Ellos o yo

Los días que he estado en esta prisión parecen décadas. La concentración e inspiración no llega, ¿y quién podría sentirse de ánimo así? El problema es que tengo hasta mañana para que el Sr. Harry venga y todavía no he redactado muchas preguntas. 

Desde ese primer encuentro que tuvimos Adrien y yo, que fue por un periodo largo y tendido, no hemos hecho nada más. Mi mente se transporta a ese momento, recordando cada detalle, provocando un maremoto en mis piernas y oleadas más abajo de mi ombligo.

La habitación la ha remodelado como acordó, aun así, no me siento a gusto estando en este lugar. A pesar de lo que sucedió, una cosa no tiene que ver con la otra. Todo lo que pasó en esa habitación fue un simple error que, por supuesto, no olvidaré, pero lo dejaré atrás, como si nunca hubiera pasado. Fue una simple necesidad fisiológica. Es totalmente normal que mi cuerpo al ser estimulado, haya actuado y reaccionado de esa manera, no soy de hierro. 

Bajé a la cocina para pedirle un café a France, la empleada de la casa. Es la única que he visto por estos lares, no he visto a ningún empleado más. En dos ocasiones nos hemos sentado a dialogar sobre distintos temas, aunque todo ha girado en torno a ese hombre. 

Por cierto, no lo he visto la cara en el día de hoy, pero sé que estaba en el vestidor, asumí que en su mundo. Ha mantenido distancia, algo de lo que me alegro. 

Mientras estaba tomando mi taza de café, vi a Camila entrar a la casa, atrayendo nuestra atención de inmediato por la forma tan escandalosa en que cerró la puerta. 

¿Qué hace ella aquí? ¿Por qué no trajo a Osvaldo? ¿Dónde lo tendrá? 

Luego de mirarme y sonreír a la distancia, fue en dirección a la habitación donde estaba Adrien. La curiosidad era tanta que, esperando un descuido de la Sra. France, fui tras ella. 

Al comienzo, solo estaban bromeando entre ellos, hasta que oí el chillido de una silla al ser arrastrada.  

—Tengo dos noticias para darte. ¿Cuál quieres primero? ¿La mala o la buena? — cuestionó ella vacilante. 

—La mala. 

—La mala es que ese idiota se fue al cielo. 

¿De quién habla? 

—¿Qué? ¿Lo mataste? 

—Fue la peor experiencia que he tenido. No duró nada. Aún no llegaba al clímax y ese idiota estiró la pata dejándome a medias. ¿Recuerdas al poli? Ese sí duró varias rondas de sexo salvaje. ¿Por qué esa cara? 

—¿Eres estúpida o es que te haces? 

—No sé por qué te molestas. Después de todo, ese imbécil era un escollo en tu camino. Además, no fue mi culpa, fue él quien decidió irse para el cielo.  

—Esto solo empeora las cosas. No era el momento. Si te pedí que lo mantuvieras contigo, fue para que lo vigilaras mientras nuestro padre ejecutaba los planes que trae en mente, pero no, si no la cagas al principio, la cagas al final. 

—¿Y eso qué? Ese tipo no era importante. Él no es a quien necesitaban, ¿o sí? Un error lo comete cualquiera. Tal vez me excedí demasiado y le exigí más de lo que podía dar, pero ya no puedo resucitarlo. 

—Seré yo quien tendrá que soportar que a cada rato esté mencionando a ese idiota. Si me pide verlo o se entera de casualidad que está muerto, será más difícil llevar a cabo los planes.   

—¿Qué más da? Mátala. Podemos encontrar fácilmente a un reemplazo, así como lo hemos hecho otras veces. 

Supe que, en efecto, estaban hablando de mí y de Osvaldo. Fue un duro golpe. Todo lo que vivimos juntos pasó por mi mente a la velocidad de un rayo, haciéndome sentir culpable de haberlo arrastrado a esto. Él vino a este país por mí, para apoyarme en mi carrera y estar a mi lado. Mi corazón se rompió en mil pedazos.

—No eres de dar mucha traba o quejarte de algo. En el fondo, tú tampoco quieres que esto se lleve a cabo, porque sabes que no nos conviene. Cuéntale la verdad a tu hermana, entre nosotros no deben existir secretos. Cuando llegué la vi intacta. ¿Por qué no te has divertido con ella de la misma manera que lo hiciste con el resto de las mujeres que han venido? ¿Qué tiene ella de especial? 

Entonces, ¿él ha estado haciendo esto con muchas mujeres más? ¿Cuántas mujeres han caído en los encantos de ese desgraciado? Ha sabido engatusar a todas y cada una de ellas.  Los maniquíes... claro... ahora lo entiendo todo.

—¿Especial? — soltó una carcajada tan fuerte que erizó mi piel—. No me jodas.

—¿Ya la llevaste al cuarto de juegos? No me parece que ese sea el caso. Aún conserva sus extremidades. 

—Todavía no tiene el placer, pero muy pronto le daré un paseo sin retorno. 

Necesito hacer algo, o seré una más, pero primero me llevaré enredada a esa maldita conmigo. 

Sequé mis lágrimas, sellando ese dolor en mi pecho, para descargarlo con la persona que me debe tanto. Lo único que me mantenía haciendo todo lo que ellos querían, era Osvaldo. Si él ya no está, no tengo razón para seguir siendo la marioneta de nadie. 

Hace dos días encontré un destornillador de estria, lo guardé detrás de la mesa que hay en la sala de estar. No podía llevarlo a mi cuarto, con eso de la remodelación, él estaba moviendo cosas en mi habitación y podía haberlo encontrado y ahí sí no la cuento. 

Oportunidades como esa no se dan dos veces. No sabía que tendría que usarlo tan pronto, pero si es lo único que tengo a la mano, con eso me tocará defenderme. 

No podía quedarme en la puerta, por lo que para disimular y que France no me descubriera merodeando la puerta, le dije que iría a mi habitación a escribir y permití que ella me viera subiendo las escaleras. En el momento que dio la espalda para continuar lavando los platos, bajé de nuevo y me oculté en el cuarto oscuro donde él y yo tuvimos intimidad. Quedaba justo al frente, por lo que podía oír levemente sus voces mientras se reían de sus planes macabros. 

Ese cuarto en el que desperté aquella mañana, se ha convertido técnicamente en un basurero. Todos los maniquíes y horrorosas muñecas estaban allí tiradas, pero muy pronto esa maldita les hará compañía también. 

Me asomé por la ranura de la puerta, viendo que ella se detuvo para seguir hablando.

—Vendré el mañana con papá. 

—No te olvides de cerrar el portón cuando salgas. 

—Sí, sí, lo que digas. 

En el mismo momento que cerró la puerta y se volteó con intenciones de irse, enrosqué mi brazo en su cuello, arrastrándola abruptamente hacia esa habitación que ahora solo parecía un chiquero. 

Ejercí tanta presión sobre su cuello, con una fuerza que desconocía que tenía. Esa rabia acumulada era tanta que soporté como una general cada arañazo, pensando en la manera más eficaz de acabar con ella.

No podía esperar más tiempo, pues si continuaba tirando patadas, ese ruido podría alertar a Adrien, por eso preferí ser sigilosa y precavida. 

—Esto va por mi marido, maldita perra — atravesé el destornillador en su cuello de un extremo a otro, dejándolo enterrado y moviéndolo de un lado a otro, no solo para causarle más dolor, sino para agilizar el proceso y se desangrara más rápido—. No luches más, no puedes evitar lo inevitable— susurré en su oído —. Tranquila, no te irás sola; tu hermano y tus padres muy pronto te harán compañía en el infierno, zorra. 

Es una lástima no haberme deleitado con sus gritos de agonía. Esa perra merecía sufrir, de la misma manera que lo hizo mi marido. Sus movimientos disminuyeron, hasta dejar de tirar patadas, su último aliento fue en mi cuello, en el instante que recostó su cabeza en mi hombro. El suelo estaba manchado de sangre, mis manos y mi ropa. La pared tenía leves salpicaduras y la ropa de la cama.  

Tranquila, no has hecho nada malo, esto fue en defensa propia. Ellos me obligaron a hacerlo. Era yo o ellos, y lamentablemente no iba a darles el gusto y entregarme fácilmente a esos malditos. 

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