dulce piel
ADVERTENCIA. Esto puede causar asco, rabia. Todo lo que ataque la moral y la ética de cualquiera.
La primera vez que ví un Omega descuartizado dentro de una bolsa tenía quince años.
Era, en cierta forma, extraño ver un cadáver. Me sentí una bestia porque no me asusté, no lloré ni tampoco sentí el miedo que debía por el shock que sentía. Aquél Omega tenía el rostro tan pálido que las pecas sobre sus mejillas se veían como manchas de barro que cubrían un gran manto grisáceo. Tenía los labios rotos, tal vez mordidos, arrancados. Su cabeza estaba separada del cuerpo y estaba cubierta sal, no comprendí bien porqué, ni tampoco entendí porqué aquella bolsa estaba en el sótano de mi casa.
Pero estaba ahí. Mis dedos sintieron cosquillas cuando arrastré la bolsa de basura entre las otras, era pesada y destilaba un hedor terrible que me sorprendió no haberlo sentido antes. Cuando lo abrí noté su torso entero, estaba lleno de mordidas, de cortes, le faltaba los pezones. Tenía unos hermosos rizos pelirrojos, como los míos. Sus ojos estaban blancos y las moscas volaban por su piel y se adentraban a su boca sin labios. No pude entenderlo bien, así que retrocedí, me quedé varios minutos viendo el cuerpo, esperando que su rostro no se moviera ni que su cuerpo recobrara vida y se arrastrara a pedirme ayuda.
Lo miré con ojos grandes, azules, y sentí que todo mi cuerpo tembló cuando oí la puerta principal cerrarse. El shock me fue momentáneo y subí con lentitud, no tapé el cuerpo ni tampoco comenté nada sobre las fotografías que había sobre la mesa. Desparramadas, a la vista de cualquiera como si la intención hubiera sido que yo viera eso. Que me diera cuenta que tenía un muerto en el sótano de mi casa y que no sabía porqué estaba ahí.
Cuando subí observé a mi papá en la cocina, dejando las bolsas de compra y tarareando suavemente. Era un Alfa alto, grande y viudo después de que mamá muriera por la diabetes y acompañara al hijo de puta que me engendró en el camino. Era en cierta forma un hombre callado, de pocas palabras pero con un rostro atractivo y una mirada penetrante. Papá me había enseñado muchas cosas desde que mamá murió cuando yo tenía diez años. Desde que me presenté como Omega, él buscó ayuda, dejaba que mi novio se quedara para mis temporadas de celos y se iba de la casa, era, en cierto modo, muy libre para mí. Todo lo que pedía, me lo daba, todo lo que no me gustaba él se encargaba. Era lo único que había quedado de mi madre y tal vez fui su capricho por ello.
Al menos, eso pensé cuando lo ví en la cocina. Tenía las grandes manos ocupadas y acomodaba las latas de atún en orden, papá era un hombre que no toleraba el desorden, pero, sin embargo, no comprendí porqué ponía las latas en el lugar equivocado. No comprendí su silencio y sentí al final cómo se erizaba todo mi cuerpo. Volví la mirada lentamente, observando mis zapatos al lado de la puerta y mi mochila colgada. Si me movía con silencio y con suma lentitud podía alcanzarlos.
—Cerraron las calles por la tormenta —comentó él y escondí mis manos tras mi espalda. Asentí lentamente cuando su mirada gris se volvió, su rostro atractivo siempre había atraído a todo Omega, era serio, bondadoso cuando se le daba la gana y bueno para arrancar la verdad con la mirada—. ¿Tenías la intención de irte?
No contesté, mi silencio dilató sus pupilas y ladeó la cabeza. Bajé la mirada su garganta, a sus manos grandes y venosas. Posiblemente me rompería el cuello si me tomara con brutalidad. Eran dedos grandes, gruesos, y tenía una altura lo bastante considerable como para no meterme en su camino. Papá era un hombre atractivo para todo el mundo, para mamá, para toda Omega que intentaba seducirlo y, a pesar de ello, él no hacía caso.
Se acercó y sentí que el alma se me iba del cuerpo. Sentí que mis piernas se congelaban y el recuerdo chocó como una bofetada hacia mi ser, cuando, de repente, dejaba caer su mano por mis rizos pelirrojos y me miraba los ojos azules con su mirada corrompida y enferma. Porque no sabía, no sabía desde qué momento mi papá, mi padrastro, me había visto con diferentes ojos. Pensé que tal vez era la soledad, pensé que los vídeos porno en los viejos era algo normal. Pero cuando noté que eran caseros sentí que mi alma me dejaba a mi suerte.
Cuando comprendí que yo estaba ahí, que estaba ahí en la intimidad de mi cuarto, en mi cama mientras mi alfa me hacía sentir bien y mientras la imagen de alguien follándome le proporcionaba placer a otro.
Porque papá me acarició la piel del cuello y suspiró, en sus dedos sucios de pecado, sucios en sangre, en la necesidad de su alfa de tenerme y de abusar de todo Omega que presentara un mínimo de parentesco conmigo.
Porque papá me había violado, había abusado, golpeado y mutilado de mil formas aún cuando mi piel seguía tan tersa a su tacto.
HUNTER. RELATOS DISTORSIONADOS.
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