Entrañas
Su cavidad se dilataba bajo presión y con ella, se le aflojó la orina. La miré con evidente disgusto y repulsión, pero sin dejar de taladrar.
—Sigues siendo una niña que se orina encima y moja la cama. ¿Dónde quedó esa mujer adulta que decías ser? — le cuestioné, deleitándome con sus expresiones.
Mi papá levantó su blusa, dejando expuestos esos pechos que por tanto tiempo fueron una debilidad, pero que ahora solo me producen asco y una ira incontrolable. De su bolsillo sacó el encendedor y fue pasándolo sobre su piel expuesta; en sus hombros, en su ombligo, en su abdomen, dejando por último sus pechos. Sus gritos de agonía, de desesperación, eran una dulce melodía para todos nosotros los espectadores. El olor a su piel quemada era exquisito. Su carne la pienso degustar con suma lentitud y placer. He esperado mucho tiempo para hacerlo.
—¿Este era el cuerpo que ibas a ofrecerme? — le cuestionó mi padre—. ¿Uno tan jodido como este?
Es la primera vez que veo a mi madre sonreír con tanta satisfacción viendo la magnífica obra de mi papá. En sus adentros, debía estar gozando de que él la prefiere sobre todas las cosas.
En su abdomen se notaba el bulto de mis dos manos y los movimientos bruscos que hacía con ellas. De todas las experiencias y gustazos que pude obtener de su cuerpo, este había sobrepasado los límites. No había mejor placer que estar en sus entrañas, que verla agonizar con mis puños lentamente y desangrarse.
Sus ojos se veían idos, sus mejillas estaban sumamente rojas de tanto llorar, su boca entreabierta y barbilla húmeda por la saliva y sangre que se escurría de ella. Su voz era casi inaudible. Se había quebrado tanto como su interior. La cama olía a su orina e incluso había rastros de sus heces.
Mi padre comenzó a divertirse con su boca. Estaba tan débil que no le quedaban fuerzas siquiera para tensar la mandíbula. Con el encendedor le quemó la lengua, no sintiéndose satisfecho con ello, adentró por último sus dedos juntos en su boca, llegando a lo más profundo de su garganta y echó su cabeza un poco de lado por el vómito que se le subió.
—¿Te gustan nuestras atenciones, golosa? Eres tan afortunada— cavé más hondo—. Te hemos dado el privilegio de que hiciéramos un trío. Solo has demostrado que somos demasiado para ti y que no sirves para cumplir con nuestros más retorcidos deseos.
Mi padre no le dio ni un segundo de descanso, volvió al ataque con su mano, haciéndolo varias veces seguidas, aunque siguiera vomitando. Sabía que no iba a aguantar mucho más tiempo. Diría que mucho ha soportado, dejándome llevar por la pérdida extrema de sangre que ha derramado. Debajo de su cuerpo había un charco de sangre.
—Te mandaré al infierno rellenita, golosa.
Podía sentir sus tejidos desgarrarse a la misma velocidad que una tela. Había logrado mi meta. Llegar más arriba de mis codos y sumergirme en sus entrañas hasta su último suspiro.
¿Ahora qué hago yo con esta calentura que me ha dejado esta situación, deseando más y más de esto?
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