y cuando no. Si estaba en silencio, es porque sabía que había hecho algo malo y fue descubierto. 

—Salgan de mi habitación y denos algo de privacidad. Resolveremos esto de manera pacífica — dijo Olivia.

—Cállate, vieja, que tú también tendrás tu parte— le dije, sin desviar la mirada de Osvaldo—. Te di por muerto, te sufrí, creí vengarte, me ensucie las manos con aquella perra y resulta que nunca estuviste muerto. Mientras la depresión, los recuerdos, la culpa me consumía viva, tú estabas aquí, dándote la buena vida y cogiéndote a este vejestorio. 

—¿Tú has traído a esta mujer aquí? — le cuestionó Olivia a Adrien—. Ella mató a tu hermana y lo está admitiendo abiertamente. ¿Te has confabulado con ella?

Adrien no hacía ni decía nada, estaba cruzado en la puerta, mirándose las uñas.  

—Por supuesto que la maté, ¿y qué hay con eso? ¿Qué harás? 

—Marilyn — logró pronunciar Osvaldo—, vamos a hablar, ¿sí? 

—¿Ahora soy Marilyn? ¿Ya pasé de ser “tu amor” y “tu bizcochito”? 

—Hablemos a solas y te explico. 

—No quiero ninguna explicación. Estoy harta de escuchar tus mentiras. Tantos años tirados a la basura... — negué con la cabeza.

Eso es lo que más dolía. Los años y los recuerdos, porque sí, esos siempre están ahí, siendo el puñal que atraviesa tu pecho en momentos como este.  

—Yo también creí que estabas muerta — soltó.

—¿Esa es tu justificación? Vaya manera de guardar luto. ¿Cómo no me di cuenta de la basura de hombre que tenía a mi lado? — apreté la base del cuchillo con todas mis fuerzas, me negaba a llorar delante de él y demostrarle que esto duele mucho—. Pero no hay problema, puedes continuar dándome por muerta, yo también haré lo mismo y seguiré con mi vida. Espero que hayas disfrutado del polvo que echaste hace un momento, porque ese será el último que tendrás.  

Me abalancé sobre él, sin siquiera darle tiempo a reaccionar. Levanté el cuchillo dispuesta a clavarlo en él las veces que fuera necesario hasta desaparecer esa maldita nube negra que me ha rodeado y cegado.

Osvaldo opuso resistencia, no quería ceder ni soltar mis manos. En sus ojos pude ver el miedo y la desesperación que se apoderaba de él.  Su cuerpo temblaba debajo del mío.

—¡Separalos ya! — le gritó Olivia a Adrien.

—Cállate, no interrumpas la diversión. 

—¡Eres un inútil! Si no haces algo tú, entonces me toca hacerlo a mí. 

No sé qué estaba sucediendo entre ellos, pero oí una fuerte bofetada y, en instantes, el quejido de Olivia. 

—N-no hagas esto, Marilyn, por favor — me rogó Osvaldo en solo un hilo de voz, y con lágrimas al borde de sus ojos.

—Debiste haberlo pensado antes de engañarme, ahora atente a las consecuencias. 

Me acomodé mejor sobre él para tener más alcance. No soltaba mis manos. La punta del cuchillo estaba a la altura de su ojo, pero la fuerza y el instinto de supervivencia impedía que se rindiera. 

Alcancé a ver a Adrien acuclillarse al lado nuestro, llamando la atención de los dos. Él se veía curioso e interesado en lo que estaba ocurriendo, pero no se inmutó en siquiera ayudarme.

—Está fuerte el asunto — su mano tenía rastros de sangre, intuí que era de la Sra. Olivia—. Cuando alguien está igual de aferrado que esta sabandija, es fundamental que se le dé un pequeño empujoncito, de esos que se nos resbala las manos. Déjalo ir. 

¿De qué está hablando? ¿Cómo que dejarlo ir? 

Nuestras miradas coincidieron y tuve automáticamente la respuesta que esperaba. Esto lo había vivido antes, se siente tan familiar. 

Como Osvaldo no quería soltarme las manos, entonces fui yo quien soltó el cuchillo. La punta le dio una hincada un poco más abajo de su ojo, no fue una herida profunda, pero sí lo suficientemente dolorosa como para que soltara mis manos instantáneamente para llevar las suyas a la herida. El intenso dolor que experimentó lo demostró en ese agonizante grito que salió de lo más profundo de su garganta. 

Me costaba creer lo que estaba viendo. El hombre al que le juré amor eterno, estaba sufriendo por mi culpa. Su sufrimiento jamás y nunca podría compararse al que sentí cuando lo di por muerto y cuando lo encontré en esa cama con esa vieja. 

Osvaldo se encontraba en el momento más vulnerable e ideal para terminar la tarea que comencé. Tomé el cuchillo en mis manos de nuevo, esta vez sin nada que pudiera interponerse. 

—¡En este momento hago válida la disolución de este maldito matrimonio! 

Había condenado mi alma, pero no fue cuando arremetí contra él cientos de veces con ese cuchillo, fue mucho antes, cuando maté a aquella mujer por él y me dejé controlar por ese dolor que venía arrastrando.

Tal vez esa furia que desquité en él, en gran parte era conmigo misma. Porque sí, podía verme a mí misma, como si no solo lo estuviera matando a él, sino a esa mujer que fui y dejé de ser hace mucho tiempo, y no vine a descubrirlo hasta ahora. 

Su rostro estaba inevitablemente desfigurado. Sus tejidos desprendidos, donde se asomaban los huesos. En el filo y la hoja del cuchillo no solo había sangre, también había pequeños trozos de su piel. Las salpicaduras le dieron el color y brillo que esta habitación no tenía cuando llegamos. Mis manos, mi ropa, mi rostro, mi labio estaba teñido de rojo.

Adrien se encontraba de la misma manera. Debido a la cercanía, algunas salpicaduras pintaron su atractivo rostro. No lo había notado antes, pero el rojo en su piel lo hace ver tan perfecto.

Mi color favorito… no sabes cuánta paz y felicidad me traes...

La verdadera libertad y paz acabo de obtenerla ahora mismo. Me he librado de esas ataduras que me conectaban con el pasado, con mi antigua vida, con mi antigua yo; dándole paso a esa nueva mujer que habitaba en mí y desconocía. 

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