Goldminer

– "De acuerdo." – pensó mientras miraba el botín recolectado por todo lo que fue extraído esa tarde. – "Vamos a ver qué tenemos aquí."

Inspeccionando la colección de variados minerales en bruto, los receptores ópticos de Goldminer escanearon los cristales y metales brillantes, tanto naturales como procesados que se encontraban en las paredes de la mina. En efecto, los trabajadores de este lugar producían una cantidad impresionante, pero el reploide todavía estaba insatisfecho. No quedaba suficiente para él, y aunque deseaba poseer cada mineral precioso que tenía en frente, no era lo suficientemente tonto para potencialmente invocar la ira de Sigma. No, el líder de su lucha por la independencia les había dejado claro que Goldminer sólo podía tomar lo que había encontrado él mismo, o más bien, lo que encontraran los trabajadores a los que designó para que excavaran por él. Bastaba con decir que tenía muy poco tiempo para buscar, observando a su fuerza de trabajo capturada, así que ¿por qué no poner a aquellos a los que tenía bajo su mando a buen uso?

De hecho, les estaría haciendo a los simios sin pelo un favor al permitirles mostrar su valía, por minúscula que fuese.

– Pfft. ¿Qué piensa Sigma que estos monos sin cola pueden hacer? – cuestionó en voz alta, tomando una muestra de un diamante sin recortar en su mano, observándolo brillar y reflejar los escasos rayos de luz que se filtraban sobre él, y continuó preguntándose. – ¿De qué sirve mantener vivo a ese humano? Si nosotros somos una especie más evolucionada y apta para este mundo, ¿no significa que no hay espacio para ellos? ¿Y por qué debería haber un lugar para ellos para empezar?

Si pudiera hacerlo, se habría permitido una sonrisa en su cara. De cierta manera, ellos mismos habían cavado su propia tumba. Hizo una pequeña pausa, aun estudiando el diamante, pero su semblante cambió. Aunque una vez tenía la visión de que los humanos eran patéticos y sin valor, una emoción diferente se apoderó de él cuando recordó cierta información que le dieron tras unirse a la causa de Sigma.

Información que todos en sus fuerzas ahora sabían. La historia verdadera de lo que sucedió antes de la era de los reploides, e incluso antes de los mecaniloides, incluso aunque Goldminer no tenía ni una pizca de preocupación por cualquiera de los que habían sufrido, el prospecto de lo que le sucedió a sus predecesores le pesaba en los rincones de su mente. En la mente de todos. Y aunque aquellos como Armadillo le dejaron claro a Goldminer y Vile que los humanos debían mantenerse productivos, pero sin ser lastimados, él también sabía de lo que eran capaces sus prisioneros.

Si lo pensaba bien, los humanos eran los verdaderamente peligrosos.

¡Goldminer, contesta!

Lo repentino de la voz de su "camarada" sacó al Maverick de sus reflexiones y lo hizo aterrizar de vuelta en la realidad, para su disgusto, casi perdido entre los brillitos y chispas del imperfecto, pero aun así hermoso objeto compuesto de carbón.

– ¿Qué pasa, Vile? – cuestionó Goldminer, aunque era claro que no le emocionaba mucho oír al ex-Hunter.

¡Pon en marcha tu maldito trasero de metal! ¡Hay un Hunter que se dirige hacia tu estación!

– ¡¿Qué?! – Los receptores ópticos de Goldminer se encendieron de shock, que rápidamente dio paso a irritación. – ¡¿Cuándo pasó esto?! ¡¿Qué pasó con el escuadrón que envié a cuidar de la entrada de esta sección de la mina?!

En algún momento mientras estuviste ocupado contando tus beneficios. – se burló Vile. – Y pensar que Sigma creyó que podrías sernos de utilidad con ¿cómo lo llamó? ¿Tu conocimiento de manejo de finanzas?

Goldminer echaba vapor ante las palabras de Vile, pero mantuvo la calma. No podía perder la compostura, no en frente de ese sujeto. – Entonces, ¿de quién se trata? ¿Es ese pelmazo azul?

Aunque no podía verlo, el reploide podría jurar que escuchó un deje de burla enfermiza en la respuesta de Vile. – Oh no, el que va hacia ti es totalmente diferente. Además, yo ya tengo en la mira a ese pelmazo. Tú tendrás que encargarte del amigo que trajo consigo.

Él no tenía ninguna característica que le permitiera hacerlo, mucho menos poseía carne para demostrarlo, pero Goldminer se preguntó si esto era lo que se sentía "palidecer", al procesar las palabras de su compañero y con ellas la terrible realización que le golpeó.

– Espera... – tartamudeó. – ¡¿T-te refieres... a él?!

X está aquí, ¿quién más le permitiría a un inútil como él venir a este lugar?

Los receptores ópticos de Goldminer se ensancharon, destellando con una comprensión llena de horror. Empezó entonces a gritar, pese a que el volumen de su voz no tendría peso independientemente de si sus súplicas serían escuchadas.

– ¡Espera, espera! ¡Tú... tienes que volver aquí! ¡Tienes que ayudarme a acabar con este sujeto!

Lo siento, no es mi problema. – respondió Vile desdeñosamente. – Tengo un Hunter del cual ocuparme, así que te toca lidiar con Zero por tu cuenta.

– ¡Vile, espera! – continuó Goldminer, poniéndose más y más desesperado. – ¡No puedes dejarme! ¡Si ya viene de camino aquí, entonces esos sujetos a los que envié allá afuera están...! – Se quedó en silencio.

Sí, suena a que es un problema. Para ti. – replicó Vile. – Seguro que debes tener algo allá abajo a tu disposición. Utilízalo.

– ¡No tengo ningún arma!

Entonces usa tu imaginación.

– ¡Vile, no me dejes! ¡Vile! ¡VILE!

Silencio. Goldminer maldijo entre dientes antes de golpear una pared cercana, pero más por estar aterrorizado que furioso. Ciertamente, el prospecto de que los Maverick Hunters se infiltraran en la mina siempre era una posibilidad, y pronto resultaría inevitable, pero el antiguo criminal ni siquiera habría soñado que se enfrentaría cara a cara a uno de ellos.

No, no era sólo uno de ellos. Era uno de los mejores. Uno que seguramente podría acabar con él con apenas una vibración de su núcleo.

– Vile, hijo de... – Goldminer seguía echando humo, apretando los puños, pero no estaba seguro de si temblaba de rabia o de terror. Tal vez, de una extraña manera, era por ambas cosas.

Aun así, independientemente de cualquier animosidad que tuviera hacia el ex-Hunter convertido en Maverick, sabía que tenía que hacer algo. Alguien venía acercándose, y no era cualquiera, sino Zero. EL Zero. Cierto, había una buena cantidad de información que Sigma no había compartido con él todavía, pero incluso en sus días antes de unirse al antiguo líder de los Maverick Hunters, sabía que podía considerarse muerto si mandaban a Zero tras él.

Por supuesto, luego llegaba la pregunta de qué podría hacer al respecto. Él no era ningún debilucho, o al menos eso decía, pero tampoco era un experto en armas ni estaba equipado con un blaster. Y viendo que el Hunter rojo venía en camino hacia acá, Goldminer dudaba que sus fuerzas pudieran retrasarlo por mucho tiempo. No, necesitaba algo grande, algo poderoso. ¡Algo que pudiera aplastar a ese rubio afeminado y mandarlo al deshuesadero! ¿Pero qué?

– Un momento... ¡por supuesto! – Goldminder sonrió, finalmente encontrando una solución a su actual dilema. Sus receptores ópticos se oscurecieron, y luego se iluminaron con anticipación. – Pero, no será tan fácil tomarlo por sorpresa. No, voy a dejar que él mismo se destruya por mí.

A cierta distancia de allí...

– Y bien, ¿a dónde llevan estas vías? – le preguntó Zero a Samantha, mientras la otra reploide seguía sirviéndole como guía mientras él se ocupaba de protegerla.

– A una de las zonas principales de este lugar. – explicó la trabajadora de pelo violeta. – Hasta ahora es la más grande, así que probablemente esté vigilada. El panel de control de los sistemas está aquí, así que tal vez pueda abrir los seguros si llego hasta él.

– Entonces probablemente tendremos que entrar por caminos separados. – señaló Zero.

En efecto, pensaba Samantha, no habría forma de que los guardias la dejaran entrar si el Hunter venía acompañándola, incluso si les mentía diciendo que él era su prisionero. Aun así, ¿de qué manera podrían entrar?

– Hey, ¿qué es eso?

La voz de Zero sacó a Samantha de su ensimismamiento, y sus ojos cafés notaron un carro cercano que se había volcado fuera de los rieles. Acercándose a él con Zero siguiéndole y vigilando en caso de que hubiera fuerzas enemigas cerca, la trabajadora de las Minas de Zalts vio que estaba totalmente vacío, con el compartimiento para carga totalmente limpio. Echó un vistazo al vehículo de transporte, y luego al Hunter que servía como su protección. Intercambió miradas entre ambos por varios momentos, hasta que una solución potencial se manifestó en su procesador.

– Disculpe, ¿Sr. Zero?

– Zero es suficiente. – le dijo el Hunter rubio. No lo dijo en voz alta, pero murmuró entre dientes. – Decirme señor sólo me recuerda que tengo más de un siglo.

– No estoy segura de qué pensarás de esto. – dijo la reploide de cabello violeta. – Pero, si podemos poner esto de vuelta en las vías... – Miró brevemente al Hunter rojo – ... creo que tendremos un boleto para poder entrar los dos al mismo tiempo.

Poco tiempo después...

– ¿Hm?

– ¿Viene alguien?

Aunque los Dig Labors estaban armados y listos para combatir cualquier amenaza, el hecho de que cualquiera viniera a este lugar era suficiente shock para sacudir sus circuitos. Les habían alertado que había Hunters en el área, pero el prospecto de toparse con alguno de ellos no era algo que ninguno de los guardias estuviera esperando. Lo que vieron sus ojos, para su gran confusión, fue una simple trabajadora empujando lo que parecía ser un carro por las minas, con una tela cubriendo su contenido.

– Hola, caballeros. – saludó la reploide de cabello morado a los Dig Laborers, mientras seguía empujando el carro. – Disculpen si los asusté, pero descubrí un vehículo con algo de carga que se había perdido, así que decidí traerlo aquí.

Los dos Mavericks inspeccionaron el carro, observándolo cuidadosamente al igual que la tela que cubría lo que fuera que estaba en su interior.

– ¿Dónde encontraste esto? – le preguntó uno de ellos a Samantha.

– No muy lejos de aquí. – respondió la trabajadora. – Estaba descarrilado, así que me tomó algo de esfuerzo volverlo a poner en las vías. Estoy segura de que los chicos de aquí querrán que se los devuelva.

– Un momento. – dijo otro de los guardias, que señaló hacia la tela. – ¿Qué hay adentro?

– Sólo... lo usual, minerales y metales. – dijo Samantha. – Perdónenme, pero considerando para quién estamos trabajando, me imagino que Goldminer querrá que le demos todo lo que se haya excavado para su montaña. Incluso si sólo son un par de pepitas de oro o algunos diamantes en bruto sin cortar.

Los Dig Labors se miraron entre ellos, y luego a la otra reploide. Tras un breve período de silencio, uno de ellos finalmente le habló.

– De acuerdo, bien. – Presionó un botón, y al hacerlo los seguros de la puerta que sellaba el área de excavación se abrieron. Los paneles se separaron lentamente, revelando lo que era probablemente la caverna más expansiva y enorme de toda la mina. – Vuelve a trabajar con los demás.

Samantha entró, pero antes de poder ir muy lejos, sintió que le agarraban el carro por detrás.

– Pero nosotros nos ocuparemos de esto.

– ¿Qué? – La excavadora se giró. – ¿Qué quieres decir?

– Si sólo hay tesoros extraídos aquí dentro, seguro no te importará que los agreguemos a la pila, ¿verdad? – cuestionó uno de los Mavericks. – Después de todo, ¿no es como que haya alguien más escondido aquí dentro, ¿verdad?

– Um...no, en absoluto. – dijo Samantha. – Yo... supongo que los dejaré para que se encarguen de eso. ¡Nos vemos!

Se despidió con la mano, tratando de aparentar una sonrisa amable. Siguió andando, esperando encontrar a sus colegas trabajadores, pero también deseándole lo mejor a su protector.

– Espero que puedas manejar las cosas por tu cuenta. – murmuró para sí misma antes de desaparecer de la vista. Los Dig Labors la observaron hasta que se fue, y luego se giraron hacia el carro.

– Muy bien. – dijo uno de ellos, cogiendo la tela. – Vamos a ver qué hay aquí abajo.

De un solo tirón, removió la tela, pero al hacerlo, todos los Dig Labors se quedaron estupefactos al ver que el carro estaba totalmente vacío.

– ¡¿Qué diablos...?!

– ¡Estaba seguro de que había algo sospechoso allí dentro!

Fue entonces que ambos Mavericks se dieron cuenta de que compartían la misma sensación de unos ojos perforándoles las espaldas. Desafortunadamente, ni siquiera pudieron ver a su atacante antes que sus puños chocaran contra ellos, golpeándolos repetidamente hasta que ambos Mavericks dejaron de moverse.

Zero se quedó de pie observando los cuerpos colapsados de los Dig Labors. Cierto, sería muy fácil acabar con ellos ahora mismo, y no había razón para hacerlo, pero el hecho de que no lo habían atacado plantó una semilla que, para confusión e irritación del Hunter rojo, lo disuadió de rematar a los Mavericks inconscientes y que dejaran de funcionar permanentemente. Aun así, aunque esa sensación no dejaba de atormentarlo, siguió adelante, en la misma dirección por donde fue Samantha.

No sabía por qué, pero Zero no podía evitar conectar sus dudas con la imagen de su compañero, que apareció en su mente por un breve segundo.

– "X..." – pensó mientras corría de frente. – "¡Más te vale que estés en una pieza cuando te encuentre!"

En la cámara de Armadillo...

Todavía seguía de pie. Seguía peleando. Seguía oponiéndose firmemente ante su oponente, y aun así, podía sentir cómo su cuerpo lentamente comenzaba a fallarle.

X disparaba cuando se veía forzado a ello, y Armadillo se aseguraba de seguir arremetiendo contra él, dejando al reploide azul sin más opción que defenderse. Hasta ahora, esta táctica había funcionado, pero en última instancia, la Electric Spark de Mandrill le había hecho más daño del que sospechaba inicialmente. Lentamente se iba desgastando, y su cuerpo, aunque seguía fuerte, estaba perdiendo lentamente su otrora impresionante velocidad, y sin su armadura protectora, recibía un ligero daño cada vez que se echaba a rodar y rebotaba contra las paredes.

X veía todo esto, y aun así, seguía dudando. Fue entonces que Armadillo perdió toda su paciencia.

– ¡Maldito cobarde! – bramó, interrumpiéndose con un gruñido de dolor, sintiendo que se le habían dañado unos componentes internos. – ¡¿Te haces llamar un Maverick Hunter?! ¡Yo soy el enemigo, así que dispárame!

X seguía inseguro de cómo responder al principio, pero pronto se volvió evidente que Armadillo tomó su silencio como un insulto.

– Por lo que me has dicho, eres un individuo honorable, Armadillo. – le dijo X. – Dudo que Chill Penguin o Spark Mandrill hubieran liberado a sus rehenes si los tuvieran. Y si estás dispuesto a perdonarles la vida a los inocentes aquí... tal vez Sigma...

– Espera, ¿eso es lo que te hace contenerte? – cuestionó el mamífero mecánico. – ¿Crees que Sigma, de alguna manera, simplemente está equivocado?

– ¡O tal vez haya sido infectado con un virus! ¡Tal vez el fenómeno de los Mavericks SÍ está conectado de alguna manera a un programa invasivo!

Armadillo se quedó sin habla, y sus ojos se ensancharon del shock.

– ... ¿Crees que Sigma es una víctima? – inquirió. El silencio de X era toda la respuesta que necesitaba. – Eres más ingenuo de lo que pensé.

X no lo entendía del todo. – Un virus computarizado puede alterar la CPU y las funciones generales de una máquina, ¡uno de los indicadores principales de una infección son los cambios de comportamiento! ¡Y de hecho, eso es exactamente lo que demuestra Sigma!

El antiguo Hunter violeta y dorado se quedó callado por un momento, y finalmente suspiró. No por frustración, sino más bien por decepción. Como si hubiera esperado que su antiguo aliado supiera mejor. Aun así, tal vez Armadillo estaba juzgando muy duramente a X. En efecto, apenas recientemente fue que descubrió la realidad de la situación de Sigma.

– ... Realmente no conoces la verdadera naturaleza de aquello con lo que Sigma ha entrado en contacto. – le dijo Armadillo a X. – Ni tampoco entiendes cómo funciona.

X seguía sin entender, pero a pesar de todo, si esto le daba algunas respuestas, estaba dispuesto a escucharlo. – Entonces ¿cómo funciona?

Armadillo soltó un resoplido de dolor, ya que sus sistemas respondían al daño que tanto X como él mismo le habían infligido. – Para recibir tu respuesta, no sólo a esto, sino a todas tus demás preguntas... – A pesar del dolor, se irguió fuerte y orgulloso una vez más – ... Ya sabes lo que tienes que hacer.

X no dijo nada, sus ojos verdes simplemente miraron hacia su buster desenfundado por un momento.

– ... de acuerdo. – le dijo, sorprendiendo enormemente a Armadillo.

– Hm. – El mamífero sonrió con satisfacción. – Parece que por fin estás aceptando la realidad de tu situación. Aunque, si puedo hacerte una recomendación, personalmente yo intentaría otra estrategia. El modo estándar de tu buster es efectivo, pero seguramente debe haber algo mejor en tu arsenal en este momento.

X no dijo nada, pero Armadillo tenía razón. No se le había olvidado el consejo que le dio su oponente sobre utilizar sus armas, y al pensarlo más detenidamente, decidió que tal vez era lo que necesitaba para derrotar a Armadillo. La única pregunta era, después de eso ¿qué haría?

No tuvo tiempo de seguir reflexionando, ya que Armadillo volvió a cargar contra él, forzand saltar fuera del camino, aterrizando al otro lado de la cámara. Sólo que, una vez que aterrizó, momentáneamente cambió su unidad contenedora regular instalada en su arma por otra. Una que, aunque tal vez no le diera la conclusión que Armadillo tuviera en mente, serviría para detenerlo.

Y tal vez, con suerte, podría incluso salvarlo.

Sitio de excavación 3-D...

Girando hacia el campo, Goldminer notó un rostro que no había visto en un largo tiempo aproximándose hacia un trabajador caído. Al examinarlo más de cerca, reconoció quien era, y lo extraño de verla aquí.

– ¡Hey, tú! – gritó el Maverick, captando la atención de todos, humanos y reploides por igual. – ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Creí que Vile te dijo que te quedaras en otra zona bien lejos de aquí!

Samantha se preparó, mirando hacia un costado y sin mencionar a la figura que acechaba desde las sombras que había disponibles, manteniendo sus pasos y movimientos tan ligeros y silenciosos como fuera posible.

– ¡Vine para decirte que tenemos problemas! – le dijo a su superior, esperando que al menos se sentiría intrigado por lo que tenía que decirle. Goldminer estaba perplejo.

– ¿Qué problemas? Ten en cuenta que estos "problemas" podrían ser la única cosa que te mantiene a salvo. – le advirtió. – Después de todo, desobedeciste las órdenes y abandonaste tu puesto.

La trabajadora de cabello violeta con casco protector hizo un ademán de tragar en seco, pese a no poseer ninguno de los rasgos asociados a una garganta orgánica. Parecía ser verdad que esto era un reflejo normal, para hombres o máquinas.

– ¡Uno de los Hunters que fue desplegado en este lugar se dirige aquí! – dijo Samantha, tratando de sonar a que quería alertar a Goldminer. – ¡Es el rojo!

Al oír la palabra "rojo", Goldminer se congeló.

– ¿Q-qué? – tartamudeó. – No, e-eres una idiota. Él no puede estar aquí... – Se detuvo por un momento, y empezó a girar sus sensores ópticos frenéticamente en busca de cualquier señal de rojo brillante, y cualquier mechón ondeante de pelo rubio. – No ahora. Vile... ¡él me llamó hace apenas un rato! ¡Ese sujeto no puede estar aquí!

– ¿Qué razón tengo para mentir? – cuestionó Samantha. – Mi vida, y las de todos los demás, están en tus manos, así que ¿qué gano arriesgándome con esto?

Goldminer estuvo a punto de responder, pero terminó quedándose en silencio, tratando de mantener su compostura. ¡No podía permitirse derrumbarse en frente de sus prisioneros!

– ¡Oh no! ¡Ya tenemos otro!

Y entonces ambos, Maverick y rehén, vieron que otro de los trabajadores había colapsado por el agotamiento: esta vez un reploide, sorprendentemente.

– Grandioso. – gruñó Goldminer, mirando al minero caído. – ¡Hey, no tienes permitido dejar de excavar todavía! ¡Aún quedan algunas horas antes de que les permitan tomar su descanso!

La máquina desplomada no respondió con nada excepto un pequeño tic. Samantha se arrodilló para inspeccionarlo. – Sus sistemas parecen haber entrado en bloqueo de estasis. – le explicó a Goldminer. – Y por lo que parece, se quedará inconsciente por un buen rato.

– ¡¿Qué?! – bramó Goldminer. – ¡¿Cómo?! ¡Si es uno de los nuestros! ¡No es uno de estos estúpidos debiluchos hechos de carne! – agregó señalando a los humanos que seguían estando cautivos junto con Samantha.

– ¡Incluso nosotros necesitamos tiempo para apagar nuestros cerebros de vez en cuando! – protestó ella. – ¡Por durables que seamos, ninguna máquina puede seguir para siempre sin recibir algún reposo momentáneo!

– Oh, así que necesita descansar, ¿no? Bueno... – El Maverick sacó una pistola de plasma estándar y apuntó directamente a la cabeza del trabajador caído. – ¡Vamos a darle un descanso permanentemente!

– ¡No! ¡No puedes! – protestó Samantha, pero sólo recibió un manotazo de revés en la mejilla de su captor, enviándola al suelo. El dolor no fue tan extremo, pero el golpe la dejó algo desorientada. Vio entonces a Goldminer apuntar el arma hacia la cabeza del trabajador de nuevo, que seguía totalmente inconsciente y sin forma de saber que su vida estaba a pocos segundos de terminar. – ¡Espera, no lo hagas! ¡NO!

Siguió suplicando, con sus ojos muy abiertos al ver que el dedo del Maverick iba tirando del gatillo, preparándose para descargar la energía en un solo disparo. Goldminer no le prestó atención, ya que planeaba llevar a cabo su plan.

Por supuesto, para su shock, no llegó muy lejos. Ni siquiera pudo lanzar un solo disparo, ya que una mano invisible había agarrado la suya, evitando que jalara el gatillo. Fue entonces que Goldminer notó que la mano blanca estaba pegada a un antebrazo con armadura roja. No pudo evitar que la horrible realización lo golpeara, pero cuando sus receptores ópticos pudieron vislumbrar los detalles en el pecho, piernas, hombros, casco, y especialmente el cabello del extraño, se dio cuenta de que ya no era la vida del trabajador la que estaba en riesgo.

Y por lo que podía verse, el Hunter rojo tenía pocos problemas con hacer lo que fuera necesario al momento de lidiar con Mavericks.

Esta historia continuará...


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