③
« Candice »
Bajé de mi Jeep, ya estacionado frente a la casa que mis padres tenían en la montaña y que me habían prestado por un par de semanas para poder escribir, ya que era donde la inspiración llegaba sola a mí. Bajé mi maleta, cargándola hacia el interior de la casa de madera. El lugar estaba rodeado de bosque. Solo bosque. Y un lago en la parte delantera de la casa, a solo unos metros. Algo más allá había otra casa, pero ésta únicamente era usada en verano, lo que me dejaba tranquilidad en invierno.
Subí los escalones del porche y abrí la puerta. Me adentré dentro de la casa, sintiendo crujir el suelo bajo mis pies. Fui directa a la habitación principal. Dejé ahí la maleta y abrí el gran ventanal que daba al balcón para que la habitación se aireara un poco. Tras eso, fui a la cocina a preparar café, sirviéndome una gran taza de éste con una gota de leche, como siempre.
Llevé la taza humeante hasta el salón y me senté en el viejo escritorio de madera, frente a mi portátil. Miré las páginas en blanco. Tenía todas las ideas en mi cabeza, ya solo quedaba plasmarlas en aquella pantalla. Dejé el café a mi lado y miré por la ventana que había justo delante de mí. Esa ventana tenía vistas a todo el bosque y al lago y, si el día estaba tranquilo, incluso podía oírse desde ahí el rumor del viento moviendo el agua. Por eso me encantaba ir a escribir allí. Vi a un coche todoterreno lleno de personas pasando por delante, fruncí el ceño, deseando que se fueran rápido y no fueran ruidosos campistas.
Di un trago a mi café y observé el teclado, pensando. ¿Por dónde podía empezar? ¿Título? ¿O directamente escribir la obra? La verdad, las ideas no estaban muy claras, por eso había decidido ir al lugar antes de lo que solía hacer.
Metí la mano en el bolsillo de mis tejanos, sacando de ellos un papel perfectamente doblado. La carta que Harry me había dado un mes atrás. Desde entonces no había vuelto a verle, cosa que agradecía, porque se había vuelto algo pesado. Pero aquella carta era perfecta para inspirarme. Releí las líneas escritas con una ortografía que dejaba bastante que desear… pero que al fin y al cabo podía entenderse.
Eran casi las diez de la noche cuando empecé a escribir algo. Había estado tomando café hasta entonces. También me había cambiado, poniéndome un cálido pijama de invierno. Y había estado garabateando un papel. Y mirando por la ventana. Y releyendo una y otra vez la carta de Harry. Hasta que llegó. La inspiración simplemente llegó. Mis dedos se movían sobre el teclado casi con vida propia, plasmando todas las ideas que habían en mi cabeza. De pronto se detuvieron. Música. Música a todo volumen. Fruncí el ceño, levantando la mirada hacia la ventana, como si el culpable de todo aquel ruido fuera a estar ahí, delante de mí. Obviamente no había nadie. Gruñí, poniéndome de pie y dirigiéndome a la puerta.
Salí de casa, poniéndome las botas que tenía en la puerta. Vi la casa vecina, con luces encendidas. Apenas podía apreciarla ya que había varios árboles por el camino, pero allí había una fiesta.
¡Aquella era la suerte de Candice Lovelace!
Caminé hacia aquella casa, dispuesta a parar aquello. ¡No podían hacer tanto ruido! ¿Qué se creían, que estaban solos? Al llegar a la casa, ni siquiera tuve que picar a la puerta porque ésta estaba abierta, por lo que me tomé libertad para entrar. Fui hacia el lugar de donde provenía la música, lo que supuse que sería el salón de la casa. Allí había bastante gente, borracha, bebiendo y bailando al ritmo de la estridente música electrónica. Fruncí el ceño, dispuesta a acercarme a alguien y pedirle… no, exigirle, que bajara el volumen de la música, cuando alguien me agarró de la muñeca y me hizo voltearme. Harry Styles.
— ¿Candy? – murmuró con una sonrisa – ¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo? – dijo en tono coqueto, acercándose a mí. Su aliento olía a alcohol.
— Claro que no, idiota – mascullé –. Venía a que bajéis la jodida música, no estáis solos aquí, ¿sabes?
— ¿Estás en la casa de al lado?
— Vaya, qué racionamiento, Styles. Me has sorprendido – dije con ironía –. En fin, me largo de aquí… Solo bajad la música, ¿sí?
— ¿Y sino qué? – preguntó con picardía.
— Sino te doy una hostia que te giro la cara – dije antes de sonreír con suficiencia.
Harry se alejó de mí y se acercó al aparato de música, del cual bajó el volumen, recibiendo abucheos de los que se encontraban presentes, pero él solo los mandó a la mierda antes de regresar conmigo. Me sonrió, mirándome en silencio. Haciendo que me pusiera nerviosa. Agarré los bordes de las mangas de mi camiseta, recordando que iba con un ridículo pijama.
— ¿Así está bien el volumen, princesa? – dijo con el único propósito de molestarme.
— No me llames princesa, idiota – bufé –. Y sí, así está bien… – me di media vuelta, dispuesta a salir de la casa.
— ¡Bonito pijama, princesa! – chilló mientras yo me alejaba.
— ¡Cállate, imbécil!
Cuando estaba de camino hacia mi casa, ya fuera de la de Harry, noté que volvía a cogerme la muñeca y a girarme. Odiaba que hicieran eso y Harry ya lo había hecho dos veces aquella noche. Le miré con el ceño fruncido. Los brazos del chico de rizos rodearon mi cintura, en una especie de abrazo.
— ¿Por qué me odias tanto?
— Porque eres un pesado.
— ¿No puedes darme un abrazo?
— ¿Me veo como el tipo de personas que dan abrazos?
— ¡Oh venga, todo el mundo da abrazos!
— Yo no.
— Venga, princesa, dame un abrazo.
— Vuelve a llamarme princesa y lo que te daré será un puñetazo.
— Princesa – susurró en tono lento, cerca mío, desafiándome.
Gruñí antes de alzar el puño, dirigiéndolo a su cara, pero su mano me agarró antes de que pudiera hacerlo. Dio una hipada de lo borracho que estaba. Me daba asco ver a la gente borracha. Con la mano que tenía libre, le empujé para que se separara de mí.
— No me toques, borracho.
— No estoy borracho… – dijo, riendo.
— ¿Que no? – arqueé una ceja – Puedo oler el alcohol desde aquí.
Y, de un momento a otro, Harry estaba vomitando. Sobre MI pijama. Aguanté la respiración, y las ganas de darle un puñetazo y de gritarle todo los tipos de insultos que me venían a la cabeza cuando él me miró sonrojado.
— Perdón.
— ¿Perdón? – murmuré. ¿Encima tenía el valor de decir… “perdón”? – ¿¡Perdón, Harry!? – grité, ya sin poder guardar mi ira – ¡Esto es una puta asquerosidad! – mascullé.
— Ven, te daré ropa limpia… – Harry agarró mi muñeca antes de dejarme negarme y me llevó hacia dentro de la casa de nuevo.
Intenté soltarme, pero al ver que era imposible, me di por vencida y le seguí por las escaleras de madera. La música cada vez quedaba más alejada de nosotros. Me hizo meterme en un cuarto de baño, diciéndome que me limpiara y le esperara ahí. Cuando Harry cerró la puerta me deshice del asqueroso pijama, y me froté a conciencia con agua y jabón, aunque ni siquiera me había llegado a rozar la piel, me sentía sucia. Luego me tapé el cuerpo con una toalla que había en un mueble situado al fondo del baño y me senté al borde de la bañera. Mi piel no tardó en erizarse, ya que hacía bastante frío y yo iba prácticamente desnuda. Miré a mi alrededor, sin comprender cómo había acabado ahí. Yo solo quería estar tranquila, escribiendo y bebiendo café. ¿Tan difícil era aquello? Suspiré oyendo como Harry abría la puerta, con algo de ropa en sus manos. Entró y volvió a cerrar la puerta.
— Aquí está… – dijo, tendiéndome la ropa.
— Gracias... – murmuré a regañadientes.
Me quedé sujetando como podía la toalla y la ropa mientras miraba a Harry, que estaba completamente quieto delante mío. Fruncí el ceño y arqueé una ceja. ¿Pretendía que me cambiara suyo?
— ¿Puedes salir para que me cambie? – dije, rodando los ojos.
— Oh sí… claro, perdón.
Harry se dio la vuelta y salió del lugar, pero sin terminar de cerrar la puerta. Suspiré. ¿En serio creía que era tan idiota? Me acerqué a la puerta y la empujé para cerrarla de un golpe, seguramente dándole en la nariz a Harry, ya que le escuché quejarse. Dejé la toalla bien doblada en el mueble en que se encontraba antes de que yo la cogiera y miré la ropa que Harry me había traído. Eran unos pantalones de deporte grises, bastante largos, y una camiseta blanca con mangas largas de color negro. Me puse ambas piezas y parecía una maldita payasa, ya que me iban enormes. La camiseta me cubría hasta medio muslo, mientras que los pantalones me íban trementamente largos y, además, eran tan anchos que se me caerían en cualquier momento. Hice una mueca, pensando que aquello era mejor que nada.
Abrí la puerta del baño y vi a Harry sentado en el suelo, sujetando su cabeza y dando algún gemido de queja. Al oírme, me miró, levantando la cabeza muy lentamente. Me sonrió y se puso de pie.
— Mi ropa te queda muy bien.
— Me queda fatal, Harry. Es enorme.
— Como mi pene.
— ¡No me interesa cómo es tu pene, Harry!
— Es para que no te sorprendas cuando hagamos el amor.
— No vamos a hacerlo nunca, ni siquiera en tus sueños.
— Oh princesa, te aseguro que en mis sueños ya lo hemos hecho en todas las posturas posibles.
— Eres un guarro.
Decidí ignorarle y salir de ahí cuanto antes pero, nada más dar un paso, los pantalones cayeron hasta mis tobillos. Mis mejillas se sonrojaron hasta acabar casi del color de mi cabello. Porque, aunque estaba de espaldas a Harry, estaba cien por cien segura de que estaba mirándome.
— ¿Ves? Te hablo de mi pene y se te caen los pantalones. Lo siguente son las bragas.
— Idiota... – murmuré, agachándome para volver a ponérmelos y ajustar la cintura lo máximo que pude con los dos cordones que tenía el pantalón – No es cosa mía que estés tan gordo como para que tus pantalones sean tan enormes.
— ¿Gordo? – rió – Oh venga, ¿tu no has visto que abdominales tengo? – y... el ego de nuevo.
— Cuando te pones así se egocéntrico consigues que te odie aún más, y mira que parece difícil.
Ignorando a Harry llamándome una y otra vez, bajé las escaleras y salí, dispuesta a irme a casa de una vez. Pero Harry agarró mi cintura, pegándome a él e impidiéndome caminar.
— Espérate, te acompanaré a casa. No te vaya a atacar un oso.
— No hay osos en este bosque, Harry.
— Nunca se sabe.
— No quiero que me acompañes. No te aguanto.
— Estoy seguro de que puedes soportarme cinco minutos más.
Harry me dio la vuelta para que quedara de frente a él. Me acarició la mejilla y se quedó mirándome fijamente a los ojos. Me sumergí en sus verdes iris, perdiéndome en ellos. Su mano acarició la parte baja de mi espalda, sin ser suficientemente obsceno como para quejarme. Mirándole de aquella manera podía ver a aquel chico que era capaz de escribir las más dulces cartas de amor. Pero de pronto, rompió la magia al acercarse, intentando besarme.
— ¡Que asco, Harry! – mascullé, empujándole – Que ni se te ocurra volver a hacerlo.
— No perdía nada por intentarlo.
— Si sigues así, perderás el pene.
— Tú vas a perder tus bragas cuando acabes desesperada por mí.
— Eres un borracho, egocéntrico de mierda – bufé antes de darme media vuelta y empezar a caminar hacia mi casa.
— ¡Gracias caramelito! Yo te quiero más – dijo mientras me seguía a escasos metros de distancia.
— ¡Que me dejes vivir, Harry! – grité, mirándole de nuevo – ¡No te aguanto más!
— Pero si no estoy haciendo nada. Solo te cuido de los osos.
— Aquí el único oso baboso eres tú, imbécil.
— ¡Mentira! Soy un ciervo seeeexy – murmuró balbuceando a causa del alcohol, estaba segura de que iba tropezando a mis espaldas.
De pronto noté todo su peso cayendo en mi espalda hasta conseguir tirarme al suelo, quedando él encima mío. Gruñí, intentando apartarle cuanto antes, sin terminar de conseguirlo. Su mano se puso sobre mi culo y lo apretó.
— Me gusta, está blandito – dijo como un niño pequeño.
— Blandita se te va a quedar la cara de la hostia que te voy a dar.
— No, blandito tu culo.
— ¿Puedes salir de encima mío? Me estás aplastando. No puedo respirar.
— No – balbuceó sentándose encima de mi culo antes de comenzar a hacerme un masaje en los hombros.
— ¡Para, idiota! – me di la vuelta, tirándole al suelo, y me puse de pie – ¿Vas a dejar de acosarme? Terminaré denunciándote.
— Ay que daño – balbuceó otra vez cerrando los ojos y con la nariz roja –. Pero… – hizo una pausa pensativo y levantó un dedo – eres tú la que ha venido a mi casa – enfatizó el "tú" y el "mi".
— Y no sabes cómo me arrepiento de haberlo hecho… – bufé, virando los ojos – Me voy a mi casa, déjame tranquila, ¿vale? – pregunté poco a poco para que su retrasado cerebro pudiera entenderlo.
— ¡Adiós, mi amor! ¡Nos vemos mañana! – gritó sin moverse del suelo mientras yo me alejaba.
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Hola preciosas ♡
Ay, muchas gracias por los comentarios en el capítulo anterior:3 la verdad, son más de los que creía que tendría. Espero que la novela vaya creciendo poco a poco ♡
¿Qué os ha parecido este capítulo? Harry es asqueroso, pero me hace mucha garcia cuando le habla del pene a Candy JAJAJAJAJ ay bebé egocéntrico ♡♡♡ ¿y qué os parece la actitud de Candy? ¿Por qué creéis que es así con Harry?
→ capítulo dedicado a @needliamhug
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