El señor de las planicies nevadas


Hace diez años...

– ¿Es decir que uno de ellos servirá un rol específico? – preguntó el anciano calvo al científico mucho más joven, mientras él y sus colegas se encontraban terminando la construcción de un nuevo reploide. Uno que encajaría con los recientemente formados Maverick Hunters.

– En efecto. – respondió el Dr. Fujiwara, observando el procedimiento, y verificando que los componentes internos del reploide funcionaban como debían. – Después de todo, si operarán como un equipo, cada miembro debe encajar en un lugar apropiado para sus habilidades.

El Dr. Cain asintió, aunque no estaba seguro de las palabras del otro hombre sobre el asunto. Hasta donde él sabía, Sigma iba a liderar este nuevo equipo especializado, pero los otros miembros seguían en construcción. Aunque Fujiwara parecía tener una afinidad en particular por el reploide de armadura violeta y rostro oculto.

– ¿Y cuál es el rol que este cumplirá? – preguntó Cain al experto en robótica.

– Usted sugirió que tuviéramos a alguien que fuera, en sus palabras, lindo, así que este reploide será más o menos como una mascota. – explicó el científico de cabello oscuro. – Todavía tenemos que crear su armazón externo, pero esa es una de las porciones del cuerpo más fáciles de moldear.

El Dr. Cain observó al reploide todavía dormido mientras era armado. Su figura era humanoide, pero con las proporciones exageradas. Su cara no se veía humana como las de los demás, sino que más bien parecía haber sido basada en un pájaro con un pico plateado muy pronunciado, y un labio inferior amarillo.

– ¿Y qué se supone que debe ser?

– Debatimos un poco de si usar a un perro o algún otro animal doméstico. – respondió Fujiwara. – Pero en última instancia, elegimos a un animal menos convencional, pero aun así relativamente popular. – Miró a la máquina todavía incompleta. – Además, escuché que los pingüinos son populares con el público en general.


Tiempo presente, en la región polar...

X se sintió increíblemente tonto, pero la visión de Chill Penguin lo tomó por sorpresa. Y eso pronto se convirtió en una terrible realización cuando el antiguo Hunter colisionó contra él, enviando al reploide azul a estrellarse contra la pared donde estaba la puerta que sellaba la cámara. Penguin, sin embargo, se detuvo y se levantó sin problemas, sin verse afectado en sus movimientos por el terreno helado. El reploide más humanoide se levantó de nuevo, cuidando de no resbalarse ya que el hielo entorpecía un poco sus movimientos. Otro factor que lo hacía verse aún más tonto.

Aun así no podía evitarlo, ya que ¿cómo podría haberse esperado que Chill Penguin de todos los reploides se habría aliado con Sigma? Todavía seguía sin poder creerlo del todo, aunque su agresor estuviera justo en frente de él.

– ¿Qué pasa? – cuestionó Penguin, poniendo los brazos en jarra. – ¿Acaso esas nuevas y brillantes partes de tus piernas no te sirven para mantener mejor el equilibrio?

X estaba en un completo estado de incredulidad, tratando en vano de negar lo que estaba frente a él. – ¿Por qué? – le preguntó. Sabía que era una pregunta inútil, pero no pudo evitar hacerla.

Chill Penguin resopló con desdén. – ¿Por qué? – chirrió, burlándose de la pregunta de X y su evidente angustia. – ¡Como si fueras a entenderlo!

X se mordió el labio, inseguro de cómo responder. – Yo... yo no...

– ¡No! ¡Es tal como él lo dijo! ¡Nunca lo harías! ¡Eres igual que todos los demás! – exclamó Penguin furioso. Sus ojos se fijaron en los componentes de las piernas del reploide azul. – ¡Incluso ahora, tu creador necesita recordarte que eres el mejor de todos!

– ¿Qué? – X se quedó perplejo. – ¿De qué estás hablando?

– ¡Eres un modelo antiguo, comparado al resto de nosotros! – gritó el pájaro, apuntando un dedo acusador en la dirección de X. – ¡Apenas eres un Clase B, y aun así te enviaron a detenerme! ¡Hasta aquellos que se oponen a Sigma me ven por encima del hombro!

– Penguin, ¿de qué estás...? – X trató de preguntar, pero de nuevo fue interrumpido.

– ¡Incluso ahora, te burlas de mí! ¡Actúas como si fueras tan grande y poderoso, no lo soporto! – gritó Penguin, y luego sacudió su puño contra el Hunter azul. – Yo... ¡voy a acabar contigo!

Abrió su pico, produciendo una ráfaga de aire frío, y disparando cristales helados en la dirección de X. Por su parte, X no tenía idea de lo que sería esto, pero no quería averiguarlo, así que saltó pateando la pared, logrando ponerse por encima de la forma más grande de Penguin, pero el pájaro terminó su trabajo rápidamente. Se apartó del camino para presentar tres esculturas de hielo, todas diseñadas para parecerse en forma y tamaño a un pingüino emperador promedio.

– ¿Te gustan? – cuestionó Penguin, cruzando los brazos sobre el pecho. – ¡Comencé a hacerlas apenas la semana pasada y ya soy todo un experto! ¡Y no son solo bonitas, son buenas para ofensiva y defensiva! – agregó sonriendo mientras intentaba provocar a X. – ¡Adelante, te reto a que intentes disparar a través de ellas!

Desde donde estaba, la forma congelada de Marth permaneció inmóvil, observando cómo continuaba la batalla entre X y Penguin. Ninguno de ellos tendría forma de saberlo, pero si cualquiera hubiese visto sus ojos en ese momento, se habría dado cuenta que su expresión era casi de tristeza.


Un año antes...

Se encontraba caminando por los corredores de la Base Hunter, pensando en qué estaría pensando Sigma al enviar a Flame Mammoth al medio oriente. ¿Por qué no a él? ¡Habría sido una mejor opción! ¡Podría haber mantenido los sistemas de todos refrigerados y ayudar a los humanos con ese calor infernal! ¡Parecía que ese maldito elefante aprovechaba cada oportunidad posible de recordarle cómo siempre le tocaba el extremo corto del palo!

Simplemente no era justo.

Y entonces, el reploide basado en un pájaro vio a un Hunter más alto situado en el monitor en el centro del piso del edificio, donde se conectaban todos los corredores. Era el Comandante Marth, justo el reploide a quien Chill Penguin necesitaba ver.

– ¡Oh, Marth! – Aunque parecía ser que alguien le ganó de mano. Un Hunter de armadura azul se acercó al reploide de figura más imponente, y luego se detuvo. – Oh, quiero decir, señor.

Marth le sonrió a X, ante el gesto del reploide más bajo por corregir su forma de hablar. – No estás en la unidad polar, así que no soy tu comandante. – le dijo. – No necesitas ser tan formal.

– Aun así, felicidades. – le dijo X a Marth. – Pero ¿realmente tendrás que ser estacionado allá arriba en la Región Polar?

Chill Penguin se quedó perplejo. ¿X conocía a Marth? Bueno, Marth era un Hunter de alto rango, Clase A para ser preciso. Y no le habría sorprendido a Penguin si ese enorme reploide (que rivalizaba con Sigma en estatura) pronto llegaba a Clase S. Aun así, ¿cómo era que X conocía a Marth a tal nivel que podían hablar de manera casual como amigos? ¿Por qué no le dijeron a él sobre esto? Era un detalle pequeño, pero Penguin no podía evitar sentirse algo excluido.

– Escuché que me van a extrañar aquí. – suspiró Marth. X no era el único que no quería que se fuera. – Pero no tengo intenciones de irme para siempre. Estoy seguro que el Comandante Sigma enviará por mí para que vuelva en alguna ocasión.

X asintió, entendiendo lo que decía. Aun así, no le gustaba del todo.

– Además, me gustaría tomar algo de tiempo lejos de Abel City.

– ¿Hm? ¿Por qué? – cuestionó X.

Chill Penguin se preguntaba lo mismo. Aun si pensaba que era cercano con Marth, parecía que X lo era más. Al menos, esa era su percepción.

– Este lugar, a pesar de lo grande que es, ¿no crees que se siente... algo confinado? – le preguntó Marth a X. El Hunter azul no entendía lo que quería decir el líder de la Unidad Polar. – Este lugar, incluso en la tierra principal en Arcadia. E incluso más allá, la ciudad de Tokio no está muy lejos.

Marth observó hacia una de las enormes ventanas situada hacia la izquierda, observando a las calles concurridas de la ciudad en la isla artificial.

– En todas partes, hay una ciudad. Supongo que suena hipócrita que lo diga, viendo que nosotros somos aquello de lo que deseo alejarme, pero es que hay demasiada tecnología.

– ¿Demasiada tecnología? – preguntó X. – ¿A qué te refieres?

– Tal vez suena extraño, ya que nosotros mismos somos máquinas, pero no puedo negar que prefiero el mundo natural. – explicó Marth. – Es libre, y no tiene las restricciones del progreso o la evolución en relación al crecimiento de los reploides y humanos por igual. Aunque esta isla no sea natural, hay lugares donde los espacios están abiertos y se les permite permanecer intactos. – Miró más allá de la ciudad, hacia las montañas en la distancia. – Allí es donde quisiera estar.

X se quedó callado, al igual que Penguin, aunque ninguno de los dos parecía estar consciente de la presencia del pájaro. Y antes de darse cuenta, ya se había ido. Marth no le había dicho a Penguin que se marchaba. ¿Por qué? ¡Él era parte de la unidad de Marth, no X! ¡¿Por qué Marth podía decirle a él lo que no podía decirle a Penguin?! ¡No era justo!

Todo esto y más se quedó dando vueltas en la mente de Penguin mientras se marchaba anadeando torpemente. Una vez más, alguien se le había adelantado.


La región polar, tiempo presente...

Con una sorprendente agilidad, Chill Penguin se impulsó desde donde estaba y saltó hacia el techo, colgándose de una polea situada en el centro. De un solo tirón, toda la cámara se vio envuelta en una tempestad de nieve y hielo. X tuvo que cubrirse de los fuertes vientos, pero entonces notó que las esculturas de hielo comenzaban a moverse hacia él a gran velocidad. Apuntando su buster, el reploide azul le disparó a las estatuas que se acercaban, logrando destruir una o dos, pero no podía esperar deshacerse de todas. El resto de figuras con forma de pingüino chocaron contra el cuerpo de X, una tras otra, dejándole poco tiempo para recuperarse.

Cuando la última lo embistió, cayó al suelo, aterrizando dolorosamente. Chill Penguin se aproximó al Hunter azul, con los puños apretados. – ¿Y bien? ¿Por qué no quieres pelear conmigo?

X no respondió al principio, incapaz de sacar una respuesta apropiada. De cierta forma, Penguin tenía razón. En ese momento, él era un Maverick, y X era un Maverick Hunter. Era el orden natural de las cosas que ahora debían estar en contra uno del otro. El conflicto tal vez era inevitable, pero seguía siendo difícil de tragar.

– Yo... – tartamudeó X, sintiendo que sus sistemas comenzaban a enfriarse. Pese a su nueva mejora, el clima seguía afectando sus componentes internos. Sus ojos se fijaron en las numerosas figuras congeladas que los rodeaban a él y a Penguin. – Yo...

– ¿Es porque crees que soy débil? – preguntó Penguin, cada vez enfadándose todavía más.

– ¿Qué? ¡No! – protestó X. – ¡Por supuesto que no! Yo...

– ¡Claro que piensas que soy débil! – graznó el pájaro robótico. A pesar de sus tics verbales, había un deje de sentirse herido en su voz. Hizo que el núcleo de X se paralizara. – ¡Incluso ahora, me estás insultando! ¡Igual que ellos! – señaló a los otros Hunters atrapados en el hielo.

Desde la distancia, Marth parecía seguir observando silenciosamente.

– ¡Bien, de acuerdo! – gritó Penguin, cuyos tanques aún producían una gran reserva de aliento helado y nitrógeno líquido. – ¡Puedes unirte al resto de ellos! ¡Congelado por toda la eternidad!

Abriendo su pico, generó una oleada de aire helado y frío. Partículas de hielo comenzaban a pegarse en la armadura azul de X hasta que el Hunter se dio cuenta que una capa de hielo comenzaba a generarse a su alrededor. Trató de dar un paso al frente, pero sus piernas estaban ya encasilladas en un cristal claro y frío, forzándolo a ponerse de rodillas. Como si se estuviese inclinando enfrente de Penguin, algo a lo que el pájaro sonreía con satisfacción. X alargó la mano, pero si esto era para suplicarle al pájaro, o disparar, Penguin no tuvo la oportunidad de de averiguarlo. Y sin perder tiempo, roció a X con otra ola de frío polar, y el Hunter azul tuvo que cubrirse la cara hasta que su mitad superior se congeló igual que la inferior.

Frente a Chill Penguin yacía el cuerpo congelado de X. Otra persona más que seguro se reía de él.


Unos meses antes...

– ¡Todos son unos mentirosos! – graznaba el robusto pájaro con furia, azotando sus puños sobre la mesa. Luego cruzó sus brazos. – ¡Todos ellos! ¡Siempre hablando a mis espaldas! ¡Probablemente sea culpa de Flame Mammoth! Ese estúpido elefante ha estado diciéndoles a todos que no soy más que un enorme chiste.

– Sólo te percibes como una broma porque tú mismo crees eso sobre ti. – Una voz familiar de repente alertó a Chill Penguin de la presencia de alguien más. Desde las sombras, el Comandante Sigma venía avanzando. – Y efectivamente, Mammoth ha estado hablando mucho últimamente.

Chill Penguin al principio se sintió emocionado de que finalmente alguien lo estuviera escuchando a él y a sus problemas, pero pronto se sintió confundido. – ¿Comandante? ¿Qué está haciendo aquí? – le preguntó.

Incluso aunque Penguin no lo notó, parecía ser que su líder estaba muy complacido de tener su atención. Como si fuese el reploide a quien el Comandante había estado buscando.

– Y resulta ser, que esperaba encontrarte. – dijo Sigma, confirmando las sospechas del pájaro. Cierto, eran sospechas de las que estaba feliz de tener razón. Sigma quería una audiencia. Bueno, él estaría más que feliz de proveerla.

– ¡O-Oh! ¡Seguro, Comandante! – dijo Penguin, dándole un pequeño saludo militar.

Sigma sonrió. Tenía al pájaro justo donde lo quería. – No pienso andarme con rodeos contigo. – dijo el reploide más alto. – Creo que tú eres uno de los pocos en quien puedo confiar.

– ¿Qué quiere decir, Comandante? – El reploide pájaro estaba perplejo.

Sigma cruzó sus brazos. – He estado pensando en muchas cosas, o al menos, en tantas como se me permite hacerlo.

De nuevo, Penguin se quedó confundido. – ¿Comandante?

Sigma se volvió a girar dándole la espalda al pájaro, sintiendo que la piel sintética sobre sus ojos comenzaba a picarle de nuevo. El impulso de arrancársela se volvía más fuerte, pero tenía que mantener la compostura. Especialmente si deseaba ganarse un aliado potencial.

– Dime algo, Penguin. – comenzó. – ¿No consideras fascinante el hecho de que, pese a que estamos hechos, no, que SOMOS lo último en teconolgía, seguimos estando muy limitados?


Región Polar, tiempo presente...

– Te diré un secreto. El Dr. Cain está vivo. – le dijo el pájaro a la figura silenciosa. Aunque X no podía responder, Penguin podría jurar que vio una reacción mientras estaba congelado, aunque fue sólo un simple parpadeo. – Estamos cuidándolo bien, pero hasta ahora, sólo está vivo porque Sigma le tiene aprecio, por alguna razón. Aunque no tendrás oportunidad de decirle eso a nadie. Los terremotos suceden desde abajo de las montañas, pero los controles que los provocan están a salvo aquí. – dijo mientras se señalaba el pecho. – Si se destruyen, los terremotos se detendrán por completo. Pero tú no podrías hacer eso. No, ni siquiera podrías haberme respetado cuando todavía éramos amigos.

Chill Penguin observó la sala a su alrededor, llena de figuras congeladas que alguna vez habrían sido parte de su unidad. La forma cristalizada del comandante de la unidad, y ahora, la figura inmóvil de X en frente de él. El pájaro robótico miró fijamente al Hunter azul, ahora congelado igual que los demás, y luego bajó la mirada hacia el suelo.

– Incluso ahora, no es suficiente. – murmuró. Luego observó el área, mirando a cada una de las figuras congeladas presentes en la sala. – Es tal como dijo Sigma. Nunca será suficiente.

Penguin miró de nuevo al todavía inmóvil X. En ese momento, el pájaro lo odiaba todavía más de lo que odiaba a Marth y a los otros. De todos los reploides, X era quizás el peor de todos. ¿Cómo podría no haberlo visto hasta ahora? Le dio una patada al cuerpo congelado y de rodillas del Hunter.

– ¡A ver si esas mejoras de tus piernas te salvan ahora!

X no le respondió. A decir verdad, Penguin no estaba seguro de si el Hunter azul todavía seguiría consciente. No tenía forma de saber si sus sistemas habrían empezado a apagarse por el frío, o si su núcleo estaría sobrecalentándose, tratando de calentar su cuerpo. Bueno, no importaba, era lo que el pensaba. Su furia y odio se hacían más profundos entre más miraba a X. El bastardo hasta se atrevía a parecer como si intentara acercarse a él.

– Sólo mírate. Siempre actuando como si fueras mejor que yo. – gruñó, con los ojos muy abiertos por la rabia. – ¡No puedo SOPORTARLO! ¡ACABARÉ CONTIGO!

Saltó hacia atrás y se deslizó sobre su estómago, con la intención de hacer pedazos al Hunter atrapado en el hielo.


Unos meses antes...

– Entonces... ¿eso fue todo? – preguntó Penguin a Sigma. Él, junto con Fujiwara y varios otros en una cámara oculta bajo la ciudad. Nunca se imaginó encontrarse aquí, discutiendo todo lo que iban a hacer. Sus acciones, estas acciones, seguramente serían consideradas propias de Mavericks. Aun así, no podía evitar preguntarse. – ¿Realmente no hay más nadie que se pondrá de nuestra parte?

Sigma negó con su cabeza. – De todos mis hombres, parece ser que ustedes son los únicos a quienes puedo confiarles esta información. Para asegurar un lugar en este mundo, y nuestro futuro, tenemos que ayudar al buen doctor aquí con sus planes de dominación de esta ciudad.

– ¿Por qué sólo la ciudad? – preguntó alguien entre las figuras encapuchadas en las sombras. – ¿Por qué no la tierra principal? Arcadia es mucho más grande que Abel City, y ni hablar de la isla sobre la que está construida.

– Arcadia vendrá después. – respondió Fujiwara. – Pero para probar al mundo que vamos en serio con lo que decimos, debemos enviar un mensaje que todo mundo entienda. Y creo que la adquisición de esta lista es justo lo que los convencerá.

Penguin miró a los demás, y todos parecían estar de acuerdo con este plan. Aun así, no pudo evitar preguntarse. – ¿Bueno, ¿qué hay de los demás? ¿Qué hay de Marth?

Sigma se quedó en silencio. – Su contribución sería enormemente apreciada, pero dudo mucho que esté de acuerdo con nuestra decisión en relación a la humanidad. – admitió el reploide renegado, antes de negar con la cabeza. – No, es demasiado leal a los humanos. Es una pena, ya que sería uno de los primeros en acudir a su defensa.

Sigma miró a Fujiwara, que no dijo nada. No hizo más que tomarse un momento para ajustarse las gafas antes de hablar. – Como sea, será un obstáculo, así que tendremos que ocuparnos de él, si llegara a eso.

Chill Penguin, aunque no lo demostrara abiertamente, sintió que el estómago se le revolvía al oír eso. ¿Marth? ¿Exterminado? Finalmente decidió hablar.

– ¿Comandante? ¿Qué pasará con el resto de la unidad?

– Ellos tendrán que tomar su decisión pronto. – le respondió Sigma al pájaro. – Igual que Marth. Pero no seas demasiado optimista. – Sus receptores ópticos azules se giraron hacia Fujiwara. – Con el debido respeto, hay demasiados en nuestras filas que no renunciarán a su adherencia a las Tres Leyes.

Las Tres Leyes. Tres directivas implícitas, pero conocidas por todos los seres mecánicos. Leyes que todos los que estaban presentes iban a romper, cuando llegara ese fatídico día. Ya no faltaba mucho. Pronto, todo caería en su lugar, y el Día de la Independencia vendría para todos ellos. La única pregunta era, ¿quiénes entre ellos estaban dispuestos a ver realizado el ideal de Sigma? Penguin parecía indeciso.

Justo ahora, se encontraba incierto respecto a muchas cosas, incluyendo su propio lugar aquí. ¿Qué estaba haciendo aquí? Él era un Maverick Hunter, ¿no? ¡¿Por qué estaba en la misma habitación con aquellos que deseaban hacerle daño a aquellos que juró proteger?! Estas preguntas le habían venido antes a Penguin, pero ahora parecían estar desesperadas por una respuesta.

Necesitaba respuestas, o de lo contrario, no habría vuelta atrás. Ninguno de ellos podría retractarse si seguían adelante con esto. Aun así, no pudo evitar preguntarse si este era el único camino para lidiar con estas cosas. Y cuando llegara el momento, Chill Penguin se preguntaba si la intención de Sigma de deshacerse de Fujiwara era una buena idea. Él era, después de todo, un humano, ¿verdad?

Después de hacer algo así, realmente no habría vuelta atrás.

¿Sería capaz de hacerlo? Él podría detener esto. Podría contárselo a alguien. Seguro, probablemente no lo escucharían, pero seguro podría al menos levantarle sospechas a alguien. Aun había tiempo.

Pero de nuevo, fue tal como lo dijo Sigma. Todos se reían de él.


Unos días antes...

No podría haberse imaginado que algo como esto habría sucedido. Cuando fue llamado momentáneamente a Abel City, Marth inicialmente había creído que se trataba de una transferencia. Se sentía algo dividido sobre esto, ya que aunque era muy extrañado en el cuartel general, había llegado a disfrutar de la región montañosa de la isla. Pero llegado el 4 de julio, se encontró en medio de una pelea por su vida, y por la de las vidas de los que le rodeaban. El reploide de alta estatura recibió una oferta de un lugar en las filas de Sigma, pero inmediatamente se rehusó, eligiendo proteger y salvar a todos los que pudo. Desafortunadamente, sus esfuerzos no fueron suficientes para salvar a todos.

A pesar de esto, él era uno de los pocos sobrevivientes que quedaban y había asumido lo peor cuando intentó contactar al resto de su unidad estacionada en la Región Polar. Temía especialmente por Chill Penguin. Una vez que todos los que quedaban se quedaron en la base subterránea construida para emergencias, Marth había sido el único que se ofreció de voluntario para investigar los otros territorios ocupados por los Hunters. O en este caso, ahora territorios adquiridos por Mavericks. Marth odiaba la forma en como Zero dijo tal cosa, pero el reploide no pudo negar que no estaba en posición para cuestionar a su nuevo comandante.

Justo ahora, ellos necesitaban a alguien que buscara a cualquiera que pudiera aliarse con su causa.

– ¿Señor? – le preguntó Marth al rubio, que se giró para encararlo. – Si me lo permite, ¿puedo ir yo?

Zero levantó una ceja debajo de su casco. – ¿Tú, Marth?

Marth asintió. – Perdóneme si sueno arrogante, pero antes de ser implementado con los medios necesarios para el combate, fui diseñado como unidad de búsqueda y rescate, previo a convertirme en un Hunter. – explicó. – Y dado el ambiente extremo de la región polar de la isla, considero que, con las condiciones de mi construcción, sería el más apto para tomar esta tarea.

Zero pensó en la propuesta de Marth por un momento, debatiéndose si sería o no una sabia decisión. Su tamaño y fuerza lo haría un gran aliado para los pocos Hunters que quedaban, pero aun así necesitaban ir en busca de aquellos que todavía podrían apoyarlos. Y si no era ese el caso, tal vez quedaran algunos retenidos en contra de su voluntad. Abandonarlos a su suerte sería una acción propia de Sigma, por lo que Zero finalmente cedió y aceptó la solicitud de Marth.

– De acuerdo. – le dijo al reploide más alto. – Puedes ir.

– Gracias, señor. – le agradeció Marth a su comandante. Incluso ahora, resultaba doloroso admitir que Sigma ya no fuese a cargo, debido a esa traición. – Prometo que le traeré hasta el último trozo de información que pueda.

Zero asintió. – Te deseo buena suerte.


Región Polar, tiempo presente...

Chill Penguin nunca tuvo la oportunidad de llegar donde X, ya que para su gran shock un disparo le impactó en el costado. Su hombrera salió volando por la fuerza de la imprevista ráfaga de plasma, forzando al pájaro robótico a virar hacia un lado. Apenas logró detenerse chocando con una de las figuras petrificadas en su hielo, golpeándose la cabeza contra la pared y quedando desorientado. Se agarró la cabeza, con los ojos dándole vueltas y su cabeza hecha un enredo de circuitos e información enredada entrando y saliendo de su procesador. Tras unos momentos, sin embargo, los sentidos del pájaro volvieron a él, y se giró para ver que sus sospechas eran incorrectas.

X seguía congelado donde estaba. Alguien más le había disparado, y al girarse para ver quién había sido el responsable, sus ya de por sí enormes ojos se ensancharon todavía más. El reploide apenas se había liberado parcialmente, pero una de las figuras había logrado romper a través de su prisión de hielo. Su mitad superior ya no estaba encasillada en un cristal gélido y transparente, pero seguía atrapado donde estaba, incapaz de moverse de su ubicación actual. Aun así, el hecho de que estuviese activo dejó totalmente perplejo a Penguin, que al principio no podía creérselo.

– ¡¿M-Marth?! – graznó Chill Penguin sorprendido, con su hombrera dañada tirada en un lado y dejando el hombro izquierdo del pájaro al descubierto.

El reploide azul, blanco y verde con una barba giró su mirada gentil hacia el otro miembro de la Unidad Polar. – Penguin... por favor detén esto. – dijo Marth, con la voz cansada y dolorida.

...

¿Qué estaba sucediendo? Sus motores habían estado trabajando duro para calentar sus sistemas, manteniendo sus componentes internos en una temperatura razonable, pero el Hunter azul seguía atrapado en una posición que lo dejaba incapaz de defenderse a sí mismo.

Pese a esto, X estaba empezando a tomar conciencia de lo que sucedía fuera de su prisión helada, ya que vio una silueta disparándole a Penguin justo cuando el pájaro robótico estaba a punto de chocar contra él.

– ¿M-Marth? – cuestionó, pero apenas pudo mover los labios. Ningún sonido vino con las palabras.

...

Chill Penguin se quedó parado allí, en silencio y rígido, igual que los Hunters a los que había congelado.

– ¿C-Cómo fue que...? – tartamudeó el pájaro, incapaz de procesar lo que había sucedido. Se debatía sobre si ir por su hombrera o no, ya que no sabía lo que haría Marth a continuación.

– Los terremotos. – explicó Marth, con la voz temblorosa. – Mi motor de emergencia... me las arreglé... para activarlo. – Jadeó por un momento antes de recuperar la compostura y suplicarle al pájaro. – Penguin, no hagas esto. No otra vida, por favor.

Chill Penguin miró a Marth, con el pico muy abierto. Pero rápidamente lo cerró, dejando de lado su shock para convertirlo en ira. – ¡Incluso ahora, TODAVÍA te burlas de mí! – le gritó señalando a las otras figuras rodeándolo. – ¡No eres diferente de ellos!

Marth negó con su cabeza. Desde adentro de su prisión, X podía oír hablar al reploide más alto, juntando las piezas sobre lo que el comandante de unidad trataba de hacer. La única pregunta era, ¿podría X lograrlo a tiempo? Intentó mover su mano para retraerla dentro de su antebrazo. Si podía hacer eso, tal vez tendría una oportunidad de liberarse de su prisión usando un disparo.

– Penguin, lo que sea que Sigma te haya dicho, no es cierto. – replicó Marth a la declaración del pájaro, protestando. – Lo que sea que crees que los demás piensan de ti ¡no es cierto! ¡Sólo te está utilizando para sus propios fines! – El líder de la unidad polar seguía suplicándole al robot aviano. – ¡Tú no le importas nada, ni tampoco a ninguno de los que te dijo que son tus aliados!

– ¡Él ha pagado por el uso de mi poder! – gritó Chill Penguin. – ¡Reconoce mi grandeza y talento! ¡Mucho más que nadie en las filas de los Hunters! – Se acercó para recoger su hombrera, volviéndola a colocar en su lugar. – Él mismo me lo dijo. Que yo soy uno de los pocos en quien podía confiar.

X continuó escuchando, finalmente logrando retraer su mano dentro de su brazo, luego que su cuerpo generó suficiente calor para permitirle el mínimo movimiento. Ahora tenía que esforzarse por cargar su buster. Temía por Marth, pero en su estado actual no podía ayudar a nadie. Necesitaba que el reploide más grande siguiera hablando para ganarle algo de tiempo. Y tal vez, convencer a Penguin de detener todo esto.

– En el segundo en que Sigma se rebeló contra los humanos, supe que era la única posibilidad de volverme algo más grande de lo que soy. – le dijo Penguin a Marth. No era que quisiera confiarle algo al otro reploide, ni mucho menos decirlo en voz alto. – Y si me lo preguntas, me sorprende que ninguno de ustedes esté a bordo conmigo.

Aunque no podía responder, X se quedó perplejo ante la declaración de Penguin. ¿Qué quería decir?

– ¿Y acaso estar a bordo significa exterminar a tus propios compañeros? – cuestionó Marth.

– ¡No tuve opción! – rugió el pájaro, con la voz quebrándosele un poco. – ¡No podían ver lo que estaba frente a ellos! ¡Nadie puede! ¡Nadie excepto Sigma! – Se calmó por un momento luego de su arrebato. – Yo... no es que esto me guste, pero nada cambiará para nosotros si no eliminamos a cualquiera que se oponga a un mejor futuro para todos los reploides. – Su mirada se ensombreció. – Dime algo, Marth, ¿no has pensado alguna vez en por qué tienes ese aspecto?

Marth se quedó callado por un momento, mientras X continuaba cargando su arma. Aun así, tenía curiosidad de saber a dónde querría llegar Penguin.

– No especialmente. – respondió Marth. – ¿Por qué?

– Por supuesto que no lo has hecho. Ninguno de ustedes lo haría. – se burló Penguin. Luego miró alrededor a las otras figuras congeladas, antes de volver a fijar la mirada sobre Marth. – Todos ustedes están diseñados a la imagen de los humanos. Yo, por otro lado – se señaló a sí mismo – estoy atrapado en el cuerpo de un pájaro gordo y estúpido, ¡que no sirve para otra cosa que para ser una mascota o saco para golpear de la naturaleza! – se lamentó. – ¡Y no soy sólo yo! Desde los primeros incidentes de reploides que se vuelven Mavericks, cada vez hay menos reploides humanoides en desarrollo. Nos construyen con rasgos exagerados, o en mi caso, no nos basan en nada que sea remotamente humano. – Empezaron a temblarle los puños. – Todo es para que sea más fácil hacernos pedazos cuando crucemos la línea.

X sabía que tenía que escapar pronto, cargando y acumulando la energía tan rápido como podía. Aun así, sus audio-receptores podían escuchar todo lo que decían, y no quería otra cosa más que poder hablar personalmente con Penguin.

– No les debemos nada a los humanos. ¡Ellos son los que deberían pedirnos perdón, por todo el tormento y maltrato al que nos han sometido desde nuestra creación! – declaró Chill Penguin. – ¡A todos nosotros nos juzgan por apariencia, rango, utilidad, todo por lo que los humanos no tienen que preocuparse! ¡Y no puedes llegar lejos si te ves como yo!

Marth negó con la cabeza. – Por favor, Penguin, escúchame. – suplicó al pájaro. – Ninguna de esas cosas importan. ¿No recuerdas lo que nos enseñaron? Un reploide no es medido por su rango, mucho menos su fuerza, o por su apariencia. Lo que realmente te guía es lo que ves en ti mismo. Y me temo que terminé siendo muy negligente en eso contigo, Penguin.

La atención de Chill Penguin permanecía en Marth. X estaba a sólo segundos de soltar el disparo que se generaba en su antebrazo. A pesar de eso, el Hunter azul sentía algo de culpa apretándole el pecho. ¿Penguin se había sentido así todo el tiempo? ¿Cómo pudo no darse cuenta? Aunque no fueran extremadamente cercanos, el pájaro seguía siendo alguien a quien X consideraba un amigo, aunque fuese uno algo distante.

– Por favor, Penguin. – dijo moviendo los labios, con su voz demasiado queda como para ser escuchado por alguien que no fuese él mismo. – Escúchalo.

Chill Penguin miró fijamente a Marth, inseguro de cómo responder. Ahora dos verdades estaban batallando entre sí por supremacía en la mente del pájaro, que no sabía a cuál escuchar. Por un lado, esto no era más que una distracción, una apuesta arriesgada de sus enemigos para ganarse su favor. Pero por el otro, Marth estaba siendo genuino, y si ese era el caso, X también.

Y de ser así, probablemente también los otros. Todos aquellos a los que había congelado, cuyos núcleos ya se habrían extinguido. Quizás no se habrían reído de él. Tal vez, sólo tal vez, él estaba equivocado. Equivocado respecto a todo.

... No.

No, no podía estarlo. No podía estar equivocado. ¡Había llegado demasiado lejos para estar equivocado! ¡Había hecho demasiado!

– ¡Tú no eres mejor que ellos! – le gritó Chill Penguin a Marth. – ¡No eres mejor que Fujiwara o ninguno de los demás que me construyeron! – Abrió su pico, preparándose para dispararle al reploide medio congelado. – ¡El único en quien puedo confiar es el Comandante Sigma!

Los ojos de X se ensancharon detrás del velo helado donde estaba atrapado.

– ¡Penguin, no! – exclamó, con la voz ahogada por la barrera de cristal semitransparente. – ¡No lo hagas!

– X... – murmuró Marth, cerrando los ojos. – Esto es todo lo que puedo hacer por ti.

El nitrógeno concentrado y el resto de químicos solidificadores se proyectaron desde el pico de Penguin, y el gran proyectil de hielo golpeó a Marth en el pecho, directo sobre el núcleo. Su sistema primario, aquel que mantenía su cuerpo andando todo este tiempo, finalmente estaba cediendo, y el calor iba muriendo mientras sentía cómo el frío finalmente se apoderaba de él. Se quedó inmóvil, y fue entonces que tanto X como Penguin vieron que no había furia en la expresión del otro Hunter. Había una profunda tristeza, sí, pero también una sensación de comprensión.

Ninguno podía detectar un rastro de rabia.

Chill Penguin observó a la forma inmóvil de Marth, y luego al congelado X. No, no estaba equivocado, no podía estarlo. Lo que acababa de hacer... ya era demasiado tarde para echarse atrás.

– Entonces... – Pese a su autoproclamada decisión, su voz era agitada y temblorosa. Se echó para atrás y tomó una carrera de impulso, con la intención de terminar lo que había comenzado. – Ahora, ¡por fin puedo encargarme de ti!

Se deslizó sobre su estómago, siendo su intención hacer pedazos al Hunter azul al impactar. Y a diferencia de la vez anterior, ahora no habría intervención.

Pero el pájaro de nuevo falló en su objetivo. Para su incredulidad, la mano estirada de X se había convertido en su buster sin que él se diera cuenta y, con un solo disparo cargado, el hielo que contenía al Hunter azul fue destrozado. La ráfaga de plasma hizo trizas el capullo helado de X y al mismo tiempo golpeó a Chill Penguin en el brazo derecho, forzándolo a virar hacia un lado, fallando por completo y estrellándose contra la pared. Otra vez, había sido humillado.

Le llevó unos pocos momentos para que sus sistemas volvieran a recargarse, y sus piernas seguían algo inestables por haber estado congeladas, pero eventualmente X logró recuperar su balance, al igual que el resto de sus funciones motoras. Su cabeza todavía le dolía por el frío, pero su CPU y componentes cerebrales le alertaron que todavía había peligro en la forma del pájaro mecánico de la tundra. Chill Penguin estaba a poca distancia, sosteniéndose el brazo mientras el miembro echaba chispas en la zona dañada, con cables y varios componentes visibles debajo de su armadura. Claramente estaba sufriendo el dolor, sacudiéndose mientras se quitaba la hombrera para examinar mejor la herida que habría sufrido. Su brazo todavía podría funcionar apropiadamente, pero ahora tenía una vulnerabilidad que podría ser explotada.

El pájaro ni siquiera se habría imaginado que un pelmazo debilucho azul como él fuese capaz de atacarlo con tanto poder.

Girándose para encararlo, Chill Penguin vio a X ya preparado para disparar, pero esperó hasta que el pájaro lo estuviera viendo en la misma dirección. ¡Otra vez se estaba burlando de él!, pensaba el pájaro.

– ¡Bien! – graznó furioso, arrojando su otra hombrera, dejando ahora ambos hombros expuestos. – ¡No necesito el peso extra de todas maneras!

Peso: otra cosa que despreciaba. Su peso real no tenía importancia, ya que los reploides eran naturalmente más pesados que sus creadores humanos, pero la forma de su cuerpo siempre lo había incomodado. Todo sobre sí mismo lo incomodaba. Y aquel que tenía todo lo que él siempre había querido estaba justo frente a él.

– ¡Te voy a enseñar que no eres la gran cosa! ¡Igual que ese maldito elefante!

Chill Penguin se echó sobre su estómago y se propulsó hacia adelante, soltando otra oleada de aire frío desde su boca. Sin embargo, a diferencia de la vez anterior, X no se molestó en esperar. Usando las mejoras de sus piernas, el Hunter azul saltó fuera del camino del ataque de hielo, forzando a Penguin a detenerse y tratar de atrapar de nuevo a X. El Hunter de nuevo lo esquivó, y esta vez sí lanzó un disparo, esta vez golpeando directamente el brazo dañado de Penguin. El pájaro chilló de dolor, mientras las chispas de su miembro y sus sistemas le alertaban del daño en incremento que estaba recibiendo. Esto no era bueno, si recibía más impactos como ese, su brazo quedaría inutilizado por completo.

– No puedes ser tú. – gruñó Penguin. – No es posible. Un pelmazo como tú no puede ser de quien Sigma estaba hablando.

X estaba perplejo, pero no le respondió. En lugar de eso, simplemente mantuvo su posición, listo para atacar cuando fuera necesario.

– No, ¡le voy a enseñar! – rugió Penguin. – ¡Le voy a enseñar quién es el verdadero futuro de los reploides!

Soltó otra oleada de aire congelante, pero X lo rodeó con una velocidad sorprendente. Fue un poco difícil al principio, pero X descubrió que si dejaba que sus movimientos fueran rápidos pero precisos, la fricción en el hielo no sería un obstáculo muy grande. Enojado, Chill Penguin se giró para tomar un ángulo cerrado, cubriendo el piso con su aliento helado mientras la superficie bajo sus pies se congelaba bajo una gruesa capa. Pero a pesar de esto, el pájaro seguía sin poder seguirle el paso a X. Era demasiado lento.

– ¡¿C-Cómo?! – jadeó Penguin incrédulo. – ¡¿Cómo es posible que tú seas a quien Sigma quiere?!

El pájaro no le dio a X una oportunidad de responder. Al ver al Hunter azul escalando a saltos por la pared, comenzó a dispararle balas de hielo en su dirección. Chill Penguin observó cómo el reploide humanoide pateaba sobre la superficie de la pared y volaba por encima de él, disparando ráfaga tras ráfaga en dirección del pájaro robótico. Los disparos golpearon las extremidades de Penguin, incluyendo su ya de por sí dañado brazo, y las heridas lo forzaron a caer de rodillas, dejándolo más y más incapacitado.

Pero aun así, X no estaba disparando a ningún área vital. En lugar de eso, el otro Hunter se aproximó hacia Penguin, con su buster todavía listo para disparar, pero se abstuvo de liberar la energía acumulada en su interior.

– Penguin... debo admitirlo, me siento muy confundido ahora. – dijo X. El reploide azul sabía que, si Zero estuviera aquí, no se sentiría muy feliz con lo que X estaba a punto de hacer. Pero incluso ahora, la idea le resultaba impensable. – Mi deber como Hunter dicta que debo arrestarte, o exterminarte aquí y ahora.

Chill Penguin descubrió, irónicamente, que un escalofrío agudo y penetrante se apoderaba de él. Imposible, pensaba. ¡No podía estar en el extremo receptor de un cañón buster, no él! ¡Y definitivamente no de X, de todos los reploides! Imposible, y aun así, aquí estaba, a merced de ese debilucho azul.

– Y dado lo que has hecho, y lo que planeas hacer, tal vez debería acabar contigo. Pero... – bajó su arma. – Escucha a Marth, Penguin. No es demasiado tarde para detener esto. Abandona el plan, y vuelve al cuartel general. – Se acercó más al pájaro herido, dejando clara su súplica en su rostro para Penguin. – No hagas que esto continúe más de lo necesario.

Chill Penguin tembló, pero se rehusaba a admitir que era por miedo. No podía sentir miedo de alguien como X, ¡no lo podía permitir! Pero aun así, no estaba en posición de seguir peleando mucho más. Sus extremidades estaban dañadas, y pronto sería un blanco perfecto para que el Hunter azul acabara con él.

Tenía que actuar rápido. Parecía como si X realmente hablara en serio con lo que decía, pero aun así necesitaba crear una abertura

– B-bien. Tú ganas. – respondió Chill Penguin. – Iré contigo.

X se arrodilló para ponerse al nivel del pájaro. Justo lo que estaba esperando.

– ¡Cuando el infierno se congele!

Le lanzó una oleada de frío en toda la cara al Hunter azul, jhaciendo que se formaran cristales helados en su casco y piel.

– ¡Gah! – gritó X, cubriéndose la cara. Parte de su visión quedó parcialmente obscurecida, pero no estaba totalmente ciego. Podía ver un poco más allá de la delgada capa helada que cubría sus ojos. – T-tú...

Comenzó a tratar de quitarse la humedad de sus ojos y rostro, pero esta esta distracción momentánea fue suficiente para que Penguin se lanzara deslizándose sobre su estómago para embestirlo. El impacto mandó a X a volar contra la pared opuesta, y antes de poder levantarse de su lugar en el suelo, sintió cómo Penguin comenzaba a patearlo y pisotearlo repetidamente.

– ¡Mentiroso! – le gritó, sin cesar su asalto contra X. – ¡Todos son unos mentirosos! ¡Nunca te importé! ¡A nadie jamás le importé!

– ¡P-Penguin-ACK! – gemía X, recibiendo una dolorosa patada en el abdomen.

– ¡Ah, sí, tal vez Mammoth tenga razón! ¡Tal vez sólo soy un pájaro estúpido, torpe y gordo! ¡¿Pero qué con eso?! – Antes que X pudiera levantarse, Penguin lo agarró del cuello y lo lanzó hacia un lado. – ¡Yo soy quien gobierna aquí! ¡Sigma me dio esta tierra a mí! ¡Y pronto, me apoderaré del sitio donde ahora se encuentra ese estúpido elefante! ¡Me apoderaré de todas las secciones de esta isla! – Miró furiosamente a X, que seguía tirado. Gruñó mientras apretaba los puños. – Y entonces... le demostraré a Sigma que cualquiera puede ser el tan llamado futuro de los reploides. – Levantó el puño, preparándose para hundirlo en la cavidad torácica de su antiguo compañero. – ¡Incluso alguien como yo!

Pero justo cuando Penguin estuvo a punto de soltar el golpe, sintió que alguien lo agarraba por detrás. Mirando a su alrededor, el pájaro se quedó en shock al ver que Marth se había liberado totalmente de su prisión. Y más todavía, ¡que seguía vivo! Su núcleo seguía activo, aunque pronto terminaría por apagarse definitivamente.

– Penguin... perdóname. – le murmuró, con la cara llena de tristeza. Sus enormes ojos se fijaron en X, que había logrado quitarse la escarcha del rostro. – ¡Ahora, X! ¡Dispárale ahora!

X también se sorprendió por la repentina aparición de Marth, pero ahora estaba contemplando la terrible propuesta del otro reploide. – Pero...

– ¡¿Q-Qué crees que estás haciendo?! – protestó Chill Penguin, tratando de soltarse del agarre de Marth. – ¡Suéltame!

– Fue tal como dijiste, los controles que activan los terremotos están guardados dentro de ti, ¿correcto? – cuestionó Marth. – Entonces, para detenerlos, tienen que ser destruidos.

– ¿D-Destruidos? – Los ojos de Penguin se ensancharon. Luego miró hacia X. – No... no serías capaz.

En efecto, X estaba perplejo por lo que acababa de oír. Pero Marth insistió. – Tienes que hacerlo, X. Tiene que ser un disparo claro y directo. Detecto la señal del generador dentro del lado derecho del pecho de Penguin.

El Hunter azul se mordió el labio. – Pero... pero Marth... – Sus ojos verdes se fijaron en Penguin. –Chill Penguin...

– Tiene que ser de este modo, X. – dijo el reploide más alto solemnemente. – Ya no me queda tiempo. Mi motor ya está en sus últimas. – Se volteó a ver a Penguin. – Aún queda tiempo para darle la vuelta a esto.

Penguin le lanzó una mirada asesina. – ¡N-No! – exclamó, y con un sorprendente estallido de fuerza, el pájaro se liberó del agarre de Marth, cargando directo hacia X. – ¡Esto no se acaba hasta que yo lo diga! ¡Y digo que seré yo el que salga victorioso de aquí!

Penguin nunca tuvo oportunidad de terminar su viaje. Lo impensable acababa de suceder. Antes de poder llegar hasta X, el Hunter azul había disparado una ráfaga cargada, golpeando al pájaro en todo el pecho, particularmente alrededor del pectoral derecho. Inmediatamente, la energía concentrada destruyó por completo los componentes internos de Penguin, llenando su capacidad torácica con dolor mientras el plasma devoraba y destruía todo lo que tocaba. Se fue de espaldas, y vio un enorme agujero en el lugar donde se podía ver el generador, pitando y aun en funcionamiento. Y entonces, el pájaro sintió cómo Marth lo sujetaba de nuevo por detrás. Y al mirar a X, que se preparaba para volver a disparar, podría jurar que vio algo que no podía creer.

Lágrimas. Lágrimas corrían por la cara del otro Hunter. ¿Estaba llorando? Lloraba... ¿por él?

Penguin supo entonces que todo había terminado. X disparó, y la ráfaga de plasma viajó por el aire a una velocidad sorprendente, destruyendo el dispositivo implantado en el pecho de Penguin. La destrucción del generador provocó una reacción en cadena, y el cuerpo del pájaro comenzaba a echar chispas y a sobrecalentarse. Y luego, tras un momento de silencio, Chill Penguin levantó la mirada hacia X, que aún tenía lágrimas corriendo por su rostro.

Y en ese breve período, antes que todo se fuera de línea, Chill Penguin de nuevo se preguntó. Tal vez, sólo tal vez, estaba equivocado. Respecto a todo.

...

Con la destrucción del generador, los temblores que sacudían la región montañosa cesaron. X observó los cuerpos destruidos de Marth y Chill Penguin que yacían a sus pies. Se sentía patético, avergonzado de sus lágrimas. Zero no se sentiría feliz de escuchar cómo estuvo a punto de ser vencido por Penguin, todo porque no era capaz de exterminar a su antiguo amigo. No hasta que ya no hubo más opción. Supuso que tenía que hacerlo, ya que el riesgo de que la nieve cayera sobre la ciudad seguiría presente si Penguin no era detenido. Pero aun así, hasta el último segundo, X quería que hubiese otra alternativa. Incluso si tal vez nadie lo entendería.

– ¿X? X, ¿puedes oírme?

X fue sacado de su ensimismamiento por el sonido de la voz en su comunicador. – ¿Trinity? ¿Eres tú? – preguntó, sintiéndose algo tonto de preguntar lo obvio.

– Sí, perdí contacto contigo hace poco. Una interferencia desconocida empezó a bloquear las comunicaciones contigo. – X se preguntó si tendría algo que ver con el edificio donde había entrado. Algunos lugares podrían haber sido aislados del resto de la región, sin dejar medios de contactar con el exterior. – Como sea, informa, ¿cuál es tu estado actual?

– El objetivo fue completado. La amenaza Maverick ha sido... erradicada. – respondió X, con el aliento vacilándole. – Era Chill Penguin.

Trinity pudo percibir una sensación de rechazo proveniente de la voz del Hunter. – ¿Y el que enviamos previamente? ¿Tienes noticias suyas?

X negó con la cabeza. – Marth está... muerto. – Miró hacia el resto de figuras congeladas que lo rodeaban. – Igual que todos los demás.

Trinity guardó silencio por un momento, insegura de cómo responder. – Bueno... podemos discutir los detalles después. Por ahora, regresa al cuartel general. Trinity, fuera...

– ¡Espera! – Una voz familiar salió al paso. Dicha voz se hizo audible ya que claramente gritó para hacerse escuchar por encima de la de Trinity. Ni ella ni X se esperaban que fuese la que acababa de hablar.

– ¿Roll?

– ¿Dijiste que era Chill Penguin? – cuestionó su hermana. – ¿Correcto?

– S-sí, eso es correcto. – respondió X. ¿Pero qué tiene eso que ver answered?

Roll se quedó callada por un momento. Sin embargo, X alcanzó a oír otra voz hablando con ella. La reconoció como Chiyo: ¿qué estaba haciendo allá?

En el cuartel general, desde su posición en el monitor, y observando una imagen con acercamiento de la Región Polar de la isla, la reploide rubia observaba a la joven chica japonesa que la acompañaba, y luego a Trinity, antes de luego volver a hablar.

– ¿Queda alguna parte intacta de él? ¿Como un brazo?

X se sorprendió por la pregunta de su hermana, pero pese a todo se dirigió hacia el cuerpo destrozado de Penguin. Sus restos estaban esparcidos por la pequeña área donde había explotado, y entonces un brazo desmembrado atrajo la atención del Hunter azul.

– Sí, aún queda algo de él. ¿Por qué?

En ese momento oyó a Chiyo hablar. – El chip de su arma. Tómalo.

– ¿Qué? – X no entendía del todo a lo que se refería la humana. – ¿Por qué?

– Confía en mí, sólo hazlo. – le dijo ella. – Puede que lo necesites.

¿Lo necesitaría? ¿De qué estaba hablando? X miró al brazo que quedaba de su amigo, y luego pensó en las palabras de Chiyo. Tenía más de unas cuantas reservas sobre lo que le dijo, ya que dicha acción esencialmente significaba removerle algo al cuerpo desmembrado de su amigo. Con todo, X se arrodilló y abrió un panel en el brazo de Chill Penguin, localizando un dispositivo de color azul anidado en el centro, bajo la coraza exterior y que cabía en la palma de la mano de X. Pero para qué lo querría Chiyo, no tenía idea.

Aun así, apenas había sobrevivido a su encuentro con Penguin debido a su negligencia e ingenuidad. Si seguía teniendo problemas con esto, necesitaba conseguir todas las ventajas que pudiera para enfrentarse a lo que venía adelante. Con todo, X todavía sentía una punzada de culpa luego de guardarse el chip de arma. Comenzó a darse la vuelta, listo para abandonar la sala.

Pero antes de dejar la cámara congelada, el reploide azul miró de nuevo por última vez los restos de los ya muertos Marth y Chill Penguin.

– Nadie te respetaba, ¿eh? – preguntó X suavemente, aun sabiendo que no recibiría una respuesta. – Bueno, yo lo hacía.

Y con eso se marchó, emprendiendo el largo viaje de regreso, bajando hacia las ruinas de Abel City. Presentía que, a pesar de la victoria lograda, las cosas no se tornarían más fáciles a partir de ahora.

Esta historia continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top