« Harry »
Aparqué el coche en la calle principal del pueblo más cercano, al que había ido con una única misión: comprarle un nuevo pijama a Candy. Pablito y yo bajamos del coche. En realidad se llamaba Niall, pero cuando descubrimos que así llamaba a su pene, comenzamos a llamarle Pablito también a él. 

— ¿Dónde quieres ir? – me preguntó algo enfadado, yo sabía que solo quería ir a un restaurante a pedir la comida cuanto antes.
— A una tienda de lencería – aclaré buscando con la mirada alguna tienda así. 

Niall y yo recorrimos la calle hasta que, al fin, encontramos una. Entramos en ella y mi mirada se dirigió directamente a un conjunto rojo, imaginándomelo en Candy. Definitivamente, aquel conjunto era una buena idea.

— ¡Ese! – indiqué a la dependienta – ¡Deme ese!
— Cálmate, que estás más salido que el pico de una mesa – me calmó mi amigo –. ¿No te gusta más aquel? – preguntó, señalando otro conjunto, éste de color rosa.
— No, a Candy no le pega el rosa. Ella no es cursi… es más… más… – me quedé en silencio – ¿salvaje?
— Harry, por favor… dime que no eres su sumiso.
— Aún no.
— Estás muy perdido… – dijo Niall, negando con la cabeza.
— Perdido por las tetas de Candy.
— ¿Y no vas a presentárnosla? – preguntó mientras la dependienta envolvía el conjunto que yo había escogido.
— No.
— Es imaginaria… ¿verdad? Harry, sé que la falta de sexo te está afectando al cerebro, pero está yendo muy lejos… ¿quieres que hagamos una colecta y te pagamos a una prostituta?
— Gilipollas – mascullé  agarrando la bolsa a mala gana y alejándome del idiota de "mi amigo".
— ¡Harry, que no has pagado! – gritó antes de que la alarma empezara a sonar.
— Ahora lo pagas tú, para mi “puta”.
— Este tío es idiota... – vi que murmuraba mientras dejaba unos billetes sobre el mostrador – Seguro que ese conjunto se lo ha comprado para ponérselo él – dijo hacia la dependienta.
— ¡Error! Lo has comprado tú.
— Pues entonces me debes un show privado.
— Sí, esta noche a la diez – dije con ironía –. Serás maricón.
— Sabes que me amas – me guiñó el ojo antes de entrar en un restaurante a comprar la comida para todos. 

Cuando ya lo tuvimos todo, regresamos a la casa de mis padres y dejé a Niall ahí –aunque realmente insistió en acompañarme a ver a Candy, para darle “el visto bueno”–. Yo dejé el coche aparcado y caminé hasta el porche de la casa de Candice, para luego picar a la puerta repetidamente, esperando que me abriera. Mientras esperaba, me dediqué a observar el bonito porche de su casa. Todo era de madera, incluído el suelo, las escaleras, la puerta, e incluso las paredes. A la derecha de todo del porche, había una especie de columpio-balancín de esos de las películas. Sonreí, imaginándome cómo sería estar ahí con Candy, durante la noche, mirando hacia las estrellas, y acabar haciendo el amor en el porche. Mis pensamientos fueron interrumpidos por un gruñido frente a la puerta. 

— ¿Otra vez tú? – bufó al verme – ¿Qué cojones quieres, pesado?
— Hola, cariño – sonreí de oreja a oreja –. Tengo un regalo para ti.
— ¿Un regalo? – preguntó con una ceja arqueada – No quiero nada tuyo.
— Tranquila, lo ha pagado Pablito.
— ¿Pablito? – preguntó nuevamente, esta vez con cara de asco – ¿En serio?
— Mi amigo, Pablito... Niall.
— ¿Tu amigo imaginario? – tensé la mandíbula.
— ¿Tú también con eso? Pablito cree que tú eres imaginaria.
— A saber lo que le has dicho – contestó, rodando los ojos –. Estoy ocupada, así que lárgate, ¿quieres? – dijo con intención de meterse de nuevo a su casa.
— No, no, no – dije empujando la puerta y entrando detrás de ella.
— ¡No puedes entrar en mi casa sin permiso!
— ¿Candy me dejas entrar? – pregunté lanzándome al sofá.
— ¡No! – exclamó, agarrando mi muñeca para moverme.
— Tarde – susurré con una sonrisa coqueta tirando de su brazo. Quedó encima de mí –. Candy que salvaje.
— Tu subnormalez me sorprende día tras día.
— Anda, abre mi regalo. Mi regalo que ha pagado Pablito, pero mío.
— ¿Si lo abro, me dejarás tranquila?
— Sí – mentí.
— Está bien… – aceptó a regañadientes. 

La chica agarró el paquete en sus pequeñas manos y poco a poco rompió el papel que lo envolvía con el gesto fruncido y enfadado. Me ponía cachondo esa cara. Se veía enfadada, pero a la vez era tan sensual. Cogió el conjunto de lencería para poder verlo por completo. Éste se basaba en un corsé todo de encaje rojo, que quedaría demasiado bien pegado a su cuerpo. Incluso la parte del pecho era semi transparente, y ya podía imaginármela con eso puesto, aunque se lo arrancaría después de pocos segundos. Y la parte de abajo era un culotte, también de encaje y que dejaría muy poco a la imaginación. A mí mente vino la imagen de Candy, recién follada, con todo el cabello despeinado, una de mis camisetas puesta por encima y esas bragas de encaje en la parte inferior. Me mordí el labio, recreándome la imagen de Candy desnuda sobre mí. Quería que eso pasara cuanto antes. No podía esperar para que algo así sucediera. Candy me ponía mucho.

— ¡Harry! ¿Tú eres idiota o qué? Bueno… que pregunta más estúpida, por supuesto que lo eres… – bufó, lanzando la lencería sobre la mesa y poniéndose de pie, o intentándolo, ya que agarré su cintura para que no pudiera hacerlo.
— Es que como te estropeé el pijama quería compensarlo de alguna manera.
— Harry, estamos en pleno invierno en la mitad de la montaña. Si pretendo dormir solo con eso – dijo señalando el pijama tan bonito que yo -Niall- le había comprado –, me moriré de frío.
— Pues coge más mantas – ella me fulminó con la mirada –. Es broma… puedo abrazarte yo.
— Si de verdad crees que tienes la más mínima posibilidad de dormir en mi cama, es que necesitas un psicólogo.
— Me haces daño, eh – bajé la mirada.
— No me das pena – esa vez si consiguió ponerse de pie –. Vete de mi casa.
— Está bien – acepté levantándome y suspirando con tristeza –. ¿Al menos me darías un abrazo?
— Si lo hago… ¿ya me dejarás en paz? Para siempre – asentí.
— Sí, no te voy a molestar más si no me quieres.
— Está bien… – aceptó a regañadientes. 

Candy se acercó a mí y, sin realmente quererlo, me abrazó, rodeando mi torso con sus brazos. Yo rodeé su cintura y me acerqué a sus labios, con la intención de besarla, pero ella se separó y me dio una bofetada en la mejilla derecha. Di un gemido de queja, poniendo mi mano sobre donde ella había golpeado. Para ser tan pequeña... tenía mucha fuerza, la cabrona. Pequeña pero matona... Ya quería comprobar esa faceta suya... en la cama... Debía ser tan salvaje y alocada que se me levantaba solo de imaginarlo.

— ¡Idiota! – gritó.
— Tenía que intentarlo, para una vez que te acercas.
— Anda, vete ya… – suspiró, señalando a la puerta. 

Empecé a caminar a la puerta cuando vi, encima de un escritorio frente a la ventana, el ordenador de Candy. Lo raro es que junto a éste, estaba la carta que yo le había escrito un mes atrás. Sonreí y me acerqué, cogiéndola y comprobando que, efectivamente, era mi carta. La había guardado, por alguna razón no se había deshecho de ella, sino que se la había guardado. Quizás sí que le gustaba, más de lo que yo creía.

— ¿Es mi carta? Aún la tienes… pensaba que la habrías tirado.
— Se me debió olvidar tirarla… – murmuró con las mejillas sonrojadas, arrebatándomela de las manos.
— No, no se te olvidó – sonreí coqueto.
— Odio que te portes así, de verdad… – bufó, dándose la vuelta, seguramente para que no pudiera notar lo sonrojada que estaba.
— ¿Así, como?
— ¡Tan… tú! – masculló sin mirarme – Tan egocéntrico, tan gilipollas. Crees que puedes tenerlo todo solo por tener la cara bonita. Y no es así.
— Crees que tengo la cara bonita, eh...
— ¿Lo ves? – bufó, mirándome de nuevo – No te aguanto.
— Pues tú a mí me encantas. 

Vi como se quedaba callada, simplemente mirándome. Me gustaba que me mirara de aquella manera. Sonreí coqueto nuevamente, sabía que ella tampoco iba a resistirse a mis encantos, si yo quería a una chica, siempre la conseguía... ¿cómo iba a ser Candy diferente? Ella rodó los ojos y se dio la vuelta, caminando hacia lo que parecía la cocina. Tuve intención de seguirla, pero su voz me detuvo.

— Tengo muchas cosas que hacer y me estás molestando, así que vete ya, por favor.
— ¿Qué cosas?
— Cosas que no te importan – explicó desde lejos, mientras yo echaba un vistazo a su ordenador.
— Uhm… vale – comencé a leer lo que parecía una historia.
— ¿Vale? – preguntó, volviendo al salón – ¡No mires eso! – gritó, acercándose y cerrando el ordenador de golpe – No es asunto tuyo. Vete ya, Harry.
— ¿Qué escribes?
— Nada que te importe – rodé los ojos.
— Como digas.
— Rodar los ojos es de mala educación.
— Pues tú lo haces todo el tiempo. Mal educada.
— No tengo ganas de discutir más contigo, Harry. ¿Puedes dejarme, aunque sea, una hora? ¿Crees que eres capaz?
— Vale – dije mentiéndome en una habitación y tumbándome en la que parecía su cama –. Cuando acabes me avisas.
— ¿No tienes casa, Harry? – preguntó molesta.
— Esta invadida de chicos con resaca.
— ¿Así como tú?
— No. Yo no tengo resaca. Tolero muy bien el alcohol – dije orgulloso.
— Sí, se nota… – dijo con ironía – Sobretodo en la forma en la que lo vomitaste, guarro.
— ¡Fue sin querer! – me quité los zapatos y me tapé con un edredón acomodándome en la cama – ¡Ay que bien se está aquí!, no he dormido nada. Unos me habían quitado la cama para tener sexo y solo me quedaba el suelo, y el suelo estaba muy frío e incómodo, así que me fui al sofá, pero ahí también estaban teniendo sexo, así que al final dormí en la bañera.
— Estate callado al menos, ¿sí? – dijo algo más enfadada desde el salón, antes de oír como empezaba a teclear.
— Lo prometo – murmuré cerrando los ojos e inundándome del olor a ella de sus sábanas. 

Escuché a Candy regresando al salón. Yo me acomodé sobre el mullido y cómodo colchón, dejando que el edredón me hiciera entrar en calor. Escuché como ella tecleaba en su ordenador, ese y el ruido de vez en cuando de una cuchara removiendo algo dentro de una taza, era lo único que se escuchaba. Miré a mi alrededor, viendo sobre la mesita de noche una foto de Candy algo más joven con un señor algo mayor, que supuse que sería su padre, ya que tenían los ojos igual de azules. Sonreí, inspeccionando a Candy en aquella foto. Estaba muy diferente a como solía estar normalmente. En la foto sonreía de oreja a oreja. Su cabello pelirrojo no estaba largo, sino que lo tenía cortado a la altura de su barbilla, aproximadamente, con ligeros rizos. Me gustaba aquella Candy. Quizás podía traerla de vuelta de donde se hubiera ido. Solo tenía que conseguir que aceptara que yo le gustaba tanto como ella a mí.

Me quedé pensando cómo podría convencer a Candy de que yo le gustaba. Debería llevármela a alguna cita. Debería coquetearle lo máximo posible. Sabría que me sería difícil, pero no descansaría hasta conquistarla. Mientras pensaba cómo podía hacerlo, me quedé dormido entre las sábanas con perfume a coco.

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Hola, preciosas ♡

Bueno, no me voy a enrollar demasiado. ¿Qué os va pareciendo el fanfic? ¿Por qué Harry es tan pesado? Alguien le ate una silla o algo. ¿Pablito o Niall? #dudasexistenciales ¿Creéis que Candy algún día se pondrá la lencería? #harryrezaporunsí ¿Shippeáis Handy? #soloharrylosshippea ¿Qué creéis que hará Niall respecto a la novia imaginaria de Harry? #unnuevoacosador ¿Por qué lo respondo todo con hastags? #nolosé

Vale, ya, me calmo. Ya sabéis que podéis seguirme en twitter (hisirishsmile) y en instagram (myfl0wercrown // xniallscrownwattpadx). Para todas las que habéis preguntado a quién me imagino con Candy, sería a Jane Levy de pelirroja. De todas formas, pondré algún gif suyo en algún capítulo, así que no os preocupéis.

Ahora algo importante: IMPORTANTE IMPORTANTE IMPORTANTE. ¿Os gustaría que hiciera una saga a partir de este fanfic? Es decir, no sería tipo Amen o Please don't. Sino que cada libro sería con uno de los chicos y en un lugar diferente de Londres. Y la saga se llamaría tipo #CityOfLove o algo así porque ahora mismo no tengo mucha imaginación. Comentad si os gustaría que hiciera la saga de #Lovdon. Ah que pésima soy.

→ capítulo dedicado a @ZaynnSmile

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