maravilloso



—Te atragantarás si comes muy rápido —escuché y levanté la mirada. El Alfa me miraba desde el otro lado de la gran mesa, su rostro risueño y sus ojos oscuros viajaron al reloj en el centro de la mesa, la aguja pasaba los segundos con rapidez y yo no hacía más que meterme bocado tras bocado de comida, mis manos se hicieron puños sobre el puré de calabaza y lo devoré por completo. No tenía tiempo para el agua, siempre lo dejaba a lo último para poder tragar más. Sentí mi mirada lagrimosa y la garganta me raspó, estaba al tope, sentía que reventaría y mis ojos viajaron al reloj por última vez, un minuto, suficiente para tomar la jarra de agua. Mis manos se arrastraron por la mesa y lo tomé, vidrio helado, agua llena de hielo y una garganta desgarrada por dentro. Sentí que me partía, me atraganté al segundo pero seguí tomando. Él me miraba silencioso, probablemente asqueado por mi comportamiento pero sediento por tomarme. 

Cuando escuché el reloj no tomé gota alguna, solté la jarra con rapidez y esta cayó al suelo y reventó en mil pedazos. Él me miró, tenía los ojos grandes, oscuros, sus pupilas se dilataron cuando me vieron agitado y transpirando, me sentía muy pesado para correr, y tal vez, si lo hacía, terminaría vomitando. Su cabello era negro como el alquitrán, su piel pálida y sus colmillos ya relucían con fuerza cuando su mirada destelló un sediento rojizo escarlata. Su aroma empezó a apestar por todos lados y mis pies descalzos retrocedieron ante su fragancia. Podía sentir su lobo, podía sentir su dominación sobre mí. 

—¿Correrás? —preguntó, su voz salió distorsionada y extraña. Se levantó y el aire se me fue de los pulmones por un segundo cuando se acercó, mi cuerpo entero vibró ante su primer tacto, no era como los Alfas normales, él no estaba dominado por la razón. Lo sentía en su piel, en el deseo de su cuerpo por destrozarme entero, por su animal. Él tenía una naturaleza salvaje que atrapaba mi calor y mi cuerpo. Sus manos acariciaron mis mejillas, mi cabello largo, mis ojos oscuros. 

—Comí mucho —susurré bajando la mirada por todo su pecho, mis manos lo tocaron, él era cálido y su aroma empezaba a gobernar todo el ambiente. Sentí sus labios en mi frente, su gruñido suave y vibrante sobre su garganta. Cuando tomó mi mano me atrajo con tranquilidad, inundando mi alrededor con feromonas calientes, sexuales. Mi mirada se oscureció y mi cuerpo se estremeció cuando me guió por completo. Me sentí cegado por sus ojos, por su gran mano, ya empezaba a sentir el calor, empezaba anhelar sus manos, su aroma y todo él sobre mí. Antes de que entráramos por aquella puerta me detuve, lo sostuve con fuerza de la mano y lo miré directamente—. ¿Quieres ser el primero? —susurré y sus ojos destellaron, se relamió los labios y su aroma se intensificó, sentí su mirada dilatarse cuando abrió la boca. 

—Entremos —murmuró y sentí que toda mi piel se erizaba por completo. Bajé la mirada cuando él abrió la puerta, cuando, de repente, lo escuché gruñir a los otros, cuando entre tantos gemidos, quejidos callados y gritos ahogados me bañó el aroma a feromonas, a sangre y sudor. Mis ojos viajaron a mis lados, a los Alfas que tomaban con fuerza las caderas de Omegas y les enterraba con dureza su hombría, mi cuerpo se aflojó ante los aromas, ante los gruñidos que venían de cada lado, incluso las agonías de los que eran mordidos y los llantos de quienes terminaban devorados. Pero miré su mano, tan cálida, grande y fuerte que fácilmente podría romperme los huesos de los dedos con apretar de más mi mano. 

Me atrajo hasta un pequeño apartado, a una gran cama que era dividida a su alrededor por gruesas cortinas color vino, apestaba a sudor, apestaba a feromonas pero no dije nada porque él me había alimentado, me había dado lugar para dormir aquella noche que los cazadores deambulaban en el bosque. Pero siquiera sabía si estar ahí, o estar afuera hacía la gran diferencia. Porque lo vi subirse, quitarse la camiseta blanca y dejar libre su espalda grande, cubierta de algunas cicatrices, de músculos grandes y el deseo de destrozarme. Relamí mis labios cuando se recostó y me miró, estiró su mano con gentileza cuando me invitó a sentarme sobre él. 

Obedecí al instante y trepé como pude hasta sus piernas. Traté de ignorar los gemidos, los sollozos y los gritos ajenos, mi lucha estaba aquí, mi problema estaba mirándome directamente y ansioso por verme desnudo por completo. Cuando abrí las piernas sobre su entrepierna él me miró, no traía ropa interior y el lubricante lo había empapado por completo, sentí algo extraño en mi estómago cuando presionó la carne de mis muslos, cuando sus dedos empezaron a subir por mi cintura, levantando el viejo camisón que tenía para quitármelo. Él me miró con sus ojos rojizos, con la garganta tragando, saboreando el momento de ver el Omega que se cogería y luego se comería. Sus manos me agarraron con fuerza las caderas y gemí bajito, temblando. Su lado animal empezaba a salir, a gobernar su razón. Observé sus colmillos filosos, su cuerpo enorme bajo el mío y toda la dominación que lo bañaba. Sus feromonas excitadas empezaron a afectarme y mi cuerpo se calentó, mis caderas se movieron, y mi humedad bañó su entrepierna antes de que entrara. Ellos tenían algo mágico, algo extraño, una promesa antigua de su naturaleza que cegaba cualquier alma, que la sometía y la volvía débil ante su raza. 

Gemí bajito y volví a moverme. Él me sostuvo con fuerza y hundió sus dedos en mí cuando choqué contra su piel. Abrí mis labios y las lágrimas crecieron, su aroma entró en mis pulmones, en mi piel y todo él me inundó por completo. Empecé a moverme, sintiendo dolor, sintiendo mi estómago lleno por sus dedos gruesos y por todo lo que había comido. Sentía la cercanía de mi muerte con solo oler su excitación, lo sentía en su alfa, en su mirada escarlata deseosa de destrozarme el útero y desgarrarme el cuello de una mordida. La brutalidad de los puros era inmensa, y su dominación me volvió tan débil que siquiera tuve la fuerza de apretar la piel de su pecho cuando me folló con su hombría. Cuando de repente me tomó del cuello y enterró mi cara contra la cama, me sostuvo con fuerza de las caderas y volvió a embestirme, el dolor y el placer se convirtió en un grito extraño. Sentí una locura de cosas en mi estómago, desde su hombría empujando todo hasta el vómito que se subía por mi garganta. Cubrí mi boca cuando me tomó del cabello y me alzó, quedé de rodillas, sintiendo con más fuerza su virilidad entrando en mí y luché contra la necesidad de mi cuerpo, me sentía ahogado, me sentía lleno, destrozado. Sentí mis feromonas, sentí su aroma y el hierro de la sangre. Sabía que no era de él, que era mía, que era mi sangre. 

Recosté mi cabeza contra su pecho, sintiendo el malestar, mis ojos lagrimosos bajaron cuando sentí el frío en mi piel, cuando él gruñó sobre mi cabeza, y apretó la carne de mis piernas. Mis ojos viajaron al nuevo rostro que veía, a los ojos grandes, a la melena castaña despeinada y unos ojos salvajes que miraron mi cuerpo entero. Los Omegas puros eran poco comunes, casi extintos en su especie, eran mucho más delgados y altos que los Omegas como él y poseían la capacidad de convertirse en un lobo de bajo rango. Aquél Omega tomó mi mano y lamió mis dedos cuando sintió el aroma al Alfa, sus ojos destellaron y sus pequeños colmillos mordieron mi muñeca con fuerza. Gemí con dolor, sin fuerza, el hombre que tenía detrás volvió a gruñir pero no hizo nada cuando el Omega me tomó del cráneo y hundió su boca sangrienta a la mía. Su lengua se enterró contra mi boca y sus manos recorrieron mi cuerpo entero, sentí mi cuerpo vibrar, lo sentí en mi estómago, en mis manos, en mi muñeca sangrienta y su lengua limpiando el sudor de mi cuello. Sentí que el Alfa detrás de mí me embistió con más fuerza y los ojos del Omega se cegaron más ante mí. Su lengua bajó hasta mi clavícula y observé sus ojos, eran extraños. 

Decían que los Omegas puros eran crueles por naturaleza, eran dominantes, capaces de gobernar sobre un Alfa por su belleza infinita y por el espíritu animal de su especie. Sus ojos buscaron en mí tal pureza que no encontró, mi rostro se deformó en dolor y el alfa tomó mis caderas con fuerza cuando sentí su nudo crecer, cuando apreté la piel de sus manos e intenté sacarlo. La sensibilidad en mi piel empezó a arder, empecé a sentir que me desgarraba pero la calidez que bañó mi útero fue extraño. Gemí y gruñí, intentando salir de él. Pero el Omega me miró y sostuvo mi cuello con fuerza, me empujó contra el alfa y el nudo se enterró más en mí. Sus ojos grandes me miraron, me olisquearon el cuello y lo lamió con lentitud, sentí su lengua áspera en mi mejilla, en mis labios. Su mano suave y sus uñas filosas acariciaron mi vientre abultado, ahí, donde se sentía la hombría del Alfa descargando toda su esencia. Apretó la carne con fuerza y gemí dolorosamente. 

—Huele fértil —susurró y finalmente su mano se enterró en mi cabello. Me lo apretó y me atrajo con fuerza contra la cama. El nudo se despegó de mi cuerpo y la sangre y el semen se desparramó entre mis piernas. Mi cuerpo tembló y grité de dolor cuando el Omega tomó del cuello al Alfa y lo atrajo hacia sí, sus piernas se abrieron y rodearon su cintura. La hombría húmeda entre la sangre y el semen se enterró en el cuerpo del Omega y este gimió suavemente. Sus cuerpos parecieron encajar mejor y él se retorció en placer y gemidos. El Alfa le gruñó y quiso morderlo, pero el Omega le apretó del cabello y lo obligó a besar sus labios. Pero su fuerza no pudo, sus ojos perdieron aquél brillo y su mano desgarró la piel de la mía cuando el Alfa le mordió el cuello con brutalidad. La sangre saltó por toda la cama y su mano apretó la mía con fuerza. Su voz sonó débil cuando el Alfa enterró con más fuerza sus colmillos—. Hue...le fértil... 























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