Diosa
—Llevo mucho tiempo a dieta y es difícil resistirme a la mirada lujuriosa que me das.
—Vámonos fuera de esta habitación o despertaremos a las niñas.
La llevé a mi habitación y sin pedirle nada, ella solita se despojó de toda su ropa, quedando únicamente en sus prendas íntimas de color vino. Me dejó atontado y en mi sitio ver esas proporciones regadas. El sostén tenía una apertura en el centro por dónde se asomaban sus gigantes y húmedos pechos. La ropa interior era pequeña, por detrás ese hilo fácilmente se perdía entre ese exuberante monumento. El liguero conectaba con sus medias, haciendo ver sus piernotas mucho más sexis de lo que ya son. Esas lonjas son el camino directo a la perdición.
—¿Sueles vestirte con ropa así de provocativa todo el tiempo?
—Desde que comenzamos a vernos con más frecuencia— confesó.
—Así que ya me habías comido varias veces en silencio… Tienes un cuerpo demasiado potente.
Con su dedo índice hizo un gesto de que fuera hacia ella y como en piloto automático simplemente no perdí tiempo. Las niñas en cualquier momento despiertan. Debo comerme a esta mujer sí o sí.
—Aquí tienes lo que querías — simuló abrazarme, únicamente para restregarme sus enormes pechos en la cara.
Este es el verdadero paraíso en la maldita tierra. No iba a despreciar semejante oportunidad, por supuesto que los agarré y los amasé entre mis manos, las cuales, a pesar de no cubrirlos en su totalidad, pude deleitarme con las lágrimas de leche que brotaban de ellos.
—Produces mucha, no creo que te moleste compartir conmigo un poco.
La estimule primero antes de pegarme a ella como si fuera un tierno bebé y succionar cada gota que tenía para ofrecerme. Su sabor era levemente dulce a levemente salado. Jamás había degustado algo con tanto placer y gusto. No sé por qué esta situación me estaba encendiendo tanto. Es la primera vez que hago tal cosa. Sentía que podía romper el pantalón en cualquier momento.
—¿Qué se siente al amamantar a un bebé grande? Esa expresión me lo dice todo, traviesa.
Ella solo sonrió con picardía. Su rostro estaba ligeramente rojo y no voy a mentir, se veía muy bonita así.
—Yo también tengo leche para ofrecerte y estoy dispuesto a pagarte por tu generosidad.
—Eso quiero verlo.
Me senté en el borde de la cama al ver que se acercaba a mí con tanta maldad. Separé mis piernas al momento que se acuchilló frente a mí, remarcando aún más ese monumento infernal en esa prenda tan pequeña.
—Eres grande — lo miró con apetencia, saboreando sus labios.
Sabía que terminaría devorándolo, pero ¡joder, esta mujer es de las grandes ligas! ¿Será que no tiene fondo? Hasta el alma me va a succionar esta mujer. Si eso sabe hacer con su boca, ¿cuán buena será en la cama?
Hace mucho tiempo no experimentaba lo que era hacer una rusa. La mayoría de las mujeres con las que lo hacía, no se pueden comparar jamás y nunca a ella. Encajaba perfecto, como si el centro de su pecho hubiera sido creado para darle cobija a mi miembro. Es como estar entre dos suaves y cómodos almohadones.
—¿Cómo es posible que un idiota pudo dejar ir esto? — la miré con desconcierto, observando la manera en que tenía mi maquinaria entremedio.
En sus labios se dibujó una sonrisa.
—Porque por más bien alimentado que esté un perro, nunca se resistirá a quien le ofrezca un bocadillo extra, pues sigue siendo perro.
¿Así que le fueron infiel? Hay que estar loco para soltar a una mujer como esta.
—Tú no te quedas atrás. Estás en esa edad donde solo buscas picar de flor en flor. Porque ni pienses que voy a creerte que teniendo una carita tan linda como la que tienes y este cuerpo tan divino y bien desarrollado, solo vas a entregárselo a una sola mujer. He vivido más que tú, conozco a los hombres.
—Pues yo no soy como esos hombres. Yo me quedo donde como bien y me hacen sentir bien.
Oímos el llanto de Valery y ella suspiró desanimada.
—Me temo que tendremos que dejarlo hasta aquí.
—No, mi diosa. Tú no vas a ninguna parte. De esta noche no pasas sin volverte mía, así me toque amarrarte a esta cama.
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