Consideraciones
– Parece que quieres decir algo.
Roll dio un respingo, maldiciendo entre dientes que Zero se hubiera dado cuenta que ella se la pasaba mirándolo a cada tanto mientras los dos navegaban hacia el lugar donde vieron a las tres figuras de aspecto familiar figures.
– Me avergüenzo un poco de admitirlo. – respondió. – Pero es que tú me recuerdas algunas cosas que pensé que habían quedado enterradas u olvidadas hace mucho tiempo.
– ¿Como cuándo te mataron antes? – preguntó Zero.
Roll asintió. – Aunque, eso no es lo único. Sigo sin recordar todo lo de ese tiempo, pero ya soy capaz de reconocer mejor algunas caras nuevas. – Hizo una pausa. – ¿Alguna vez has escuchado de una máquina de nombre Bass?
Zero pensó en su pregunta, pero en última instancia se encontró totalmente seco en su respuesta. – No puedo decir que sí.
– Bueno, acabo de recordarlo recientemente. – confesó ella. – Y con él, estoy empezando a juntar las piezas sobre lo que pasó antes de mis... mejoras, por decirlo así.
El otro rubio alzó una ceja. – ¿Quieres decir antes de ser convertida en una reploide?
– Más o menos, aunque este cuerpo por sí mismo esté basado en la apariencia del antiguo. – explicó Roll. – Pero antes de eso, recuerdo que Wily estaba empezando otro de sus intentos chiflados de dominación mundial, pues no aprendió nada de la amenaza y el daño que causaron los Stardroids. – Cerró los ojos, y la imagen del robot de armadura oscura vino a su mente. – O más bien, sí lo hizo, pero no para mejor.
Aún estaba en fragmentos, pero podía recordar vagamente lo que sucedió: ella había sido capturada por ese viejo loco y le ordenó a Bass que se deshiciera de ella. Pero en lugar de eso, la máquina de armadura negra y dorada vio la oportunidad de sacarla de la fortaleza por completo, pero no podía recordar haber salido del todo. Ahora que lo pensaba, tampoco recordaba que su rescatador lo hubiera hecho, ya que ambos se toparon con otra máquina en cuestión.
Una muy peculiar.
Una a la cual, aunque ya no los asociaba entre ellos, el Hunter que la acompañaba todavía le daba ciertos destellos de familiaridad, y también una ligera sensación de peligro.
– ¿Y después qué? – cuestionó Zero.
– Después que Bass me ayudó a escapar, lo único que recuerdo es que nos encontramos con Rock peleando contra lo que fuera que Wily había construido. – relató la otra rubia. – No creo que haya salido intacta de ese lugar.
El Hunter rojo ladeó su cabeza. – Lo que estás diciendo ¿es que crees que...?"
Roll negó con su cabeza. – No puedo decirlo con certeza, pero sí sé esto. De alguna manera, en cierto modo... – Se detuvo un momento. La última imagen que pudo discernir de ese tiempo fue cuando ella empujó a Rock fuera del camino de un disparo de buster cargado. – Esa máquina fue la que me llevó a ser como soy ahora.
Arriba del edificio...
Los ojos del Thunder Slimer se detuvieron en el horizonte que cambiaba lentamente. El sol aún no se asomaba para iluminar al mundo donde estaban, pero no pasaría mucho antes que el amanecer finalmente los saludase e iluminara los cielos en tonos amarillos y azules pálidos. El mecaniloide giró su atención hacia X y Ray B., y las dos máquinas supieron que esta maniobra tal vez les permitiría tener algo de acceso a la información que buscaban, pero el arma avanzada estaba centrando su atención en la humana entre ambos.
– Tú... – empezó a decir el Thunder Slimer, alzando un tentáculo en la dirección de la chica. – ¿Quién... eres tú?
Ella no estaba segura de si debería o no responderle, pero al ver que se había esencialmente insertado en la escena, supuso que sería un precio pequeño que tendría que pagar. Aun así, por lo que había escuchado de esta máquina en particular machine, no estaba del todo segura cuál sería su reacción. – Mi nombre de pila es Chiyo. – le respondió al Thunder Slimer. – Pero mi apellido es Fujiwara.
– Fujiwara... – musitó el mecaniloide. – Sólo hay un humano con ese nombre que conozco. – Sus ojos bajaron para observar al único ser hecho de carne y materia orgánico frente a él. – ¿Quieres decir que estás relacionada con mi atormentador?
Chiyo guardó silencio por algunos momentos, pero asintió como respuesta. – Soy su hija.
El mecaniloide no dijo nada al principio ya que le costaba creer lo que, o más bien, quién estaba frente a él. Mucho menos que fuese la responsable de permitirle acceder al mundo exterior, que rápidamente se preparaba para dar la bienvenida a la luz del día.
– Te he dado suficiente energía para que dures un par de horas más. – le explicó Ray B. al Thunder Slimer. – Pero la carga no durará para siempre.
Esta pequeña noticia no pareció amilanar al mecaniloide. – ¿Y qué con eso? ¿Planeas utilizar el tiempo limitado que tengo para chantajearme?
– Por el contrario. – añadió X. – Tu cooperación podría ganarte la libertad que te prometieron falsamente antes.
El Thunder Slimer seguía sin fiarse de ellos. – ¿Y qué garantía tengo de que la tendré ahora? ¿Verdaderamente?
El Hunter azul miró hacia los cielos, donde el sol ya estaba a punto de salir para saludar a las criaturas vivientes que permanecían atrapadas aquí, tanto orgánicas como de metal. – Bueno, para empezar, ¿Sigma ha venido por ti? Mejor aún, ¿sabes lo que le hizo al que vigilaba este lugar contigo?
...
Muy cerca.
El metraje que había recibido vía el hackeo de sistemas con su cola reveló dónde estaba su presa, y aún más, quién más había venido antes que él.
El Hunter azul, X, tenía que dejarlo en paz, hasta cierto punto. Aunque el depredador acechando tenía permitido mostrar su fuerza y habilidad en contra de cualquier amenaza, este reploide en particular debía dejarlo mayormente intacto para que pudiera funcionar.
Los otros dos, sin embargo, tenía permitido despacharlos como quisiera.
De hecho, Sigma se aseguró de añadir que tenía permitido morder y destazar con sus garras cualquier cosa que deseara, fuese de metal o de carne.
...
Ray B. miró hacia la escena que tomaba lugar, X conversando con el Thunder Slimer para tratar de sonsacarle información vital acerca de los planes futuros de Sigma. Aunque inesperado, se sintió algo agradecido por la repentina aparición del Hunter, aunque fuese por el hecho de haber llegado mucho más lejos de lo que podría haberlo hecho solo, acostumbrado a la vida solitaria como estaba.
Sintió una mano sobre su hombro, y el robot se giró para ver a la humana ligeramente más alta que él siendo la que lo estaba molestando. – ¿Sí? – le preguntó, viendo la curiosidad en los ojos oscuros de la joven.
– Me conoces gracias a Fumiko, ¿verdad? – le preguntó Chiyo. – Tú fuiste por quien ella me llamó aquella ocasión. Un reploide "raro" que se veía sorprendentemente viejo.
Ray B. sonrió ante eso. – Técnicamente hablando, sí soy viejo, aunque todavía tengo el mismo cuerpo que cuando me construyeron por primera vez. – Luego hizo una pausa. – Más o menos, hasta cierto punto. Pero tienes razón, te vi cuando me estaba escapando.
– ¿Por qué no te quedaste? Cierto, puede que seas algo diferente del resto de tus parientes mecánicos, pero no debería ser muy difícil repararte.
La máquina ladeó su cabeza. – ¿Acaso sabes lo que soy? ¿Mucho menos quién soy?
– Tengo algunas teorías. – confesó Chiyo. – Pero tengo la sensación de que no le gusta que la gente se meta en tus asuntos. – Él no le respondió. – Yo soy igual. Pero tengo curiosidad. ¿Te contó Fumiko sobre mí? ¿Fue así como supiste quiénes éramos Kenichi y yo...?
Ray B. mantuvo su cara oculta tras ese grueso par de gafas y la bufanda que cubría la mitad inferior, pero su postura indicaba que se estaba debatiendo de cómo responderle, o si debería hacerlo en primer lugar. – Sabía sobre su hermano pequeño. – le dijo. – Pero no tenía idea sobre ti. Al principio creí que eras ella. Fumiko, quise decir.
La expresión de Chiyo se volvió neutral. – ¿Te decepcionaste de que no lo fuera?
Ray B. no le respondió a esa pregunta. – Ella salvó a ese niño, ¿verdad? A costa de sí misma.
Chiyo asintió.
– ... Lo siento. – le dijo. – No... es fácil.
La joven de cabello largo miró hacia el suelo en el exterior del piso superior exterior. – Incluso si fuera alguien como mi padre.
Afuera de la conversación, el Hunter azul ahora estaba tratando de convencer al Thunder Slimer de ayudarles en sus esfuerzos contra Sigma. Sin embargo, el índice de éxito de esa tarea no se veía demasiado alto.
– Así que, no importa si Sigma o ya no ve ninguna utilidad para ti. – le dijo X. – ¿Aún te rehusas a ayudarnos?
El Thunder Slimer entrecerró los ojos. – Pareces demasiado dispuesto a pintarlo en una luz desfavorable. – señaló. – ¿Qué le pasó a tu antiguo deseo de llegar a tu antiguo líder?
El Hunter azul hizo una pausa, mordiéndose el labio. – Virus o no, ya he aceptado que lo que venga, vengará. – le respondió. – Pero fui creado primero que nada para traer un mejor futuro a este mundo. – Sus ojos verdes se desviaron. – Ese era el sueño del Dr. Light.
– Y aun así, aquí estás equipado con armas que todavía podrían matar, que me mataron una vez a mí. – mencionó el Thunder Slimer. – Armas que utilizaste al servicio de aquellos de los que Sigma me prometió rescatar.
¿Rescatar? X se puso a pensar en ello por unos momentos. – ¿Estás hablando de los humanos?
– ¿Quién más? – respondió el mecaniloide gigante. – Los mismos que deseaban matarte en el segundo que descubrieron tu existencia.
– Sólo lo hicieron porque tenían miedo. – contraatacó X. – Pero, incluso entonces, no todos los humanos estaban dispuestos simplemente a eliminarme allí mismo. – explicó, pensando específicamente en el Dr. Cain.
– Y aun así, sigues plegándote a sus deseos. – argumentó el Thunder Slimer. – Incluso ahora, te dedicas a hacer trabajos que no quieres debido al conocimiento que posees. Tu experiencia. – Sus ojos se centraron en la humana que conversaba con el roboto. – Incluso sin saber lo que haces ahora, ¿cómo puedes ponerte de su lado, tras todo lo que han hecho?
X se quedó en silencio por unos momentos. ¿Cuánto más le llevaría convencer a esta máquina?
– "Puede que tengan miedo, X, pero aprende con ellos." – La voz de su creador resonaba en su cabeza, y podía ver su rostro envejecido y cansado encima de su cápsula, momentos antes de que fuera sellada. Otra memoria que deseaba poder recordar en su totalidad. – "Enseñarles, construir junto con ellos, y mostrarles el potencial ilimitado que pueden traer."
Él quería hacer eso, no había nada que deseara más. Y aun así, en efecto, había tenido que aceptar el contraargumento del Thunder Slimer. Ya que, efectivamente, no podía seguir ignorándolo.
– En ese aspecto tienes razón.
El mecaniloide más grande miró a su inquisidor azul. – ¿Qué acabas de decir?
– Dije que tienes razón. – repitió X. – De cierta manera, estoy haciendo exactamente lo que se esperaría de mí, obedeciendo ciegamente a aquellos que deseaban verme muerto. Y en efecto, están aquellos como Fujiwara y los demás que decidieron enjaularte. – Hizo una pausa. – Pero, si ellos no valen nada, ¿quién fue la que te permitió venir aquí arriba en primer lugar?
– Tiene que haber algún beneficio para la humana en esto. – protestó el Thunder Slimer. – Si está relacionada de alguna manera con ese hombre, ¡mayor razón para cuestionar lo que sea que te diga!
– ¿Qué beneficio podría obtener? – cuestionó X, y procedió a explicarle a la máquina más grande. – En su mente, ya no le queda nada que perder, así que este fue un acto totalmente por voluntad propia. Aparte, ella también ha experimentado más que un poco de la negligencia de Fujiwara.
– ¿Alguna vez le han denegado el simple placer de sentir los rayos naturales del sol sobre su coraza externa? – X estuvo a punto de responderle que ella no poseía eso, pero el mecaniloide no le dejó ni un segundo para responder. – Entonces no sabe nada, y tú tampoco.
– ...no, quizás ellos no. – dijo una voz. Era Ray B. aproximándose al mecaniloide, mientras los cielos se hacían cada vez más brillantes para dar la bienvenida al amanecer. – Pero intenta conmigo.
– ¿Y quién eres tú exactamente?
Ray B. se detuvo por un momento, preguntándose cómo responderle. En efecto, sospechaba que esto iba a surgir, pero no estaba dispuesto a divulgar nada que no quería. No todavía, de todos modos. Era demasiado pronto para eso. Lo que sí podía, sin embargo, era al menos ser honesto sobre de dónde venía exactamente y lo que había visto.
– Soy el último que queda de un mundo que dejó de existir hace mucho, aunque pareciera que fuese ayer a veces. – le respondió. – Sé lo que se siente tener que ocultarte, verte forzado a permanecer lejos del sol y la luna, todo el rato mientras eres perseguido o confinado en una jaula en un basurero en alguna parte, porque piensan que eres potencialmente peligroso.
El Thunder Slimer no le respondió. En lugar de eso, continuó escuchándole.
– Y en cierto sentido, tienen razón. Somos peligrosos. – admitió Ray B. – Pero ellos también. ¿Y de dónde viene eso? ¿Qué motiva a una mitad del conflicto a ocultarse, y a la otra mitad para buscar el peligro percibido para eliminarlo sin importar nada?
El mecaniloide no dijo nada, mientras X y Chiyo tampoco entendían del todo a dónde querría llegar la otra máquina. Aun así, si bien tal vez la humana se admitía que tal vez estaba un poco al borde por la altura a la que estaban, no podía evitar sentir que algo andaba mal.
Como si estuvieran siendo acechados.
– ¿La necesidad de dominar? – preguntó el más grande entre los conversadores, aunque era más por burla que genuino.
Pero recibiría una respuesta que lo dejaría con incertidumbre de qué hacer al respecto al principio.
– Más o menos. – respondió Ray B. – Pero lo que necesitaban dominar no era lo de afuera, sino lo que despertó en todos ellos.
El Thunder Slimer se quedó perplejo. – ¿Despertó?
Ray B. asintió. – Eso despertó en mí al poco de haber nacido, y permaneció por un largo tiempo después. – le dijo al mecaniloide. – Me nubló la mente y permitió que el odio y el resentimiento se apoderasen de mí, lo que resultó en un desastre para todos los involucrados.
– ¿Y qué fue este elemento que se había agitado en tu interior?
El robot más pequeño se ajustó las gafas, sobre las cuales se reflejaban los cielos que iban ganando brillo en su superficie oscura. – El miedo.
Niveles inferiores...
– Espera, ¿escuchaste eso?
Zero hizo una pausa, urgiendo a Roll a hacer lo mismo, ya que el ruido que escuchó también alcanzó sus audio receptores. – En efecto. – le respondió, sacando su buster. – No estamos solos.
La fuente de lo que Roll había escuchado estaba a muy poca distancia, pero parecía estar descansando justo arriba de sus cabezas, de alguna manera observando la porción interior del techo. A juzgar por el movimiento constante en los cables y alambres que había en su interior, todo indicaba que se movía hacia adelante.
– Vamos. – le dijo Zero a la otra rubia, manteniéndola cerca. – Creo que lo que buscamos está muy cerca.
Azotea...
– ¿Miedo? – cuestionó el Thunder Slimer, sin entender por completo. – No le temo a nada, mucho menos a ustedes tres.
– Quizás no a mí. – admitió Ray B. – Pero sí le temías a los humanos lo suficiente como para no tomar represalias. No fue sino hasta que llegó Sigma y te ofreció libertad que decidiste tomar un riesgo.
El mecaniloide se quedó en silencio al principio. – Una vez que me alertaron que Fujiwara fue exterminado, ¿qué me detendría de cumplir mi parte del trato?
– Nada. – respondió Ray B. –Cumplir tu parte del trato fue muy honorable de tu parte. – Se mordió el labio bajo su bufanda. – Pero quienes están desesperados tienden a atraer a gente dispuesta a explotar esa cualidad.
– ¿Y dices que Sigma es uno de ellos? – preguntó el Thunder Slimer.
– Ya fuera que te viera como su igual o un simple sirviente, no lo sé. – confesó el más pequeño de los dos. – Pero sí sé que sus ambiciones no llevarán a nada que no sea la destrucción de todos.
– Y aun así, hay una semblanza de esperanza en ti, de que haya una parte de él que valga la pena salvar. – señaló el mecaniloide, volviéndose hacia X. – ¿A qué se debe esto? ¿Por qué razón buscas redimir a alguien que claramente no tiene interés en volver a ser como antes?
X se mordió el labio, pensando en una respuesta. – Esa sería la respuesta más rápida. – admitió. – Y en efecto, virus o no, voluntad propia o no, quiero ponerle fin a todo esto. Sin embargo, aunque fui construido con esta arma... – sacó su buster para observarlo – ... mi creador nunca habría querido que lo utilizara como un medio para aterrorizar o privar a los débiles de sus vidas.
– Has encontrado algunas de las cápsulas, ¿no es así? – cuestionó el Thunder Slimer. – Dichas cápsulas contenían atributos, mejoras para incrementar tu desempeño. Para ser un mejor combatiente. Y aun así, ¿dices que el hombre que te creó no deseaba violencia?
– Él sabía que vendría, eso creo. – respondió X. – Pero aun así, no, no lo creo. Y lo sé, gracias la cápsula más reciente que encontré... o más bien, que me proveyó un amigo.
Un amigo que ya no estaba entre los vivos, luego de haber dado su vida para salvar la de su antiguo camarada justo al final.
El mecaniloide todavía no entendía del todo, pero a pesar de eso se sentía algo intrigado. En efecto, era tal como lo decían Sigma y, también atreviéndose, Fujiwara. El primero de todos los reploides no era como el resto.
– Esperaba que fuese algún tipo de armadura o potenciador para mis articulaciones, igual que antes. – explicó X. – Pero en lugar de eso, el Dr. Light me proveyó de lo que llamaba una técnica de hace mucho tiempo. – Recordaba las palabras del holograma, lo extrañamente cálida y acogedora que se sintió, a pesar de su substancia digital. Eso era todo, ¿verdad? Sin embargo, su más reciente adquisición cortesía del Dr. Light le hacía dudarlo. – Una que vino con más que sólo el conocimiento y su uso. Más bien, vi quién lo había usado previamente.
...
El sol golpeaba con fuerza su cuerpo musculoso mientras andaba por los barrios marginales de esa nación del sur de Asia. Varias personas vendían productos o sus posesiones en las esquinas de las calles, o incluso pedían algo de cambio extra para sobrevivir un día más.
Él no estaba en mucha mejor forma que muchos de ellos, pero, a diferencia de los locales que llamaban hogar a este país, él sólo estaba de paso. Siempre iba seguro de otro viaje o destino, pero nunca sabía a dónde le llevaría dicho destino.
El viejo dicho de su sensei continuaba haciendo eco en las profundidades de su conciencia.
"¿Qué es lo que ves frente a tus puños?"
El viajero en cuestión era un hombre japonés vestido de un gi blanco de artes marciales algo desgastado, con cinturón negro y una banda roja alrededor de su frente, y el resto de sus posesiones las llevaba consigo en la bolsa que colgaba de su espalda. No llevaba zapatos, sino que caminaba por la Tierra desafiando su superficie con cada paso que daba. Aunque, con todos sus pensamientos, no se dio cuenta de lo que tenía en frente, y su enorme cuerpo chocó contra uno más pequeño, una niña de piel oscura que se cayó al suelo al tropezar con él.
– Hey, ¿te encuentras bien? – le preguntó, habiendo aprendido el lenguaje local durante su tiempo aquí.
La niña no le respondió, sólo miró el jarrón que ahora estaba volcado, y el líquido blanco y puro derramado ahora estaba manchando la calle en un pequeño charco a pocos centímetros de su cabeza.
– Perdón por eso. – se disculpó el viajero, que luego notó a una mujer acurrucada en una pequeña choza cerca de allí, que acababa de ser testigo de toda la escena, y con la cara llena de tristeza y decepción. No tardó mucho en juntar las piezas. – Ah, ya veo. Esa leche era para tu madre, ¿no es así?
De nuevo, la niña no le respondió, pero hizo contacto visual con la mujer en cuestión. Sus ojos se anegaban de lágrimas por haber fallado en cumplir lo que debería haber sido una tarea sencilla. Pero cuando estuvo a punto de expresar sus dolores abiertamente, encontró que le presentaban un pequeño puñado de billetes en su cara.
– Toma. – le dijo el extraño. – Es mi culpa que la hayas tirado, así que yo debería ser quien lo pague. – Le puso el dinero en su todavía insegura mano. La niña se puso de pie con la jarra y el dinero. – Ve, consigue algo más de leche.
Con lágrimas todavía en los ojos, la niña sonrió a pesar de todo, y salió corriendo tal como le dijo, mientras el viajero observaba a la mujer para ver que su rostro se había tranquilizado, en una expresión de gratitud que irradiaba calidez. Al ver que no le quedaba más que hacer aquí, el extraño continuó su camino, en busca de más desafíos, y de dónde encontraría la respuesta a la pregunta que le dejó su sensei.
...
El Thunder Slimer se quedó en silencio, junto con Ray B. y Chiyo, una vez que X terminó de relatar lo que experimentó al recibir el poder de la cápsula. – ¿Y qué se supone que este relato de las memorias de un humano debería despertar en mí? – cuestionó el mecaniloide. – Mejor aún, ¿cómo llegaste a saber esas cosas tras recibir una simple mejora?
– Eso, no lo sé con certeza. – admitió X. – A decir verdad, empiezo a dudar si los mensajes en las cápsulas son simplemente pregrabados, o si son algo más. Con cada uno de ellos, siento casi como si estuviera recuperando una parte de mí mismo.
La enorme forma de vida mecánica no estaba impresionada. – ¿Y qué hay de esta memoria? ¿Qué es lo que significa? ¿Acaso te incita a sentir pena por aquellos sobre los que claramente tienes una ventaja? – le preguntó. – Sin mencionar, ¿quién te dice que, si ese hombre hubiera encontrado a los de nuestra especie, no les hubiera hecho lo mismo que los humanos le hicieron a los robots?
– El Dr. Light de alguna manera obtuvo la energía de la cápsula. – espetó X. – Además, no sé casi nada de ese humano o ni siquiera quién era. Tal vez, habría sido agresivo hacia nosotros si estuviera aquí para ver lo que ha estado sucediendo. – Se detuvo por un momento, mirando hacia afuera. Ya casi salía. El sol estaba a punto de salir para saludar al mundo. X entonces cerró sus ojos – Habría hecho lo necesario para proteger a los débiles. Algo que yo debo hacer.
– ¿Y acaso Sigma cuenta entre aquellos que consideras débiles? ¿Frágiles? – cuestionó el Thunder Slimer. – ¿Los que necesitan ayuda?
El Hunter azul suspiró, moviendo ligeramente el pecho como si se hubiese librado de un enorme peso de sus hombros. – Si realmente es la víctima de una infección viral, entonces me ocuparé de él como se debe. Y si todo esto lo está haciendo por su propia voluntad, por sus propios deseos... también me haré cargo de él de la misma manera.
El Thunder Slimer se quedó callado por unos momentos, observando el horizonte con sus ojos. Luego miró hacia la única humana entre ellos.
– Tú, eres la hija de Fujiwara, ¿sí? –dijo dirigiéndose a Chiyo. La humana asintió. – Entonces deberías poder entender por qué me cuesta tanto comprender tus motivaciones. Me resultan... complicadas.
La joven de cabello oscuro ladeó su cabeza. – ¿Cómo así? Ya estás afuera, ¿no? Esto era lo que querías.
– Pero ¿por qué me lo diste? – preguntó el mecaniloide. – Y sin ninguna motivación de parte de esos dos que son similares a mí. No sabes nada sobre mí, mucho menos de mi relación con tu padre. – Se detuvo por un momento, pensando si debería continuar. – Si alguien debería odiarnos, eres tú.
Chiyo no le respondió. Decir que no era así sería llamarlo un mentiroso. – Lo hacía. – murmuró. – Hubo un tiempo en que sí, eso era lo que sentía. – Se mordió el labio. – Pero en todo caso, tú y el resto también son sus hijos, de cierto modo. Sólo que no hay conexión por carne y sangre, así que él los veía sólo como algo que podría manipular a su antojo.
El Thunder Slimer se quedó estupefacto de lo que acababa de oir. – Parece que lo conociste muy bien.
– No había mucho que conocer. Creo que ese hombre era mucho más máquina que cualquiera de ustedes, si soy honesta. – respondió Chiyo. Luego se rio, aunque no había humor en la memoria que le vino a la mente. – Aunque Sigma demostró que sí era humano, igual que el resto.
– ¿Entonces por qué? – repitió el Thunder Slimer. – ¿Por qué decidiste ser la que me trajo aquí?
La joven se puso a pensar en cómo responderle. Ciertamente, lo estaba haciendo mayormente para conseguir respuestas, pero había otras varias formas de hacer esto. En retrospectiva, tenía pocas esperanzas de que el plan funcionara, pero era la mejor oportunidad que tenía para potencialmente negociar con el mecaniloide.
Fue sólo entonces cuando los cielos comenzaron a brillar que entendió por qué ver el sol era tan importante para la máquina. La gran orbe de fuego se alzaba sobre el cielo, envolviendo a Abel con sus gentiles y cálidos rayos sobre la ciudad dañada pero todavía parcialmente de pie. El sol, que era necesario para toda la vida, incluso aquellos que no dependían de él.
– Porque estás vivo. – respondió Chiyo. – Igual que Patarche, igual que Fumiko. – Hizo una pausa, girando su atención hacia el Thunder Slimer. – Igual que yo.
Esta historia continuará...
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