suave respiro




Mis padres siempre me dijeron que no aceptara nada de extraños. Pero él, en cierta manera, no era un desconocido para mí.

Cursaba el segundo grado de primaria cuando él me regaló una bolsita de chocolates, yo no tenía plata para regalarle ningún gesto, tampoco creí por aquél entonces que sus intenciones eran otras. Pero siempre pensé que quería ser mi amigo. Él era mucho más grande que yo, por lo que sabía había repetido un grado, o había entrado tarde, no lo recuerdo bien. Le decían Alex, él era muy alto para mí, para cualquiera a nuestros siete años, a veces me mostraba sus cartas de Dragon Ball y otras me invitaba a jugar a la bolita en el patio de la escuela. A veces no entendía a Alex, él me regalaba cositas y a veces incluso me daba dinero, yo lo aceptaba porque tenía hambre y podía comprarme algo en el Kiosko, pero cuando mi hermana me sorprendió me dijo que no lo hiciera. Que no aceptara la plata de nadie, claro que dejé de hacerlo. Tenía siete años de edad y uno cuando es chiquito se asusta cuando le gritan en la cara, y a mí me gritaban mucho.

Por lo que sabía, Alex no tenía a su papá, no recuerdo bien, vivía a unas cuadras de la casa de mi tío y apenas puedo recordar el rostro decrépito de su madre. Era una mujer bajita, con los ojos claros como los de él y el cabello castaño lacio. Alex lo tenía corto porque no le gustaba sus ricitos, algunas veces me miraba, me sacaba charla y me mostraba las cartas que le había ganado a los de quinto. Por aquella época Dragon Ball seguía en su auge, tanto por las cartas o por la transmisión en Cartoon, todos querían ser Goku. Yo no quería ser nadie porque no lo miraba seguido, a decir verdad empezó a gustarme cuando tenía alrededor de doce años, ya cuando a nadie le interesaba.

A veces me gustaría decir que hablé. Que lo conté, he oído muchos relatos de chicas que cuentan sus historias y la gente las apoya, pero también las insultan. Yo siempre tuve ganas de decirle a mi madre, a mi padre, pero tenía mucha vergüenza. Tenía mucho miedo por lo que pensaría mi madre de mí, de lo que me hicieron cuando era chiquito siendo yo un varón, porque me costó mucho entender el porqué Alex hizo lo que hizo y porqué el silencio al que me hundí por muchos años.

Como dije, todo empezó con los caramelos. Con los chocolates que me regalaba, Alex me dió dinero, después lo rechacé porque me sentía mal y en cierta forma incómodo. Tuvimos algunas pequeñas peleas por ello, a veces me animaba a decirle a mi madre “Ese niño me molesta” y me tragaba la siguiente la parte, porque tal vez ella pensaba que me golpeaba, que me insultaba o no sé qué mierda. Pero yo no podía traducir en palabras lo que él me hacía, porque por aquél entonces yo no sabía lo que quería decir abuso y desconocía su significado.

Siempre creí que fue mi culpa, que tal vez hice cosas que lo incitó a provocar eso, no lo sé, yo tenía ocho años, no podía entenderlo bien. A medida que pasaban los años iba aumentando, y me lo callaba, me lo callaba día tras día, cuando cumplí diez me animé y se lo dije. Le dije que parara, yo era un chico muy vergonzoso y tímido, miedoso de lo que podrían pensar de mí. Y a veces creo que él lo notó, que entre todos él supo que el silencio que me mataba era el pase para que hiciera lo que quiera conmigo. A veces me escondía en el baño durante los recreos, esperaba a que la señorita entrara las filas y después salía, una vez Alex me esperó afuera. Él era uno o dos años mayor que yo, no lo recuerdo bien, era un niño alto y problemático, tal vez curioso por la sexualidad y porque sus hormonas estaban haciendo el trabajo de alterar su puta y enferma cabeza. Porque Alex no era consciente de su abuso, de su mano traviesa que me tocaba, que curioseaba entre mis pantalones a pesar de que yo lo empujara. Pero yo era tan escuálido como una ramita, era tan débil, tan tonto y asustadizo. Porque lo único que hacía cuando lo veía era tratar de evadirlo, de tragarme las palabras porque no era solo conmigo, se lo había hecho a otras compañeras pero ellas sí habían tenido el valor de decirle a la señorita. Yo miraba callado, con la garganta ardiendo, creyendo que si lo decía mis compañeros me llamaran maricón de mierda, puto que se dejaba manosear. Sentí mucha rabia por eso, me sentí al tope, y no paró, no paró, incluso a veces la situación me era tan extrema que le pedía a mi madre que no me llevara, porque ya no me sentía capaz de evadirlo, no me sentía capaz de contarle que un nene de mi escuela me tocaba. Porque a veces lo pienso, recuerdo todo lo que pasé y no me entra en la cabeza que sufrí abuso sexual desde los ocho hasta los once años. Porque me duele en el pecho pensar que fui tan ingenuo al sentirme avergonzado, que debí decirlo, debí gritarle en la cara que me dejara en paz, que no quería, yo no quería. Me hacía sentir tan angustiado, me hace sentir horrible, él era asqueroso. Era un maldito enfermo al que le deseé lo peor, le escupí en la cara, le insulté, porque hasta el día de hoy me siento incómodo cuando alguien me toca, me siento frágil, horrible porque mi cuerpo no lo olvida, no lo olvida porque su mano pudrió algo en mi cabeza. Pudrió algo en mi mente que no puedo remover. No puedo arrancarlo.

Porque cuando cumplí doce años de edad le pedí a mi madre que me cambiara de escuela, que no quería seguir ahí. Cuando me aceptaron decidí hacerlo, porque cuando se guarda silencio por mucho tiempo el cuerpo se tensa, las sensaciones se vuelven violentas y yo ya no tenía ocho años. Ya no tenía las muñecas frágiles, había crecido, y a pesar de que me tragué su abuso por años decidí darle su último regalo. Porque lo llamé, Alex tenía catorce años de edad y le rompí los labios de una piña la última semana de escuela. La sangre me reventó en los nudillos y él me lo devolvió, me sentí incorrecto, me sentí terrible porque yo no era así, no era ese tipo de persona. Pero algo me empujó a romperle la cara aquél día, a escupirle entre la sangre y el sudor el desprecio que sentía por él.

Porque la vergüenza y el silencio que llevaba acumulando todos aquellos años se convirtieron en violencia tras mis golpes. Porque me retaron, mi madre me gritó, mi padre se enojó conmigo pero sentí cierto alivio... Al verlo sangrar.











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