Único

El escenario del Balón de Oro 2025 era un espectáculo de luces y destellos, una oda a la perfección.

La élite del fútbol y otras estrellas internacionales se reunían bajo un mismo techo, sonriendo para las cámaras como si fueran inmunes a los pecados que los acechaban fuera de esos flashes.

Charles Leclerc observaba todo desde la mesa asignada a Ferrari, junto a Carlos Sainz, quien parecía disfrutar de la velada mucho más de lo que a Charles le interesaba.

—Podrías al menos fingir que lo estás pasando bien.—Le espetó Carlos, dándole un codazo.

Charles respondió con una sonrisa ladeada que no llegaba a sus ojos.

—No estoy aquí para divertirme.

Carlos rió entre dientes, acostumbrado al carácter distante de su compañero, pero incluso él no podía imaginar la profundidad de la oscuridad que acechaba detrás de esa fachada impecable.

Cuando anunciaron a Pablo Gavira como ganador del Golden Boy, Charles alzó la mirada, casi distraído, hasta que el Omega apareció en el escenario. El aire se hizo pesado, cada fibra de su ser reaccionó ante aquella figura.

Pablo Gavira, joven, delgado, con esa sonrisa tímida y ojos avellanas.

Vestía un traje negro que parecía diseñado para resaltar cada línea de su cuerpo, cada movimiento suyo exudaba una sensualidad que Charles no había visto nunca.

Quiero eso, la idea lo golpeó con fuerza.

Mientras Gavi pronunciaba su discurso, Charles no podía apartar los ojos de él, era un Omega que parecía ajeno a su propio magnetismo, una rareza que Charles encontró deliciosamente irresistible, su mente empezó a trabajar, calculando, pensando.

—¿Qué te pasa?—Preguntó Carlos, frunciendo el ceño.

—Nada.—Respondió Charles, sin molestarse en disimular.

—Voy a buscar algo de beber.

Carlos alzó una ceja, pero no lo detuvo.



Cuando Gavi bajó del escenario, fue recibido por Pedri, quien lo besó y abrazó con esa familiaridad que todos asumían era amor.

Pero para Gavi, esa relación era más un refugio que un romance, no había pasión entre ellos, solo una paz cómoda que les permitía escapar de las miradas insistentes de los demás.

—Lo hiciste genial, Gavi.—Dijo Pedri con una sonrisa genuina.

—Gracias.—Respondió Gavi, permitiéndose un pequeño suspiro de alivio.

No sabía que, a pocos metros, alguien lo observaba con una intensidad casi tangible.

Charles estaba ahí, apoyado contra una columna, con una copa de vino en la mano, cada fibra de su ser estaba centrada en el Omega.

Ese Alfa… Pedri… No era más que una barrera insignificante, Charles lo sabía, lo sentía, había algo roto en su vínculo, algo que él podía usar.


El balcón era un refugio tranquilo del bullicio de la gala, Gavi salió para respirar aire fresco, el trofeo aún pesado en su mano, cerró los ojos por un momento, disfrutando del frío que contrastaba con la calidez del salón.

—¿Huyendo de los aplausos?

La voz, profunda y controlada, lo hizo girar. Charles estaba ahí, tan cerca que Gavi se tensó automáticamente.

Había algo en él, algo en la forma en que lo miraba, que lo hacía sentirse pequeño y expuesto, conocía al Alfa, bueno, sabía que era un campeón de la F1; una de las razones por las que estaba ahí, dos representantes de la F1 entregando los balones de Oro, algo peculiar.

—Solo necesitaba aire.—Respondió, manteniendo su tono neutral.

—Lo entiendo, a veces, toda esa atención puede ser… Abrumadora.

Gavi asintió, inseguro de cómo responder, Charles dio un paso más cerca, apoyándose en la barandilla junto a él.

—Felicidades, por cierto... Golden Boy, no es poca cosa.

—Gracias.

Hubo un silencio incómodo, pero Charles lo llenó con una sonrisa que no era cálida.

—Debe ser difícil ser tan admirado, ¿No? Todos deben querer algo de ti.

—No es tan malo.

—¿De verdad? —Charles lo miró directamente, su voz bajando a un susurro casi íntimo.

—Entonces, ¿Cómo lidias con los que quieren más de lo que estás dispuesto a dar?

El corazón de Gavi se aceleró, pero se obligó a mantener la compostura.

—No sé a qué te refieres.

Charles rió suavemente, un sonido que parecía envolverlo.

—Debes estar acostumbrado a las miradas, a los que no pueden quitarte los ojos de encima.

Gavi dio un paso atrás, rompiendo la cercanía.

—No sé qué estás insinuando, pero creo que debería volver adentro.

Cuando se giró, Charles lo sujetó del brazo, no con fuerza, pero lo suficiente para detenerlo.

—Solo una última cosa, Gavi.

El Omega lo miró, su pecho subiendo y bajando rápidamente.

—¿Qué?

Charles inclinó la cabeza, sus ojos verdes penetrando los suyos.

—No hay nada que no haría para tener lo que quiero... Y quiero que lo recuerdes.

Lo soltó, y Gavi casi tropezó al alejarse.

Desde esa noche, la presencia de Charles comenzó a sentirse como una sombra constante.

Estaba en lugares donde no debía estar, observándolo con esa mirada que lo desnudaba... Pedri lo notó, claro que sí.


El día en el hospital había comenzado, era una tradición del Barça visitar a los niños hospitalizados durante las fiestas.

Siempre le había gustado la actividad, no solo por las sonrisas que llevaban a los pequeños, sino porque era una oportunidad de alejarse de los focos del fútbol y conectar con algo más real.

No esperaba que ese día fuera tan... Horrible.



El hospital era un caos, equipos de fútbol y automovilismo coincidieron sin coordinación, algo que ni los organizadores del evento habían anticipado.

Por un lado, los jugadores del Barcelona repartían regalos, y por el otro, las escuderías de Red Bull y Ferrari hacían lo mismo.

Charles no sabía que Gavi estaría ahí, y cuando lo vio por primera vez en el pasillo, fue una grata sorpresa.

El Omega estaba rodeado de niños, su sonrisa suave y genuina iluminaba el espacio, Charles permaneció a distancia, observando cómo el joven repartía regalos y abrazos con una facilidad que le resultaba casi angelical.

—¿Qué miras tanto? —Carlos apareció a su lado, sosteniendo una bolsa de juguetes.

—Nada importante.—Respondió Charles, mirando hacia otro lado como si no acabara de ser descubierto.

Carlos soltó una risa seca.

—Claro, nada importante.

Pero Charles no podía evitarlo, había algo en ese Omega que lo arrastraba hacia él como un imán.

Y aunque no lo hubiera planeado, estaba claro que el destino le había puesto esta oportunidad en las manos.







Charles entró al baño para lavarse las manos y, al levantar la vista, ahí estaba Gavi, mirándolo a través del espejo.

—¿Tú otra vez? —La voz de Gavi tenía una mezcla de irritación y molestia.

Charles se giró lentamente, sus ojos verdes clavándose en los de Gavi.

—No sabía que estarías aquí.—Dijo con calma.

Gavi rió sin humor, cruzándose de brazos.

—¿Y cómo voy a creerte? Te apareces en todos lados, y ya estoy harto.

Charles frunció el ceño, dando un paso hacia él.

—No estoy aquí por ti.

—¿Ah, no? Entonces, ¿qué haces aquí? ¿Otra casualidad? ¿O es que ahora sigues a los niños también, maldito idiota?—La voz de Gavi era un dardo envenenado, y aunque Charles sabía que estaba siendo injusto, sus palabras dolieron.

—Estoy aquí porque los niños merecen un bonito  regalo. —Respondió Charles, con un tono más frío que antes.

—¿Y crees que con regalos compensas lo que sea que te pase por la cabeza? —El Omega no se detuvo, su frustración crecía con cada palabra.

—Eres un Alfa arrogante, manipulador y… Y un maldito acosador.

Por un instante, el silencio se hizo pesado entre ellos, Charles no respondió, no hizo ningún gesto que indicara cuánto le dolían esas palabras.

Simplemente lo miró con una expresión vacía, se giró y salió del baño sin decir una palabra.

Cuando Gavi salió tras él, se encontró con Carlos Sainz, Max Verstappen y Checo Pérez en el pasillo, todos mirándolo con curiosidad, Charles pasó entre ellos sin detenerse, como si nada hubiera ocurrido.

—¿Todo... bien? —Preguntó Carlos, confundido.

Gavi no respondió, su estómago hundiéndose al darse cuenta de lo que había dicho, había reaccionado mal, y lo sabía, Charles no parecía estar acosándolo esta vez, y su explosión de ira ahora parecía injustificada.

Se sentía como la mierda.



Los días siguientes fueron una tortura para Gavi, quiso disculparse, pero Charles no respondía a sus mensajes.

Entonces, las noticias comenzaron a aparecer.

<Charles Leclerc visto con una misteriosa Omega en Mónaco.>

<El piloto de Ferrari se divierte en una exclusiva fiesta acompañado por varias celebridades.>

Las imágenes mostraban a Charles rodeado de Omegas hermosas, sonriendo con una naturalidad que contrastaba con el hombre frío que Gavi había enfrentado.

Algo dentro de él se retorció al ver las fotos. ¿Por qué le importaba tanto?

—¿Qué te pasa últimamente?—Preguntó Pedri una noche, mientras cenaban juntos.

—Nada.—Respondió Gavi rápidamente, sin mirarlo.

—No es "nada", llevas días actuando raro.

Gavi suspiró, empujando su plato a un lado.

—Solo… tengo cosas en la cabeza.

—Sea lo que sea, deberías resolverlo, no te hace bien estar así.





Finalmente, Gavi decidió tomar la iniciativa. Después de buscar a Charles en vano, se enteró de que estaría en un evento benéfico en Barcelona.

No era su estilo aparecer sin invitación, pero esta vez no le importó.

Cuando llegó, lo encontró en un rincón, hablando con un grupo de empresarios, se veía impecable, como siempre, pero había algo en su mirada que parecía más distante que de costumbre.

—¿Podemos hablar?—Preguntó Gavi, interrumpiendo la conversación.

Charles lo miró con una ceja levantada, claramente sorprendido.

—Estoy ocupado.

—Por favor.

Hubo un momento de tensión antes de que Charles asintiera y se disculpara con los demás. Lo llevó a una oficina del lugar.

—¿Qué quieres?—Dijo para darse la vuelta y mirar por las ventanas.

Gavi tragó saliva, sintiendo el peso de su mirada.

—Quiero disculparme. Lo que dije en el hospital fue injusto y… Y cruel, no lo merecías.

Charles alzó una ceja, pero no parecía interesado en hablar.

Estaba apoyado contra el marco de la ventana, mirando a la ciudad iluminada de Barcelona como si no tuviera tiempo para las disculpas del Omega que lo había ignorado y despreciado días atrás.

—Ya te disculpaste, ¿Qué más quieres?—Charles habló sin mirarlo, su voz era fría y distante.

—No es solo eso.—Insistió Gavi, dando un paso hacia él.

—Q-Quiero que me escuches.

—¿Por qué debería hacerlo?—El Alfa finalmente lo miró, sus ojos verdes como bosque, había algo hiriente en su tono.

—No tienes nada que decirme que no haya escuchado antes.

Gavi apretó los puños, sintiendo una frustración y arrepentimiento horrible.

—Lo que dije en el hospital… No fue justo, no sabía lo que hacías allí y…

—¿Y crees que tus disculpas arreglan algo?—Interrumpió Charles, dando un paso hacia él.

—Dime, Gavi, ¿Por qué de repente te importa lo que pienso? ¿Es culpa? ¿Orgullo? ¿O simplemente no soportas que alguien deje de prestarte atención?

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? —Charles rió con amargura, inclinándose hacia él hasta que sus rostros quedaron peligrosamente cerca.

—Porque desde donde yo estoy, parece que solo te interesa tener el control, pero aquí va un secreto, Omega...

—No lo tienes, no conmigo.

Gavi sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, las palabras de Charles eran crueles, pero no podía negar que algo dentro de él se encendía cada vez que el Alfa lo miraba así, con esa intensidad que lo hacía sentir expuesto, desnudo.

—Tienes razón, no tengo el control.—Admitió Gavi, con su voz quebrándose ligeramente, bajó la mirada, odiándose por mostrar esa vulnerabilidad.

—Pero eso no significa que no me importe.

Charles lo observó en silencio, evaluando sus palabras, por un momento, pareció que iba a decir algo, pero en lugar de eso, dio un paso hacia la puerta.

—Esto no tiene sentido, no voy a perder más tiempo contigo.

La desesperación tomó el control de Gavi, sin pensar, corrió hacia él y lo detuvo, agarrándolo del brazo.

—No te vayas.

Charles se giró lentamente, mirándolo con sorpresa y algo más oscuro.

—¿Por qué no? —Preguntó, con un tono retador.

—Dame una buena razón, Gavi.

El Omega no respondió con palabras, en lugar de eso, lo tomó por el cuello de la camisa y lo besó.

Fue un beso desesperado, cargado de frustración, de deseo, Charles se quedó inmóvil por un segundo, pero luego reaccionó, envolviendo sus brazos alrededor de la cintura de Gavi y profundizando el beso con una intensidad que lo dejó sin aliento.

Cuando se separaron, ambos estaban jadeando, sus frentes tocándose.

—Sabes lo que estás haciendo, ¿Verdad?—Murmuró Charles, con sus manos aún firmemente en la cintura del Omega.

Gavi no respondió, sus ojos reflejaban un sin fin de emociones, pensamientos, pero en ese momento, no le importaban las consecuencias.

Todo lo que quería era a Charles.

El Alfa lo levantó fácilmente y lo sentó sobre el escritorio, empujando al suelo todo lo que estaba encima con un solo movimiento de su brazo.

Los papeles, los objetos, todo cayó al suelo en un ruido sordo, pero ninguno de los dos le prestó atención.

Charles arrancó la parte superior de la ropa de Gavi con una facilidad que le hizo temblar, dejando su piel al descubierto.

Se detuvo por un instante, sus ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo, como si quisiera memorizarlo.

—En este momento.—Dijo Charles, con una voz profunda.

—Te daré dos opciones.

Gavi lo miró, con su pecho subiendo y bajando rápidamente.

—La primera… —Charles levantó una mano para acariciar suavemente su mejilla.

—Bésame, y no te volveré a soltar en lo que me quede de vida, no habrá otro Alfa para ti, seré el único, tú serás mío, y yo tuyo.

Su voz era firme, pero había un brillo en sus ojos que pedía que Gavi tomara esa opción.

—La segunda… —Charles se inclinó ligeramente, sus labios casi rozando los de Gavi.

—Deténme ahora... Sal por esa puerta y dejaré de seguirte, de amarte, desapareceré de tu vida para siempre.

El silencio entre ellos fue casi ensordecedor, Gavi lo miró, sus pensamientos corriendo a toda velocidad.

Sabía que esto era una locura, que estaba cruzando una línea de la que no habría regreso, pero también sabía que, en ese momento, no quería detenerse.

Sin dudar más, lo besó.

Charles respondió al instante, su cuerpo presionándose contra el de Gavi mientras el beso se volvía más intenso, más desesperado.

Había una posesión en su toque, en la forma en que lo sostenía como si fuera a desaparecer si lo soltaba.

En ese momento, no había dudas, ni arrepentimientos, solo ellos dos, perdiéndose en un deseo que ninguno podía negar.

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