34
Estaba despierta desde hacia rato. No podía conciliar el sueño.
Eran las 8 de la mañana, y yo normalmente me despertaba a las 7.
Necesitaba hacer algo.
Cuando me pasaba esto, leía un libro, pero, ahora, todos mis libros estaban incinerados junto al refugio.
Me giré hacia la derecha, encontrándome a un Zach profundamente dormido.
Era adorable.
Sus facciones estaban relajadas y tenía la boca ligeramente abierta.
Un hilo de babas corría por la almohada y no pude evitar soltar una risita.
Su pelo estaba todo despeinado y me dió el impulso de tocarlo.
Era muy suave y esponjoso.
Cerró la boca y se movió un poco. Sus ojos se abrieron y al verme sonrió.
Sonreí de vuelta y me acomodé en su pecho.
- ¿Llevas mucho tiempo observándome? - preguntó divertido.
- Sí. - afirmé en un murmullo - Eres más interesante que un libro.
- ¿Gracias? - reí y le di un pequeño beso en la mandíbula.
- Me acabo de dar cuenta de algo. - comentó y alcé la cabeza para prestarle la máxima atención - Desde que despertaste de la muerte... - reí ante su expresión - No me has dado ningún beso.
- ¿Y lo de ahora qué ha sido?
- Digo en los labios. - aclaró con una sonrisa de lado.
- Ah. - dije y volví a mi posición.
- ¿No vas a hacer nada? - cuestionó con voz indignada.
- ¿Lo quieres ahora? - pregunté fingiendo sorpresa. Sabía que esto le molestaba, pero solo le estaba tomando el pelo.
- Claro que sí. - frunció el ceño y me acercó más a su rostro - Ahora mismo.
Sonreí, lo que provocó que nuestros labios rozaran.
- ¡A despertar! - gritó alguien al otro lado de la puerta.
Zach y yo nos incorporamos asustados por aquel grito.
La puerta se abrió, y la cara arrepentida de Ale se asomó por la hendidura.
- Lo siento. - suspiró - A Nash no le agrada que alguien duerma más que él.
- ¡No pueden quedarse ahí sin hacer nada! ¡Eso sólo lo hago yo! - gritó el tal Nash furioso.
Ale puso una mueca y se aclaró la garganta incómoda.
- El desayuno ya está preparado en el comedor. Os recomiendo que salgaís, si no se quedará frío y Nash se lo comerá.
- Está bien. - sonreí en forma de despedida y Ale se fue.
- Yo mato a ese chico. - comentó Zach dejando su cabeza caer de nuevo en la almohada.
Reí cortamente y besé su mejilla para sacarle una sonrisa.
(...)
El desayuno había estado bien.
La gente se movía de un lado a otro, mientras yo les miraba aburrida.
Zach se había ido a hablar con Ale y me había quedado sola en el comedor.
Todo el edificio estaba bien organizado.
Cocina, comedor y gimnasio.
Había un patio, dónde algunos chicos practicaban con sus poderes.
Ellos también irían a la guerra, pero ellos matarían a todos los humanos, sin importar si son buenos o malos.
Un escalofrío recorrió mi espalda con ese pensamiento.
Ale me agradaba, pero preferiría estar con los chicos. Mi familia.
Por último, estaban los dormitorios, que eran las antiguas salas de experimentación sobrenatural.
Zach llegó a mi lado con ropa nueva. Vaqueros negros y una camiseta corta también negra, acompañado de unos botas militares.
Mentiría si dijera que no estaba apuesto. Muy apuesto.
- ¿A qué viene ese atuendo? - pregunté con una risita.
- Vamos a entrenar y a obtener tus poderes. - contestó con una sonrisa.
- ¿Para qué? - su respuesta me había dejado aturdida y alterada a la vez.
- Para la guerra. - mis ojos se agrandaron - Tenías razón, no podemos dejar que los chicos luchen solos.
- ¡Gracias! - me lancé a sus brazos.
- No hay de que. - dijo riendo - Ya me lo agradecerás más tarde. - susurró en mi oído y me sonrojé - Ahora, a trabajar.
(...)
Fuimos al bosque. A Zach no le gustaba entrenar con extremistas a su alrededor y prefería que estuviéramos solos para que nadie nos interrumpiera.
Nos paramos en un pequeño claro, rodeado de árboles.
- Bien, ¿Cómo piensas sacar de mí los poderes? - pregunté con las cejas alzadas.
- Solo tenemos que enfadarte, como la última vez.
- No creo que funcione. - respondí sincera - Si no, aquel día ya hubieran salido a la luz.
- Bueno, aquel día, tenías 17 años recién cumplidos, y normalmente, los demás poderes salen cuando cumples 18. - sacó una cuerda - Cumples 18 en una semana. Creo que eso servirá.
- ¿Qué vas a hacer con esa cuerda? - cuestioné. frunciendo el ceño.
- Atarte. - dijo simplemente.
- ¿Para?
- Enfadarte. - volvió a decir sin más.
Comenzó a rodearme con la cuerda y apretaba bastante fuerte.
- No quiero hacer esto. - me quejé con un puchero - No me gusta enfadarme.
- Créeme que a mí tampoco me gusta que te enfades, y menos conmigo.
- Pues no lo hagamos. No hace falta tener más poderes, yo con el mío estoy bien. - suspiré - Y por si no te acuerdas, uno de esos poderes era la destrucción. No quiero hacer daño a nadie.
Paró de atarme y me miró a los ojos.
- No vas a hacer daño a nadie. - afirmó seriamente - Tienes tu punto de apoyo, ¿no?
- ¿Punto de apoyo?
- Sí, ya sabes, tu ancla. Algo que no te haga perder el control.
- Ah eso... - mis mejillas enrojecieron - Sí, sí tengo.
- ¿Cuál es? - preguntó con una sonrisita al ver mi sonrojo.
- No es importante. - susurré.
- Sí que lo es. Es tu ancla. Dime qué es.
Gruñí levemente mientras rodaba los ojos.
- Tú. - susurré casi inaudible.
- ¿Qué? - preguntó aún sonriendo.
- ¡Tú! - dije mucho más alto - ¡Eres tú! ¡Tú eres mi ancla! - suspiré - ¿Estás contento?
Me miró de una forma que no supe descifrar.
Y luego, sentí sus labios sobre los míos.
- Sí que estoy contento. - sonrió con amplitud y me besó - Porque, - lo volvió a hacer - Tú también eres el mío.
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